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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Hijos de Dune (9 page)

BOOK: Hijos de Dune
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—Como ordenéis, Princesa.

Ella se echó hacia atrás en su asiento, mirando fríamente a Tyekanik.

—Tú no me apruebas, lo sé. Pero no tiene ninguna importancia para mí mientras recuerdes la lección del Levenbrech.

—Era muy bueno con los animales, pero sustituible; si, Princesa.

—¡No es eso lo que quiero decir!

—¿No? Entonces… no comprendo.

—Un ejército —dijo ella— está compuesto por partes intercambiables, enteramente sustituibles. Ésta es la lección del Levenbrech.

—Partes intercambiables —dijo él—. ¿Incluido el mando supremo?

—Sin un mando supremo no hay razón para un ejército, Tyekanik. Es por eso por lo que abrazarás inmediatamente esa religión Mahdi y, al mismo tiempo, iniciarás tu campaña para convertir a mi hijo.

—Inmediatamente, Princesa. Presumo que no querréis que reduzca su educación en las demás artes marciales a expensas de esta… religión.

Ella se levantó bruscamente de la silla, pasó por su lado, se detuvo en la puerta, y habló sin girar la cabeza.

—Alguna vez tentarás mi paciencia más allá del límite, Tyekanik —dijo, y salió de la estancia.

10

O abandonamos la por largo tiempo alabada Teoría de la Relatividad, o tendremos que dejar de creer que podemos seguir comprometiéndonos en predicciones fiables del futuro. Realmente, el conocimiento del futuro levanta una gran cantidad de preguntas que no pueden ser respondidas a la luz de las convenciones habituales, a menos que proyectemos en primer lugar a un Observador fuera del Tiempo y, en segundo lugar, anulemos cualquier movimiento. Si aceptamos la Teoría de la Relatividad, resulta evidente que el Tiempo y el Observador deben permanecer inmóviles el uno con relación al otro, o se producen interferencias. Esto parecería querer decir que es imposible emprender una predicción del futuro fiable. ¿Cómo, entonces, podemos explicar la continua búsqueda de esta meta visionaria por parte de reputados científicos? ¿Y cómo, entonces, podemos explicar a Muad’Dib?

Disertaciones sobre la Presciencia
, por H
ARQ AL
-A
DA

—Debo decirte algo —dijo Jessica—, aunque sé que mis palabras van a recordarte muchas experiencias de nuestro mutuo pasado, y van a ponerte en una situación de peligro.

Hizo una pausa para observar cuál era la reacción de Ghanima. Estaban sentadas solas, tan sólo ellas dos, sobre blandos almohadones en una de las estancias del Sietch Tabr. Aquella entrevista había requerido considerable habilidad, y Jessica no estaba del todo segura de que hubiera sido ella sola la que había movido los hilos necesarios. Ghanima parecía haberse anticipado a cada uno de sus movimientos.

Hacía aproximadamente dos horas que había amanecido, y la excitación de los saludos de bienvenida y todos los encuentros con viejos conocidos habían pasado. Jessica obligó a su pulso a adoptar un ritmo normal y enfocó su atención en la estancia de paredes de roca llena de oscuros tapices y almohadones amarillos. Para alejar las tensiones acumuladas, se descubrió a sí misma recitando mentalmente la Letanía contra el Miedo del ritual Bene Gesserit.

«No debo tener miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada. Sólo estaré yo».

Pronunció en silencio la letanía, e inspiró profunda y calmadamente.

—A veces ayuda —dijo Ghanima—. La Letanía, quiero decir.

Jessica cerró los ojos para ocultar la impresión que le había producido aquella profunda penetración. Había transcurrido mucho tiempo desde que alguien había sido capaz de leer tan íntimamente en su interior. La realización de tal hecho era desconcertante, sobre todo teniendo en cuenta que aquel sorprendente intelecto se ocultaba tras una máscara infantil.

De todos modos, haciendo frente a su miedo, Jessica abrió sus ojos y supo la fuente de su agitación:
Temo por mis nietos.
Ninguno de aquellos niños evidenciaba el estigma de la Abominación que ostentaba Alia, aunque Leto mostraba señales de ocultar algo aterrador. Aquella era precisamente la razón de que lo hubiera excluido hábilmente de su entrevista.

Con un impulso, Jessica dejó a un lado su inherente máscara emocional, sabiendo lo poco que le serviría alzar barreras a la comunicación. Nunca desde aquellos maravillosos momentos al lado de su Duque había bajado aquellas barreras, y la acción le produjo a la vez alivio y dolor. Existían hechos que ninguna plegaria o letanía podían borrar de la existencia. Huir no dejaría aquellos hechos a sus espaldas. No podían ser ignorados. Algunos elementos de las visiones de Paul se habían ido ordenando, y el tiempo les había dado forma ahora en sus hijos. Eran como un imán en el vacío; el mal y todos los más tristes frutos del poder se arracimaban a su alrededor.

Ghanima, captando el complejo juego de emociones que desfilaban a través del rostro de su abuela, se maravilló de que Jessica hubiera relajado de aquel modo sus controles.

Con un movimiento notablemente sincronizado de sus cabezas, ambas se giraron, sus ojos se encontraron, y se quedaron mirándose a lo más profundo, probándose mutuamente. Sin pronunciar palabra, sus pensamientos se cruzaron.

Jessica:
Me doy cuenta de que puedes ver mi miedo.

Ghanima:
Ahora sé que me quieres.

Fue un fugaz momento de mutua confianza. Luego, Jessica dijo:

—Cuando tu padre era tan sólo un muchacho, hice venir a la Reverenda Madre a Caladan para probarlo.

Ghanima asintió. Su recuerdo de aquello era tremendamente vívido.

—Nosotras, las Bene Gesserit, hemos tomado muchas precauciones para asegurarnos de que los hijos que educábamos fueran humanos y no animales. Una no puede guiarse nunca por las apariencias exteriores.

—Esta es la forma como habéis sido adiestradas —dijo Ghanima, y el recuerdo creció en su mente: aquella vieja Bene Gesserit, Gaius Helen Mohiam. Había acudido a Castel Caladan con su venenoso gom jabbar y su caja de ardiente dolor. La mano de Paul (la propia mano de Ghanima en sus recuerdos compartidos) había gritado con la agonía de aquella caja mientras la vieja mujer repetía calmadamente que la muerte acudiría inmediatamente si la mano era extraída del dolor. Y no había ninguna duda de que la muerte estaba agazapada en aquella aguja apoyada en su cuello de niño, presta para clavarse, mientras la cascada voz repetía su razonada exposición:

—¿Has oído hablar de los animales que se devoran una pata para escapar de una trampa? Esta es la astucia a la que recurriría un animal. Un humano permanecerá cogido en la trampa, soportará el dolor, y fingirá estar muerto para coger por sorpresa al cazador y matarlo, y eliminar así un peligro para su especie.

Ghanima agitó la cabeza ante el recuerdo de aquel dolor. ¡Quemaba! ¡Quemaba! Paul había imaginado su piel arrugándose y ennegreciéndose y agrietándose en la agonía de aquella caja, dejando al descubierto tan sólo unos huesos descarnados. Y sin embargo todo había sido un truco… la mano estaba intacta. Pero la frente de Ghanima se llenó de sudor ante aquel recuerdo.

—Por supuesto, tú recuerdas esto de una forma que a mi me es imposible recordar —dijo Jessica.

Por un momento, conducida por sus recuerdos, Ghanima vio a su abuela bajo una luz diferente: ¿qué otra cosa podía haber hecho aquella mujer, empujada inexorablemente por las necesidades de su condicionamiento de las escuelas Bene Gesserit? Esto planteaba nuevas preguntas acerca del regreso de Jessica a Arrakis.

—Sería estúpido repetir una tal prueba contigo o con tu hermano —dijo Jessica—. Vosotros ya sabéis en qué consiste. Debo asumir que sois humanos, y que no vais a abusar de vuestros poderes heredados.

—Pero, de hecho, tú no asumes absolutamente nada —dijo Ghanima.

Jessica parpadeó, se dio cuenta de que había alzado de nuevo inconscientemente las barreras, y se apresuró a bajarlas.

—¿Crees en mi amor hacia ti? —preguntó.

—Sí —Ghanima alzó una mano cuando Jessica iba a decir algo—. Pero este amor no te detendrá de destruirnos. Oh, conozco el razonamiento: «Es mejor que el animal-humano muera antes de que se recree y perpetúe». Y esto es especialmente cierto si el animal-humano lleva el nombre de Atreides.

—Tú al menos eres humana —dijo impulsivamente Jessica—. Creo en mi instinto sobre eso.

Ghanima supo que decía la verdad, y dijo:

—Pero no estás segura con respecto a Leto.

—No lo estoy.

—¿Abominación?

Jessica sólo consiguió asentir con la cabeza.

—Todavía no, al menos —dijo Ghanima—. Aunque ambas sabemos el peligro que corre. Podemos ver en Alia el camino que puede recorrer.

Jessica se cubrió los ojos con las manos y pensó:
Ni siquiera el amor puede protegernos de los hechos indeseados.
Y supo que pese a todo seguía amando a su hija, y gritó silenciosamente contra el destino:
¡Alia! ¡Oh, Alia! Me siento desgraciada por la parte que he tenido en tu destrucción.

Ghanima carraspeó ruidosamente.

Jessica apartó las manos y pensó:
Puedo lamentarme por mi pobre hija, pero ahora me urgen otras necesidades.

—Así, has comprendido lo que le ha ocurrido a Alia.

—Leto y yo lo vimos ocurrir. Fuimos impotentes para impedirlo, aunque luego discutimos acerca de algunas posibilidades.

—¿Estás segura de que tu hermano está libre de ello?

—Estoy segura.

La tranquila seguridad de aquella afirmación no podía ser negada. Jessica se vio obligada a aceptarla. Entonces dijo:

—¿Cómo conseguisteis escapar de ello?

Ghanima explicó la teoría en la que ella y Leto creían, según la cual su negativa a someterse al trance de la especia, mientras Alia se entregaba a menudo, marcaba la diferencia. Prosiguió revelándole sus sueños y los planes que ellos habían discutido… incluido
Jacurutu
.

Jessica asintió.

—Alia es una Atreides pese a todo, y esto plantea enormes problemas.

Ghanima permaneció silenciosa ante la súbita revelación de que Jessica seguía llorando a su Duque como si hubiera muerto ayer, y mantenía su nombre y su memoria por encima de todas las traiciones. Los recuerdos personales de su vida íntima con el Duque fluyeron a través de la consciencia de Ghanima reforzando su juicio, aunque ablandándolo con la comprensión.

—Ahora —dijo Jessica, con voz enérgica—, ¿qué hay acerca de ese Predicador? Ayer oí algunos informes inquietantes tras aquella condenada ceremonia de la Purificación.

Ghanima se alzó de hombros.

—Podría ser…

—¿Paul?

—Si, pero no hemos podido verlo para examinarlo.

—Javid se ríe de esos rumores —dijo Jessica.

Ghanima vaciló.

—¿Confías en ese Javid? —dijo finalmente.

Una sardónica sonrisa rozó los labios de Jessica.

—No más de lo que confiáis vosotros.

—Leto dice que Javid se ríe de las cosas reales —dijo Ghanima.

—Tanto peor para Javid y sus risas —dijo Jessica—. ¿Pero crees realmente que mi hijo pueda estar vivo, que haya vuelto en esa forma?

—Decimos que es posible. Y Leto… —Ghanima sintió que su boca se secaba repentinamente al recuerdo de muchos temores que atenazaban su pecho. Se forzó a dominarse, y le contó las otras revelaciones de los sueños prescientes de Leto.

Jessica agitó la cabeza de lado a lado, como herida por algo.

—Leto dice que hay que encontrar a ese Predicador y asegurarnos —dijo Ghanima.

—Sí… Por supuesto. Nunca debí irme de aquí. Fue una cobardía por mi parte.

—¿Por qué te culpas a ti misma? Alcanzaste un límite. Lo sé. Leto también lo sabe. Incluso Alia lo sabe.

Jessica se llevó una mano a la garganta, acariciándosela brevemente. Luego:

—Sí, el problema de Alia.

—Ejerce una extraña atracción sobre Leto —dijo Ghanima—. Por eso te he ayudado a conseguir esta entrevista a solas conmigo. Él admite que ya no se puede hacer nada por ella, pero pese a todo sigue hallando pretextos para estar con ella y… estudiarla. Y… es algo terriblemente inquietante. Cuando intento hablar de ello él se echa a dormir. El…

—¿Alia lo está drogando?

—No-o-o —Ghanima agitó la cabeza—. Pero él siente una extraña empatía hacia ella. Y… en su sueño, a menudo murmura Jacurutu.

—¡De nuevo ese nombre! —Y Jessica le contó el informe Gurney acerca de los conspiradores descubiertos en el campo de aterrizaje.

—A veces temo que Alia esté empujando a Leto a buscar Jacurutu —dijo Ghanima—. Yo siempre he creído que se trata tan solo de una leyenda. Tú la conoces, por supuesto.

Jessica se estremeció.

—Una terrible historia. Terrible.

—¿Qué debemos hacer? —preguntó Ghanima—. Tengo miedo de buscar en todas mis memorias, en todas mis vidas…

—¡Ghani! Te prevengo contra ello. No debes correr el riesgo…

—¿Podría ocurrir aunque no corriera el riesgo? ¿Cómo saber lo que le ocurrió realmente a Alia?

—¡No! Tú puedes escapar aún de esa… de esa
posesión
. —Pronunció esa palabra como triturándola—. Bueno… ¿Jacurutu, eh? Le he ordenado a Gurney que busque el lugar… Si existe.

—¿Pero cómo podrá…? ¡Oh! Por supuesto: los contrabandistas.

Jessica permaneció silenciosa ante aquel evidente ejemplo de cómo la mente de Ghanima actuaba sincronizada con consciencia interior de los demás.
¡Con la mía!
Qué extraño era realmente, pensó Jessica, que aquella carne joven pudiera llevar consigo todos los recuerdos de Paul, al menos hasta el momento de la separación espermática de Paul de su propio pasado. Era una invasión de la intimidad contra la cual se rebelaba algo primordial en Jessica. Se sintió sumergirse momentáneamente en el absoluto e inflexible juicio de la Bene Gesserit:
¡Abominación!
Pero había una dulzura en aquella chiquilla, una voluntad de sacrificio hacia su hermano, que no podía ser negada.

Somos una sola vida extendiéndonos hacia un tenebroso futuro
, pensó Jessica.
Somos una sola sangre.
Y se forzó a sí misma a aceptar los acontecimientos que ella y Gurney Halleck habían puesto en movimiento. Leto debía ser separado de su hermana y adiestrado tal como exigía la Hermandad.

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