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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Hijos de Dune (11 page)

BOOK: Hijos de Dune
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—Oh, está descansando. Ten en cuenta que esta noche no ha dormido bien. Le hará bien tomar una
zaha
, una siesta matutina.

Alia no oyó a su guardiana. Su consciencia había sido invadida por un estridente canto:

—¡Aquí estamos todos los alegres viejos pájaros, hurrah! —Las voces creaban ecos en el interior de su cráneo. Pensó:
Estoy volviéndome loca. Estoy perdiendo la cabeza.

Sus pies se movieron débilmente en el banco, como intentando huir. Sintió que si tan sólo pudiera controlar su cuerpo echaría a correr de allí a toda velocidad. Debía huir para impedir que cualquier parte de aquella marea interna la redujera al silencio, contaminando para siempre su alma.

Pero su cuerpo se negaba a obedecer. Las más potentes fuerzas del Universo Imperial obedecerían inmediatamente al más pequeño de sus caprichos, pero su cuerpo no.

Una voz interior se echó a reír.

—Desde un cierto punto de vista, muchacha —dijo—, cada incidente o creación representa una catástrofe. —Era una voz de bajo que retumbó contra sus ojos, y luego hubo de nuevo aquella risa, como burlándose de su propia afirmación—. Mi querida niña, yo puedo ayudarte, pero tú tienes que ayudarme también a mi a cambio.

Luchando con el creciente clamor que resonaba tras aquella voz de bajo, Alia habló entre apretados dientes:

—¿Qué… qué…?

Un rostro se formó por sí mismo en su consciencia. Era un rostro sonriente y tan rollizo que hubiera parecido el de un bebé de no ser por la avidez que brillaba en sus ojos. Ella intentó rechazarlo, pero lo único que consiguió fue obtener una visión más distante de él, de tal modo que ahora podía contemplar también el cuerpo que iba unido a aquel rostro.

El cuerpo era groseramente, inmensamente gordo, enfundado en ropas cuyos bultos, aquí y allá, indicaban que sus grasas eran sostenidas por suspensores portátiles.

—Como puedes ver —retumbó la voz de bajo—, soy tan solo tu abuelo materno. Tú me conoces. Fui el Barón Vladimir Harkonnen.

—Pero tú… ¡tú estás muerto! —jadeó ella.

—Oh, por supuesto, querida! La mayoría de nosotros en tu interior estamos muertos. Pero ninguno de los demás está realmente dispuesto a ayudarte. Ellos no te comprenden.

—Vete —suplicó ella—. Oh, por favor, vete.

—Pero tú necesitas ayuda, nieta —argumentó la voz del Barón.

Qué imponente se le ve
, pensó Alia, espiando la proyección del Barón a través de sus cerrados párpados.

—Estoy dispuesto a ayudarte —lisonjeó el Barón—. Los otros tan sólo están dispuestos a luchar para apoderarse completamente de tu consciencia. Todos ellos no hacen más que intentar arrancarte de ti misma. Pero yo… yo me conformo con un rinconcito para mí.

Las otras vidas dentro de ella iniciaron de nuevo su clamor. La marea intentó engullirla de nuevo, y oyó la voz de su madre gritando Y Alia pensó:
Ella no está muerta.

—¡Callaos! —ordenó el Barón.

Alia sintió que toda su voluntad se aferraba a aquella orden, proyectándola a través de toda su consciencia.

Un silencio interior descendió como una fresca ducha, y sintió que su alocado corazón empezaba a latir en su pecho a la cadencia habitual. La voz del Barón se entrometió de nuevo, apaciguadora:

—¿Lo ves? Juntos, somos invencibles. Tú me ayudas, y yo te ayudaré.

—¿Qué… qué es lo que quieres? —susurró ella.

Una expresión pensativa se dibujó en el grasiento rostro proyectado en sus cerrados párpados.

—Ohhh, mi querida nieta —dijo—. Sólo pretendo disfrutar de algunos pocos placeres simples. Proporcióname algún momento ocasional de contacto con tus sentidos. No es necesario que nadie más lo sepa. Déjame sentir tan sólo un rincón de tu vida cuando, por ejemplo, te halles sumergida entre los brazos de tu amante. ¿No crees que es un precio muy pequeño el que pido?

—S… sí.

—Bien, bien —cloqueó el Barón—. A cambio, mi querida nieta, podré servirte de mil maneras distintas. Puedo avisarte, ayudarte con mis consejos. Serás invencible, dentro y fuera. Barrerás cualquier oposición. La historia olvidará a tu hermano y te glorificará a ti. El futuro será tuyo.

—¿Tú… no dejarás… que… que los otros me venzan?

—¡No podrán nada contra nosotros! Les dejaremos que sigan ladrando, pero seremos nosotros quienes mandemos. Te lo demostraré. Escucha.

Y el Barón calló, diluyendo su imagen, su presencia interior. Ninguna otra memoria, rostro o voz de otras vidas hizo notar su presencia.

Alia suspiró temblorosamente.

Acompañando aquel suspiro, surgió un pensamiento. Forzó su camino a través de su consciencia como si fuera suyo propio, pero ella se dio cuenta de que había silenciosas voces tras él.

El viejo Barón era el mal. Él mató a tu padre. Quiso mataros a ti y a Paul. Lo intentó, y fracasó.

La voz del Barón llegó de nuevo hasta ella, sin un rostro que la sostuviera:

—Por supuesto que intenté matarte. ¿Acaso no estabas trabándome el camino? Pero esa disputa ya terminó. ¡Tú venciste, muchacha! Tú eres la nueva verdad.

Alia se descubrió a sí misma asintiendo, y apretó espasmódicamente su mejilla contra la áspera superficie del banco. Sus palabras eran razonables, pensó. Un precepto Bene Gesserit reforzaba el carácter razonable de aquellas palabras:
«El propósito de una disputa es cambiar la naturaleza de la verdad».

Sí… esta era la forma en que la Bene Gesserit hubiera aceptado el hecho.

—¡Exactamente! —dijo el Barón—. Y yo estoy muerto, mientras que tú sigues viva. Yo poseo tan sólo una frágil existencia. Soy tan sólo una memoria de mí mismo en tu interior. Soy tuyo para lo que ordenes. Y qué poco pido a cambio de los profundos consejos que estoy en situación de darte.

—¿Qué es lo que me aconsejas que haga ahora? —preguntó ella, tentativamente.

—Estás preocupada por la sentencia que dictaste la última noche —dijo—. Te preguntas si las palabras de Paymon fueron referidas tal como se pronunciaron. Quizá Javid viera en aquel Paymon una amenaza a su posición de privilegio ¿No son esas las dudas que te asaltan?

—Sí… sí.

—Y tus dudas están basadas en cuidadosas observaciones, ¿no? Javid se está comportando con una creciente intimidad respecto a tu persona. Incluso Duncan ha notado eso, ¿no?

—Sabes que es así.

—Muy bien, entonces. Toma a Javid como amante y…

—¡No!

—¿Te preocupas por Duncan? Pero tu marido es un mentat místico. No puede sentirse tocado o herido por las actividades de la carne. ¿No has notado muchas veces lo distante que está de ti?

—P… pero él…

—La parte de mentat que hay en Duncan lo comprendería perfectamente, si alguna vez llegara a saber el ardid empleado por ti para destruir a Javid.

—Destruir…

—Por supuesto! Podemos utilizar instrumentos peligrosos, pero debemos echarlos a un lado cuando empiezan a ser demasiado peligrosos.

—Entonces ¿por qué debo…? Quiero decir…

—¡Oh, mi pequeña tonta! A causa del valor contenido en la lección.

—No comprendo.

—El valor, mi querida nieta, depende de su éxito para su aceptación. La obediencia de Javid debe ser incondicional, su aceptación de tu autoridad absoluta, y su…

—La moralidad de esta
lección
se me escapa…

—¡No seas obtusa, nieta! La moralidad debe tener siempre como base el sentido práctico. Dar al César y todas esas tonterías. Una victoria es inútil a menos que refleje tus más profundos deseos. ¿No es cierto que has admirado muchas veces la masculinidad de Javid?

Alia tragó saliva, odiando tener que admitirlo, pero obligada a ello por su completa desnudez frente a aquel espía interior.

—S… sí.

—Estupendo. —Qué jovial sonaba aquella voz dentro de su cabeza—. Ahora empezamos a entendernos mutuamente. Cuando lo tengas indefenso, allá en tu lecho, convencido de que tú eres
su
esclava, le preguntarás acerca de Paymon. Hazlo como un juego: una broma entre vosotros dos. Y cuando él admita su engaño, entonces deslizas un crys entre sus costillas. Oh, el chorro de sangre surgiendo de su cuerpo puede añadir mucho a tu satis…

—No —susurró ella, con la boca seca por el horror—. No… no… no…

—Entonces lo haré yo por ti —argumentó el Barón—. Hay que hacerlo; incluso tú debes admitirlo. Si tú preparas las condiciones, yo asumo temporalmente el control y…

—¡No!

—Tu miedo es tan transparente, nieta. Mi control sobre tus sentidos no puede ser más que temporal. Hay otros aquí que podrían imitarte con una tal perfección que… Pero tú ya lo sabes. Conmigo, esto, la gente descubriría inmediatamente mi presencia. Tú conoces la Ley Fremen sobre los poseídos. Serías eliminada inmediatamente. Si… incluso tu. Y sabes que yo no quiero que
esto
ocurra. Me ocuparé de Javid por ti e, inmediatamente, me retiraré de nuevo. Tú sólo necesitas…

—¿Por qué consideras que este es un buen consejo?

—Te libra de un instrumento peligroso. Y, niña, establecerá las bases de una relación de trabajo entre nosotros, una relación que te enseñará cosas útiles acerca de los futuros juicios que…

—¿Enseñarme?

—¡Naturalmente!

Alia se cubrió los ojos con las manos, intentando pensar, sabiendo que incluso los más pequeños pensamientos iban a ser conocidos por aquella presencia dentro de ella, que algunos de ellos podían incluso ser originados por aquella presencia y haber ocupado el lugar de los suyos propios.

—Te estás preocupando inútilmente —dijo el Barón con tono convincente—. Ese camarada Paymon era…

—¡Me equivoqué con él! Estaba cansada y actué precipitadamente. Hubiera tenido que pedir una confirmación de…

—¡Actuaste correctamente! Tus juicios no pueden basarse en estúpidas abstracciones como esa noción de igualdad de los Atreides. Eso es lo que te ha dejado sin sueño, no la muerte de Paymon. ¡Tomaste la decisión correcta! Él también era un instrumento peligroso. Actuaste para mantener el orden en tu sociedad. ¡Esta es una buena razón para enjuiciar, no esa estupidez acerca de la
justicia
! No existe nada así, no existe la justicia igual para todos, en ningún lado. Una sociedad en la que se intente conseguir un tal equilibrio es una sociedad condenada al fracaso.

Alia experimentó alivio ante aquella defensa de su juicio sobre Paymon, pero se sintió impresionada por el amoral concepto que yacía tras la argumentación.

—La justicia igual para todos era un concepto Atreides… era… —apartó sus manos de los ojos, pero permaneció con los párpados cerrados.

—Todos tus jueces sacerdotes deberán ser prevenidos acerca de este error —argumentó el Barón—. Las decisiones deben ser valoradas tan sólo en relación con sus méritos en mantener una sociedad en orden. Innumerables civilizaciones anteriores han embarrancado en los escollos de la justicia igualitaria. Tales estupideces destruyen las jerarquías naturales, que son mucho más importantes. Cada individualidad adquiere un significado tan sólo en su relación con nuestra sociedad en conjunto. Si esta sociedad no está ordenada en niveles lógicos, nadie puede hallar un lugar en ella… ni el más bajo, ni el más alto. ¡Vamos, vamos, nieta! Tú debes ser la severa madre de tu pueblo. Tu deber es mantener el orden.

—Pero todo lo que hizo Paul era…

—¡Tu hermano está muerto, fracasó!

—¡Tú también lo estás!

—Cierto… pero en mi caso fue un accidente más allá de mis proyectos. Ahora debemos ocuparnos de este Javid en la forma en que te he dicho.

Ella sintió que su cuerpo se encendía ante aquel pensamiento, y dijo rápidamente:

—Debo pensar en ello. —Y pensó:
Si lo hago, será tan sólo para colocar a Javid en su lugar. No necesito matarlo para ello. Y el estúpido podría incluso traicionarse… en mi lecho.

—¿Con quién estáis hablando, mi Dama? —preguntó una voz.

Por un confuso momento, Alia pensó que se trataba de otra intrusión de aquellas clamorosas multitudes de su interior, pero al reconocer la voz abrió los ojos. Ziarenka Valefor, jefa de las guardianas amazonas de Alia, permanecía de pie junto al banco, con la preocupación reflejándose en sus curtidos rasgos Fremen.

—Estoy hablando con mis voces interiores —dijo Alia sentándose en el banco. Se sintió aliviada, reconfortada por el silencio de los clamores internos.

—Vuestras voces interiores, mi Dama. Sí. —Los ojos de Ziarenka brillaron ante aquella información. Todo el mundo sabía que la Sagrada Alia poseía recursos internos que no estaban al alcance de nadie más.

—Conduce a Javid a mis apartamentos —dijo Alia—. Tengo graves asuntos que debo discutir con él.

—¿A vuestros apartamentos, mi Dama?

—¡Sí! A mis estancias privadas.

—Como ordene mi Dama —la guardiana se giró para obedecer.

—Un momento —dijo Alia—. ¿Ha partido ya el Maestro Idaho para el Sietch Tabr?

—Si, mi Dama. Se fue antes del amanecer, según vuestras instrucciones. ¿Deseáis que le envíe…?

—No. Me ocuparé yo personalmente de ello. Y, Zia, nadie debe saber que Javid ha sido conducido hasta mí. Encárgate tú misma de todo. Es un asunto muy grave.

La guardiana tocó el crys en su cintura.

—Mi Dama, si existe alguna amenaza contra vos…

—Si, se trata de una amenaza, y Javid podría hallarse en mismo centro.

—Ohhh, mi Dama, quizá no debería conducirlo…

—¡Zia! ¿Me crees incapaz de manejar a alguien como él?

Una sonrisa lobuna rozó los labios de la guardiana.

—Perdonadme, mi Dama. Lo traeré inmediatamente a vuestros aposentos. Pero… con el permiso de mi Dama, me quedaré montando guardia al otro lado de vuestra puerta.

—Sólo tú —dijo Alia.

—Por supuesto… mi Dama. Parto inmediatamente.

Alia asintió para sí misma, observando cómo Ziarenka daba media vuelta y desaparecía. Javid no era apreciado por las guardianas. Otro punto contra él. Pero seguía siendo valioso… muy valioso. Era su llave de Jacurutu y, con este lugar en sus manos, entonces…

—Quizá tengas razón, Barón —susurró.

—¡Evidentemente! —cloqueó la voz en su interior—. Ahhh, será agradable hacerte este servicio, niña. Y esto es tan sólo principio…

12

Hay algunas ilusiones de la historia popular que una religión debe promover si quiere tener éxito: El mal nunca debe prosperar; sólo los valientes consiguen la gloria; la honestidad es la mejor política; las acciones hablan mucho mas que las palabras; la virtud triunfa siempre; una buena acción lleva consigo su propia recompensa; los talismanes religiosos le protegen a uno de la posesión del demonio; sólo las mujeres comprenden los antiguos misterios; los ricos son condenados a la infelicidad…

Del
Manual de Instrucciones de la Missionaria Protectiva

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