Técnicas de la mujer vasca para la doma y monta de maridos (9 page)

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Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Iñaki Terol,Isamay Briones

Tags: #Humor

BOOK: Técnicas de la mujer vasca para la doma y monta de maridos
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Éste es un ejemplo bastante normalito del destrozo que te puedes encontrar si pescas en el estanque de los desanzuelados. Pero si aplicas bien tus conocimientos puedes conseguir mejoras sustanciales. Vamos a ver qué se podría hacer con él: José va a salir algún fin de semana con la cuadrilla, no todos, va a seguir en el coro, pero después de la última aria que cante se va directo a casa y, si un día se queda a tomar algo, deberá llamar a su mujer y decirle hasta qué hora piensa quedarse. Lo de la fotografía se le acaba y con un día de pádel va que arde. El perro lo va a sacar él a mear, por instigador. Y suma y sigue.

Esto ya es otra cosa, así sí ya puedes empezar a plantearte la adopción.

Una buena estrategia para domar a tu ejemplar es averiguar previamente los motivos por los que su anterior relación fracasó y qué parte de culpa tuvo él, así podrás reforzar sus puntos débiles y tensar la correa debidamente. No es una tarea fácil, ya que la versión que él te dé no será imparcial, seguramente intentará hacerse la víctima, pero si sabes traducir sus palabras obtendrás una información muy útil.

Atención
: no conviene que te hagas con ejemplares que vengan de dos o más matriarcados, o sea, que hayan pasado por dos, tres o cuatro mujeres. Por mucha vocación de matriarca que tengas, ahí no merece la pena meterse. Busca en otros prados.

Por si hubiera un varón leyendo

¿Cómo lo llevas, compañero? Me extraña que sigas aquí, me esperaba más abandonos, tu coraje me deja boquiabierto. Te he mandado algún guiño que otro escondido entre los párrafos deslomadores, no sé si lo habrás captado, tampoco creas que tengo mucho margen de maniobra. Yo me debo a la temática y a intentar ser lo más objetivo posible aunque escueza. Lo de las segundas nupcias ha sido duro, no me digas que no te han venido nombres a la cabeza, quizá el tuyo, lo siento; pero es que nos ponemos a tiro nosotros mismos. Joder, si tienes lo del coro conquistado, no abuses con las cañas de después, ya te las tomarás el fin de semana. La teoría es fácil, pero luego te calientas con la soprano de la segunda fila y pasa lo que pasa, que nos conocemos todos. Bueno, esto sigue. Ahora sí que te recomiendo saltarte lo que viene. Lo de ahora no es broma, yo lloré escribiéndolo, te lo juro. Si mañana tienes un día difícil, mírame a la cara, no lo leas, ya te lo resumo yo en el siguiente recuadro. Suerte. Por cierto, ¿qué tal fue tu ceremonia de implantación del chip? Venga, esa sonrisa me deja más tranquilo.

Quinta
parte
la
doma
Mi marido hace lo que quiere

El primer inconveniente que se va a encontrar la mujer que quiera formar un matriarcado es la tendencia natural del hombre al libre albedrío. En la mayor parte de las culturas el macho es el que lleva la iniciativa, ordena, manda y se cuelga las medallas. No vamos a entrar en juicios de valor ni opiniones al respecto. Lo cierto es que, hoy por hoy, la balanza todavía está desequilibrada hacia el lado masculino. Razón de más para apostar por el matriarcado, que, como hemos explicado en anteriores páginas, es el régimen más natural y menos imperfecto que se conoce; por encima incluso de la democracia.

El primer impulso de la mujer primeriza, aprendiz de matriarca, será el de cortar las alas de su marido desde el primer momento, sin ningún tipo de delicadeza, a machete. No es una opción recomendable, porque corremos el riesgo de que la tristeza se apodere del hombre de tu vida, y un hombre triste es muy difícil de combinar con el resto de la familia y los amigos. Tampoco es bueno dejar que pase mucho tiempo sin actuar, ya que podría entrar en una fase de seguridad personal y autosuficiencia que constituiría un riesgo para el régimen que queremos instaurar. Algo similar ocurre con los cisnes en cautividad: es necesario darles espacio al lado del estanque para su disfrute, pero no demasiado, porque pueden coger carrerilla y emprender el vuelo. Sí, los cisnes vuelan. La pregunta está servida: ¿cómo y cuándo debemos interferir en la vida de nuestro cónyuge para que, sin perder su plumaje y su elegancia, esté siempre nadando en nuestro estanque?

A continuación te vamos a desvelar una serie de frases demoledoras que, bien utilizadas, irán tejiendo las riendas simbólicas que te permitirán dominar al padre de tus hijos sin apenas esfuerzo.

Frases demoledoras

El hombre, al igual que el caballo, es un ser asustadizo e indeciso de por sí; no es necesario asustarlo más, el susto viene con él. Lo que tenemos que conseguir es que se enfrente a sus temores sin necesidad de mostrárselos claramente, sin amenazas explícitas, hay que gobernar con sutileza, lo que se conoce popularmente como «tener mano izquierda». Para ello nada mejor que empezar con una frase desestabilizadora que lo dejará al borde del abismo cada vez que la escuche.

«T
Ú VERÁS
»

El potro salvaje que ahora convive contigo querrá beneficiarse de las bendiciones y las comodidades que le ofrece un cálido hogar sin perder su carácter indómito y su condición de libertad. Esta disyuntiva suele ser el origen de los conflictos que surgen en los primeros días de convivencia. Generalmente él, agobiado por la alambrada que ahora lo rodea, intentará salir al campo abierto donde tantos buenos momentos ha vivido. Y lo hará sabiendo que no debe o, por lo menos, intuyendo que su nueva circunstancia conlleva renuncias en pos de una vida familiar. En otras palabras y volviendo a lo explicado en el párrafo anterior, el hombre está poseído por el temor.

Para explicar de una manera más práctica la utilización de las frases demoledoras voy a recrear una escena habitual de cualquier pareja.

El hombre está invitado a una cena espectacular con una cuadrilla con cata de vinos y campeonato de mus el viernes por la noche. Sabe que no debe ir, porque esa semana ya ha tenido su cena de cuadrilla, la de los martes, y el viernes es el día en el que suele salir con su mujer. Le apetece horrores asistir, incluso está apuntado desde hace semanas, pero teme la reacción de su esposa ahora que las cosas van bien. El miércoles, con cara de niño bueno, decide enfrentarse al quebradero de cabeza.

—Cariño, que estoy pensando que este viernes podríamos suspender lo del cine y así aprovecho para ir a saludar a Peio, que lo ha pasado muy mal últimamente, y de paso, ya sabes, me dirá que me quede a cenar, y como no se le puede decir que no… ¿Cómo lo ves?

—Tú verás.

Con esas dos palabras, cruel combinación, la mujer devuelve la pelota al tejado del marido; la bola de plomo, para ser más exactos. No hay peor receta para un indeciso que forzarlo a tomar una decisión. Sin negación, sin prohibición, simplemente dejando claro que el que quiere algo tiene que arriesgar. Es una jugada maestra que sin necesidad de enseñar las cartas indica que hay partida y que está ganada de antemano. El pobre hombre ahora tiene la misma preocupación pero multiplicada por cien, y con una merma considerable en su seguridad personal. La mujer ha colocado el bocado en las mandíbulas del potro.

«T
Ú VERÁS LO QUE HACES
»

Nuestro pobre hombre, noqueado, paralizado y con una presión que reventaría la pared de un pantano, vuelve a la carga al día siguiente. Los amigos cuentan con él, son ocho y si falla los deja colgados para las partidas de mus; está contra la espada y la pared. Vuelve a intentarlo con la misma inocencia artificial que utilizó la primera vez.

—Cari, que todavía no hemos decidido lo de mañana y, como se acerca el día, pues eso, que estaba pensando que si me quito esa obligación de encima, mejor. Y además, podemos ir al cine el sábado y el domingo, hala, dos días. ¿Qué te parece, cari?

—Tú verás lo que haces.

Una corriente de aire frío penetra en el alma del valiente caballero y lo zarandea hasta colocarlo al borde de un precipicio que linda con un abismo tenebroso de donde llegan aullidos de fieras y vapores sulfurosos. Ese alargamiento de la frase guillotina, incluyendo el verbo «hacer», que lleva la acción implícita en su significado y que recuerda de una manera preclara que la decisión no va a ser colegiada, es recibido como el pisotón de un elefante africano.

«A
LLÁ TÚ
»

Es viernes, al mediodía, un manojo de nervios, sudores y temblores, adornado por un sinfín de tensiones musculares y un desorden intestinal agudo, con gafas y un batín, se aproxima lentamente por el pasillo hasta llegar a la cocina, donde se encuentra con la espalda de su mujer en acto de servicio.

—Que, al final, he pensado que, aunque no me apetece nada, voy a hacer un esfuerzo y voy a ir a la cena, o sea, a donde Peio. El pobre lo agradecerá mucho.

—Allá tú.

Lo que queda del marido se estremece de miedo seco ante la losa que le acaban de mostrar. El «allá tú» suena desgarrador, a «más allá» y ese tipo de cosas, hemos entrado en territorio sagrado y nos lo han hecho saber. Estábamos bailando claque alegremente y lo hacíamos sobre las tumbas que ahora vemos. La sentencia está dictada. El hombre, que por un lado se ha quitado un peso de encima, acaba de firmar una hipoteca con unos intereses leoninos que lo estarán esperando a la vuelta de la esquina.

«C
ONTENTA ME TIENES
»

El remate de la secuencia se produce en el instante en el que el potrillo entra en casa, de puntillas, a las cuatro de la mañana, después de la cena, con olor a humo de puro y un aliento que encendería la antorcha olímpica. Se adentra en la habitación oscura con la esperanza de no haber despertado a su domadora, se desnuda y se posa ligero en la esquina de la cama evitando el roce delator. Mientras canta victoria acunado por el balanceo del barco en el que se ha subido con el segundo cubata, le cae un cubo de agua gélida.

—¡Contenta me tienes!

Por primera vez la mujer expresa su estado de ánimo, su opinión al respecto, y lo hace irónicamente y sin estridencias. Es la frase estilete, el punto y final de la historia, la rúbrica de la domadora. El momento en el que el hombre, en actitud de solemne arrepentimiento, si pudiera, volvería hacia atrás en el tiempo y suspendería la cena. En otras palabras, que le acaban de quitar
lo bailao
. Para reforzar el momento, y darle, si cabe, más dramatismo, se puede encender la luz de la mesilla un segundo antes de pronunciar la frase. Esto último sólo está recomendado con maridos deportistas, con el corazón entrenado para latir a doscientas pulsaciones. Para esta última intervención existe otra variante, no menos dañina, y que causa el mismo efecto.

«T
E PARECERÁ BONITO
»

Con apenas una docena de palabras, dichas en su momento y con la entonación oportuna, liemos conquistado varias hectáreas de la voluntad de nuestro pura sangre. No conviene abusar de estas coletillas, más bien, latiguillos, porque perderían su efecto; hay que saber administrarlas y utilizarlas sólo en esos momentos cruciales que la mayoría de mujeres conoce perfectamente. Y, por favor, sin regodeo, que escocer ya escuecen.

El primer corte de pelo, la ley marcial

Nueve de cada diez hombres encuestados prefieren a las mujeres con el pelo largo, el décimo es dentista y come chicle con azúcar. Curiosamente, nueve de cada diez mujeres vascas llevarán el pelo corto, o muy corto, en alguna fase de su vida, generalmente a partir de su emparejamiento.

De todos los cortes de pelo a los que se somete una mujer vasca hay uno que marca su relación de pareja para siempre; es el primero, que es el que coge por sorpresa al
recluta
y le enseña que la familia es un pequeño ejército y que tiene que estar preparado para entrar en combate en cualquier momento. Esa chica de la melenita hasta los hombros, que te hizo tilín, con la que mantuviste un noviazgo no exento de juegos eróticos, a la que le apartabas el flequillo para mirarla fijamente a los ojos, aparecerá en el salón de tu casa un día cualquiera rapada como un sargento de la legión.

No podemos asegurar que la intención sea la de privar al hombre de uno de los símbolos de la feminidad, como es el pelo largo, no tenemos la certeza de que sea por ese motivo. De hecho, hay mujeres que se cortan el pelo sin saber por qué, como atraídas por una fuerza magnética que las hace posar su trasero en el sillón de la peluquería y decirle al estilista: «Hazme un hombre, Charly». Tampoco sería lógico que una mujer tan práctica como la vasca tuviera que dedicar horas de lavado y cepillado a una melena mientras puede dedicarse a cocinar unos txipirones en su tinta. Ahora, sí que es cierto que en algunas ocasiones se aprovecha la circunstancia y se utiliza el corte como medida disuasoria sexual; como el torero que se corta la coleta cuando no va a protagonizar más corridas.

Pido disculpas por un paralelismo tan chabacano y fácil, pero me venía que ni pintado.

Sea como fuere, consciente o inconscientemente, la mujer vasca opta por el pelo corto, o muy corto. Y esto le añade cierto aire marcial al matriarcado, por si estuviera poco claro el papel dominante que ejerce ella.

Los primeros castigos sexuales

No hay Tribunal Supremo que valga, ni derecho internacional que te ampare; cuando una mujer vasca decide utilizar el suministro sexual como moneda de cambio, estás acabado. El castigo sexual, también denominado la pena de alcoba, es una de las grandes tragedias que asolan nuestro pueblo. Estamos hablando de miles de hombres soportando condenas desproporcionadas, en soledad, en silencio, sin derecho a réplica y, lo que es peor, sin respaldo social. A ver quién es el valiente que monta una asociación de afectados por llevar tres meses y un día sin frote, y mucho menos una manifestación con pancarta.

Es un tema tabú, que ni siquiera se comenta con la cuadrilla, que es el único foro donde el vasco muestra su intimidad. Pero, aunque no se exprese de una manera clara, se sabe cuándo un miembro de la cuadrilla ha sufrido un corte en el suministro. La mirada se vuelve triste, se pierde capacidad de concentración en las conversaciones intrascendentes y se crispan los nervios con facilidad. Cuando esto ocurre, los demás compañeros lo hablan entre ellos y procuran darle cariño extra para hacer más llevadero el vacío; eso sí, nunca se le pregunta directamente el tiempo que lleva sin mojar, a lo sumo se le tiran algunas indirectas en el momento de la despedida:

—Bueno, Antxon, a ver si mañana sale el sol, venga, ánimo.

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