Técnicas de la mujer vasca para la doma y monta de maridos (10 page)

Read Técnicas de la mujer vasca para la doma y monta de maridos Online

Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Iñaki Terol,Isamay Briones

Tags: #Humor

BOOK: Técnicas de la mujer vasca para la doma y monta de maridos
6.71Mb size Format: txt, pdf, ePub

La mujer vasca es consciente de qué necesita el hombre para no plantearse ninguna cuestión existencial, o sea, para aproximarse a lo que sería la felicidad: buenas digestiones y buenos revolcones. Si todos los hombres tuviéramos aseguradas estas dos cuestiones, se extinguirían los filósofos y los críticos en dos días. ¿A quién le importa de dónde venimos delante de un chuletón de kilo y a sabiendas de que la siesta va a ser bilingüe? Por tanto, la supresión de uno de los dos pilares básicos de la alegría del varón se antoja jugosa como medida de represión. Y, por supuesto, es del todo improbable que una mujer vasca tenga un borrón en asuntos de mantel.

—Mari, que te tengo que decir que he conocido a otra y quiero el divorcio.

—Bien, luego hablamos, que ahora estoy con la merluza en el fuego, vete poniendo la mesa.

Así que nos queda el sexo como única opción punitiva.

Existen dos tipos o dos maneras de entender el castigo sexual, y son tan eficaces como despiadadas, dicho sea de paso. Por un lado tendríamos el corte brusco, que como su propio nombre indica es un «ni me toques hasta que yo lo diga». Suele ser de carácter indefinido y motivado por una falta grave del cónyuge en cuestión. Luego está la dejadez organizada «olvídate de los tangas», que consiste en ir poco a poco perdiendo fogosidad e intención erótica, lo que se conoce vulgarmente como el enfriamiento del nido, o la braga de tres palmos. Es menos traumático, pero incómodo de llevar, ya que va desapareciendo el estímulo paulatinamente y corres el riesgo de caer en la desgana crónica. Esta última suele estar motivada por la reiteración de las faltas leves.

Cada cual es libre de elegir el castigo que crea conveniente, pero huelga decir que de cortes bruscos han nacido reconciliaciones espectaculares.

Teniendo en cuenta que no existe jurisprudencia escrita sobre este tipo de sentencias, hemos desarrollado un cuadro orientativo de penas, basado en las confesiones de txoko y barra de bar que hemos conseguido gracias a la valentía y a la generosidad de algunos hombres sin nombre.

T
ABLA DE CASTIGOS EN FUNCIÓN DE LA EDAD Y DE LA GRAVEDAD DEL HECHO
Delito
Edad de la pareja
Castigo
Olvido de una fecha importante, como el aniversario
De 20 a 30 años
Libre de culpa
De 30 a 40 años
Libre con fianza de cena para dos
De 40 a 60 años
De dos días a una semana de sequía
De 60 a viudedad
Se permite el vis a vis
Metedura de pata en una comida familiar con agresión verbal a cuñado o suegra
De 20 a 30 años
Libre de culpa
De 30 a 40 años
Una noche en blanco
De 40 a 60 años
Un mes de dejadez
De 60 a viudedad
Polvo de celebración
Ser pillado por sorpresa viendo una película porno
De 20 a 30 años
Un mes de corte
De 30 a 40 años
Una semana de corte
De 40 a 60 años
Libre de culpa
De 60 a viudedad
Gran festejo
No compartir tareas del hogar, cuidado de hijos, obligaciones varias
De 20 a 30 años
Libre de culpa
De 30 a 40 años
Cortes de un semana con reconciliación
De 40 a 60 años
De uno a tres meses de dejadez como mínimo
De 60 a viudedad
Libre de culpa
Abuso de los actos sociales, cuadrilla, fútbol…
De 20 a 30 años
Cadena perpetua
De 30 a 40 años
Seis meses de trabajos forzados
De 40 a 60 años
Dejadez ilimitada
De 60 a viudedad
Premio sorpresa de «hoy toca, cariño»
¡No hay dios que se coma esta bazofia!
Todas las edades
Pena de muerte de la relación

A día de hoy el castigo sexual es legal, muy duro, pero legal, y hasta bien visto en determinadas reuniones de parque y de cafetería. Claro, que hay que alternar la firme decisión del impuesto de castidad con la propia necesidad. En este aspecto la mujer vasca lo tiene muy claro.

Yo también quiero mi ración

La mujer vasca, incluso en plena fase de restricción sexual impuesta por ella misma, puede sentir la llamada de la carne. Por tanto, y a pesar de su fama de controlar sus emociones, no es ajena al calentón repentino —bendito sea— ni a la ley sagrada de las hormonas —benditas sean ellas también—. En ocasiones ocurre que el hombre, acostumbrado a la falta de costumbre, no hace una lectura rápida de la situación y se trunca una oportunidad. También es cierto, en honor a la verdad y en defensa del hombre perplejo, que no siempre los mensajes son claros en algunas mujeres, el paso de la severidad a la insinuación no es fácil de dar. Vamos, que hay mujeres que se ponen la lencería de puntillas como muestra de su deseo, confiando en que su marido la vea a través de la pana del pantalón, sin ninguna otra señal. Y, por supuesto, al día siguiente le reprocharán la oportunidad perdida.

—Mira, ayer llevaba las bragas que te gustan y ni te enteraste.

—¿Y cómo quieres que me entere si no me lo dices?

—Ah, pues para otra vez espabila, hoy ya no me apetece.

Y se te queda una cara de gilipollas que te dura varios días, porque además de haberte quedado sin mojar te sientes culpable. Hombre, estamos hablando de casos extremos, donde, probablemente, factores como la timidez o el pudor en el tema sexual desempeñen un papel determinante. Luego está la otra versión: la mujer que te lo anuncia desde la mañana para que te vayas preparando:

—Me imagino que esta noche no tendrás ningún plan con la cuadrilla, ¿no?

—¿Por qué lo dices?

—No, por nada en especial.

¡Ojo, compañero, que podrías perderlo todo si no captas el mensaje oculto!

La mujer nunca va a decir claramente que quiere echar un cohete, pero con esa advertencia, formulada en estilo indirecto, está todo dicho: esa noche está premiada. Me apiado del hombre que bien por despecho, por cansancio o por despiste no entienda esta regla del juego, porque está condenado de por vida.

Después entraríamos en el reparto de tareas amatorias: quién lleva la iniciativa, quién da el primer paso, quién apaga la tele y lanza el órdago de ir a la cama, quién arriesga con la primera caricia, etcétera.

Dominar al potro con una mueca

Un matriarcado como Dios manda además de serlo tiene que parecerlo; es necesario cuidar algunos aspectos estéticos. No es suficiente con que la mujer domine a su marido, lo tiene que hacer con elegancia, sin demasiados aspavientos, tanto en público como en privado. Hay que conseguir transmitir las órdenes con la mínima expresión, un matriarcado gestionado a gritos pierde interés. Sí, ya sabemos que lo ideal para algunas mujeres sería que pudieran llevar un silbato de ultrasonidos similar al que utilizan algunos adiestradores de animales, pero se formaría un caos en las reuniones sociales donde hubiera más de una pareja. Tampoco resultaría una visión agradable la de una mujer sacando el látigo del bolso para indicar a su marido que es hora de ir a casa. Por supuesto, palos con zanahorias y terrones de azúcar como incentivo quedan descartados.

Hay que conseguir que él entienda la orden con un leve gesto que sea imperceptible por los demás, a ser posible. Una mueca familiar, pequeña pero contundente: un reojo fulminante, una mirada fija, un movimiento de ceja, unos labios que se aprietan, etcétera. Esto no se consigue el primer día, es un proceso que empieza durante el noviazgo, cuando se realizan las primeras pruebas de armamento psicológico. Cada mujer tendrá que elegir su pequeño catálogo de muecas asesináis, que, dependiendo de su fisonomía o de su habilidad gestual, serán de una manera u otra. El abanico de órdenes que hay que transmitir es reducido, casi podríamos afirmar que con la clásica «Cállate, que te estás cubriendo de gloria» sería suficiente. Pero hay auténticas obras maestras del lenguaje gestual, mujeres que son capaces de hablar con su marido sin decir ni una sola palabra, y con una quietud tal que pasarían por figuras en el museo de cera de Barcelona.

C
ATÁLOGO DE CARAS, REOJOS Y SILENCIOS

Estoy bien

Ese comentario sobra

No apetece mucho…

No me lo creo, sigue intentándolo

Que sea la última vez

Hoy toca

Other books

Hart of Empire by Saul David
Honeymoon for One by Chris Keniston
The Clasp by Sloane Crosley
Suddenly at Singapore by Gavin Black
Bad Cop (Entangled Covet) by McCallister, Angela
Snuff by Terry Pratchett
Sundown Crossing by Lynne Wilding
My Dearest by Sizemore, Susan
Mantrapped by Fay Weldon