Read Temerario I - El Dragón de Su Majestad Online
Authors: Naomi Novik
Tags: #Histórica, fantasía, épica
El almirante lord Gardner llevaba poco tiempo al mando de las fuerzas del canal, un puesto que había ocupado tras el retiro de Cornwallis. La presión de suceder a un líder de tanto éxito en un cargo tan comprometido le estaba pasando factura. Unos años antes, Laurence había servido como teniente en la flota del canal. Aunque nunca los habían presentado formalmente, Laurence, que había visto al almirante en varias ocasiones, observó que había huellas de envejecimiento en su rostro.
—Ya veo. Laurence, ¿no es así? —dijo Gardner una vez que los presentó su asistente, y después musitó unas palabras que Laurence no alcanzó a escuchar—. Por favor, siéntese. He de leer estos despachos cuanto antes, y después escribiré una nota para que se la lleve a Lenton de mi parte —añadió, rompiendo el sello y estudiando su contenido.
Lord Gardner se dedicó a gruñir y asentir para sí mientras leía los mensajes. La aguzada vista de Laurence captó el momento en que el almirante llegaba al relato de la última escaramuza.
—Bien, Laurence, supongo que ya ha recibido una buena dosis de acción —dijo, apartando al fin los papeles—. Espero que les haya venido bien a todos para acostumbrarse. Creo que no pasará mucho tiempo sin que nos den alguna otra sorpresa. Por cierto, quiero que se lo diga a Lenton de mi parte. Me he dedicado a mandar de patrulla costera a todos los bergantines, corbetas y goletas que me he atrevido a poner en peligro, y gracias a eso sé que en las afueras de Cherburgo los franceses están atareados como abejas en una colmena. No podemos precisar aún lo que están haciendo, pero lo más fácil es que se trate de preparativos para la invasión. Y, a juzgar por su actividad, pretenden hacerlo pronto.
—Pero Bonaparte no puede tener más noticias de la flota de Cádiz que nosotros… —apuntó Laurence, inquieto por la información que acababa de oír.
El grado de confianza que tales preparativos auguraban era aterrador, y aunque Bonaparte sin duda era arrogante, su arrogancia casi siempre tenía fundamento.
—De los hechos más inmediatos, no. Ahora, gracias a Dios, estoy seguro de eso. Usted me ha traído la confirmación de que nuestros correos han estado yendo y viniendo con regularidad —dijo Gardner, tabaleando sobre el haz de papeles que reposaba sobre la mesa—. Sin embargo, Bonaparte no puede ser tan insensato de pensar que puede cruzar sin la flota, y eso sugiere que espera su llegada a no mucho tardar.
Laurence asintió. Esas expectativas podían ser infundadas o demasiado optimistas, pero el hecho de que Bonaparte las albergara significaba que un peligro inminente se cernía sobre la flota de Nelson.
Gardner selló el fajo con los mensajes de respuesta y se lo tendió a Laurence.
—Tome. Le estoy muy agradecido por esto, Laurence, y también por traernos el correo. Ahora supongo que querrá comer con nosotros, junto con sus colegas capitanes —dijo, levantándose de la mesa—. Creo que el capitán Briggs, del Agincourt, también se unirá a nosotros.
Toda una vida de adiestramiento naval había inculcado en Laurence el precepto de que una invitación de un oficial superior equivalía a una orden. Aunque Gardner ya no era su superior en sentido estricto, ni se le pasó por la cabeza la idea de rechazarla, pero no dejaba de inquietarse un poco por Temerario, y aún más por Nitidus. El Azul de Pascal era una criatura nerviosa que en circunstancias ordinarias requería grandes dosis de cuidados por parte del capitán Warren. Laurence estaba seguro de que Nitidus sufría una gran ansiedad ante la perspectiva de quedarse a bordo de aquella plataforma flotante improvisada, lejos de su cuidador y de cualquier oficial por encima del rango de teniente.
Y sin embargo, los dragones esperaban en condiciones similares en muchas ocasiones. Si la amenaza de un ataque aéreo contra la flota hubiera sido más grave, varios de ellos habrían tenido que permanecer estacionados a todas horas sobre las plataformas mientras sus capitanes se reunían con los oficiales navales para trazar planes. A Laurence no le gustaba someter a los dragones a esa espera por un motivo tan fútil como una cita para comer; pero honradamente, tampoco podía asegurar que existiera ningún peligro real para ellos.
—Señor, nada me complacería más, y estoy seguro de que hablo también en nombre de los capitanes Warren y Chenery —contestó.
No había nada más que hacer. De hecho, Gardner ni siquiera esperó su respuesta y se fue hacia la puerta para llamar a su teniente.
Sin embargo, el único que acudió en respuesta a las banderas que les invitaron a comer fue Chenery, que traía con él disculpas sinceras y a la vez algo tibias.
—Nitidus se pone muy nervioso si se queda solo, por lo que Warren ha pensado que era mejor quedarse con él —fue la única explicación que, en tono jovial, le ofreció a Gardner.
No parecía consciente de que estaba saltándose los modales reglamentarios.
Laurence hizo una mueca para sí al notar las miradas perplejas y un tanto ofendidas provocadas por las palabras de Chenery, no sólo en Gardner, sino también en su ayudante y los demás capitanes. Aunque al mismo tiempo se sintió aliviado por Nitidus. Sin embargo, la comida ya había empezado con un incidente embarazoso, y así continuó.
Era obvio que el almirante se sentía agobiado pensando en su tarea, de modo que hacía largas pausas entre comentario y comentario. En la mesa habría reinado un espeso silencio de no ser porque Chenery se comportaba de su forma habitual. Con su buen humor y su facilidad para trabar diálogo, hablaba con toda libertad, saltándose las convenciones navales que reservaban a lord Gardner la iniciativa de la conversación.
Cuando Chenery les dirigía la palabra, los oficiales navales hacían una pausa intencionada, le respondían por fin de la forma más escueta posible y enseguida abandonaban el tema. Al principio Laurence se sintió incómodo por Chenery, pero después empezó a sentirse enojado. Debería estar claro, incluso para el más quisquilloso, que Chenery desconocía aquellas normas y que los temas que elegía eran inofensivos. A Laurence le parecía que asentarse en aquel silencio tétrico y acusador era una falta de educación mucho más grave.
Chenery no pudo evitar reparar en la fría respuesta que recibían sus palabras. No obstante, parecía más perplejo que ofendido, aunque aquello no podía durar. Cuando, inasequible al desaliento, probó a iniciar una nueva conversación, Laurence le respondió de forma deliberada. Los dos discutieron entre ellos durante varios minutos, hasta que Gardner, apartando por un momento sus escrúpulos, levantó la mirada y aportó un comentario. De este modo, la conversación recibió su bendición, y los demás oficiales se unieron por fin a ella. Laurence hizo un gran esfuerzo y mantuvo el tema vivo durante el resto de la comida.
Lo que debería haber sido un placer se convirtió así en un trabajo. Laurence se sintió aliviado cuando quitaron la mesa y se les invitó a subir a cubierta para tomar café y fumar unos puros. Tomando su taza, se acercó a la borda de estribor para disfrutar de mejor vista de la plataforma flotante. Temerario dormía plácidamente, con el sol reflejándose en sus escamas, una de las patas delanteras colgando sobre el agua, y Nitidus y Dulcia recostados sobre él.
Bedford se le acercó y miró a los dragones en lo que Laurence consideró una silenciosa muestra de camaradería. Pero, tras unos instantes, dijo:
—Supongo que es un animal muy valioso y que hemos de estar contentos por tenerlo con nosotros, pero es abrumador pensar que está encadenado a una vida y a una compañía como ésas.
Durante unos momentos, a Laurence le faltó la elocuencia necesaria para contestar a aquel comentario tan preñado de lástima. Media docena de respuestas se agolparon en sus labios. Respiró hondo con tal intensidad que la garganta le tembló, y después dijo con voz baja y brutal:
—Señor, no permitiré que me hable en esos términos, ya sea refiriéndose a Temerario o a mis colegas. Me asombra que piense usted que esa forma de hablar es aceptable.
Su vehemencia hizo que Bedford diera un paso atrás. Laurence se volvió y dejó su taza de café tintineando sobre la bandeja del camarero.
—Señor, creo que debemos partir —le dijo a Gardner, controlando el tono de su voz—. Como ésta es la primera vez que Temerario vuela siguiendo este rumbo, es mejor que volvamos antes de que oscurezca.
—Desde luego —repuso Gardner, tendiéndole la mano—. Vaya con Dios, capitán. Espero volver a verle pronto.
Pese a las excusas de Laurence, no estuvieron de vuelta en la base hasta después de anochecer. Tras ver cómo Temerario atrapaba unos cuantos atunes de gran tamaño, Nitidus y Dulcia manifestaron deseos de probar también ellos con la pesca, mientras que Temerario se mostraba más que contento de proseguir con su exhibición. Los tripulantes más jóvenes no estaban del todo preparados para la experiencia de ir a bordo de un dragón en plena cacería. Pero después de la primera bajada en picado se acostumbraron a la sensación, cesaron en sus gritos de pavor y no tardaron en tomarse todo aquello como un juego.
Laurence descubrió que ni su mal humor era capaz de sobreponerse al entusiasmo de los muchachos, que gritaban como locos cada vez que Temerario levantaba el vuelo con otro atún retorciéndose entre sus garras. Algunos de ellos incluso le pidieron permiso para descolgarse por los costados del dragón y así zambullirse cuando Temerario capturaba a su presa.
El vuelo de regreso a la costa fue algo más lento, pues Temerario se había atiborrado de atún. Mientras canturreaba feliz y satisfecho, volvió la cabeza y, con un brillo de agradecimiento en los ojos, le dijo a Laurence:
—¿No te parece que ha sido un día agradable? Hacía mucho tiempo que no teníamos un vuelo tan espléndido como éste.
Laurence descubrió que su enojo se había esfumado, por lo que no necesitó disimularlo al responder.
Las lámparas de la base empezaban a encenderse como enormes luciérnagas que se recortaban contra las oscuras siluetas de las arboledas dispersas, y la dotación de tierra movía sus antorchas entre ellas al tiempo que Temerario descendía al suelo. La mayoría de los oficiales jóvenes seguían empapados y empezaron a tiritar cuando se deslizaron a tierra por los costados del cálido corpachón del dragón. Laurence les dio permiso para que se retiraran a descansar y se quedó de guardia junto al propio Temerario, mientras los asistentes terminaban de desenganchar los arneses. Hollin le dirigió una mirada de reproche cuando los hombres le trajeron las cinchas del cuello y los hombros, que estaban incrustadas de escamas, espinas y entrañas de pez, y que ya empezaban a oler mal.
Temerario estaba tan contento y bien alimentado que Laurence no se molestó en pedir disculpas. Tan sólo dijo en tono alegre:
—Me temo que por nuestra culpa tendrá un trabajo muy pesado, señor Hollin, pero al menos no habrá que darle de comer esta noche.
—Sí, señor —dijo Hollin, en tono fúnebre, y organizó a sus hombres para la tarea.
Tras quitarle el arnés, los miembros del equipo limpiaron la piel del dragón. Habían desarrollado la técnica de pasarse cubos en cadena como una brigada de bomberos para lavarlo después de las comidas. Más tarde, Temerario dio un enorme bostezo, eructó y se tumbó en el suelo con una expresión tan plácida que Laurence se rió al verlo.
—Tengo que ir a entregar estos despachos —dijo—. ¿Vas a dormir, o quieres que te lea esta noche?
—Perdóname, Laurence, pero creo que tengo demasiado sueño —respondió Temerario, bostezando de nuevo—. Me es difícil entender a Laplace incluso cuando estoy muy espabilado, y no quiero correr el riesgo de perderme algo.
Como Laurence ya tenía bastantes problemas leyendo el francés en el que estaba redactado el tratado sobre mecánica celeste de Laplace y pronunciándolo de forma que Temerario lo entendiese —y eso que no hacía el menor esfuerzo por captar los principios que él mismo leía en voz alta—, aceptó las palabras del dragón de buen grado.
—Muy bien, amigo mío. En ese caso, te veré por la mañana —accedió, y se quedó acariciando la nariz de Temerario hasta que los ojos del dragón se cerraron y su pausada respiración reveló que se había quedado profundamente dormido.
Al recibir los despachos y el mensaje de viva voz, el almirante Lenton frunció el ceño con preocupación.
—Esto no me gusta nada, nada —dijo—. Así que Bonaparte está trabajando tierra adentro… Laurence, ¿cree que puede estar construyendo más barcos en la costa para agregarlos a su flota sin nuestro conocimiento?
—Tal vez consiga fabricar algunas naves de transporte toscas, señor, pero nunca buques de guerra —repuso Laurence enseguida, muy convencido—. Y ya dispone de transportes grandes y en abundancia en todos los puertos de la costa. Me cuesta imaginar que pueda querer más.
—Y todo eso es en las cercanías de Cherburgo, no de Calais, aunque la distancia es mayor y nuestra flota está más cerca. No lo entiendo, pero Gardner tiene razón: estoy convencido de que Bonaparte planea alguna jugada, pero no podrá llevarla a cabo hasta que su armada llegue.
Lenton se puso en pie de repente y salió de la oficina. Sin saber muy bien si debía considerar que con aquel gesto le había despedido, Laurence le siguió. Así atravesaron el cuartel general, salieron al exterior y llegaron al claro donde Lily convalecía tendida en el suelo.
La capitana Harcourt estaba sentada junto a la cabeza de su dragona y le acariciaba todo el rato la pata delantera. Choiseul estaba con ella y leía en voz baja para ambos. El dolor seguía nublando los ojos de Lily. Pero había una señal más esperanzadora: era evidente que Lily había comido, ya que los asistentes aún estaban limpiando una gran pila de huesos reducidos a astillas.
Choiseul apartó la mirada del libro y, después de susurrar algo al oído de Harcourt, acudió junto a ellos.
—Está casi dormida. Les ruego que no la despierten —dijo en tono muy suave.
Lenton asintió e indicó con una seña a Choiseul y Laurence que se apartaran unos pasos con él.
—¿Qué tal se recupera? —preguntó.
—Según los médicos, muy bien, señor. Dicen que su curación está siendo todo lo rápida que cabía esperar —respondió Choiseul—. Catherine no se ha apartado de su lado.
—Estupendo —dijo Lenton—. En ese caso, serán tres semanas, si es que el cálculo inicial sigue siendo acertado. Bien, caballeros, he cambiado de opinión. En vez de hacer que Temerario se turne con Praecursoris, voy a enviarlo a patrullar todos los días. Usted no necesita esa experiencia, Choiseul, pero Temerario sí. Tendrá que ejercitar a Praecursoris por su cuenta.