Técnicas de la mujer vasca para la doma y monta de maridos (11 page)

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Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Iñaki Terol,Isamay Briones

Tags: #Humor

BOOK: Técnicas de la mujer vasca para la doma y monta de maridos
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¿Cómo comportarte con tu marido en público?

Es conveniente advertir que el marido en público o, lo que es lo mismo, con público expectante es cuando más problemas puede ocasionar. Se crecen, se llenan de ego, se les hincha el pecho y pueden llegar a sentir seguridad en sí mismos, hecho altamente peligroso para el régimen matriarcal. Además, la euforia desmedida genera frustración, y esa secuencia de altibajos puede alterar la analítica y dañar su salud. Por eso es muy importante la misión de la mujer como reguladora del estado de ánimo del
showman
.

L
A MIRADA DE SOSPECHA O SUPERIORIDAD MANIFIESTA

Una de las conquistas más hermosas que experimenta la mujer vasca es la de crear en su marido la sensación de amenaza constante, lo que se conoce en el sector masculino como «camino sobre campo minado». Para ello la mujer tiene que ensayar una mirada de sospecha que provoque en el marido desasosiego e inseguridad permanentes. Una mirada con matices de escepticismo y una clara superioridad —que es lo que realmente siente la mujer vasca respecto a su pareja—, como aquel que escucha sabiendo que está en posesión de la verdad. Para que nos entendamos, tendríamos que conseguir un efecto similar al de la música inquietante que crea el clima de tensión en una película de terror. No es necesario sobreactuar levantando las cejas en señal de incredulidad, estamos hablando de ligeros matices de expresión, para que sean percibidos exclusivamente por el marido en cuestión.

N
O LLAMARLO POR SU NOMBRE

Otra manera de ningunear sutilmente al hombre de nuestra vida y, por tanto, de conseguir un debilitamiento notable en su autoestima, es no llamarlo nunca por su nombre en presencia de otras personas. Para ello es recomendable la utilización del pronombre
éste
, que lo mismo sirve para referirse a seres humanos que para animales u objetos varios. Recreemos la escena: dos parejas se encuentran en la calle dando un paseo:

—Hola, Elena. ¿Qué tal estáis?

—Huy, Conchi, cuánto tiempo sin veros.

—¿Qué? ¿Al cine?

—No, a éste no lo meto en una sala de cine yo.

—Éste, el mío, también prefiere pasear.

Hablan de los maridos, concretamente de Manuel Kortabarria y de Fabio Contreras; ahora bien, podrían estar refiriéndose a dos perros salchicha o a dos armarios roperos. El uso habitual de este tratamiento impersonal irá generando en el marido la sensación de formar parte de la lista de complementos de la mujer, al igual que el bolso, los zapatos o la faja reductora. Los únicos hombres que tienen nombre en el universo de la mujer vasca serán los hijos y los que trabajan para ellas: el peluquero, el carnicero, el masajista, etcétera. Hay algunas castigadoras que, incluso, llegan a utilizar el pronombre neutro
esto
. A mí me parece excesivo; diría más, humillante.

B
ÁJALE LOS HUMOS CUANDO ESTÉ CRECIDO

Puede darse la circunstancia de que el marido no sienta la presión de la mirada sospechosa de la mujer, también hay que reconocer que hay mujeres que no dominan esta técnica debido n un rostro peculiar y poco intimidador: ojos saltones, dientes de conejo… Para estos casos, en los que el marido, sabedor de que tiene al público en el bolsillo, se ha venido arriba y no podemos pararlo, es aconsejable el cubo de agua fría con temas de intramuros. Vamos a explicarlo con un ejemplo práctico: las dos parejas de antes,
éstos
y sus señoras, se han sentado en una terracita a tomar un café. Fabio relata su experiencia en el mundo empresarial despertando la admiración de la otra pareja, hasta que es interrumpido por su santa esposa.

—Pues, como os cuento, hemos ampliado el negocio gracias a una gestión personal con un empresario alemán que me estaba tirando los tejos desde hace años. Hemos aumentado los beneficios en un 50 por ciento y salimos a Bolsa la semana que viene…

—Sí, ya podías ser tan organizado para las cosas de casa, que hay que ver cómo lo tienes todo, tirado por los suelos. Si no me ocupo yo…

Criminal, directamente a la línea de flotación. El pobre Fabio se hace pequeño en la silla y pierde todas las acciones de credibilidad que había conquistado. Puede ser peor: cuando la otra mujer añade:

—Sí, como éste. Es un auténtico desastre. Será buen cirujano, pero en casa…

Ya están los dos con el bozal puesto, el ego bajo tierra y con una sola idea en la cabeza: la cena con la cuadrilla en el txoko. Sacar los trapos sucios del hogar funciona siempre, pero hay que reconocer que es una puñalada por la espalda.

U
NA DE CAL Y OTRA DE ARENA

Ya hemos comentado en los párrafos precedentes que el hombre necesita equilibrio anímico, es muy importante tener esto en cuenta. Así como le bajamos la moral, tenemos que subírsela de vez en cuando. Es evidente que se disfruta mucho más viendo al marido convertido en un cervatillo indefenso que come de nuestra mano, pero corremos el riesgo de que se le quede la cara de pasmo eterno, y eso tampoco es bueno ni para él ni para la familia. Por tanto, alternaremos la de cal y la de arena; para ello entonaremos el «qué orgullosa estoy de mi maridito». Cuando lo veamos renqueante, le administramos dosis de ánimo. Todos los maridos tienen algo que nos satisface, que nos gusta, que nos hace gracia; ese chiste que sabe contar, esa anécdota de la mili que le queda como un monólogo, esa curiosidad científica… Pídesela delante de otras personas y ríete tú la que más, eso es gasolina para él. Ya sabemos que será un desastre para las tareas domésticas, bien, pero seguro que sabe cocinar uno o dos platos como el mejor; pídele que lo haga para tus amistades. Son pequeños detalles de cariño que nunca están de más y, aunque te suponga un esfuerzo, piensa que es por su bien, que a la postre será el tuyo.

De puertas para dentro

La educación, o doma del marido, no se limita solamente a una regulación de su comportamiento en sociedad, es de vital importancia que en casa «haga sus necesidades en las piedritas», si se permite la expresión. Un buen adiestramiento empieza en el hogar, es ahí, en la distancia corta donde se ponen los cimientos de un matriarcado sólido. No estamos hablando del reparto de tareas, porque no es un asunto esencial en un matriarcado; hay matriarcas que lo consideran importante, y hay a quienes no les preocupa ese tema. El objetivo es tener las riendas del asunto, luego, con el control asegurado, cada mujer hará y deshará lo que considere oportuno; moldeará al hombre a su capricho, y para su servicio.

L
A ILUSIÓN LES DA ALAS, QUÍTASELA

El marido, por definición, es un ser con tendencia a la ilusión. El hombre, en general, un Quijote entrañable que intentará huir constantemente de la cruda realidad. Y ya sabemos lo que le ocurrió al famoso hidalgo manchego, que de tanto uso y abuso de imaginación se enajenó. Pero para evitar tropezar en la misma piedra Sancho Panza tiene que entrar en acción en la primera página. Hay que controlar los brotes de ilusión del hombre que hemos elegido como marido. En cada hombre habita un capitán de yate, un deportista de riesgo, un aventurero, un montador de muebles de Ikea, un mecánico del automóvil, un
gigoló
, un planificado! de vacaciones, un piloto de avioneta, un líder de masas, un entrenador deportivo, un magnate de los negocios, un millonario y un inventor que lucharán por hacerse presentes en el mundo real. Los síntomas que anunciarán la erupción del álter ego serán claros: durante algún tiempo tu marido sacará temas de conversación relacionados con el personaje que quiere ser. Si su sueño es tener un barco, empezará a utilizar términos como «estribor», «babor», «proa» y «popa», se atará los zapatos con nudos extraños y se comprará una gorra de marinero. Cuando esto ocurra, será el momento de quitárselo de la cabeza o, de lo contrario, te lo encontrarás un día cualquiera pujando por un yate de segunda mano en una subasta de Internet. Para quitarle la ilusión de la cabeza bastará con un comentario sutil del estilo: «El día que se te ocurra aparecer con un barco en casa te pongo las maletas en la puerta».

E
L
«¿
PARA QUÉ QUIERES ESO

Otra amenaza que viene incorporada al funcionamiento básico del marido común es la capacidad que tiene para comprar cosas que no va a utilizar nunca, sobre todo herramientas y aparatos electrónicos. En más de una ocasión sorprenderás a tu hombre boquiabierto, hipnotizado por el catálogo de ofertas de algún centro de bricolaje. O en el mismo hipermercado, detenido cual perro de caza en señal de muestra frente a un taladro o algún que otro cacharro de esos que hacen ruido y llenan la casa de virutas. Ten en cuenta que en ese momento tu marido es un niño y delante tiene un juguete de los de pilas, su voluntad y su criterio de adulto desaparecen por completo. Hay que actuar con celeridad y con Una frase certera porque, de lo contrario, sumamos un objeto más para el cuarto de los trastos. Y corremos el riesgo de que intente utilizarlo animado por esos inoportunos programas de televisión en los que siempre están construyendo cosas absurdas. La mejor manera de sacarlo del estado de fascinación es apelar a su razón, vomitarle una pregunta que lo baje del guindo a la tierra, donde tú tienes los pies siempre:

—¿Para qué quieres eso, Felipe?

Añadiendo el nombre al final, damos más dramatismo a la pregunta. Su ilusión se desvanece nada más escuchar tu voz firme, pero su mente intentará buscar una aplicación, una excusa para meterlo al carro de la compra; si intuyes que la puede encontrar, ataca de nuevo con más dulzura:

—Felipe, ¿no tenías un cacharro parecido que está muerto de risa en el garaje?

Frente a esa frase no hay valiente que remonte el vuelo, el hombre no puede alegar nada en defensa del capricho que se quería dar. Pero vamos a ponernos en el peor de los casos, el clásico marido cabezón con ganas de pelea; si no ceja en su empeño, hay que recurrir a la inyección letal:

—Tú lo has querido: mañana mismo hago limpieza y te tiro todas las herramientas que no usas.

La visualización de la mujer metiendo la mano en la caja de herramientas sin conocimiento alguno y eligiendo al azar cuáles van a ir a parar a la basura es de una crudeza tal que supera los límites de lo humanamente soportable.

¿Cómo interpretar sus preguntas? Anticípate y vencerás

La mujer vasca generalmente lo tiene todo controlado, a todos los niveles, no contempla la duda como opción, y su superioridad es tal que puede vivir sin necesidad de hacer preguntas. Esta seguridad tan abrumadora tiene consecuencias para el hombre que vive a su lado, que irá cediendo terreno hasta llegar a convertirse en un ser totalmente dependiente, una duda con piernas y calva, una mascota con gafas y con el depósito de la autoestima en reserva. Un hombre perplejo que necesitará la aprobación constante del ama y señora, así como su criterio y los datos registrados en su «computadora central». Esta circunstancia, lejos de ser un incordio para ella, es altamente gratificante; la mujer vasca ha nacido para dar respuestas a la humanidad, y su marido entra en el gran lote humano. Además, casi siempre son preguntas sencillas y previsibles, que se ven venir como una tormenta en verano, y con un poco de intuición y experiencia se podrán responder antes de ser formuladas. Esto último, a la par que divertido para la mujer, deja más aturdido al hombre, que podría llegar a pensar que su domadora le lee la mente, una de las obsesiones más comunes y más terroríficas del hombre casado.

La anticipación de la respuesta requiere entrenamiento, hay que empezar con asuntos sencillos, como la ubicación de objetos y prendas de vestir. Todas las preguntas que empiecen por «sabes dónde…» indican que el marido está buscando algo. Añada que estés atenta, y conociendo el percal como lo conoces, sabrás qué busca en cada momento:

—Cariño, ¿sabes dónde…?

—Los tienes en el segundo cajón, detrás de las corbatas.

—¿… tengo guardados los tirantes? Gracias.

Poco a poco irás adivinando otras cuestiones más complejas, y te bastará escuchar el tono tembloroso con el que pregunta tu marido.

—Cariño, esto, el…

—Sí, el viernes habíamos quedado con mi hermana para ir a cenar a su casa, olvídate de la cena con la cuadrilla.

—… viernes teníamos algo, ¿verdad? Ya.

En el grado máximo, que consiguen sólo algunas mujeres muy intuitivas, auténticas brujas, todo hay que decirlo, la mujer no necesita ni la pregunta: se anticipa a la primera letra.

—Si lo que estás pensando es que no vamos a ir al pueblo este fin de semana, quítatelo de la cabeza.

—Pero si yo no he dicho nada.

—Ya, pero lo ibas a decir, que nos conocemos.

Llegar a este estado de telepatía con cobro revertido, o trepanación sin consentimiento, debe ser altamente gratificante; sin embargo, el hombre que lo sufre no lo pasa tan bien, lo puedo asegurar. Todos tenemos un amigo que…

Por si hubiera un varón leyendo

Amigo mío, ¿recuerdas aquellas conversaciones intelectuales de tu época de soltería en las que criticabas, embriagado de idealismo, las normas que impiden la entrada de las mujeres a algunas sociedades gastronómicas? Ganabas todas las tertulias, te manejabas como pez en el agua con los temas conflictivos, eras único esgrimiendo argumentos, arrinconando al retrógrado contra las cuerdas con tu mentalidad abierta y tu discurso sensiblero. Supongo que todavía resonará en tu memoria aquella frase que pronunciabas con tono profético y amenazante al levantarte de la silla a modo de epitafio: «Yo nunca entraré a una sociedad donde esté prohibida la entrada de las mujeres». Se te ponía cara de Che Guevara, incluso, con la vena del cuello hinchada de razón beligerante. ¿Sigues pensando lo mismo? No te avergüences: hay más causas por las que luchar; además, te seguimos queriendo igual.

Sexta
parte
los
hijos
Llegan los hijos, olvídate de él

La llegada de los hijos al hogar supone la confirmación del matriarcado, porque es un régimen creado para gobernar y administrar una familia con todas sus bendiciones. La mujer, ya desde la primera falta que anuncia el embarazo, empezará a desarrollar los superpoderes que aún tenía dormidos, evidenciando su supremacía sobre toda persona, animal y objeto que se halle bajo el mismo techo, o sea, que ya pueden ponerse firmes desde el marido hasta la última chínchela que sujeta el calendario de la cocina. Otra de las grandes conclusiones a las que va a llegar la mujer con la prole inaugurada es que le sobra el marido, ya no le sirve para nada, algo que venía sospechando desde que lo adoptó en el altar. A partir de ese momento la manera de ubicarlo en su complejo sistema de prioridades, afectos, obligaciones y cuidados será considerarlo un hijo más, con el agravante para él de estar completamente criado, hecho que lo relega a la última posición en la lista del racionamiento. Para ser más explícito: un cero a la izquierda tiene mucho más valor que el marido de una mujer vasca con el óvulo fecundado. Es triste reconocer que, aunque lleguemos a pesar más de cien kilos y levantar piedras de más de trescientos, para ellas no somos más que el envoltorio de un espermatozoide. Con el corazón en un puño y el alma desgarrada me atrevo a afirmar que el epitafio del hombre casado con una mujer vasca es:

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