Read Técnicas de la mujer vasca para la doma y monta de maridos Online
Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Iñaki Terol,Isamay Briones
Tags: #Humor
Prácticamente al mismo tiempo que conozcas a tu futuro marido conocerás a sus compañeros de correrías: su cuadrilla. Para que lo entiendas: la cuadrilla es una institución itinerante que da cobijo y protege a sus miembros. Le pasa lo mismo que al átomo, que es indivisible y tiene poder de decisión sobre sus integrantes. Es más: hay quien sostiene que se trata de un ser vivo dotado de varios estómagos, ningún cerebro y dos temas de conversación: el fútbol y las mujeres. En otras palabras, esa institución que ampara a tu futuro marido no va a dejar que te lo lleves tan fácilmente. Antes te harán un examen de entrada con su consiguiente votación: valorarán si estás buena, si eres maja y si tienes sentido del humor. Si les gustas, podrás unirte a ellos y llevarte poco a poco a tu campeón, con la condición de que se lo devuelvas los fines de semana y para alguna cena entre semana. Paralelamente al examen que te realice la cuadrilla, tú deberás aprovechar para estudiarlos, más que nada para ubicarlos en tus presentimientos. Tienes que averiguar quién es «el liante» de la cuadrilla, en todos los grupos hay uno que arrastra a los demás; cuál de ellos es el que se va a casa el último y cuál es el más formal, el que nunca iría a un puticlub ni borracho. Estos datos serán vitales para controlar a tu marido en un futuro. Cuando tu campeón salga de juerga con ellos, sabrás lo que está pasando aunque no estés presente y sabrás a la mujer de cuál de ellos llamar si hubiera complicaciones.
Si después de los primeros encuentros, de conocer a su cuadrilla, te has decidido y ya tienes elegido al que va a ser el padre de tus hijos, es conveniente que le
implantes el chip
cuanto antes. No hay un día estipulado: puede ser la primera semana o a los dos años de relación, eso dependerá del tipo de noviazgo que te hayas planteado; hasta los diez años tienes margen. Lo más recomendable, en esta etapa de novios, es que le dejes probar la miel pero sin llegar al empacho, un buen racionamiento sexual que lo mantenga siempre en perfecto estado de revista. Si hay que pecar, que sea por falta más que por exceso, utiliza el suspense que tantos réditos le diera al tío Alfred en el cine. Eso sí, un día tendrás que darle algo que nunca hasta la fecha haya probado, creo que ya me entiendes, una clase magistral en la que encuentre el verdadero significado de la palabra «placer». No se trata de una exquisitez gimnástica salida del
Kamasutra
, para eso ya habrá tiempo más adelante, por ejemplo, en las crisis de cambio de década; para el
implante de chip
hay que apostar por un revolcón africano en toda regla: pasión, fuerza, fiereza desatada, garras, percusión de cadera y algún aullido de los que ponen la piel de gallina. Saca la loba que habita detrás de tus pololos y date un festín a tu salud.
Si te parece, puedes dejar de leer el libro en este punto, hasta que completes los pasos anteriores, más que nada por seguir un orden. No te vamos a dar lecciones de lo que es un revolcón de leyenda, lo sabes perfectamente; el día que os conocisteis a los dos se os pasó por la cabeza la escena, tan sólo hay que materializarla. Si ya tienes la «prueba de selectividad» aprobada, seguimos hasta la tumba y más allá. |
Tu campeón ya tiene el chip puesto, se puede decir que ya es tuyo, está marcado a fuego como un ternero de la Pampa, pero para afianzar las relación es recomendable que le enseñes qué otros cuidados le esperan a partir de ahora: ponle una especie de tráiler con los mejores momentos que vivirá a tu lado, como hacen en las películas. Para que te hagas una idea, ahora él es como esa mascota recién adquirida que está husmeando la casa y moviendo la cola en señal de alegría, y no sabe si le vas a dar galletitas o le vas a pasar el cepillo. Sorpréndelo con una buena comida y se quedará contigo para siempre, porque un estómago feliz es un estómago fiel. No quiere dedique en vuestra relación no vayáis a compartir temas intelectuales o espirituales, pero de entrada le llenarán más unas alubias con todos sus sacramentos que los pensamientos de san Juan de la Cruz. El hombre es simple y en el fondo lo que busca es lo que tú le ofreces: una madre que lo mime y que lo reprenda de vez en cuando. Aunque siempre se pelearán sus ganas de seguridad y la necesidad de aventura, en todos los sentidos del término. Ahora sí puedes empezar a enseñarle la madre que llevas dentro. Prepárale un menú sorpresa, como hacen en el McDonald's, pero en lugar de incluir un muñe-quito de regalo dentro, añade alguna especia de difícil pronunciación, por ejemplo, cardamomo o cúrcuma, y llena el plato de salsas de colores. Más adelante te agradecerá las lentejas de a diario y el polvo rutinario de los sábados.
Si completas los dos anteriores apartados con éxito, habrás terminado la fase de la caza. Ya puedes respirar tranquila: por fin tienes a tu campeón marcado, con el bocado metido en la boca, la silla en los lomos y los estribos colgando. Puedes empezar por pequeños paseos para entrenarte con el manejo de las riendas. Es buen momento para que conozca a padres, hermanos, hermanas, cuñados, cuñadas, sobrinos, sobrinas, y se vaya haciendo a la idea de que se va a integrar en una institución. Tendrá que pasar por el bautismo de la primera comida en casa de tu familia, donde le harán un examen de arriba abajo para determinar si es digno de ser tu pareja o marido, algo que te traerá sin cuidado porque tú ya lo has decidido. También tú tendrás que hacer lo mismo con su familia y te encontrarás frente a frente con su otra madre: la biológica. Si le caes bien a esa señora, tendrás una aliada en ella que te podrá enseñar todos sus trucos y estrategias de doma. Aunque no te va a resultar fácil ganarte a tu suegra, pues ahora te haces cargo de su hijo y necesitará sentir que vas a cuidarlo tan bien como ella. Pero no te preocupes: poco a poco tu matriarca interna te guiará, como en su día a ella la guio la suya.
Empieza la parte práctica del asunto y te vas a tener que armar de paciencia. Esa transformación que habías comenzado de novia a madre cada vez se hará más patente, el matriarcado estará dentro de ti pidiendo salir y no vas a poder hacer nada por evitarlo.
Los genes de tus ancestros se revolverán dentro de ti animándote a que tu matriarca salga a la luz y, en el momento menos pensado, te sorprenderás a ti misma hablando a tu marido con muecas en lugar de palabras, con silencios o reojos, signo evidente de que ya no hay marcha atrás. El se tiene que ir acostumbrando a tu metamorfosis y sé condescendiente si no se adapta fácilmente, dale su tiempo. Como quien dice, no puedes pretender que una mascota te cague y te mee en las arenillas el primer día, pero tú ahí las tienes por si acaso.
Ya te puedes quitar las faldas y sacar las botas y los pantalones de montar, ahora eres una amazona y tu objetivo es domar al potro. Al principio tienes que hacer que se acostumbre a ti; empieza a guiarlo suavemente, tira de la rienda para marcarle derecha, izquierda o al frente, más adelante ya le enseñarás a andar en diagonal o marcha atrás, incluso a bailar. Te sorprenderás de lo que se puede llegar a conseguir. Lógicamente, él va a querer seguir llevando la vida que tenía antes de conocerte, sin renunciar a nada y te querrá asignar un hueco en su agenda, porque a efectos prácticos para él ocuparás el mismo espacio que el partido de fútbol del domingo o que la cena de los viernes con la cuadrilla: eres un día y una hora determinados en el calendario. Vas a tener que negociar la nueva agenda, igual que un político el primer día de curso. Primero observa cómo tiene organizada su vida y luego actúa.
—Si te ha venido con tres o cuatro
hobbies
y una o dos cenas semanales, quítale uno o dos
hobbies
y una cena o lo tendrás todo el día descontrolado fuera de casa. Nunca le quites su
hobby
preferido sin darle otro de similar rango, porque puedes hacer que a la larga se le agrie el carácter.
—Si te ha venido con un
hobby
y una cena, déjalo como está, pero vigila que la cosa no vaya a más. Si uno de los
hobbies
fuera, por ejemplo, cantar en un coro, ten cuidado porque todos los coros terminan viajando por ahí y lo puedes tener tranquilamente una semana de
tournée
. En cuanto le oigas hablar de «encuentros de masas corales», «concurso de coros», «centenario de…», o cosas similares, preocúpate porque significa que quiere irse de vacaciones sin ti.
—Si te ha venido sin
hobbies
y las manos las tiene permanentemente en los bolsillos rascándose lo que pone la gallina, en plural, que también los hay de éstos, apúntalo a clases de ajedrez o de historia del arte; si no, lo tendrás todo el día pegado a ti, y tampoco es eso lo ideal. Anímalo también a que se vaya de cena con quien sea, siempre hay algún vecino solo que agradecería la compañía.
Al mismo tiempo que le quites sus divertimentos será bueno que le des ciertas cotas de poder para que la negociación no le resulte tan dura. Si por ejemplo le quitas un día de ensayo de coro y el viaje a Alemania por el centenario de Beethoven, déjale que decida si al perro le vais a cortar el pelo en casa o en la peluquería, que eso le va a hacer mucha ilusión. Tiene que sentir que su opinión también cuenta en las cosas de la casa. Si le quitas el tema de la fotografía profesional, durante las próximas semanas déjale decidir el menú de los domingos y el postre aunque quiera repetir brazo de gitano todo el tiempo. Da igual, el caso es que sienta que lo tienes en cuenta. En la mayoría de los casos basta con dejarle el mando de la tele durante los anuncios. Para él estas pequeñas decisiones serán grandes conquistas.
A estas alturas probablemente habrás visto muchas películas románticas con escenas de bodas, y casi con toda seguridad tendrás una imagen idealizada del asunto, aunque sea de tina manera inconsciente. A base de ver este tipo de escenas de ensueño del cine hollywoodiense, tendrás programado en tu mente el día de la boda como el más feliz de tu vida. Para Jennifer Aniston o Cameron Diaz puede que sea así cuando están trabajando, pero para ti la felicidad va a comenzar al día siguiente del enlace, justo en el momento en el que montes en el tren a tu primo segundo de León, todavía borracho y con el puro apagado en la boca para mandarlo de vuelta a su casa con un ibuprofeno en el bolsillo, y despidas al resto de invitados.
Por supuesto que celebrarás una gran fiesta, y disfrutarás bailando y charlando con los tuyos, pero en realidad tú no te estarás casando, que no te despisten tu bonito traje blanco, el ramo de flores que llevarás en la mano, el solomillo al roquefort del banquete o los gritos de «¡vivan los novios!» que escucharás de vez en cuando.
Vamos a ser claros, que llegados a este punto estarás en condiciones de escuchar la cruda realidad que tú misma has elegido. Tú no te vas a unir a tu media naranja, olvídate de las metáforas cítricas; amiga, ese día en el que todos tus familiares van disfrazados de película de mañosos estás haciendo lo que hace Angelina Jolie: adoptar a alguien, sólo que tu criatura no vendrá de un país exótico ni se llamará raro, a buen seguro será un morrosko sonrosado y de metro ochenta. Ésta es la realidad te guste o no: tu ceremonia de matrimonio es un contrato de adopción. Adoptas un niño grande que no puede valerse por sus propios medios aunque no lo sepa, y menos ese día, que estará hinchado como un globo aerostático ajeno a lo que se le viene encima. Pero tú sí lo sabes, y su madre biológica también, tan sólo tendrás que cruzar la mirada con ella para sentir que le acabas de quitar un niño a una señora que va a comer tarta de merengue en tu misma mesa.
Esta opción es cada vez más habitual y merece ser tratada de manera exclusiva. Que el
ejemplar
venga de unas segundas nupcias significa, antes de nada, que eres una valiente, porque recoges los restos de un naufragio; a buen seguro que adoptas un ser que está ya sin lustro, con las crines lacias, con la mirada mustia y, si cabe, más asustadizo de lo normal. Tu campeón no es ese potro virgen que un buen día te encuentras trotando por la pradera. Éste ya ha pasado por un matriarcado, lleva sus kilómetros encima y sabe cómo pedir su panocha de maíz extra. Aquí hay mucha tarea que hacer. Cuando has elegido tu campeón en el mercado de la segunda madre, de la ocasión, del bazar morisco, el matriarcado exige una refundación. Si te viene de un buen matriarcado, habrá cosas básicas que ya estarán aprendidas y no tendrás que enseñarle tú, como «dame la patita» y «siéntate». Pero, como te venga de un matriarcado mal regentado, vas a tener que empezar de nuevo las fases de monta y doma. Para ello tendrás que desprogramar antes todo lo que tiene grabado en su disco duro, borrar, resetear, eliminando así todos los vicios adquiridos. Esta tarea puede alargarse meses e incluso años, dependiendo del adiestramiento aplicado por tu predecesora. La labor te hará merecedora de la santidad, te ganarás el cielo aunque no obtengas reconocimiento alguno en la tierra. Si la anterior dueña aplicó un matriarcado en el que destensó mucho la correa, o dicho de otra forma, le dejó mucha libertad al susodicho, átalo en corto desde el principio y luego ya le irás destensando la correa poco a poco. Lo importante es que tú pongas las riendas a tu medida. Pero no todo son inconvenientes, sería injusto no reconocer que las segundas nupcias a veces son más estimulantes de lo que parecen: si te viene con hijos, vas a poder memorizar en tu agenda las fechas de sus cumpleaños, santos y demás efemérides para recordárselas en caso de que se le pasen y encargarte de los regalos correspondientes. Va a ser un bonito reto, de los que a ti te gustan.
Para que veas los estragos que puede causar un matriarcado malo, aquí tienes un ejemplo simulado: José está mal acostumbrado a hacer una cena todos los fines de semana con su cuadrilla, pertenece a una sociedad fotográfica, juega al pádel los miércoles y los viernes, y además ensaya en un coro los jueves, y casi siempre se queda a tomar unas cañas después del ensayo. José nunca llama a su mujer para decirle si va a llegar tarde. José apoyó a su hijo para que compraran un perrito con un «si quiere un perro, pues déjalo, mujer». Pero, al final, la mujer terminó sacando al perro a mear. Y suma y sigue. Vamos, quejóse ha vivido mejor que un oso panda en cautividad.