Técnicas de la mujer vasca para la doma y monta de maridos (6 page)

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Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Iñaki Terol,Isamay Briones

Tags: #Humor

BOOK: Técnicas de la mujer vasca para la doma y monta de maridos
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Por tanto, y tirando por lo alto, podríamos establecer que con tres o cuatro veces que se pronuncie «te quiero» a lo largo de una vida en común sería más que suficiente. Incluso está bien visto que una o dos veces se pase el mal rato de manera indirecta; se le puede decir a una amiga de la mujer para que se lo haga saber cuando ella crea conveniente.

Y de la misma manera que no verbalizan el amor, tampoco hacen ostentación práctica. La pareja vasca no se prodiga muestras de cariño en público, a lo más que llegan en la calle es al clásico pasear agarrados del brazo o del hombro, pero sin que las manos bamboleantes toquen zona erógena. Por supuesto, el arrebato amoroso en plena calle está totalmente descartado, léase el beso furtivo o desprevenido o el cachete en el culo, tan habituales en las plazas de Roma y París, por ejemplo. Así que tampoco es necesario emplear las muletillas horteras que se suelen utilizar para referirse a la persona amada: cariño, cari, corazón, pichurri, etcétera. Y mucho menos ya delante de la familia, cuando el pudor amoroso alcanza sus máximas cotas. Es más difícil ver unos padres darse un beso en una reunión familiar que ver un koala bajar de un eucalipto.

Por si hubiera un varón leyendo

Ya sé que piensas que soy un inconsciente por haberme metido en este lío, en el fondo te entiendo. Me costó decidirme, pero al final pensé: es la primera vez que nos dejan escribir la historia a los vencidos, hay que aprovechar la ocasión. ¿Cómo lo llevas hasta ahora? Asusta, ¿verdad? Pues todavía no ha empezado lo gordo. Para que te hagas una idea, estamos en el felpudo de la casa del terror, todavía ni hemos entrado. Hay capítulos que te ponen los pelos de punta, de llorar. Yo, al escribirlos, he llegado a saltar de la silla del susto. Si te soy sincero, me siento raro; como si fuera el asesino y el muerto al mismo tiempo, no sé si me explico. Bueno, a lo hecho pecho. La parte que viene a continuación no es la más jodida del libro, pero tampoco es para leerla en voz alta en el txoko, tú me entiendes. Si quieres, te la puedes saltar. Seguimos en contacto. Ah, y no te preocupes por mí, de peores hemos salido.

Tercera
parte
el
matriarcado
Un legado para la humanidad

Las suecas se convirtieron en los años setenta en el paradigma de la sexualidad a granel, el desenfado bien entendido y el golferío playero. Incluir el término «sueca» en el título de una película era toda una declaración de intenciones que no auguraba, por cierto, que estuviéramos ante una obra de arte y ensayo. Indiscutiblemente, el tópico y la generalidad encierran injusticias, estoy seguro de que habrá habido siempre suecas recatadas, bajitas y morenas con bigote, pero en el inconsciente colectivo —que es una especie de Wikipedia formada por nuestras miserias— la sueca es rubia, alta, tetona, de ojos azules, de risa floja y de ligue fácil. A pesar de su fama de mujer liberada de prejuicios sexuales, la mujer nórdica no es considerada por la cabaña de machos ibéricos como una mujer sensual, ese privilegio se lo otorgamos, por ejemplo, a las caribeñas y a las asiáticas; estas últimas, con un matiz de fragilidad y timidez. Por supuesto, la mujer mediterránea estaría en lo más alto del escalafón de nuestros deseos, aunando sensualidad, voluptuosidad y cercanía, que es importante. Cada latitud o cultura nos aporta una sensación, un color, un estímulo diferente; el atractivo misterio del mundo árabe, el morbo francés o el nulo interés por ver un esquimal desnudo. Está claro que todas estas apreciaciones son subjetivas y cambiarán según el punto de vista, pero de la misma manera que digo esto estoy convencido de que a ningún lector le extrañarán las conclusiones aquí vertidas.

La mujer vasca ha preferido siempre mantenerse al margen de las disputas de la carne, no lidera ningún ranking erótico, y cuando la han retratado los pintores, ha sido portando cestas de pescado en la cabeza o reparando las redes de los pescadores; en una palabra, trabajando. No quiere esto decir que no existan vascas hermosas y conocedoras de sus encantos, por supuesto que las hay, a millares, y les dura la guapura más que a las noruegas, abocadas a la vejez sin complejos y sin tinte. Pero, siendo honestos, tenemos que reconocer que si por algo es famosa la mujer vasca en el mundo es por el matriarcado; su gran legado para media humanidad. Mientras otras mujeres han empleado los siglos en mirarse al espejo, la mujer vasca, sin hacer el menor ruido, ha obrado un sistema casi perfecto de gestión de los recursos propios y ajenos, que podría ser la piedra filosofal sobre la que se construyera la nueva humanidad.

Virtudes del matriarcado

La primera y más evidente es que yo, hombre, mayor de edad y con plenas facultades mentales, rodeado de mujeres vascas, principal antagonista de este cuento, no puedo sino hablar maravillas del régimen matriarcal. No contento con admirarlo, me embarco en la aventura de escribir un libro para propagar sus bondades por el ancho mundo. Y saliéndome un poco de Estocolmo, reconozco que también estoy posibilitando un eficaz antídoto contra la «mordedura de la víbora», ya que me consta que hay infinidad de hombres que sienten como si sus vidas no les pertenecieran exactamente a ellos, por muy felices que éstas sean. De los síndromes, las consecuencias y los daños colaterales del matriarcado iremos dando cuenta a lo largo de este libro. Ahora centrémonos en la parte positiva.

El matriarcado es un régimen totalitario y sibilino de carácter vitalicio que sólo puede ser derrocado por otro matriarcado más fuerte. Una de sus principales ventajas es que su gobierno se desarrolla en la clandestinidad, sin el desgaste que conlleva la ostentación del cargo. En otras palabras, que aunque las ruedas de prensa, los mítines y las fotografías oficiales las protagonice el hombre, aquí manda la mujer, y punto. Es un dominio absoluto, similar al que ejerce el ventrílocuo sobre su muñeco —leer esto es duro, ¿verdad, compañero? Ya te he dicho que te podías saltar el capítulo—. De todas formas, no hay que confundir «dominar» con «abusar». En la mayoría de los casos el matriarcado hará que todos los seres que estén bajo su influjo alcancen la mejor versión de sí mismos: «Lo hago por tu bien, cariño». De ahí la fama de lustrosos y sanos que tienen los
chicarrones del norte
, que no es sino consecuencia de los cuidados de sus dueñas, por qué no decirlo. Está demostrado que los maridos bien gestionados duran más años y son más productivos que los que campan a sus anchas.

No vamos a caer en la tan manida frase «detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer». Este eslogan machista no define el matriarcado. En nuestro caso la mujer no sólo no está detrás, sino que su ubicación no atiende a las leyes físicas, es una presencia de rango espiritual, una especie de «posesión maternal» que no te la quita ni el padre Carradine en sus mejores años.

¿Cómo fundar un matriarcado?

Obviamente, para fundar uno tienes que ser mujer, es requisito indispensable. En las parejas de hombres homosexuales no se puede dar el matriarcado, ni siquiera apelando a una sensibilidad extrema. Otra condición imprescindible es tener pareja, un matriarcado como Dios manda sólo se puede disfrutar actuando sobre el marido. Las mujeres que decidan vivir solas en compañía de sus mascotas, por muchos amigos con derecho a roce que tengan, quedan fuera del marco legal del matriarcado.

Existen tres formas de acceder al régimen matriarcal. La primera y más frecuente es recibir la bendición de la madre, nacer de matriarca te convierte directamente en portadora del virus del matriarcado. Llevarás la semilla en tu interior toda la vida y florecerá el día menos pensado: te sorprenderá como la primera menstruación, pero sobre todo dejara perplejo a tu marido. La segunda manera de fundarlo es casarte con el primogénito de un clan que se ha regido por el régimen matriarcal. La Gran Madre, la suegra, te traspasará sus poderes, algo que se viene realizando desde tiempos inmemoriales, un ritual secreto que ha sobrevivido de generación en generación gracias a la tradición oral. Dice la tradición que, antiguamente, la suegra entregaba a la nuera el cucharón de la sopa o brurruntzale y ambas visitaban juntas las tumbas de los antepasados de la familia —vamos, lo que popularmente se conoce como impresionar a la chavala—. En otras ocasiones las dos mujeres se encerraban en una habitación y bebían vino o tomaban algún refrigerio —esta opción tenía más aceptación, lógicamente—. Los rituales modernos ofrecen más variedad en cuanto a la forma en la que se realiza la ceremonia. Con todo, las claves del don matriarcal siguen siendo un enigma que te desvelaremos con todo lujo de detalles en el presente libro.

Por último, y menos frecuente todo hay que decirlo, tendríamos el matriarcado que surge por generación espontánea gracias a una mujer que decide en un momento concreto de su vida tomar las riendas de su linaje, independientemente de su origen y de la circunstancia de su pareja. En las siguientes páginas encontrarás la información que estabas buscando, sólo te pido que hagas buen uso de ella, tanto si eres mujer como si eres hombre; conocer el truco no nos convierte en magos.

Anular el influjo de la madre

Para llegar a un perfecto entendimiento sin necesidad de vernos en la incómoda obligación de tener que desarrollar aburridas teorías psicológicas, vamos a dejar algo claro de antemano. La división de la humanidad, atendiendo al género de la persona, no es mujer y varón, como nos han estado colando desde hace siglos los manipuladores del pensamiento. La eterna dualidad se expresa plena y verdadera si manifestamos que existen «madres e hijos», por supuesto que «hijas» también, que un día podrán llegar a ser madres, a diferencia del hijo, que será hijo hasta el final por mucha barba que se deje. La figura del padre quedaría relegada a un título honorífico sin más. Puede parecer sorprendente la afirmación, pero, si elevamos la mirada y nos situamos en un plano metafísico, podemos asumir con total naturalidad que todos los seres vivos somos hijos de la madre tierra o de la madre naturaleza. A niveles superiores comprobamos que «el padre» no aparece por ningún sitio. Sí, te ha venido a la cabeza Dios padre, ¿verdad? Bueno, el que pueda demostrar el sexo de Dios que tire la primera piedra. Yo, si tuviera que apostar, y teniendo en cuenta que rabo tiene el diablo, apostaría por… Y el que diga, a estas alturas del belén, que san José ha sido determinante en la historia sagrada miente.

Por tanto, la relación madre-hijo es la única relación posible, con todos sus matices, y aclaraciones pertinentes que nos alejen de ideas incestuosas y malas interpretaciones. Aceptando esto —venga, no se rebele, que el libro es de humor; relájese y sígame la corriente—, podemos ir entendiendo la importancia y el poder del matriarcado. Sencillamente es la representación de la fuerza de la naturaleza.

El hombre siempre buscará a la madre, la única referencia afectiva que puede entender; además, madre no hay más que una. En eso el hombre no es infiel, es hijo de una sola madre que lo acompaña desde que nace hasta que muere, o hasta que aparezca otra mujer que decida ejercer de
madre
. Efectivamente, amiga, el gran mandamiento del matriarcado es éste:

Anularás el poder de la madre y ocuparás su lugar.
La gestión de la comida y el sexo, del manantial al grifo

Los dos pilares básicos de la felicidad de un hombre son la alimentación y el sexo, y si tenemos en cuenta que su existencia discurre en un movimiento cíclico que oscilaría del «yo vacío» al «yo saciado», dejamos claras bastantes cosas. Efectivamente, el control del suministro, y asegurar la buena calidad del mismo, es fundamental para coger las riendas del gobierno familiar. No podemos jugarlo todo a una sola carta, es importante tenerlo agarrado tanto por la bragueta como por el babero, y para ello tenemos que entrar a competir con los platos de su madre, que están registrados en la memoria gustativa del hombre como insuperables. No podemos pretender desbancar a la Gran Madre de buenas a primeras; además, sería un error. La mejor opción es aliarse, que nos enseñe alguna receta para que el trauma de la separación resulte llevadero. Hay que tener en cuenta que un marido es como un injerto, no es más que una rama cortada del árbol que tú introduces en un nuevo tiesto para que eche raíces. Al principio hay que abonar la situación a base de platos de su gusto con algún toque especial que los haga diferentes. El no tiene que sentir que lo estás separando definitivamente de la «olla madre». Poco a poco, cuando veas que repite la comida y ya no menciona las lentejas de su madre, da una vuelta de tuerca y arriesga con un guiso nuevo, una novedad, un sabor dominante que le entre en las papilas gustativas como una bocanada de aire fresco. Ésa será tu firma.

Con el sexo no vas a necesitar tantos miramientos como con la comida: de entrada él va a agradecer todo lo que le pongas delante y es raro que el vasco, con su carácter práctico y su poca fama de
latinlover
, vaya a entrar en las comparaciones sexuales. El recorrido sexual de un vasco, por lo general, no es el de un bailarín cubano o el de un jeque árabe; cuando llegue a ti, podrías poner todos los preservativos que ha usado en su vida juntos y no darían la vuelta a la Tierra, ni siquiera a la bola del mundo que tiene en el escritorio. Siempre hay casos aislados, pero ésos no entran en las estadísticas que manejamos todos. La consecuencia de ello es que al convertirse en tu pareja va a ver las puertas del Edén abiertas de par en par, porque jamás antes habrá experimentado el placer de dormir tantos días seguidos al lado de una mujer, salvo los primeros días de su vida en el hospital junto a su madre. La posición de su almohada contigua a la tuya en el lecho matrimonial le va a hacer creer que tiene derecho al retozo continuo. En otras palabras: siempre va a estar dispuesto a tener sexo contigo. Lo que no sabe es que tú no. Tú vas a administrarle bien este preciado
manjar
para que no se empache. Además, lo estarás haciendo por su bien. A ver, es lo mismo que si a un mono le das todo el azúcar que te pide: lógicamente va a disfrutar con el festín, pero le va a entrar sordera. El tiene que saber que tienes algo rico para él, pero que se lo vas a dar a poquitos. Vas a convertirte en su gestora sexual. Según tú dispongas, y con un criterio que no obedecerá a la fluctuación de la libido, él tendrá épocas de abundancia y otras de escasez o sequía, pudiendo llegar a la hambruna; utilizando otra metáfora, pasarás de ofrecerle un manantial a cerrarle el grifo. De vez en cuando dale un susto largo y castígalo sin
su ración
. Con motivo de una bronca tonta el día de Nochebuena ciérrale el grifo, y que vea que llega el mes de abril y que le está faltando su
terrón de azúcar
. Verás cómo se vuelve más dócil, comprensivo y colabora más en el buen funcionamiento del hogar. Incluso notarás que su voz se vuelve más suave y te habla con los párpados medio entornados, lo que se llama con cara de cordero degollado. De nuevo no hay más que observar cómo funciona la fauna animal.

Tu marido es un delfín, tu sexo es el arenque, haz que se lo gane.
¿Has visto de lo que son capaces de hacer los delfines en los aquárium por un arenque? Si a ese delfín que han metido en esa bañera grande el primer día le dan cien kilos de arenque, ¿cómo pretenden que hagan «plisti plasta» con las aletas a sus cuidadores el día que le ponen sólo un pez en el morro? Pues eso, ponle el premio y que siempre tenga ganas de pedir más.

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