Técnicas de la mujer vasca para la doma y monta de maridos (4 page)

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Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Iñaki Terol,Isamay Briones

Tags: #Humor

BOOK: Técnicas de la mujer vasca para la doma y monta de maridos
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Teniendo en cuenta esta particularidad, podemos afirmar que el hogar regentado por una mujer vasca es una empresa conservera. En términos químicos, la mujer vasca sería el equivalente al conservante E-320 o al E-228 de los alimentos. Los maridos vascos duran lo que duran gracias a que viven en verdaderos paraísos terrenales. En el hogar vasco nunca falta de nada, tanto es así que se podría meter un caserío debajo de la tierra y serviría de bunker para un ataque nuclear. Conviene recordar, además, que la mujer vasca es de mantel fácil, tendente al banquete, siempre está dispuesta para darlo todo, para el «aquí te pillo, aquí te empacho». Es capaz de organizarte una orgía gastronómica en un santiamén, aunque para ella, simplemente, te estará sacando «algo para picar». El concepto de «fondo de armario» referido a la ropa la mujer vasca lo aplica a la despensa, que tiene que estar siempre repleta y en perfecto estado de revista. Si hay espacio suficiente en la casa, procurará tener también un arcón congelador, a ser posible del tamaño de un ataúd, para intimidar a las visitas.

Los botes de conservas son una de sus municiones preferidas, en un bote de cristal cabe una porción de naturaleza que un día será sacrificada en una comida o en una cena improvisada. No hay alimento que se le resista, cualquier ser vivo es candidato a ser inmortalizado en aceite y acabar metido en un tarro de cristal: setas, pimientos, tomate, caracoles, anchoas, espárragos, todo tipo de verduras y hortalizas, frutas, grandes mamíferos troceados y, por supuesto, atún.

E
L RITO DEL BAÑO
M
ARÍA

El ritual de conservación de los alimentos, o embotado, no termina hasta que se someten a otro proceso emocionante: el baño María. Es el súmmum de la cocina con cariño, de la cocina con dedicación. Una vez atrapado el alimento en el bote de cristal, se sumerge en las aguas bautismales de una gran cazuela para que se vaya confirmando la conserva a fuego lento, sin prisa. Es en este momento cuando la mujer puede experimentar el éxtasis, la levitación o pequeños espasmos preorgásmicos. Ese es para ella el verdadero calor de hogar, el que se escurre por los azulejos en forma de chorretones de vaho; eso es el cariño, y no el beso de rigor que le da el marido con la luz apagada.

L
A AFICIÓN POR LOS BALNEARIOS

Cuando el marido se empieza a hacer mayor —porque, que quede claro, ella sólo cumple años, nunca envejece—, todos los cuidados que se le den serán pocos. Una buena conservación del cónyuge pasa por aprovechar al máximo los recursos de un hogar bien gestionado y por echar mano de la ayuda externa cuando la mujer lo crea conveniente. Es fácil comprobar que un marido se está marchitando:

—Si se apoltrona en el sofá más de la cuenta y no sale a la calle.

—Si en lugar de echar una cabezadita después de comer, se hace una siesta de pijama y orinal.

—Si sale Elsa Pataky en la tele y sigue leyendo el periódico.

—Si se queja por la guerra civil de Etiopía y no por el desconchado de la pared del dormitorio.

Todas ellas son señales inequívocas de que está entrando en la fase crepuscular, momento idóneo de buscar una excusa y convencer al marido para ir de balnearios.

—Josean, por ingresar la pensión en la caja de ahorros nos regalan un fin de semana en un balneario o unas sartenes de las que se pega todo, ¿qué hacemos?

—El balneario, sin dudar.

Amigo mío, si llevas más de dos balnearios en tu currículum y no sabes por qué ha sido, aquí encontrarás la penosa respuesta.

En los últimos años han proliferado estos lugares de reposo y recreo, que las agencias de viaje y las cajas de ahorro ofertan de manera continua junto con el crucero de rigor. Así, es lógico que en estas entidades bancarias con el ingreso de los ahorros regalen el juego de maletas y toallas para ir metiendo a los jubilados en «la tentación acuática». Por si acaso, no les regalan entradas para asistir a exposiciones culturales, porque saben que a esas edades más que conservar el espíritu lo que interesa es conservar el cuerpo. Y la mujer vasca, experta en conservación, no puede dejar de sucumbir ante las incitaciones de los catálogos propagandísticos: «Estancia termal», «Fin de semana relajante», «Escapada relax», «Descanso y salud», «Templo del agua».

En el balneario la mujer no ve un simple
spa
o un sitio donde la gente se pasea en albornoz para despistar el estrés, sino la posibilidad de alargar la lozanía del marido, ni más ni menos. En esas bañeras gigantes la mujer ve cazuelas de aguas calentitas donde puede poner al marido al baño María y volver a recogerlo ya cocidito y listo. El balneario es una cocina gigante, mucho más, el Disneyland del cariño para la mujer vasca. Que el marido padece de reuma, se le sumergen los tuétanos en los sopicaldos de burbujas, se cuece una hora y sanseacabó. Para el tema de la circulación y las varices, lo llevamos a los chorros, y se le da bien de arriba abajo, igual que cuando se limpia el pescado en el grifo de casa. Hay tanques enormes con agua salada donde se puede poner al marido en salazón o salmuera, hay zonas donde lo untan barro y lo adoban, y hay espacios donde lo sumergen en nosequé líquidos y sale marinado, como las anchoas. Pero, por muchos profesionales que haya en el centro, la mujer supervisará el tratamiento, no conviene que el marido se le relaje demasiado porque se podría macerar. Además, entre inmersión e inmersión la mujer observará atentamente y realizará pruebas para comprobar las evoluciones del consorte. Si empieza a bucear en las termas gigantes en vez de estarse quieto, a abusar del
jacuzzi
, o se cree que tiene posibilidades con la masajista del balneario porque es amable con él durante el masaje, hay que llevárselo a casa, no sin antes darle un paseo por el circuito de chorros de agua fría. Está curado y rebosante de salud. Listo para embotar y guardar.

El poder de la bechamel

La mujer vasca sabe que conquistar el estómago de sus allegados es conquistar su alma, y una buena cocinera lo demuestra en las cosas más sencillas. Sin duda, entre las recetas mágicas que elevan a la mujer de la casa a la categoría de diosa o la defenestran para siempre están la tortilla y la croqueta. La croqueta es más traicionera aún que la tortilla, porque a una tortilla mala se le puede echar salsa de tomate encima, o rellenar de algo con mayonesa, pero, si una bechamel no sale buena, la croqueta se hace incomible. La elaboración de la bechamel es otro de los superpoderes de la mujer vasca. La buena
chef
sabe que el éxito de este preparado cremoso radica en la proporción justa de harina y leche, así que guarda ese toque especial con sumo recelo hasta que llega el día del «traspaso de poderes» del matriarcado y se lo revela a su hija o a su nuera. (Del tema del traspaso de poderes da cuenta el capítulo siguiente). Sin embargo, esto no garantiza a las aspirantes a matriarca conseguir el preciado toque mágico de su maestra a la primera, porque, como cualquier don, no basta con tenerlo, hay que ejercitarlo. De hecho, no existen dos personas sobre la faz de la tierra a las que les salga igual la bechamel, utilizando la misma receta. Hay bechameles que se podrían estampar contra una pared y se quedarían pegadas, y hay San Jacobos a los que dan ganas de quitarles el apócope de santos, y no precisamente por culpa del jamón y del queso.

T
US CROQUETAS, LAS MEJORES

«Sí, tu madre era una persona estupenda, con un corazón inmenso, una santa, dadivosa como ella sola, pero hay que reconocer que no hacía bien las croquetas».

Es un hecho, como las croquetas de una madre no hay, y el hombre acostumbrado a la croqueta materna tiene serias dificultades para acostumbrarse a las croquetas de su esposa cuando se casa. «Las croquetas no te salen tan buenas como las de mi madre», «Éstas no son croquetas, es hormigón armado», «A ver cuándo aprendes a hacer las croquetas». Ahora que la mujer tampoco se termina de acostumbrar a las constantes comparaciones no es menos cierto, y ante eso tiene dos opciones: o invita a su pareja a que se vuelva a vivir con la madre que lo parió o intenta copiar las croquetas de marras.

No hay osadía más grande que la de esa nuera recién estrenada, que aún está sacando las oposiciones a futura matriarca, que pide a su suegra que le enseñe a hacer sus famosas croquetas. Porque en el fondo sabe que se está jugando mucho más que aprender a hacer una receta de cocina, se está jugando la confianza de esa mujer que ha permitido que cuide a su hijo durante los próximos cincuenta años. Con las explicaciones de la matriarca y mucha atención, la nuera puede lograr una bechamel decente, pero hasta que no la zambulle en la sartén y la fríe no se sabe si aquélla tendrá o no consistencia. Los primeros segundos en cualquier fritura son determinantes, ya que las puñeteras de las croquetas suelen esperar un poco para reventar, si tienen intención de hacerlo. Y eso sí, una vez que una croqueta revienta y se abre las demás van en cadena, como animadas por la «alborotadora».

Es un poema ver la cara de esa nuera cuando empiezan a salir los volcanes de lava blanquecina de dentro de las croquetas y se quedan las cascaras de pan rallado huecas, flotando, con la suegra de cuerpo presente. Ante ese «naufragio del Capitán Findus» que lía en la sartén, la pobre nuera no va a saber qué hacer: empuñar la espumadera y dar vuelta a los pelotones de bechamel o a esos «nidos de cuco» vacíos que van a la deriva. Si con todo tiene suerte de salvar una sola croqueta y la suegra le hace la cata final para ponerle la nota, ya puede rezar para que no resulte que la croqueta esté hueca y la señora se meta en la boca el jugo de medio olivar de Andalucía.

Es así de crudo: hay nueras que no han nacido para la bechamel y la croqueta, ni para la tortilla, ni para el huevo frito, y lamentablemente la sociedad nunca las va a perdonar. ¿Quiere decir esto que la nuera que no desarrolla el poder de la bechamel no podrá convertirse en una buena matriarca? No, siempre y cuando esté dotada de otra especialidad culinaria, véase dominar la alubia o el garbanzo en la cazuela, por ejemplo. Hombre, si además de no sacar una croqueta viva de la sartén, no se atina con la tortilla, dese por jodida, amiga.

Pero la polémica de la croqueta no sólo reside en hacerla o no hacerla bien, sino en averiguar cuál es la manera de pronunciar la palabra. Curiosamente, no existe una manera correcta, todo depende de la tradición oral. En las familias en las que la mujer dice
cocreta
o
cocleta
en lugar de croqueta será correcto utilizarlo. Ocurre lo mismo con
bayonesa
en lugar de mayonesa. Si es la mujer la que lo pronuncia así, todo su árbol genealógico terminará por adoptar
cocreta
o
cocleta
y
bayonesa
como correctos, aunque entre los descendientes haya algún premio Nobel de Literatura. Y la Real Academia Española no tiene nada que decir, no tiene más remedio que admitir los términos en cuestión, igual que sucumbió ante la dualidad de la almóndiga y la albóndiga. Ahora bien, si es el hombre el que introduce el vocablo en el escudo familiar y dice
cocreta
,
cocleta
o
bayonesa
, entonces hay que corregirlo porque estará mal dicho.

Como este último apunte seguramente habrá abierto un debate en el lector, tómese un tiempo para reflexionar sobre aquellas palabras referidas a temas gastronómicos que su familia pronuncia de una manera, pero que el resto de la gente lo hace de otra. Por ejemplo: formas correctas si es la mujer la que las bautiza.

Croqueta: cocreta, cloqueta, crocreta…

Mayonesa: bayonesa, maonesa, baonesa, baronesa…

Albóndiga: almóndiga, balbóndigas…

Kétchup: el quechu, quechus, kachu…

Garbanzos: garibolos, garimbolos…

Choped: chopez, chope…

Salchichón: sanchichón…

Croissant
: curasán, cruasán, cruasante…

Etcétera.

El
tupperware
, la manera de envasar el amor

Ya he comentado que la mujer vasca no es muy dada a expresar el cariño en forma de carantoñas, besos o arrumacos, o sea, de forma directa. Por tanto, buena parte del cariño la demuestra en las cosas que sabe hacer y puede compartir con sus seres queridos. Una de esas formas de distribución de amor entre el clan familiar se realiza a través del alargamiento de la olla materna o, lo que es lo mismo, a través del
tupperware
o condón de las sobras, ese cómodo invento de plástico que hace posible que un guiso viaje fuera del hogar. Mientras algunos
tupper
no salen del frigorífico, otros atraviesan comunidades autónomas en busca de ese familiar lejano añorante de las albóndigas de su madre. El
tupper
facilita un almuerzo de trabajo, ayuda al marido que se queda de Rodríguez, guarda a buen recaudo las sobras de una comida y dulcifica los inicios del hijo recién emancipado. Probablemente, en Andalucía o en el Levante, el hijo o la hija solteros que van a visitar a sus padres vuelvan a casa con los morros de carmín de su madre grabados por toda la cara; en el País Vasco el hijo o la hija vuelven a su casa sin rastro de pintalabios en el moflete, pero con un cargamento de
tupper
llenos de amor en salsa. Pero con quienes adquiere verdadero protagonismo el
tupper
es con los hijos o las hijas casados, porque constituye un elemento de control sobre el matriarcado fundado por este hijo o esta hija. No hay fuerza en el universo que frene a una matriarca dispuesta a regalar una pila de
tupper
a un hijo y a su nuera.

—He comprado tres kilos de txipirones y he pensado en guisarlos y daros unos
tupper
.

—No te molestes, mujer, no nos prepares nada, si, total, ya tengo comida para esta semana y tu hijo está a régimen.

Y es más, si lejos de avisarlos de que ya está preparando el envío de comida, se presenta en el domicilio a hacer la entrega, desoyendo las súplicas de su nuera:

—Otra vez ha venido tu madre y nos ha traído txipirones para todo el mes. Mira que le he dicho.

—Y qué quieres que yo le haga, si le hace ilusión a la mujer.

Las visitas al domicilio del hijo o la hija y el agregado político, nuera o yerno, con el
tupper
de turno son una de las tentaciones más grandes para una buena matriarca, que entiende que velar por los suyos es la base de la felicidad. Y si en el momento de la visita da la casualidad de que no hay nadie en la casa, directamente la mujer entra en éxtasis. Hurgar en casa del familiar directo es una auténtica gozada para ella. Al dejar los
tupper
en el frigorífico, podrá ejercer de inspectora de la OMS (Organización Mundial de la Salud) y dictaminar si el frigo cumple la estructura de la pirámide alimenticia: si le falta vegetal, lácteo, carne o pescado, y si su hijo, hija, nuera o yerno corren el peligro de contraer el escorbuto por falta de alimentos frescos en su dieta. Para detectar otras posibles deficiencias alimenticias, la mujer repasará los armarios y tomará nota de las conservas que gastan. «Estos espárragos no son buenos, ya le voy a decir a mi nuera que compre de los que yo compro». «Veo que no tienen guisantes, ya les voy a mandar media docena de latas». Pero, una vez en casa ajena, la matriarca adquiere la volatilidad de un gas noble, se expande por todas las habitaciones y llega a todos los rincones del piso, sin esfuerzo.

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