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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Hijos de Dune (2 page)

BOOK: Hijos de Dune
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Muchas veces, a lo largo de muchas noches, Stilgar había sorprendido a su mente girando en círculos en torno a aquella
diferencia
compartida por los gemelos y su tía; muchas veces se había visto despertado por esa angustia y había acudido allí, a los dormitorios de los gemelos, con sus interminables sueños. Ahora sus dudas empezaban a delimitarse. Su fracaso en tomar una decisión era en sí mismo una decisión… lo sabía. Aquellos gemelos y su tía habían visto despertada su consciencia en el seno materno, recibiendo allí todas las memorias transmitidas por todos sus antepasados. La adicción a la especia había sido la causa, la adicción a la especia de sus madres… de Dama Jessica y de Chani. Dama Jessica había dado a luz un hijo, Muad’Dib, antes de su adicción. Alia había nacido después de la adicción. Esto resultaba claro, en retrospectiva. Las incontables generaciones de educación selectiva dirigida por la Bene Gesserit habían culminado en Muad’Dib, pero nada en los planes de la Hermandad había previsto la melange. Oh, sabían sus posibilidades, pero las temían, y por ello la llamaban la
Abominación
. Este era el hecho más desconcertante. Abominación. Debían poseer buenas razones para un tal juicio. Y si decían que Alia era una Abominación, entonces este calificativo debía aplicarse también a los dos gemelos, ya que también Chani era adicta, su cuerpo estaba saturado de especia, y sus genes habían complementado de algún modo los de Muad’Dib.

Los pensamientos de Stilgar fermentaban. No había la menor duda de que aquellos gemelos habían ido más allá que su padre. ¿Pero en qué dirección? El muchacho hablaba de una habilidad de ser su padre… y lo había probado. Desde pequeño. Leto había revelado recuerdos que tan sólo Muad’Dib había conocido. ¿Había también otros antepasados aguardando en aquel vasto espectro de recuerdos… antepasados cuyas creencias y hábitos crearían imprevisibles peligros para los hombres?

Abominaciones, decían las brujas de la Bene Gesserit. Pese a lo cual la Hermandad codiciaba la genofase de aquellos niños. Las brujas deseaban el esperma y los óvulos, sin la inquietante carne que los contenía. ¿Era por eso por lo que Dama Jessica regresaba en este momento? Había roto con la Hermandad para apoyar a su ducal compañero, pero corría el rumor de que había regresado a los caminos Bene Gesserit.

Yo podría terminar con todos esos sueños
, pensó Stilgar.
Sería tan fácil.

Y volvió a maravillarse otra vez de que pudiera considerar una tal elección. ¿Acaso eran responsables los gemelos de Muad’Dib de la realidad que destruía los sueños de los demás? No. Eran simplemente las lentes a través de las cuales surgía la luz, revelando nuevas formas del universo.

Atormentada, su mente evocó de nuevo las creencias primarias Fremen, y pensó:
Las órdenes nos llegan de Dios; así que no lo urjamos. Es Dios quien nos muestra el camino; y algunos deben desviarse de él.

La religión de Muad’Dib era lo que más preocupaba a Stilgar. ¿Por qué habían hecho un dios de Muad’Dib? ¿Por qué deificar un hombre que se sabía hecho de carne? El
Dorado Elixir de la Vida
de Muad’Dib había creado un monstruo burocrático que se había sentado a horcajadas sobre todos los asuntos humanos. El gobierno y la religión se habían unido, y quebrantar una ley se había convertido en un pecado. El olor de la blasfemia brotaba como humo en torno a cualquier discusión sobre los edictos gubernativos. El culpable de rebelión invocaba el fuego del infierno y los más severos juicios.

Sin embargo, eran hombres los que habían creado estos edictos gubernativos.

Stilgar agitó tristemente la cabeza, sin ver a los sirvientes que avanzaban hacia el dormitorio real para realizar sus trabajos matutinos.

Rozó con sus dedos el crys en su cintura, pensando en el pasado que simbolizaba, pensando en cuántas veces había simpatizado con los rebeldes cuyas abortadas revueltas habían sido aplastadas bajo sus propias órdenes. La confusión ofuscaba su mente, y pensó en cuánto deseaba saber cómo apartarla de sí, regresar a la simplicidad representada por el cuchillo. Pero el universo no puede volver atrás. Era una gran máquina proyectada de acuerdo con la gris vacuidad de la no existencia. Su cuchillo, si hubiera causado la muerte de los dos gemelos, tan sólo hubiera reverberado contra aquella vacuidad, tejiendo nuevas complejidades cuyo eco atravesaría la historia humana, creando nuevos oleajes de caos, invitando a la humanidad a alcanzar otras formas de orden y de desorden.

Stilgar suspiró, repentinamente consciente de los movimientos a su alrededor. Sí, aquellos sirvientes representaban una especie de orden vinculado a los gemelos de Muad’Dib. Avanzaban de un momento al siguiente, prontos para afrontar cualquier necesidad.
Lo mejor será imitarlos
, se dijo Stilgar.
Lo mejor será afrontar lo que venga en el momento en que venga.

Yo también soy un sirviente
, se dijo.
Y mi dueño es Dios el Misericordioso, el Compasivo.
Y citó para sí mismo:
«Seguro. Hemos puesto en sus cuellos cepos hasta su barbilla, a fin de que sus cabezas permanezcan erguidas; y Hemos puesto una barrera ante ellos y una barrera tras ellos; y les Hemos vendado, a fin de que no puedan ver».

Así estaba escrito en la vieja religión Fremen.

Stilgar asintió para sí mismo.

El ver, el anticipar el instante próximo tal como hacía Muad’Dib con sus prescientes visiones del futuro, añadía elementos contrafácticos a los asuntos humanos. Creaba nuevos puntos de decisión. Verse libre de los cepos, si, podía ser un capricho de Dios. Otra complejidad más allá de la normal fortaleza humana.

Stilgar apartó su mano del cuchillo. Sus dedos se estremecieron ante la ausencia del contacto. Pero la hoja que en otro tiempo había brillado en la abismal boca de un gusano de arena permaneció en su funda. Stilgar sabía que jamás hubiera empuñado aquella hoja para asesinar a los gemelos. Había tomado una decisión. Era mejor conservar aquella antigua virtud que tanto había amado: la lealtad. Eran mejores las complicaciones que uno creía conocer que las complicaciones que desafiaban cualquier intento de comprensión. Era mejor el ahora que el futuro de un sueño. El regusto amargo en su boca le dijo a Stilgar qué vacíos y revulsivos podían llegar a ser algunos sueños.

¡No! ¡No más sueños!

2

PREGUNTA: ¿Has visto al Predicador?

RESPUESTA: He visto un gusano de arena.

PREGUNTA: ¿Y qué me dices de este gusano de arena?

RESPUESTA: Nos da el aire que respiramos.

PREGUNTA: Entonces, ¿por qué destruimos su tierra?

RESPUESTA: Porque Shai-Hulud lo ordena.

Adivinanzas de Arrakis
, por H
ARQ AL
-A
DA

De acuerdo con la costumbre Fremen, los gemelos Atreides se levantaron al alba. Bostezaron y de desperezaron con un secreto sincronismo en sus respectivas estancias adyacentes, notando la actividad en todo el complejo de la caverna a su alrededor. Pudieron oír a los sirvientes preparando el desayuno en la antecámara, unas simples gachas de dátiles y nueces batidas con extracto de especia parcialmente fermentada. Había globos en la antecámara, y su suave luz amarillenta entraba por las arcadas de la puerta a los dormitorios. Los gemelos se vistieron rápidamente a la suave luz, cada uno de ellos oyendo los ruidos que hacia el otro allá al lado. Como si se hubieran puesto de acuerdo, se enfundaron los destiltrajes contra los tórridos vientos del desierto.

Luego la real pareja salió de la antecámara, notando el súbito envaramiento de todos los sirvientes. Leto llevaba una capa color canela de bordes más oscuros sobre su destiltraje gris reflectante. Su hermana se arrebujaba en una capa verde. Las dos capas se sujetaban a sus cuellos con un broche con la forma del halcón de los Atreides… dorado, con joyas rojas como ojos.

Viendo su elegancia; Harah, una de las mujeres de Stilgar, dijo:

—Veo que os habéis engalanado para honrar a vuestra abuela.

Leto tomó el bol de su desayuno antes de mirar al rostro curtido de Harah. Agitó la cabeza.

—¿Cómo sabes que no nos estamos honrando a nosotros mismos? —dijo.

Harah sostuvo imperturbable aquella mirada insolente y dijo:

—¡Mis ojos son tan azules como los tuyos!

Ghanima se echó a reír. Harah siempre había sabido usar las palabras a la manera Fremen. Con aquella frase había dicho: «No te me insolentes, muchacho. Puedes pertenecer a la realeza, pero ambos llevamos el estigma de la adicción a la melange… ojos sin blanco. ¿Qué Fremen necesita más elegancia o más honores que éste?».

Leto sonrió y agitó pesaroso la cabeza.

—Harah, mi amor, si fueras más joven y no pertenecieras a Stilgar, te haría mía.

Harah aceptó aquella pequeña victoria fácil, haciendo señas a los demás sirvientes para que prosiguieran preparando las estancias para las importantes actividades de aquel día.

—Tomad vuestros desayunos —dijo—. Hoy vais a necesitar todas vuestras energías.

—¿Entonces crees que no vamos lo suficientemente elegantes como para recibir a la abuela? —preguntó Ghanima, hablando con la boca llena de comida.

—No le tengas miedo, Ghani —dijo Harah.

Leto tragó un bocado de gachas, lanzando una mirada inquisitiva a Harah. La mujer era infernalmente astuta, había comprendido inmediatamente las secretas intenciones de aquel emperifollamiento.

—¿Pero ella creerá que la tememos? —preguntó Leto.

—Seguro que no —dijo Harah—. Fue nuestra Reverenda Madre, recuérdalo. Conozco sus maneras.

—¿Cómo va vestida Alia? —preguntó Ghanima.

—No la he visto —dijo Harah secamente, girando y alejándose.

Leto y Ghanima intercambiaron una mirada de inexpresados secretos, apresurándose a terminar sus desayunos. Luego salieron al gran pasillo central.

Ghanima habló en uno de los antiguos idiomas almacenados en sus memorias genéticas:

—Así que hoy tendremos una abuela.

—Esto preocupa mucho a Alia —dijo Leto.

—¿A quién le gustaría perder una tal autoridad? —preguntó Ghanima.

Leto se echó a reír suavemente, una sorprendente risa adulta en un cuerpo tan joven.

—Es mucho más que eso.

—¿Podrán los ojos de su madre observar lo que nosotros hemos observado?

—¿Y por qué no? —murmuró Leto.

—Sí… eso podría causar los temores de Alia.

—¿Quién puede saber más de una Abominación que otra Abominación? —preguntó Leto.

—Podemos estar equivocados, ¿sabes? —dijo Ghanima.

—Pero no lo estamos. —Y citó del
Libro de Azhar
de la Bene Gesserit: «Y es con razón y con terrible experiencia que llamamos al prenacido
Abominación
. Porque, ¿quién sabe qué terrible persona de nuestro infernal pasado emergerá a través de la carne viviente?».

—Conozco esa historia —dijo Ghanima—. Pero si esto es cierto, ¿por qué nosotros no sufrimos ese asalto interior?

—Quizá nuestros padres montan guardia dentro de nosotros —dijo Leto.

—Pero, entonces, ¿por qué Alia no tiene sus propios guardianes?

—No lo sé. Podría ser porque uno de sus padres permanece aún entre los vivos. Podría ser simplemente porque nosotros somos todavía jóvenes y fuertes. Quizá cuando seamos mayores y más cínicos…

—Tendremos que tener mucho cuidado con esa abuela —dijo Ghanima.

—¿Y no discutir acerca del Predicador que vaga por nuestro planeta divulgando herejías?

—¡No creerás en serio que se trata de nuestro padre!

—No hago ningún juicio al respecto, pero Alia le teme.

Ghanima agitó enérgicamente su cabeza.

—¡No puedo creer esa tontería de la Abominación!

—Tienes exactamente las mismas memorias que yo —dijo—. Puedes creer lo que quieras creer.

—Tú piensas que es debido a que nosotros no nos hemos atrevido a afrontar el trance de la especia como hizo Alia —dijo Ghanima.

—Eso es exactamente lo que pienso.

Permanecieron en silencio, avanzando entre el flujo de gente por el pasillo central. Hacía frío en el Sietch Tabr, los destiltrajes eran cálidos, y los gemelos echaron sus capuchas condensadoras hacia atrás, dejando libres sus rojos cabellos. Sus rostros evidenciaban los genes comunes: bocas generosas, ojos separados, con el azul sobre azul de la especia.

Leto fue el primero en notar la aproximación de su tía Alia.

—Ahí está —dijo, utilizando el lenguaje de batalla de los Atreides como advertencia.

Ghanima hizo una inclinación de cabeza hacia Alia en el momento en que esta se detenía frente a ellos y dijo:

—Un
botín de guerra
saluda a su ilustre consanguínea —utilizando el lenguaje chakobsa, Ghanima ponía de relieve el significado de su propio nombre:
Botín de guerra
.

—Como puedes ver, Adorada Tía —dijo Leto—, nos estamos preparando para el encuentro de hoy con tu madre.

Alia, la única persona entre los abundantes miembros de la casa real que no evidenciaba su sorpresa ante la actitud de aquellos chicos, los miró duramente.

—¡Contened ambos la lengua! —restalló.

Los broncíneos cabellos de Alia estaban recogidos hacia atrás por dos anillos de agua dorados. Su ovalado rostro se veía fruncido, su amplia boca, con su eterno gesto de autocomplacencia, se había reducido a una delgada línea. Preocupadas arrugas surgieron en los ángulos de sus ojos completamente azules.

—Ya os he dicho a ambos cómo debéis comportaros hoy —dijo Alia—. Sabéis las razones tan bien como yo.

—Sabemos tus razones, pero tú no sabes las nuestras —dijo Ghanima.

—¡Ghani! —gruñó Alia.

Leto fulminó a su tía con la mirada y dijo:

—¡Hoy, menos que nunca, no vamos a pretender ser unos chicos bobalicones!

—Nadie pretende que seáis unos chicos bobalicones —dijo Alia—. Pero creemos que sería poco juicioso por vuestra parte provocar pensamientos peligrosos en mi madre. Irulan está de acuerdo conmigo. ¿Quién sabe el papel que elegirá Dama Jessica? Es, al fin y al cabo, una Bene Gesserit.

Leto agitó la cabeza, pensando:
¿Por qué Alia no ve lo que nosotros sospechamos? ¿Ha ido quizá demasiado lejos?
Y dedicó una vez más una especial atención a los sutiles indicios genéticos en el rostro de Alia que traicionaban la presencia de su abuelo materno. El barón Vladimir Harkonnen no había sido una persona agradable. Leto sintió una vaga inquietud ante aquella idea al pensar:
Es también mi propio antepasado.

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