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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Hijos de Dune (13 page)

BOOK: Hijos de Dune
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De nuevo un tembloroso suspiro agitó su cuerpo, y el Leto observador notó el profundo anhelo de su padre de vivir de nuevo en una carne viva, tomar decisiones vitales y… ¡Qué desesperada era la necesidad de anular los errores del pasado!

—¡Padre! —llamó Leto, y fue como si el grito resonara como un eco dentro de su propio cráneo.

Entonces notó Leto un profundo acto de voluntad: el lento, reluctante retirarse de la presencia interna de su padre, el abandono de sentidos y músculos.

—Querido —susurró la voz de Chani junto a él, y el retiro se hizo más lento—. ¿Qué está ocurriendo?

—No te vayas todavía —dijo Leto, y era su propia voz áspera e incierta. Y luego—: Chani, tienes que decírnoslo. ¿Cómo podemos evitar… lo que le ha ocurrido a Alia?

Pero fue el Paul en su interior quien respondió, con palabras que hicieron vibrar su oído interno, vacilante y haciendo largas pausas:

—No es seguro. Has visto… lo que estuvo a punto… de ocurrir… conmigo.

—Pero Alia…

—¡El maldito Barón la posee!

Leto sintió que su garganta ardía de sequedad.

—Pero él también… está en mí.

—Está en ti… pero… yo… nosotros no podemos… a veces tan sólo nos sentimos… los unos a los otros… pero tú…

—¿No podéis leer mis pensamientos? —preguntó Leto—. Entonces podríais saber si… él…

—A veces puedo captar tus pensamientos… pero yo… nosotros vivimos tan solo a través de… el reflejo… de tu consciencia. Tu memoria nos crea. El peligro… es un recuerdo muy preciso. Y… aquellos de nosotros… aquellos que han amado el poder… y lo han cosechado… a cualquier precio… aquellos pueden ser… los más nítidos.

—¿Los más fuertes? —susurró Leto.

—Los más fuertes.

—Conozco tu visión —dijo Leto—. Antes de dejar que él me posea, me convertiré en ti.

—¡Eso no!

Leto asintió para sí mismo, sintiendo la enorme fuerza de voluntad que había necesitado su padre para retirarse, reconociendo las consecuencias del fracaso.
Cualquier
posesión reducía al poseído a una Abominación. Aquel reconocimiento le dio un renovado sentido de fortaleza y sintió su propio cuerpo con una agudeza anormal y una profunda conciencia de sus pasados errores: los suyos propios y los de todos sus antepasados. Era la indecisión la que lo debilitaba todo… ahora se daba cuenta de ello. Por un instante, la tentación luchó con el miedo en su interior. Su carne poseía la habilidad de transformar la melange en una visión del futuro. Con la especia podría respirar el futuro, rasgar los velos del Tiempo. Se esforzó en impedir que la tentación se derramara dentro de él, juntó sus manos y se sumergió en la consciencia del
prana-bindu
. Su carne negó la tentación. Su carne se revistió con el profundo conocimiento aprendido a través de la sangre de Paul. Aquellos que espiaban el futuro lo hacían con la esperanza de conseguir la mejor baza en el futuro de la raza. En cambio se atrapaban a sí mismos en una vida en la que cada latido del corazón, cada gemido de angustia, eran conocidos por anticipado. La visión final de Paul había mostrado cuán precario era el camino que permitía salir de tal trampa, y Leto supo entonces que no le quedaba más elección que seguir aquel camino precisamente.

—La alegría de vivir, su belleza, todo está ligado al hecho de que la vida es una continua sorpresa —dijo.

Una suave voz susurró en su oído:

—Yo siempre he conocido esa belleza.

Leto giró la cabeza y miró a Ghanima directamente a los ojos, que relucían a la luz de la luna. Vio a Chani devolviéndole la mirada.

—Madre —dijo—, tienes que retirarte.

—¡Ahhh, la tentación! —dijo ella, y le besó.

La empujó.

—¿Robarías la vida de tu hija? —le preguntó.

—Es tan fácil… tan ridículamente fácil —dijo ella.

Leto, sintiendo que el pánico lo ganaba, recordó el esfuerzo de voluntad que había tenido que hacer la presencia de su padre en su interior para abandonar su carne. ¿Acaso Ghanima se había perdido en aquel mundo de observadores donde había estado aguardando y escuchando, aprendiendo de su padre todo lo que necesitaba?

—Te despreciaré, madre —dijo.

—Otros no me despreciarán —dijo ella—. Sé de nuevo mi amor.

—Si lo hiciera… sabes en qué nos convertiríamos los dos —dijo él—. Mi padre te despreciaría.

—¡Nunca!

—¡Te despreciaré!

El sonido surgió de su garganta más allá de su volición, y arrastraba consigo todos los viejos sobretonos de la Voz que Paul había aprendido de la bruja de su madre.

—No digas eso —gimió ella.

—¡Te despreciaré!

—Por favor… por favor, no lo digas.

Leto se frotó la garganta, sintiendo que los músculos volvían a ser de nuevo los suyos.

—Él te despreciará. Te volverá la espalda. Se adentrará otra vez en el desierto.

—No… no… —agitó la cabeza, fuerte, dolorosamente.

—Tienes que irte, madre —dijo Leto.

—No… no… —pero la voz había perdido su fuerza original.

Leto escrutó el rostro de su hermana. ¡Cómo se contraían sus músculos! Las emociones reflejaban en su carne el vórtice de agitaciones que había en su interior.

—Vete —susurró—. Vete.

Sujetó su brazo, y percibió el estremecimiento que pulsaba en sus músculos, el crisparse de sus nervios. Ella se agitó, intentó soltarse, pero él mantuvo firme su brazo, susurrando:

—Vete… vete…

Y durante todo el tiempo Leto no hacía más que reprocharse el haber empujado a Ghanima a aquel
juego de los padres
que hacía un tiempo habían practicado tan a menudo, pero al que últimamente ella se había resistido. Era cierto que las mujeres eran más débiles ante aquellos asaltos interiores, constató. Ahí yacía el origen del miedo Bene Gesserit.

Pasaron varias horas, y el cuerpo de Ghanima seguía temblando y estremeciéndose en su batalla interna, pero ahora la voz de su hermana se unió a la argumentación. La oyó hablándole a la imagen que había en su interior y que le imploraba.

—Madre… por favor… —y luego—: ¡Tú has visto a Alia! ¿Quieres que me convierta en otra Alia?

Finalmente, Ghanima se recostó contra él y susurró:

—Lo ha aceptado. Se ha ido.

Leto acarició su cabeza.

—Ghani. Lo siento. Lo siento. No te pediré nunca más que vuelvas a hacerlo. He sido egoísta. Perdóname.

—No hay nada que perdonar —dijo ella, y su voz jadeaba aún, como después de un tremendo esfuerzo físico—. Hemos aprendido muchas cosas que necesitábamos conocer.

—Ella te ha hablado de muchas cosas —dijo él—. Ya me las contarás más tarde, cuando…

—¡No! Debemos hacerlo ahora. Tenías razón.

—¿Mi Sendero de Oro?

—¡Tu maldito Sendero de Oro!

—Normalmente, la lógica es inoperante si no va acompañada con pruebas esenciales —dijo él—. Pero yo…

—Nuestra abuela ha regresado para guiar nuestra educación y comprobar que no hemos sido… contaminados.

—Eso es lo que dice Duncan. No hay nada nuevo en…

—Una deducción muy primaria —objetó ella, con voz cada vez más segura. Se apartó de él, contemplando el desierto que se extendía ante ellos en el silencio que precede al alba. Aquella batalla… aquel conocimiento, les había costado una noche. La Guardia Real, al otro lado de los sellos de humedad, tendría mucho que explicar. Leto había ordenado que nadie les molestara.

—La gente dice a menudo que la sutileza se adquiere con la edad —dijo Leto—. ¿Pero qué hemos aprendido nosotros de todos esos pozos de edad que yacen en nuestro interior?

—El universo, tal como nosotros lo vemos, no es nunca exactamente el universo físico —dijo ella—. No debemos percibir a nuestra abuela tan sólo como a una abuela.

—Eso podría ser peligroso —admitió él—. Pero mi pregun…

—Siempre hay algo más allá de la sutileza —dijo ella—. En nuestra consciencia tiene que existir un lugar que perciba las cosas que no podemos preconcebir. Es por eso… que mi madre me ha hablado tantas veces de Jessica. Al final, cuando nos hemos reconciliado y ha aceptado devolverme mi cuerpo, me ha dicho muchas cosas. —Ghanima suspiró.


Sabemos
que es nuestra abuela —dijo él—. Tú pasaste ayer varias horas con ella. Es por eso por lo que…

—Debemos admitir que es el hecho de
saberlo
el que determinará nuestra forma de actuar hacia ella —dijo Ghanima—. Es sobre esto sobre lo que mi madre me ha puesto en guardia. Lo que ha dicho acerca de nuestra abuela… —Ghanima sujetó su brazo—… he oído el eco de la voz de nuestra abuela mientras escuchaba.

—Te ha puesto en guardia —dijo Leto. Sintió que aquel pensamiento lo inquietaba. ¿No había nadie de confianza en aquel mundo?

—La mayor parte de los errores mortales provienen de hipótesis caducas —dijo Ghanima—. Esta es una de las principales observaciones de mi madre.

—Eso es puro Bene Gesserit.

—S… Si Jessica ha entrado de nuevo completamente en la Hermandad…

—Sería muy peligroso para nosotros —dijo él, completando su pensamiento—. Llevamos la sangre de su Kwisatz Haderach… su macho Bene Gesserit.

—Nunca abandonarán esa búsqueda —dijo ella—, pero podrían abandonarnos a nosotros. Nuestra abuela podría ser el instrumento.

—Es otro camino —dijo él.

—Sí… nosotros dos… acoplándonos. Pero es bien sabido que pueden manifestarse caracteres recesivos que compliquen un tal emparejamiento.

—Es un riesgo que puede ser discutido.

—Sobre todo con nuestra abuela de por medio. No me gusta ese camino.

—A mi tampoco.

—De todos modos, no sería la primera vez que una estirpe real ha intentado…

—Es algo que me repele —dijo él, estremeciéndose.

Ella notó su estremecimiento y permaneció silenciosa.

—El poder —dijo Leto.

Y en aquella extraña alquimia de sus similitudes ella supo lo que él estaba pensando.

—El poder del Kwisatz Haderach debe fracasar —admitió.

—Usado del modo como ellos lo quieren usar —dijo él.

En aquel instante, el día amaneció en el desierto, más allá del horizonte. Sintieron el creciente calor. Los colores surgieron de las plantaciones bajo el risco. Hojas gris verdosas proyectaron sus afiladas sombras en el suelo. El resplandor del plateado sol de Dune reveló el verdeante oasis repleto de doradas y purpúreas sombras al amparo de la barrera rocosa.

Leto se puso en pie y se desperezó.

—El sendero de Oro entonces —dijo Ghanima, hablándose más a sí misma que a él, sabiendo hasta qué punto la última visión de su padre encajaba y se fundía con los sueños de Leto.

Algo se movió al otro lado de los sellos de humedad tras ellos, y oyeron el murmullo de voces.

Leto volvió al antiguo lenguaje que usaban para mantener su intimidad:


L’ii ani kowr samis sm’kwi owr samit sut.

Aquella era la decisión que había tomado firmemente en su consciencia. Literalmente:
Nos acompañaremos mutuamente hacia la inmortalidad, aunque tan sólo uno de nosotros pueda regresar para contarlo.

Ghanima se alzó a su vez y, juntos, regresaron al sietch a través de los sellos de humedad, donde los guardias se pusieron en movimiento y acompañaron a los gemelos hasta sus apartamentos privados. La gente se apartaba ante ellos de un modo diferente aquella mañana, intercambiando miradas con los guardias. Pasar toda una noche a solas sobre el desierto era una vieja costumbre Fremen de los sabios y los santos. Todos los Umma habían practicado esa forma de vigilia. Paul Muad’Dib lo había hecho… y también Alia. Ahora los reales gemelos habían seguido la práctica.

Leto captó la diferencia y se la hizo notar a Ghanima.

—No saben lo que hemos decidido por ellos —dijo Ghanima—. No lo saben realmente.

Siempre en su lenguaje privado, Leto dijo:

—Deberemos empezar de la forma más fortuita posible.

Ghanima vaciló unos instantes para formar sus pensamientos. Luego dijo:

—En aquel momento, llorando al ser querido, deberá ser todo exactamente real… incluso el sepulcro. El corazón deberá seguir al durmiente, por temor a que no haya un despertar.

Era una declaración extremadamente elaborada en la antigua lengua, empleando un objeto pronominal separado del infinitivo. Era una sintaxis que multiplicaba el significado de las frases pero volviéndolas hacia sí mismas, dándoles diversos niveles de interpretación, todos ellos definidos y claramente distintos entre sí pero sutilmente interrelacionados. En parte, lo que había dicho era que el plan de Leto podía conducir a la muerte, y el hecho de que ésta fuera real o simulada no constituía ninguna diferencia. El resultado sería como la misma muerte, literalmente un «asesinato funeral». Y había un significado adicional en el conjunto que apunta acusadoramente a cualquiera de los dos que
sobreviviera
para contarlo, es decir,
recitara la parte del vivo
. Cualquier paso en falso podía destruir todo el plan, y el Sendero de Oro de Leto morir en su inicio.

—Extremadamente delicado —admitió Leto. Apartó los cortinajes y penetraron en su propia antecámara.

La actividad de los sirvientes se detuvo tan sólo por un latido de corazón cuando los gemelos cruzaron el pasadizo en forma de arco que conducía a los apartamentos asignados a Dama Jessica.

—Tú no eres Osiris —le recordó Ghanima.

—Ni intentaré serlo.

Ghanima sujetó su brazo para detenerlo.


Alia darsatay haunus m’smow
—advirtió.

Leto miró fijamente a su hermana a los ojos. Por supuesto, las acciones de Alia despedían un olor que su abuela tenía que haber notado. Sonrió apreciativamente a Ghanima. Había mezclado la antigua lengua con las supersticiones Fremen para expresar la más básica profecía tribal.
M’smow
, el olor miasmático de una noche de heraldo de la muerte en manos de los demonios. E Isis había sido la diosa-demonio de la muerte del pueblo cuya lengua hablaban ahora.

—Nosotros los Atreides tenemos que mantener una reputación de audaces —dijo.

—Por eso
tomaremos
todo lo que necesitemos —dijo ella.

—Es eso o vernos obligados a pedírselo a nuestra Regente —dijo él—. A Alia le gustaría.

—Pero nuestro plan… —Ghanima dejó la frase en suspenso.

Nuestro plan
, pensó él. Ahora lo compartían por completo.

—Pienso en nuestro plan como en las fatigas del shaduf —dijo.

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