El susurro de la caracola (21 page)

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Authors: Màxim Huerta

Tags: #Humor

BOOK: El susurro de la caracola
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En el pasillo del mercado se montó un gran círculo de gente, al abrir los ojos estaba rodeada de desconocidos abrigándome con sus miradas. No estaba segura de si me había desplomado, si habían sido unos segundos, unos minutos, una hora… diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos… El dos era mi número favorito.

—Begoña, ¿estás mejor?

Balbuceé un «sí» ante la mirada de los otros, que empezaron a marcharse del lugar.

—¿Qué te ha pasado? Te has caído. Yo creo que has tropezado con las cajas sin querer.

—Sí, he tropezado.

—¿Has desayunado algo?

—Un café.

—Un café no puedes desayunar. Vamos a tomarnos algo. Los dos. Hala, vamos. En Rocablanca te vas a comer unos churros como ningunos, Santiago nos pone una mesa, nos comemos media docena y salimos tan campantes.

Al llegar a la cafetería me volví a reflejar en el escaparate, esta vez ya no sólo era Holy Golightly, de
Desayuno con diamantes
, era todas las mujeres que habían salido por la gran pantalla desde la invención del cine porque no había ninguna criatura en el mundo más feliz que yo. Y más desorientada. Aun así evité tararear la canción
(Moon River)
y preferí sacar de mi memoria otra película.

—Mire, señor Jeffries, no soy una mujer de estudios, pero puedo decirle una cosa...

Marcos me miró alucinado.

—¡
La ventana indiscreta
! —dijo aplaudiéndome—. Es una frase de
La ventana indiscreta
, qué genio Hitchcock. ¡Te sabes el texto de la película!

—… cuando un hombre y una mujer se gustan el uno al otro, se unen así: ¡pa!, como si fuera un choque entre dos trenes, y no se quedan sentados analizándose mutuamente.

Marcos siguió el juego y continuó la frase.

—Hay un modo inteligente de enfocar el matrimonio…

Yo seguí:

—¿Inteligente? Nada ha causado tantos problemas a la humanidad como la inteligencia. Antes conocías a alguien, te gustaba y te casabas. Ahora se leen muchos libros, se emplean palabras de cuatro sílabas y se psicoanaliza a la otra persona hasta que no se distingue entre una relación amorosa y unas oposiciones al ayuntamiento.

Marcos se quedó callado. Yo me quedé callada.

—Eres un ser excepcional —arrancó a decirme—. Me acabas de recordar a mi…

—Qué va. —Hice como que no escuchaba.

—¿Te la sabes? Claro que te la sabes.

—Tengo más, pero para recordarlas tendré que comerme primero uno de estos churros. Qué hambre tengo, debe de ser el frío.

—Te lo había dicho, son los más sabrosos de Madrid.

—… Yo también iba mucho al cine, Marcos. Iba cada tarde, me compraban la entrada, fila diez, siempre fila diez, mirábamos la película y nos volvíamos a casa. Pero en mi caso era distinto.

—¿Por qué?

—Tal vez nunca supe entender al hombre que me llevó a ver las películas. Yo me aburría porque pensaba que me llevaba porque no sabía qué decirme. Y yo, entonces, sólo quería cortar rosas…

—¿Qué quieres decir?

—Yo quería volar.

—Qué bonito, Begoña. Yo aprendí a volar mirando películas una y otra vez, papá se convirtió en el proyeccionista y me las vi una y otra vez, una y otra vez, hasta aprendérmelas… Tengo grabado en la memoria la violencia con la que aquellos rollos daban vueltas en la máquina, ese «clic» al pararse, el bufido del ventilador directo a la cara… ¡Qué poco moderno era aquel cine!

—Yo hace mucho que no voy al cine.

—Pero mi película sí que la has visto.

—Sí.

—¿Y te gusta?

—Cómo no me vas a gustar, estás genial. Estoy convencida de que harás muchas y de que las harás mejores.

—Eso quiere decir que no te gusta del todo.

—Claro que me gusta, ¡claro! No quería decir eso. De hecho tengo que decirte que fui al estreno, bueno…, pasaba por la calle y lo vi. Os vi a todos. Tú ibas de negro, muy guapo.

—Es verdad, iba de negro. Pero me quité el traje al acabar la fiesta, me sentía demasiado importante y me cambié. Qué lujo de noche, qué nervios, era como si todo se hubiera hecho realidad, entré al cine sin darme cuenta ni de la gente que me gritaba, que gritaban mi nombre, «Marcos, Marcos». Pensé en mi padre, en que decían su nombre, para evitar los nervios y la sensación absurda de entrar por aquella alfombra roja… No fui consciente de lo que me estaba pasando porque estas cosas yo pensaba que sólo pasaban en las películas… Ha sido un golpe de suerte, Begoña, he sido actor por suerte. Igual que mi padre un día se puso a hacer de proyeccionista, yo igual. Un día me cogieron en uno de esos castings.

—Te la mereces. Te mereces todo lo bueno que te pase. De hecho, sólo deberían pasarte cosas buenas. Y que tu padre… vea que has sido Cary Grant.

—Ojalá.

—No dudes de tu suerte, eres un pedazo de actor, una persona ejemplar y tienes una gran luz. No dejes que nadie te la apague, Marcos. Y encima eres guapo.

—Francamente, te lo agradezco. Al final, el miedo de ser lo que he soñado me da vértigo, por si me fallo. Por si le fallo a él.

—¿Lo sabe tu padre?

Titubeé. Se abrió la puerta del Rocablanca y entró una ráfaga de frío hasta la mesa en la que estábamos sentados. Me llegó olor a canela, a rama recién rota entre los dedos. En ese instante sonó el móvil de Marcos, pero prefirió no cogerlo, «se está aquí a gusto». Volvió a sonar y anotó en una servilleta varios números. Eran los días de los ensayos de su segunda película, tenían que dictarle las horas de recogida. Seguimos hablando como si no hubiera existido la pregunta anterior.

—Volar no ha sido sencillo —añadí yo justificándome—. De entrada he tenido que perder muchas cosas en el camino.

Me dieron ganas de decir: he perdido hasta mi nombre. Pero seguí:

—Me atemorizaba quedarme parada en mi pueblo, abrir las ventanas y volver a ver cada mañana las mismas casas y a las mismas personas. El mundo atroz era aquel mundo, el que me ahogaba sin poder escapar. Mi vida se quedaba atrapada en la calle de mi casa, la calle de mi abuela, la calle de mis tías, la calle de las tiendas, la calle del mercado, la calle del puerto…

—¿Hay mar en tu pueblo?

—Sí. Un pequeño puerto de pescadores, ridículo pero útil. Y una playa estrecha en la que me sentaba a pensar cuando buscaba caracolas…

—Qué pasada.

—Tal vez, pero yo quería escapar. Me devoraba la ansiedad de irme, de huir de allí para no ver en lo que se estaba convirtiendo mi madre. Creo que… estoy hablando demasiado… Háblame de tu padre.

—¿Sabes a qué me recuerda esto? —me dijo Marcos acercándome el último churro del plato.

—…


Tener y no tener
, con Humphrey Bogart y Lauren Bacal. «Sabes que conmigo no tienes que fingir, no tienes que decir nada y no tienes que hacer nada, nada en absoluto o tal vez sólo silbar. Sabes como hacerlo, ¿verdad? Tienes que juntar los labios y soplar.»

Me estaba recuperando del vahído, de manera que, como quien dice, mi cuerpo y mi cabeza empezaban a ir por el mismo camino. Por eso volví a repetir la pregunta.

—¿Y tu padre?

—Mi padre tenía ganas de que fuera actor, a veces me silbaba bajito desde el ventanuco de la proyección y yo sabía que esa escena que venía a continuación era para memorizar, así lo decía él. «Guárdala, guárdala…» Yo ponía todos los sentidos y, desde mi butaca, repetía los gestos, imitaba las acciones, recordaba las frases…, incluso me las apuntaba a oscuras en una libreta que todavía guardo. Ahí están frases de
El sueño eterno
, de
Casablanca
, de
Anna Karenina
, de
Atrapa a un ladrón…
Buff…, ni te imaginas…, a veces creo que soy el niño de
Cinema Paradiso
.

—«De donde yo vengo, las personas nunca te desilusionan…»
[1]

—¿Cuál es esa? De qué película es… No me sale… Me suena… ¿De qué peli?

—¡Ah!

No sé cuántas veces lo repitió preguntándomelo, hasta que de pronto se dio cuenta de que era un juego para alborotar la complicidad que había nacido entre los dos.

—Mi padre… —arrancó de nuevo a decirme— quería que yo hiciera cine, pero por una razón muy básica. Y ¿sabes por qué? Porque decía que así un día me tropezaría con mi madre. «A tu madre le gustaría verte ahí —me dijo—. Seguro que un día te ve en la gran pantalla y sonríe por ti.» Mi madre coleccionaba caracolas, le gustaba oír los sonidos que emiten cuando las acercas al oído. Es lo único que conservo de ella, no tengo fotos. Sólo sus caracolas... Me las guardó mi padre en una caja, son las que están en el salón. A veces cojo una y creo escucharla, como si me hablara y confiara en mí. Mi padre hacía lo mismo, las cogía y decía que escuchaba su voz. Decía que mi madre se parecía a Romy Schneider. Te habría gustado conocerlo.

—…

27

Aquel día de Todos los Santos me propuse que todo me saliera dulce, que no hubiera una sola lágrima que me cambiara el sabor de los platos. Cociné todos los postres que habíamos pensado: arroz con leche, pan de Calatrava, tarta de manzana, caramelos de azúcar, flanes de huevo, natillas de frutas, granadas con miel, peras al vino, buñuelos de viento… Cuando todo estuvo listo en los platos, llamé a Matilde para contarle por teléfono qué iba a hacer esa mañana. Me sirvió de ensayo descongelarme con ella. Los platos los tapé con otros platos, doblé toda su ropa recién planchada, puse unas flores en la entrada y bajé la basura.

Me abrigué y me fui caminando hasta la comisaría donde me había renovado el carné. Veinticinco años después, confesé mi crimen ante la mirada atónita de los policías…

—«El mar a veces no devuelve los cadáveres porque no tiene ganas. Voy a ser clara y no les voy a entretener ni cinco minutos. Aquella noche en que le empujé desde el faro después de dejarme besar hacía mucho viento, tanto que hasta los recuerdos buenos se me volaron. Le empujé queriendo. No recuerdo nada más. Yo fingí en el pueblo durante semanas que le esperaba a que volviera a casa, sin ningún miedo, porque no había de volver. Pero los vecinos no sospecharon porque las mujeres sabemos mentir, más cuando estamos embarazadas.

… /…

»Sigo. Estaba ya de siete meses. Quedaba poco. Esperé a que naciera el niño para volver a escapar. Lo dejé junto al hombre bueno con el que estaba casada todavía. Lo recuerdo como si fuera hoy. ¿Puedo beber agua?

… /...

»Entré en mi casa, abracé a mi madre, que no consiguió abrir la boca al verme llegar con un niño en brazos. Hice lo que debía haber hecho tiempo atrás. Dar un portazo fuerte para que se desmontaran los puzles del salón a mi salida…, con fuerza. Se desmontaron todos. Del golpe. Mi madre se quedó callada pero aliviada, seguramente. No sé qué decirles más. El parto fue un parto bueno.»

Los policías me miraban callados, como suelen callarse los hombres que no tienen nada que decir.

En casa de Marcos se quedó un olor intenso a azúcar quemado, a los vapores del flan caramelizado, a la leche hervida con canela, a las peladuras del limón rallado, a las pieles de las manzanas, a la masa de la levadura, a la miel, al vino hervido… Todo el olor a dulce que, como decía mi abuela, cambiaba los estados de ánimo. Me fui hasta el salón y cogí una de mis caracolas, la más grande. Era una que me regalaron unos marineros al acabar la faena en la lonja, tendría yo doce años. Escribí una carta para Marcos y la doblé todas las veces que pude, hasta dejarla hecha un cuadradito para poder meterla por la boca de la caracola. Si el tiempo juega a su favor, a mi favor, un día sentirá que dentro hay un «ovillo violeta» con todo lo que nunca he podido decirle: Que me hubiera gustado vestirle de comunión, que le habría guardado su primer diente de leche, que yo también sabía cuentos para dormir, que habría remendado sus jerséis, que habríamos tenido tiempo para memorizar las tablas de multiplicar, que habría estado en la primera fila de la función de Navidad, que no habrían faltado besos, que podía haberle enseñado a pintar, a cocinar buñuelos, a buscar la Osa mayor en el cielo y ponerle su nombre a una estrella mientras se dormía. Doblé todo lo que pude esa carta. Todo lo que pude. «Querido hijo…»

Nota del autor

Cuando acabé de escribir esta novela, quiso el azar que el Instituto Cervantes de Madrid expusiera la colección de caracolas más bonita que existe. La del chileno Pablo Neruda. De pronto, frente a una de ellas, mi madre y yo nos quedamos mirando una minúscula nota manuscrita del poeta. Neruda había guardado en el interior de una de las caracolas una insignificante nota. «Encontrada por mí en la playa de Mocambo, México, nov, 1942.» ¿Significó algo más aquella caracola?

Notas

[1]
La rosa púrpura de El Cairo
.

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