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Authors: Michael Blake

Tags: #Aventuras

Bailando con lobos (27 page)

BOOK: Bailando con lobos
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«Dos calcetines» pegó un salto en el aire, como un conejo asustado, sacando las garras impulsado por el pánico repentino. Pero cuando cayó al suelo, el teniente estaba a un paso por detrás de él. Dunbar extendió la mano hacia la base de la cola, y dio un tirón de ella. El lobo salió lanzado hacia adelante como si le hubiera explotado un cohete, y Dunbar se echó a reír con tanta fuerza que tuvo que dejar de correr.

«Dos calcetines» se detuvo a unos veinte metros de distancia y se volvió a mirar por encima del hombro, con una expresión tan azorada que el teniente no pudo dejar de sentir pena por él.

Le dirigió un saludo de despedida con la mano y, todavía riendo, se volvió para buscar a «Cisco» y se dirigió hacia el caballo. Poco después inició un ligero trote, sin dejar de reír al recordar la imagen de «Dos calcetines» huyendo de su contacto.

En ese momento, Dunbar pegó un salto en la montura cuando algo le agarró por el tobillo y luego lo soltó. Se giró con rapidez, preparado para enfrentarse con su atacante invisible.

Y allí estaba «Dos calcetines», jadeando como un boxeador entre dos asaltos.

El teniente Dunbar se lo quedó mirando fijamente durante unos segundos. «Dos calcetines» miró con naturalidad en dirección a casa, como si pensara que el juego había terminado.

—Está bien, como quieras —dijo el teniente con suavidad, haciendo un gesto de rendición con las manos—. Puedes venir o puedes quedarte. Ya no tengo más tiempo para seguir con este juego.

Pudo haber sido un pequeño ruido, o quizá algo que percibió en el viento. Fuera lo que fuese, «Dos calcetines» lo captó. Se giró de repente y miró fijamente hacia el camino, con el pelaje encrespado.

Dunbar siguió su mirada e inmediatamente vio a Pájaro Guía acompañado por otros dos hombres. Estaban cerca, observándole desde lo alto de una ladera. Dunbar les saludó con un gesto de la mano y les gritó «Hola», mientras «Dos calcetines» empezaba a retirarse, cabizbajo.

Pájaro Guía y sus dos amigos llevaban un rato observando, lo suficiente como para haber sido testigos de todo el espectáculo con el lobo. Se habían entretenido mucho. Pájaro Guía también sabía que había presenciado algo precioso, algo que le había proporcionado solución a uno de los enigmas que rodeaban al hombre blanco…, el enigma de cómo llamarlo.

«Todo hombre debe tener un verdadero nombre —pensó mientras bajaba la pendiente para encontrarse con el teniente Dunbar—, sobre todo cuando es un blanco que actúa como éste».

Recordó los viejos nombres, como Hombre Que Brilla Como La Nieve, y algunos de los nuevos que se habían empezado a utilizar, como Encuentra el Búfalo. Pero, en realidad, ninguno de ellos le parecía que encajara bien. Jun, desde luego, tampoco.

Ahora, sin embargo, estuvo seguro de que este nombre era el más adecuado. Se adaptaba a la personalidad del soldado blanco. La gente lo recordaría por este nombre. Y el propio Pájaro Guía, disponiendo de dos testigos para apoyarlo, había estado presente en el momento en que el Gran Espíritu se lo reveló.

Se lo dijo varias veces para sus adentros, mientras bajaba la pendiente. Y el sonido le pareció tan bueno como el nombre.

Bailando con Lobos.

Capítulo
21

De una forma tranquila, fue uno de los días más satisfactorios en la vida del teniente Dunbar.

La familia de Pájaro Guía le saludó con un cariño y un respeto que le hicieron sentirse como algo más que un simple invitado. Se sentían verdaderamente felices de verle.

Él y Pájaro Guía se sentaron para fumar y, gracias a unas constantes pero agradables interrupciones, eso duró hasta bien entrada la tarde.

La noticia sobre el nombre del teniente Dunbar y cómo se le había ocurrido se extendió por todo el campamento con la habitual y asombrosa velocidad de siempre, y con esta noticia inspiradora desapareció cualquier atisbo de recelo que aún hubiera podido quedar en relación con el soldado blanco.

No era un dios, pero tampoco era como los demás bocapeludas con los que se habían encontrado. Era como una especie de chamán. Los guerreros pasaban constantemente, algunos de ellos deseando saludarlo, mientras que otros sólo pretendían mirar a Bailando con Lobos.

Ahora, el teniente ya reconocía a la mayoría de ellos. A cada nueva llegada, él se levantaba y hacía su leve inclinación de cabeza. Algunos de ellos le devolvían la inclinación. Unos pocos extendieron las manos hacia él para estrecharle la suya, como le habían visto hacer.

No había mucho de lo que pudieran hablar, pero el teniente empezaba a arreglárselas bien con el lenguaje de las señas, lo bastante como para repasar algunos de los momentos culminantes de la caza de los últimos días. Eso constituyó la base de la mayor parte de la conversación con las visitas.

Al cabo de un par de horas se interrumpió por fin la continua corriente de visitantes, y Dunbar empezaba ya a preguntarse cómo es que no había visto a En Pie con el Puño en Alto, como si ella estuviera entre las cosas que tenía que hacer, cuando Cabello al Viento apareció de repente.

Antes de que pudieran intercambiar saludos, la atención de cada hombre se dirigió hacia los objetos que habían intercambiado: la guerrera desabrochada y el reluciente peto de hueso. El hecho de verlos constituyó un motivo de tranquilidad para ambos.

En el momento de estrecharse las manos, el teniente Dunbar pensó: «Me cae bien este tipo; es bueno volver a verle».

Los mismos sentimientos predominaban en el pensamiento de Cabello al Viento. Ambos se sentaron, enzarzados en una amigable charla, aunque ninguno podía comprender lo que decía el otro.

Pájaro Guía llamó a su esposa para que trajera comida, y el trío no tardó en devorar un almuerzo de carne curada y bayas. Comieron sin pronunciar una sola palabra.

Después de la comida se encendió una pipa y los dos indios entablaron una conversación que el teniente no pudo adivinar. No obstante, y a juzgar por sus gestos y la entonación de sus palabras, supuso que trataban de algo que no era precisamente un chismorreo.

Parecían estar planificando alguna clase de actividad, y no le sorprendió que, al final de la conversación, ambos hombres se levantaran y le pidieran que les siguiera al exterior.

Dunbar los siguió hacia la parte posterior de la tienda de Pájaro Guía, donde les esperaba un alijo de material. Había un montón de flexibles varas de sauce, junto a otro montón de maleza seca.

Los dos hombres tuvieron otro intercambio de palabras, muy breve, y luego se pusieron a trabajar. Cuando el teniente se dio cuenta de lo que empezaba a adquirir forma, echó una mano aquí y allá, pero antes de que pudiera contribuir con mucho esfuerzo, el material ya se había transformado en un emparrado cerrado de un metro y medio de altura.

Habían dejado abierta una pequeña parte para permitir una entrada y le indicaron al teniente Dunbar que fuera el primero en entrar en el recinto cerrado. No había espacio suficiente para mantenerse en pie, pero una vez que se sentó, el lugar le pareció espacioso y tranquilo. La maleza ofrecía una buena protección contra el sol, y estaba lo bastante suelta como para permitir la entrada de un poco de aire. Cuando hubo terminado esta rápida inspección, se dio cuenta de que Pájaro Guía y Cabello al Viento habían desaparecido. Apenas una semana antes se habría sentido incómodo ante su repentina desaparición. Pero, al igual que les sucedía a los indios, él tampoco se sentía receloso. El teniente se sintió contento de permanecer tranquilamente sentado, con la espalda apoyada contra la pared del fondo, sorprendentemente fuerte, escuchando los ahora familiares sonidos del campamento de Diez Osos, mientras esperaba el desarrollo de los acontecimientos.

No tardaron mucho tiempo en producirse.

Apenas habían transcurrido unos pocos minutos cuando escuchó unos pasos que se aproximaban. Pájaro Guía apareció por la entrada, agachándose, y se sentó lo bastante lejos de él como para dejar un amplio espacio entre ambos.

La aparición de una sombra en la entrada le indicó a Dunbar que en el exterior esperaba alguien más para entrar. Sin pensarlo, supuso que se trataría de Cabello al Viento.

Pájaro Guía llamó con suavidad a alguien. La sombra se movió, con acompañamiento de unas campanillas que tintineaban y En Pie con el Puño en Alto apareció en el umbral.

Dunbar se desplazó hacia un lado, dejando espacio libre, mientras ella se instalaba entre los dos hombres y en el breve espacio que tardó en hacerlo, él vio muchas cosas nuevas.

Las campanillas aparecían cosidas a los costados de los mocasines finamente adornados. Su vestido de piel de gamo más bien parecía una reliquia de familia, algo que se cuidaba mucho y que no se ponía todos los días. El corpiño estaba salpicado de pequeños huesos gruesos dispuestos en hileras. Se trataba de dientes de alce.

La muñeca más cercana a donde él se encontraba llevaba un brazalete de latón sólido. Alrededor del cuello llevaba un collar del mismo hueso que él tenía en su peto. El cabello, fresco y fragante le caía en una sola trenza, dejando bien al descubierto el rostro de altos pómulos y cejas claras. Ahora, le parecía mucho más delicada y femenina. Y también más blanca.

Al teniente se le ocurrió pensar entonces que aquel lugar había sido construido para que ellos dispusieran de un sitio donde encontrarse. Y en el momento que ella tardó en sentarse, él se dio cuenta de lo mucho que había deseado volver a verla.

Ella siguió sin mirarle y mientras Pájaro Guía le murmuraba algo, él decidió tomar la iniciativa y decirle hola.

Resultó que ambos giraron las cabezas, abrieron las bocas y dijeron la palabra precisamente en el mismo momento. Los dos «holas» parecieron chocar en el espacio existente entre ambos, y los interlocutores retrocedieron con torpeza ante un principio tan accidental.

Pájaro Guía, sin embargo, creyó ver en el incidente un buen augurio, porque le pareció que se trataba de dos personas con una misma mente. Y como eso era precisamente en lo que él confiaba, la situación le pareció irónica.

El chamán sonrió para sus adentros. Luego, señaló al teniente Dunbar y gruñó, como si le dijera: «Adelante…, tú primero».

—Hola —dijo él agradablemente.

Ella levantó la cabeza. Tenía en el rostro una expresión como si sólo le importara la tarea, pero, desde luego, allí no quedaba ya nada de la hostilidad que había existido con anterioridad.

—Huía —replicó ella.

Aquel día permanecieron sentados durante largo rato en el cobertizo, empleando la mayor parte del tiempo en revisar unas pocas palabras sencillas que habían intercambiado en su primera sesión formal.

Hacia la puesta del sol, cuando los tres ya se sentían cansados de la constante y balbuceante repetición, a En Pie con el Puño en Alto se le ocurrió de pronto la traducción inglesa de su propio nombre indio.

Se sintió tan excitada que empezó a enseñársela inmediatamente al teniente Dunbar. Primero tenía que transmitirle lo que deseaba. Le señaló y dijo: «Jun». Luego se señaló a sí misma y no dijo nada. En ese mismo movimiento levantó un dedo como diciendo: «Espera, te lo demostraré».

El teniente Dunbar supuso «levanta», «levantas», «se levanta», y «sobre mis pies» antes de que se le ocurriera «en pie». El «con» no fue tan difícil, puesto que eso ya lo habían aprendido, y captó «puño» al primer intento. Una vez que él lo hubo comprendido en inglés, se lo enseñó en comanche.

A partir de aquí y en una rápida sucesión averiguó las traducciones de los nombres de Cabello al Viento, Diez Osos y Pájaro Guía.

El teniente Dunbar se sentía excitado. Pidió algo para hacer señales y utilizando un trozo de carbón, escribió los cuatro nombres en comanche fonético, sobre una delgada corteza de abedul blanco.

En Pie con el Puño en Alto mantuvo su reserva, pero interiormente se sentía emocionada. Las palabras inglesas aparecían en su cabeza como destellos de miles de puertas que se habían mantenido cerradas durante mucho tiempo y que ahora, de pronto, se abrían. Se sentía delirante con la excitación de aprender.

Cada vez que el teniente recorría la lista escrita en su corteza de abedul, y cada vez que pronunciaba los nombres tal y como debían pronunciarse, ella le animaba con la sugerencia de una sonrisa y le decía la palabra «sí».

Por su parte, el teniente Dunbar no tenía necesidad de ver su leve sonrisa para saber que el estímulo que le transmitía era de corazón. Podía escucharlo en el sonido de la palabra y verlo en la energía de sus ojos pardos y pálidos. Para ella, escucharle decir aquellas palabras en inglés y en comanche significaba algo especial. Parecían hallarse rodeados por una emoción interna que resultaba hormigueante. El teniente, al menos, podía percibirla.

Ella no era la misma mujer, tan triste y tan perdida, que él había encontrado en la pradera. Ahora, aquel momento era algo dejado atrás. Y se sentía feliz al ver lo mucho que ella había progresado.

Lo mejor de todo era el pequeño trozo de corteza de abedul que sostenía en las manos. Lo sostenía con firmeza, decidido a no perderlo. Constituía la primera parte de un mapa que le guiaría hacia la futura relación con aquel pueblo, fuera ésta cual fuese. A partir de ahora habría muchas más cosas posibles.

Sin embargo, fue Pájaro Guía quien se sintió más profundamente afectado por este curso de los acontecimientos. Aquello era para él como un milagro del orden más elevado, semejante al de asistir a algo agotador, como la vida o la muerte.

Su sueño se había convertido en realidad.

Cuando escuchó al teniente pronunciar su nombre en comanche, fue como si un muro impenetrable se hubiera transformado de pronto en humo. Y ellos atravesaban el lugar donde antes estaba ese muro. Se estaban comunicando.

Con una fuerza similar, la forma en que veía a En Pie con el Puño en Alto también se había ampliado. Ella ya no era una comanche. Al haberse convertido a sí misma en un puente para las palabras, se había transformado en algo más. Al igual que el teniente, él también lo percibió así en el sonido de las palabras inglesas que ella pronunciaba, y lo vio en la nueva energía que apareció en sus ojos. Algo se le había añadido, algo que no estaba allí con anterioridad, y Pájaro Guía sabía de qué se trataba.

La sangre de En Pie con el Puño en Alto, enterrada desde hacía tanto tiempo, volvía a correr, y se trataba de su no diluida sangre blanca.

El impacto de todas estas cosas fue más de lo que hasta el propio Pájaro Guía pudo soportar y, lo mismo que un profesor que sabe cuándo ha llegado el momento de que sus alumnos se tomen un descanso, le dijo a En Pie con el Puño en Alto que ya era suficiente para un día.

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