Read Temerario I - El Dragón de Su Majestad Online
Authors: Naomi Novik
Tags: #Histórica, fantasía, épica
—Me temo que las habladurías han magnificado mucho mis logros —respondió Laurence—. El Amitié no era un buque de guerra de primera, sino una fragata de treinta y seis cañones, y la mayoría de su dotación se estaba muriendo de sed. Su capitán ofreció una heroica resistencia, pero no tuvo ninguna oportunidad. La mala suerte y las inclemencias hicieron el trabajo por nosotros. Sólo puedo reclamar como mérito mío haber tenido suerte.
—¡Vaya! En fin, tener suerte tampoco es desdeñable. No llegaríamos muy lejos de no ser por ella —siguió hablando Martin—. ¡Pero bueno! ¿Os han puesto en esta esquina? El viento va a estar ululando a todas horas.
Laurence entró en la habitación circular de la torre y contempló complacido su nuevo alojamiento. A un hombre acostumbrado a lo limitado del camarote de un barco le parecía espacioso, y las grandes ventanas curvas, un gran lujo. Daban al lago, donde había comenzado a caer una fina lluvia. Un olor a frío y humedad entró de golpe cuando las abrió; no era tan diferente al del mar, a excepción de la ausencia de sal.
Habían apilado de cualquier manera las sombrereras debajo del guardarropa. Miró dentro con cierta preocupación, pero habían sacado sus cosas con bastante cuidado. Además de la sencilla pero espaciosa cama, completaban el mobiliario un escritorio y una silla.
—Me resulta perfectamente tranquila. Estoy seguro de que estaré muy cómodo —dijo mientras desabrochaba el tahalí y depositaba la espada encima de la cama.
No se sentía cómodo desprendiéndose de la chaqueta, pero al menos así tendría un aire más informal.
—¿Debo mostrarle ahora la zona de alimentación? —inquirió Granby con fría formalidad; era su primera aportación a la conversación desde que habían abandonado el club.
—Primero debemos enseñarle los baños y el comedor —intervino Martin—. Los baños son algo digno de ver —agregó dirigiéndose a Laurence—. Ya sabe, los construyeron los romanos. Son la razón por la que todos estamos aquí.
—Gracias, me encantaría verlos—respondió; no podía decir otra cosa sin pecar de grosero, aunque le hubiera encantado perder de vista al mal dispuesto teniente.
Granby podía ser maleducado, pero Laurence no albergaba la intención de caer en la misma conducta.
Cruzaron el comedor de camino. Martin, sin cesar su parloteo, le contó que los capitanes y los tenientes cenaban en la mesa redonda más pequeña mientras que los guardiadragones y los alféreces lo hacían en otra mayor de forma rectangular.
—Gracias a Dios, los cadetes entran y comen antes, ya que el resto nos moriríamos de hambre si tuviéramos que oírles berrear durante toda la comida. El personal de tierra cena después —concluyó.
—¿Nunca hacen las comidas por separado? —preguntó Laurence.
Un comedor común resultaba bastante extraño para los oficiales. Pensó con nostalgia que iba a echar de menos invitar a los amigos a su mesa. Había sido uno de sus mayores placeres, y más aún desde que ganaba suficiente dinero con las capturas de naves y podía permitírselo.
—Se envía una bandeja a quien enferma, por supuesto —respondió Martin—. ¿Tiene apetito? Supongo que no ha comido. Eh, Tolly —gritó. Un sirviente que cruzaba la habitación llevando un montón de manteles se volvió para mirarlos. Enarcó una ceja—. Este es el capitán Laurence. Acaba de aterrizar. ¿Puedes conseguirle algo o ha de esperar hasta la cena?
—No, no, gracias. No tengo hambre. Hablaba por pura curiosidad —dijo Laurence.
—Oh, no es problema —dijo el hombre respondiéndole directamente—. Me atrevería a decir que uno de los cocineros puede cortar un par de rebanadas y servirle algunas patatas. Le preguntaré a Nan. Está en la habitación de la torre del piso tercero, ¿verdad?
Saludó con la cabeza y continuó su camino sin esperar siquiera una respuesta.
—¡Listo! Tolly cuidará de usted —aseguró Martin, evidentemente sin tener la menor conciencia de haber hecho nada fuera de lo normal—. Es el mejor de todos. Jenkins nunca está dispuesto a hacer un favor y Marvell lo hubiera hecho, pero se habría estado quejando tanto tiempo que desearíais no habérselo pedido.
—Imagino que será difícil encontrar criados a quienes no les asusten los dragones —aventuró Laurence.
Empezaba a amoldarse al estilo informal que tenían los aviadores de dirigirse unos a otros, pero descubrir un grado de confraternización tan similar con un sirviente le había desconcertado de nuevo.
—Oh, no. Todos han nacido y crecido en los pueblos de los alrededores, por lo que están acostumbrados a los dragones y a nosotros —explicó Martin mientras cruzaban el gran salón—. Supongo que Tolly lleva trabajando aquí desde que era un crío. No se inmutaría delante de un Cobre Regio enrabietado.
Una puerta de metal cerraba la escalera que descendía hacia los baños; una ráfaga de aire caliente y húmedo salió y se convirtió en vapor en el frío moderado del pasillo cuando Granby la abrió de un tirón. Laurence siguió a los otros por la angosta escalera de caracol. Después de cuatro vueltas, desembocó abruptamente en una gran habitación con pocos muebles y baldas de piedra que sobresalían de las paredes en las que había pinturas desvaídas y desconchadas en algunas partes, evidentes reliquias de la época romana. En un costado había montones de mantas de lino; en el de enfrente, unos cuantos montones de ropas desechadas.
—Deje sus cosas en las baldas —animó Martin—. Los baños son un circuito, por lo que volveremos aquí al salir.
El y Granby ya se estaban quitando la ropa.
—¿Tenemos tiempo para bañarnos ahora? —preguntó Laurence un poco receloso.
Martin se detuvo en su intento de quitarse las botas.
—Esto sólo era un paseo, ¿no, Granby? No es como si hubiera necesidad de apresurarse. La cena no se va a servir hasta dentro de unas horas.
—A menos que tenga algo urgente que atender —dijo Granby a Laurence de forma tan poco cortés que Martin los miró sorprendido, como si acabara de darse cuenta en ese momento de la tensión existente entre ellos.
Laurence frunció los labios y se tragó unas duras palabras. No podía controlar a todos los aviadores hostiles a un miembro de la Armada, y en cierto modo comprendía el resentimiento. Tendría que salir adelante igual que si fuera un guardiadragón recién llegado a bordo.
—No, en absoluto —fue todo lo que dijo.
Laurence los imitó, salvo que dispuso las ropas con más cuidado en dos ordenados montones y depositó la chaqueta encima de ambos en lugar de arrugarla al doblarla, aunque no estaba muy seguro de por qué se tenían que desnudar para recorrer los baños.
Luego, salieron de la sala hacia la izquierda por un pasillo al término del cual cruzaron otra puerta metálica. Vio que servía para desvestirse en cuanto la traspasaron. La habitación siguiente estaba tan llena de vapor que apenas podía ver a más de un brazo de distancia, y nada más entrar empezó a chorrear. La chaqueta y las botas se hubieran estropeado y todo lo demás se hubiera empapado de haber entrado vestido. El efecto del vapor sobre la piel desnuda era muy agradable, le faltaba poco para quemar, y los músculos se relajaban después del largo viaje de una forma muy confortable.
La estancia estaba enlosada, con bancos que salían de la pared a intervalos regulares. Había unos pocos hombres más tumbados en medio del vapor. Granby y Martin saludaron a un par con sendos asentimientos de cabeza mientras se dirigían a la estancia oscura del fondo. Era una sala más calurosa, pero se trataba de un calor seco, y una piscina recorría la práctica totalidad de su extensión.
—Ahora estamos debajo del patio —dijo Martin a la vez que señalaba con el dedo—y por este motivo la Fuerza Aérea posee este lugar.
Había profundos nichos a lo largo del gran muro a intervalos regulares. Un enrejado de hierro forjado los separaba del resto de la habitación, dejándolos no obstante a la vista. La mitad de los huecos estaban vacíos, pero los demás estaban acolchados con telas; cada uno de estos nichos contenía un único y enorme huevo.
—Ya sabe, hay que mantenerlos calientes; ya que no podemos tener a los dragones ocupados en empollar los huevos, les permitimos que los entierren cerca de volcanes y otros lugares similares, tal y como harían si vivieran en la naturaleza.
—¿Y no hay espacio para hacer una cámara separada para ellos? —inquirió Laurence, sorprendido.
—Naturalmente que lo hay—espetó Granby con brusquedad.
Martin le lanzó una mirada e intervino veloz, antes de que Laurence pudiera reaccionar.
—Como ve, todos entramos y salimos de aquí bastante a menudo —dijo apresuradamente—, por lo que podemos darnos cuenta de si alguno de los huevos comienza a parecer un poquito más duro.
Laurence, que aún seguía conteniendo su mal humor, dejó pasar el comentario de Granby y asintió a Martin con un movimiento de cabeza. Había leído en los libros de sir Edward cuan impredecible era un dragón recién salido del huevo. Los criadores eran capaces de acortar muy poco el proceso de la incubación, que llevaba meses, o años en el caso de las especies más grandes, incluso a pesar de conocerlas de antemano.
—Creemos que el Caza Alado de ahí podría eclosionar pronto, eso sería memorable —continuó Martin mientras señalaba con el dedo un huevo dorado oscuro moteado de lunares de amarillo más brillante y contornos débilmente perlados—. Ése es el que puso Obversaria, la dragona insignia del canal de la Mancha. Fui alférez de banderas con ella nada más terminar mi adiestramiento. No hay criatura de su clase que la iguale en las maniobras.
Los dos aviadores contemplaron los huevos con expresiones de ansia y nostalgia. Cada uno de aquellos huevos representaba una rara posibilidad de promoción, incluso más insegura que el favor del Almirantazgo, que se podía buscar con halagos o ganar por el valor demostrado en el campo de batalla.
—¿Ha servido a bordo de muchos dragones? —le preguntó Laurence a Martin.
—Sólo en Obversaria y luego en Inlacrimas, que resultó herido en una escaramuza sobre el canal hace un mes, y aquí estoy, en tierra —contestó Martin—, pero se habrá recuperado para el servicio en un mes y obtuve un ascenso sirviendo a bordo de él, por lo que no me puedo quejar. Me acaban de hacer guardiadragón. Y Granby ha estado con más. Cuatro, ¿no es verdad? ¿Con quién estuviste antes de Laetificat?
—Excursius, Fluitare y Actionis —respondió Granby, escueto.
El primer nombre bastó. Laurence comprendió al fin y su rostro se endureció. Aquel tipo era probablemente amigo del teniente Dayes; en cualquier caso, ambos habían sido el equivalente a camaradas de a bordo hasta hacía poco y ahora le resultaba claro que el comportamiento ofensivo de Granby no respondía al resentimiento general de un aviador hacia un miembro de la Armada, sino también a una cuestión personal y, de ese modo, era una extensión del insulto original de Dayes.
Laurence estaba lejos de tolerar cualquier desaire por tal causa.
—Continuemos, caballeros —dijo con brusquedad.
No permitió nuevos retrasos durante el resto de la visita y dejó que Martin llevara el peso de la conversación como hasta el momento sin responder nada que revelase información alguna. Volvieron al vestidor tras completar el circuito de las termas y, después de que se hubieron vestido, Laurence dijo con voz tranquila pero firme:
—Señor Granby, ahora me va a llevar a la zona de alimentación y luego podrá irse. —Debía dejarle claro a aquel joven que no iba a tolerar la falta de respeto. Tendría que frenar a Granby si cometía otra tontería, y era mucho mejor que eso ocurriera en privado—. Señor Martin, le quedo muy agradecido por su compañía y sus explicaciones. Han sido de lo más valioso.
—No hay nada que agradecer —respondió Martin mirando alternativamente a Laurence y Granby con desconfianza, como si temiera que fuera a pasar algo si los dejaba a solas, pero Laurence había dejado clara su indirecta y, a pesar de la informalidad, Martin apreció que tenía casi la fuerza de una orden—. Supongo que los veré a los dos en la cena. Hasta entonces.
Laurence continuó en silencio junto a Granby hacia el área de alimentación, o más bien a un saliente desde el que se divisaba el final del valle de adiestramiento. La boca de aquel callejón sin salida natural se veía en el lejano confín del valle y Laurence alcanzaba a ver a varios pastores trabajando. Granby le explicó con voz inexpresiva que, cuando se les hacían señales desde el saliente, éstos recogían el número aproximado de animales para cada dragón y los enviaban al valle, donde cada uno los podía cazar y comer en tanto en cuanto no se desarrollara ningún vuelo de entrenamiento.
—Es bastante sencillo, o eso espero —dijo Granby, concluyendo con un tono que resultaba harto desagradable, otro paso más allá de la raya, tal y como había temido Laurence.
—Señor —le corrigió Laurence en voz baja. Granby parpadeó confuso durante un momento y Laurence repitió—: Es bastante sencillo, señor.
Esperaba que supusiera un aviso para Granby de cara a futuras faltas de respeto, pero de forma casi inconcebible, el teniente le replicó:
—No estamos en ningún acto oficial, sea lo que sea a lo que estuviera acostumbrado en la Armada.
—Estoy acostumbrado a la cortesía. Donde no la recibo, insisto al menos en obtener el respeto debido al rango —contestó Laurence sin contener ya su mal genio; lanzó una mirada feroz a Granby y sintió que le subían los colores—. Va a corregir el tratamiento de inmediato, teniente Granby, o por Dios que haré que le degraden por insubordinación. Dudo que la Fuerza Aérea se lo tome tan a la ligera a la luz de lo que se podría deducir de su comportamiento.
Granby se puso muy pálido. El arrebol sobresalió por encima de la piel quemada por el sol de los pómulos.
—Sí, señor —dijo, y de pronto se puso en posición de firmes.
—Retírese, teniente —ordenó de inmediato, y se dio la vuelta para mirar el campo con los brazos sujetos a la espalda mientras Granby se alejaba.
No quería ni volver a ver a aquel tipo.
Cuando se le pasó el arrebato de justa cólera, se sintió fatigado y abatido por haber sido tratado de semejante forma. Además, ahora debía atenerse a las consecuencias que sabía que traería el haber reprendido a aquel hombre. En el primer instante de su encuentro, Granby le había parecido bastante amigable y simpático por naturaleza, e incluso aunque no lo fuera, seguía siendo un aviador y él, un intruso. Los compañeros de Granby le apoyarían, por descontado, y su hostilidad hacia él haría más desagradable su situación.