Técnicas de la mujer vasca para la doma y monta de maridos (12 page)

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Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Iñaki Terol,Isamay Briones

Tags: #Humor

BOOK: Técnicas de la mujer vasca para la doma y monta de maridos
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Cariño, tengo una buena noticia que darte: estoy embarazada.

Ella sabe que acaba de enterrar al macho, pero él no se va a dar cuenta de repente. La obnubilación producida por la noticia no le dejará ver los azotes de la realidad hasta que esté a punto de hundirse en el abismo de la perplejidad.

Tu marido se enfrentará a la paternidad con la misma inconsciencia de un chimpancé de la NASA enviado al espacio en una nave: no se va a enterar de nada. Para empezar, en el momento en que le des la buena nueva no pensará en qué tal te encuentras tú o en si la hemofilia del bisabuelo es hereditaria, se alegrará por haber hecho diana. Y si encima ha sido
a la primera
, va a estar como unas castañuelas de contento, aunque luego le nazcan trillizos.

—Patxi, que nos hemos enterado de que tu mujer está embarazada. Eres un fiera.

—¡Y a la primera, como un campeón! ¡Venga, esta ronda la pago yo!

Tu madre entra en acción

Uno de los enigmas más interesantes que encierra el matriarcado es el de la conexión madre-hija, que se acentúa considerablemente con la maternidad. Como guiadas por una fuerza extraña de la naturaleza, las suegras aparecen en el hogar que espera al primogénito con una asiduidad inusual, y pueden llegar a instalarse en el mismo con la excusa de estrenar el sofá cama. Una de las mejores noticias que puede recibir una suegra es que a su hija le haya tocado un embarazo de los que requieren reposo, porque entrará en acción con galones y misión. Este fenómeno se conoce como el de la
resuegra
, que sería como una exaltación de sus funciones consentidas por su hija y bajo prescripción facultativa. Si las paredes de los txokos hablaran —en la novena parte no sólo hablan, sino que cantan—, contarían historias de hombres que se han enfrentado a suegras descomunales, con dos cabezas, garras y fajas de siete leguas.

Si el embarazo es una bendición para la matriarca, para la futura abuela es la resurrección. Se dan incluso casos en los que parece que la que se ha quedado embarazada es ella. Sí, porque además rejuvenecen en todos los sentidos y se llegan a poner hasta de buen ver. En algunas familias donde el parecido de la madre con la hija es más que razonable, los hombres, desquiciados por la presión, pueden llegar a colocar un manotazo lascivo en el culo de la suegra:

—Perdóneme, Carmen, que creía que era su hija la que estaba agachada.

—No te preocupes, tú dale, dale todo lo que quieras, yo como si no estuviera aquí.

La presencia de la señora madre no es gratuita, ni fortuita: es una aparición de carácter místico. Como guiada por la diosa Mari, y por su corte ancestral, la madre invade el hogar para bendecir el matriarcado de su hija, revelar los últimos mandamientos y salvaguardar así una tradición milenaria.

El hombre perplejo

Desconozco el vacío que se siente ante el temblor del pulso que sujeta el bolígrafo en cuya entraña está la tinta que inmortalizará tu testamento, pero puedo imaginarlo ahora que veo llorar a las yemas de mis dedos conscientes de las palabras que van afirmar danzando a mi son por el teclado del ordenador.

Amigo mío:

Un día, que pudo ser ayer, o quizá sea mañana, te levantas de la cama y te preguntas: ¿qué hago yo aquí? La respuesta es difícil de encontrar porque tampoco puedes definir exactamente qué significa el
aquí
, no es un lugar exactamente, es una mezcla de sensaciones que no tienen nada que ver con el tiempo y con el espacio. Todo alrededor de ti está igual que lo dejaste la noche anterior, en escrupuloso orden y armonía y con olor a colonia de bebé, pero te sientes un extraño en tu propia vida. La primera reacción suele ser la de mirarte en el espejo para reafirmar tu personalidad zarandeada, pero no surte efecto, porque la imagen que te devuelve el «cristal con eco» es la de un hombre perplejo que te suena de algo pero no eres tú exactamente. La inmensa mayoría de los hombres que tienen esta experiencia la tapan, intentan olvidarla y siguen empujando la vida y el cochecito adelante con la sonrisa puesta y orgullosos de ser padres. Pero, a pesar de no querer darte cuenta, el hombre perplejo ya ha sido bautizado en la pila bautismal del
descariño
.

Amigo, has sufrido el destete psicológico, que es más duro si cabe que el físico, porque ahora no hay biberón ni chupete, como cuando andabas a cuatro patas. Es terrible, estás obligado a parecer más fuerte cuando más débil te sientes. No es que ahora no te quiera tu mujer: te quiere de manera diferente —qué mal suena esto, ¿verdad?—. Las acciones de su cariño han salido a cotizar en Bolsa y un mocoso meón ha pillado un paquete de más del 51 por ciento; ahora sois socios. Como accionista minoritario, no tendrás ni voz ni voto, pero estarás obligado a asistir a todas las asambleas y actos promocionales.

La travesía del desierto, el marido abandonado

No estoy en condiciones de afirmar que se produzca conscientemente, no creo que esté sujeto a criterios de voluntariedad, pero es un hecho que el marido pasa a un segundo plano después del nacimiento del primer vástago. Su irrupción marcará un antes y un después en la vida del hasta ahora rey de la casa, que pasará a ser un lacayo al servicio de «sus majestades» la madre y el bebé.

Por supuesto que se agradecen todos los intentos de las mujeres con cierta sensibilidad de implicar al hombre en el proceso desde sus inicios. Las clásicas frases «Cariño, estamos embarazados», «Vamos a ser papas»…, que algunos ilusos se llegan a creer, son un loable detalle de la mujer que quiere hacer partícipe a su pareja del milagro de la vida. La asistencia a las clases preparatorias para el parto, así como la presencia de él en el paritorio con la cámara de vídeo y la cara de lelo contribuyen también a crear ese ambiente que confirma que la cosa va con los dos miembros de la pareja. Pero, no nos engañemos, una vez que el niño asoma la cabeza por el «tubo de escape», el marido empieza su particular travesía del desierto.

Lógicamente, en todas las culturas y latitudes las madres dedican atenciones a sus hijos; faltaría más, eso está fuera de toda discusión. El hecho diferencial es que para la mujer vasca la maternidad es un designio divino.

¿Por qué no decirlo a estas alturas? La mujer vasca abandona al marido en la fase de la maternidad, que por cierto dura toda la vida. El hombre pasa de la superprotección a una considerable merma en falta de atención que le provocará la sensación de abandono y perplejidad. Esta afirmación, sin duda polémica, no gozará de la complicidad de todo el mundo, sobre todo del hemisferio femenino. Estaría bueno que las mujeres admitieran esta acusación velada, no sería lógico. Pero antes de la sublevación popular y de mi posterior lapidación simbólica déjame utilizar el comodín de la prueba gráfica. Veamos a continuación una serie de ejemplos de maridos elegidos al azar y sorprendidos en acto de servicio de paseo familiar, empujando el cochecito del pequeño usurpador. Dime, con el corazón en la mano, si ves síntomas de alegría y felicidad en los sujetos.

Dale un premio inesperado ahora que tienes las tetas grandes

Que el hombre es de teta está fuera de toda discusión. La inmensa mayoría de los varones nos sentimos atraídos por el pecho femenino, numerosas escuelas dentro de la psicología han estudiado este fenómeno a lo largo de la historia, y han llegado incluso a conclusiones que unen esta debilidad a la constante búsqueda de la madre; diagnóstico que nos libera de cierto sentimiento de culpabilidad, todo sea dicho. Las tetas, permíteme ser tan explícito, a mi modo de ver son el eje sobre el que pivotan la cultura y la economía mundial. Si esto último te parece exagerado, diremos que un buen par de tetas puede constituir un vector de fuerza capaz de poner en peligro cualquier sistema o institución. Lo siguiente sería aportar nombres, y no estoy por la labor de frivolizar ni amarillear el contenido de este libro.

T
EST PARA HOMBRES

Déjame hacer una prueba para demostrar mi teoría. Lee la siguiente frase y dime, con el corazón en la mano, si hay algo que te llame la atención:

«Se sintió muy a gusto en el cónclave de la semana pasada».

Seguramente, la lectura de la frase te habrá dejado indiferente. Es normal. A continuación sustituimos alguna palabra sin alterar el significado. A ver qué sucede:

«Se sintió como
pez
en el agua en el c
ón
clave de la pesana masada».

¿Te parece que hay algo que destaque de manera especial? Efectivamente, la «semana pasada» ha sido sustituida por «la pesana masada» y no te has dado cuenta. No te preocupes: todo está propiciado por la obsesión congénita. Tranquilízate: las letras que forman «pezón» están aumentadas de tamaño, pero tampoco tanto como parece.

Mujer, me imagino que no habrás podido resistir la tentación de leer esta pequeña prueba aunque el enunciado indicara que iba destinada exclusivamente a los hombres. Yo hubiera hecho lo mismo. Era un juego inocente, sin malicia, para que nos riéramos un rato antes de entrar en arenas movedizas.

Ahora que has parido, o que estás a punto de hacerlo, la sabia naturaleza ha decidido dotar a tu busto de alguna talla más; luces una exageración curvilínea que no pasa inadvertida. Probablemente, y debido a tu actual circunstancia, no estarás disfrutando del esplendor de tu escote como te gustaría. Tienes por fin el tan ansiado canalillo y para ti no es más que una factoría de leche que produce las veinticuatro horas del día. A buen seguro, también tendrás los pezones doloridos por culpa de la insistencia del mamón de tu bebé. Tampoco contribuyen a crear el clima erótico los sujetadores de la época de la lactancia, tan sobrios y funcionales, desprovistos de lacitos, encajes y transparencias. Bien mirado, todo es un inconveniente, pero lo cierto es que, en este momento de tu vida, tienes unas tetas que son un abuso cárnico, un auténtico milagro. No te extrañe si ves que tu marido se queda horas muertas mirando con cara de lelo cómo das de mamar al niño, incluso comprobarás que la lactancia despierta el interés de cuñados, primos, suegros y vecinos, que sentirán la necesidad de hacer visitas de manera más frecuente de lo acostumbrado. Y, curiosamente, su interpretación ante cualquier llanto del niño será siempre la misma: «Yo creo que tiene hambre el chaval».

Si quieres alargar la vida de tu marido, dale una alegría entre toma y toma; le vas a inyectar vida, las células se le van a reproducir a velocidades increíbles, no se descarta que pudiera crecer el pelo en aquellas zonas que se han quedado despobladas hace tiempo. Plántale esa teta de kilo trescientos en la mano sin avisarlo y al día siguiente lo tienes peinándose el tupé.

El hijo crónico

Este fenómeno, el del hijo crónico, que afecta a miles de hombres, es una rareza antropológica que solamente se da en el matriarcado. La mujer vasca se caracteriza por ser de un solo hombre: le basta y le sobra con un marido para toda la vida. No es una mujer que sucumba a las tentaciones de la promiscuidad tan fácilmente —hay pendones, tampoco vamos a negarlo—, pero tiene un capricho regio de índole familiar que la diferencia de otras mujeres, una necesidad vital motivada, seguramente, por su entrega al matriarcado en cuerpo y alma. La mujer vasca, además, es de un hijo para toda la vida. Sí, un hijo tiene que seguir cumpliendo sus funciones de «mi niño» hasta el día del último sacramento. Generalmente, el marido estira la pata mucho antes que ella, y ese hijo crónico ocupará el puesto dejado por su padre. No estoy hablando de
cuidar
a la madre, pues ella es la que cuidará del niño aunque éste tenga canas en la barba; estoy hablando del papel de acompañante en restaurantes y diversos actos sociales. En otras culturas esta función la suele desempeñar una hija soltera, o una hermana, o una asistenta social; en el País Vasco, el hijo secuestrado. Es una estampa que suele llamar la atención del visitante por lo inusual: la de la señora de 80 y pico años preparada como una marquesa y acompañada de un chico más que talludito, de 50 y tantos, en la mesa de un restaurante. Sin dirigirse la palabra, a lo sumo un: «¿Qué tal está la sopa de pescado, ama?». En una primera impresión puede llegar a tocarnos el corazoncito la imagen del señor hecho y derecho comiendo con su madre, pero, si conociéramos la trastienda de la postal, nos haríamos preguntas como: ¿son libres los hijos de las mujeres vascas? Hablamos de
niños
de hasta 60 años, con olor a suavizante en la ropa, los zapatos lustrosos, la raya del pantalón marcada aunque sean bohemios, y que están esperando a que la madre
se marche para siempre
para salir del armario, de copas, de putas, de viaje o de lo que haga falta. Porque han tenido que esconder sus relaciones afectivas durante toda la vida, ya que su santa madre no quería ni oír hablar del tema. Se dan casos, incluso, de hombres casados, con hijos, monovolumen y segunda residencia, cuya relación extra-matrimonial es la que tienen con su madre, ejerciendo de hijo, claro.

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