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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Hijos de Dune (21 page)

BOOK: Hijos de Dune
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Stilgar no podía explicarlo, pero aquella observación casual de Leto lo había inquietado profundamente. Bulló en su mente durante todo su camino de regreso a través de la arena hacia el Sietch Tabr, desplazando a todas las demás cosas que Leto le había dicho allá en El Que Espera.

Realmente, las chicas jóvenes de Arrakis estaban muy hermosas aquel año. Y también los hombres jóvenes. Sus rostros habían adquirido serenidad con la abundancia de agua. Sus ojos miraban afuera y lejos. A menudo exponían sus rasgos abiertamente, sin ocultarlos tras las máscaras de los destiltrajes y los tubos recuperadores. Frecuentemente ni siquiera se ponían los destiltrajes al aire libre, prefiriendo los nuevos indumentos que, cuando se movían, ofrecían fugaces atisbos de los ágiles cuerpos que cubrían.

Esta nueva belleza humana era comparable a la nueva belleza del paisaje. Por contraste con el viejo Arrakis, los ojos quedaban prendados de los matorrales de verdes hojas que crecían entre las rocas rojizo amarronadas. Y las viejas cavernas sietch, con su cultura subterránea, completa con elaborados sellos y trampas de humedad a cada entrada, estaban dejando paso a los poblados al aire libre, a menudo construidos con ladrillos hechos con fango. ¡Ladrillos de fango!

¿Por qué quiero que el poblado sea destruido?
, se preguntó Stilgar, y tropezó mientras andaba.

Sabía que pertenecía a una raza que se extinguía. Los viejos Fremen contemplaban maravillados la prodigalidad de su planeta… agua desperdiciada en el aire tan sólo porque con su ayuda era posible modelar ladrillos para construir. El agua que ahora usaba una sola familia hubiera bastado para mantener con vida a todo un sietch durante un año.

Los nuevos edificios tenían incluso ventanas transparentes que permitían el paso al calor del sol para que desecara los cuerpos que había en su interior. Y estas ventanas se abrían hacia fuera.

Los nuevos Fremen en sus casas de fango podían mirar fuera y contemplar el paisaje. Ya no estaban encerrados y apretujados en un sietch. Hasta donde avanzaba la nueva visión avanzaba también la imaginación. Stilgar podía captarlo. La nueva visión unía a los Fremen al resto del universo Imperial, los condicionaba al espacio sin límites. Hubo un tiempo en el que habían estado ligados indisolublemente a Arrakis, a su escasez de agua y a sus duras necesidades. No habían compartido aquella apertura mental que condicionaba a los habitantes de la mayor parte de los planetas del Imperio.

Stilgar podía ver los cambios contrastando con sus propias dudas y temores. En los viejos tiempos era raro que un Fremen considerara siquiera la posibilidad de abandonar Arrakis para iniciar una nueva vida en uno de los planetas ricos en agua. Ni siquiera era permitido el
sueño
de escapar.

Observó el rítmico movimiento de la espalda de Leto que avanzaba ante él. Leto había hablado de prohibiciones contra la migración fuera del planeta. Bien, aquello había sido siempre una realidad también para la mayor parte de los habitantes de los otros planetas, incluso allí donde el sueño era permitido como una válvula de escape. Pero la esclavitud planetaria había alcanzado su cúspide allí en Arrakis. Los Fremen se habían introvertido, barricando sus mentes de la misma forma que habían barricado las entradas de sus cavernas.

El mismo significado de la palabra sietch: un lugar o refugio en tiempos de peligro, se había pervertido hasta un monstruoso confinamiento para toda una población.

Leto había dicho la verdad: Muad’Dib había cambiado todo aquello.

Stilgar se sintió perdido. Podía sentir cómo sus viejas creencias se tambaleaban. La nueva visión hacia afuera daba a la vida el deseo de moverse hacia adelante más allá de todos los confines.

«Qué hermosas están las chicas jóvenes este año».

Las antiguas costumbres (
¡Mis costumbres!
, admitió) habían forzado a su pueblo a ignorar toda la historia excepto aquella que se replegaba sobre ellos mismos y su trabajo. Los viejos Fremen habían leído tan sólo la historia de sus propias terribles migraciones, sus huidas de persecución en persecución. El viejo gobierno planetario había seguido la política oficial del viejo Imperio: había suprimido la creatividad, y todo el sentido de progreso y evolución. La prosperidad era peligrosa para el viejo Imperio y para los detentadores de su poder.

Con una brusca impresión, Stilgar se dio cuenta de que aquellas cosas eran igualmente peligrosas para el nuevo curso que estaba siguiendo Alia.

Volvió a tropezar, y se retrasó un poco más con respecto a Leto.

En las viejas costumbres y las viejas religiones no había habido ningún futuro, tan sólo un interminable
ahora
. Antes de Muad’Dib, se dijo Stilgar, los Fremen habían sido condicionados a creer en el fracaso, nunca en la posibilidad de un logro. Bien… habían creído en Liet-Kynes, pero éste había previsto una escala temporal de cuarenta generaciones. Esto no era un logro; era tan sólo un sueño que, ahora se daba cuenta de ello, se había vuelto también hacia sí mismo.

¡Muad’Dib había cambiado todo aquello!

Durante la Jihad, los Fremen habían aprendido mucho acerca del viejo Emperador Padishah Shaddam IV. El ochenta y un Padishah de la Casa de los Corrino en ocupar el Trono del León de Oro y reinar sobre su Imperio de incontables mundos había usado Arrakis como un terreno experimental para la política que esperaba implantar después en el resto de su Imperio. Sus gobernadores planetarios en Arrakis habían cultivado un persistente pesimismo para ampliar la base de su poder. Habían actuado de tal modo que todo el mundo en Arrakis, incluso los Fremen que eran libres de ir y venir donde quisieran, se familiarizara con los numerosos casos de injusticia y los problemas insolubles; finalmente habían llegado a pensar en sí mismos como en un pueblo sin esperanzas para el que no había ninguna posibilidad de ayuda.

«¡Qué hermosas están las chicas jóvenes este año!».

Mientras observaba la espalda de Leto alejándose, Stilgar empezó a preguntarse cómo aquel muchacho había conseguido despertar en él todos aquellos pensamientos… tan sólo pronunciando una simple frase aparentemente sin importancia. Y precisamente a causa de aquella frase, Stilgar se encontró pensando en Alia y en su propio papel en el Consejo de una forma muy distinta.

A Alia le gustaba decir que a las viejas costumbres les costaba perder terreno. Stilgar admitió que siempre había considerado aquella afirmación como vagamente tranquilizadora. El cambio era peligroso. Las invenciones debían ser suprimidas. La voluntad individual debía ser negada. ¿Qué otras funciones tenían los sacerdotes que la de anular la voluntad individual?

Alia afirmaba que las oportunidades de una libre competencia debían ser constreñidas a límites manejables. Pero esto significaba que la recurrente amenaza de la tecnología podía ser usada tan sólo para confinar la población… del mismo modo como había servido a sus antiguos amos. La única tecnología permitida debía ser transformada en ritual. De otro modo… de otro modo…

Stilgar tropezó por tercera vez. Habían alcanzado el qanat, y vio a Leto aguardándole allí, bajo la plantación de albaricoqueros que crecía a lo largo del curso del agua. Stilgar oyó sus pies moviéndose sobre la hierba no cortada.

¡Hierba no cortada!

¿En qué puedo creer aún?
, se preguntó a sí mismo.

Era justo para un Fremen de su generación creer que los individuos necesitaban un profundo sentido de sus propias limitaciones. Las tradiciones eran indudablemente el mejor elemento de control en una sociedad estable. La gente debía conocer los límites de su propio tiempo, de su sociedad, de su territorio. ¿Qué estaba equivocado en el sietch como modelo de pensamiento? Un sentido de la limitación debía presidir cada decisión individual… e igual tenía que ocurrir con la familia, la comunidad, y en cada decisión tomada por un gobierno correcto.

Stilgar se detuvo y miró a Leto a través de la plantación. El muchacho estaba inmóvil también, mirándole con una sonrisa.

¿Se da cuenta del torbellino que gira en mi mente?
, se preguntó Stilgar.

Y el viejo Naib Fremen intentó buscar refugio en el catecismo tradicional de su pueblo. Cada aspecto de la vida requería una única forma, con su inherente circularidad basada en el secreto conocimiento interior de lo que funcionaría y de lo que no funcionaría. El modelo para la vida, para la comunidad, para cada elemento de una sociedad más amplia, hasta el vértice del gobierno y más allá aún… este modelo debía ser el sietch y su contrapartida en la arena: Shai-Hulud. El gigantesco gusano de arena era seguramente la más formidable criatura, pero incluso él se sumergía en las impenetrables profundidades cuando se sentía amenazado.

¡El cambio es peligroso!
, se dijo Stilgar. La uniformidad y la estabilidad son los objetivos precisos de un gobierno.

Pero los hombres y mujeres jóvenes eran hermosos.

Y recordaban las palabras de Muad’Dib cuando desposeyó a Shaddam IV:

—No es larga vida para el Emperador lo que yo busco; es larga vida para el Imperio.

¿No es esto lo que siempre he sostenido incluso yo?
, se dijo Stilgar.

Siguió andando, directamente hacia la entrada del sietch, dejando a Leto ligeramente a la derecha. El muchacho se movió para interceptarlo.

Muad’Dib había dicho también otra cosa, se recordó Stilgar:
«Al igual que los individuos nacen, maduran, procrean y mueren, también lo hacen las sociedades y las civilizaciones y los gobiernos».

Peligroso o no, el cambio llegaría. Y los hermosos jóvenes Fremen lo sabían. Podían mirar fuera de sí mismos y verlo, y prepararse para ello.

Stilgar se vio obligado a detenerse. Tenía que hacerlo o pasar por encima de Leto.

El muchacho lo miró atentamente, serio y concentrado, y dijo:

—¿Te das cuenta, Stil? La tradición no es la guía absoluta que tú pensabas que era.

19

Un Fremen muere cuando ha permanecido demasiado tiempo lejos del desierto; nosotros lo llamamos «la enfermedad del agua».

S
TILGAR
,
Comentarios

—Es difícil para mí pedirte que hagas esto —dijo Alia—. Pero… Debo asegurarme de que los hijos de Paul tengan un Imperio que heredar. No existe otra razón para una Regencia.

Alia se giró de donde estaba sentada, frente al espejo, completando su tocado matutino. Miró a su marido, estudiando hasta qué punto había absorbido él sus palabras. Duncan Idaho debía ser estudiado con la máxima atención en aquellos momentos; no había duda de que se había convertido en algo mucho más sutil y peligroso que el antiguo maestro de armas de la Casa de los Atreides. Su apariencia exterior seguía siendo la misma: su encrespado pelo negro enmarcando unos rasgos oscuros y agudos; pero en los largos años que habían transcurrido desde su despertar de la condición de ghola se había producido una considerable metamorfosis interior.

Alia volvió a preguntarse, como lo había hecho muchas otras veces, qué ocultaba aquel renacer-tras-la-muerte ghola en la secreta soledad de él. Antes de que los tleilaxu hubieran trabajado su sutil ciencia en él, las reacciones de Duncan habían sido las típicas de los Atreides: lealtad, fanática dedicación al código moral de sus antepasados mercenarios, pronto a la ira y pronto también a recuperar la tranquilidad.

Había sido implacable en su odio y sus deseos de venganza contra la Casa de los Harkonnen. Y había muerto salvando a Paul. Pero los tleilaxu habían comprado su cuerpo a los Sardaukar y, en sus tanques de regeneración, habían dado nacimiento a un zombie-katrundo: la carne de Duncan Idaho, pero ninguno de sus recuerdos conscientes. Había sido entrenado como mentat y enviado como un regalo, una computadora humana para Paul, un instrumento exquisito equipado con una compulsión hipnótica para matar a su protegido. La carne de Duncan Idaho había resistido a la compulsión y, en aquel intolerable esfuerzo, su pasado celular había vuelto a él.

Alia había decidido desde hacía ya mucho tiempo que era peligroso pensar en él como en Duncan en la intimidad de sus pensamientos. Era mejor pensar en él a través de su nombre ghola, Hayt. Mucho mejor. Y era esencial que no captara nunca la presencia del viejo Barón Harkonnen aposentado en la mente de ella.

Duncan se dio cuenta de que Alia lo estaba estudiando y se giró de espaldas. El amor no podía ocultar los cambios en ella, no podía disimular la transparencia de sus motivaciones. Los metálicos ojos de múltiples facetas que los tleilaxu le habían implantado eran crueles en su habilidad de penetrar el engaño. Ahora reflejaban la figura de Alia como algo maligno, casi masculino, y él no podía soportar verla así.

—¿Por qué te has girado de espaldas? —preguntó Alia.

—Debo pensar acerca de esto —dijo él—. Dama Jessica es… una Atreides.

—Y tu lealtad pertenece a la Casa de los Atreides, no a mí —gruñó Alia desabridamente.

—No pongas esas veleidosas interpretaciones en mi boca —dijo él.

Alia apretó los labios. ¿Se había movido demasiado precipitadamente?

Duncan avanzó hasta el ángulo de la estancia, que se abría a uno de los lados de la plaza del Templo. Desde allí podía verse a los peregrinos que empezaban a llegar, los mercaderes de Arrakeen moviéndose de un lado para otro como una bandada de predadores cayendo sobre sus presas. Centró su atención en un grupo en particular de mercaderes, con sus cestos de fibra de especia al brazo, y mercenarios Fremen a un paso tras ellos. Se movían con estólida fuerza a través de la bullente multitud.

—Venden piezas de mármol grabadas —dijo, señalándolos—. ¿No lo sabías? Esparcen las piezas allá en el desierto, para que sean grabadas por las tormentas de arena. Algunas veces surgen dibujos interesantes en las piedras. Lo llaman una nueva forma de arte, muy popular: genuinas piedras de mármol grabadas por las tormentas de Dune. Compré una de esas piezas la semana pasada: un árbol dorado con cinco espigas, precioso, aunque muy frágil.

—No cambies de tema —dijo Alia.

—No he cambiado de tema —dijo él—. Es precioso, pero no es arte. Los seres humanos crean el arte con su propia violencia, con su propia volición. —Puso su mano en el alféizar—. Los gemelos detestan esta ciudad, y temo comprender el por qué.

—No acabo de ver la relación —dijo Alia—. El secuestro de mi madre no será un secuestro real. Estará perfectamente segura como tu cautiva.

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