Hijos de Dune (25 page)

Read Hijos de Dune Online

Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Hijos de Dune
7.78Mb size Format: txt, pdf, ePub

La CHOAM. La Combine Honnete era mucho más que la Casa de los Atreides, mucho más que Dune, mucho más que los Sacerdotes o la melange. Era el estigma, la piel de ballena, el hilo shiga, los artefactos y los artistas ixianos, el intercambio de gente y lugares, el Hajj, esos productos que llegaban desde los límites de la legalidad de la tecnología tleilaxu; era las drogas adictivas y las técnicas médicas; el transporte (la Cofradía) y todo el supercomplejo comercio de un Imperio que abarcaba centenares de planetas conocidos más algunos otros que se alimentaban secretamente de ellos, en los límites, tolerados por los servicios que rendían. Cuando Idaho decía la CHOAM, hablaba de un fermento constante, intrigas dentro de intrigas, un juego de poderes donde la minucia de una duodécima cifra decimal en los pagos de dividendos podía hacer cambiar la propiedad de todo un planeta.

Alia se giró para detenerse frente a la pareja sentada en los divanes.

—¿Hay algo especifico acerca de la CHOAM que os preocupe? —preguntó.

—Hay algunas Casas que siguen almacenando especia con fines especulativos —dijo Irulan.

Alia se dio una palmada en los muslos con ambas manos, y luego señaló al arrugado papel de especia al lado de Irulan.

—¿Y esta
demanda
no te intriga, viniendo como viene…?

—¡De acuerdo! —gruñó Idaho—. Adelante con esto. ¿Qué es lo que estás ocultando? Tú sabes mejor que nadie que no puedes negarte a facilitarme los datos y esperar luego que funcione como…

—Se ha producido un reciente y muy significativo incremento en la búsqueda de gente con cuatro especialidades específicas —dijo Alia. Y se preguntó si realmente aquella información sería nueva para la pareja.

—¿Qué especialidades? —preguntó Irulan.

—Maestros de armas, mentats pervertidos por los tleilaxu, médicos condicionados por la escuela Suk, y contables expertos en trampas fiscales; especialmente estos últimos. ¿Por qué este repentino interés por contables tramposos? —La pregunta iba dirigida a Idaho.

¡Funciona como un mentat!
, pensó Duncan. Bien, aquello era mejor que darle vueltas a lo que se había convertido Alia. Se concentró en las palabras de ella, repitiéndolas mentalmente a la manera mentat.
¿Maestros de armas?
Aquella había sido su propia vocación, en su tiempo. Los maestros de armas eran, por supuesto, mucho más que unos simples luchadores cuerpo a cuerpo. Podían reparar escudos de fuerza, planear campañas militares, diseñar utensilios militares de refuerzo, improvisar armas.
¿Mentats pervertidos?
Los tleilaxu, obviamente, seguían creando mentats pervertidos. Pero, siendo él mismo un mentat, Idaho sabía la frágil inseguridad de la
perversión
tleilaxu. Las Grandes Casas adquirían tales mentats con la esperanza de controlarlos absolutamente. ¡Imposible! Incluso Piter de Vries, que había servido a los Harkonnen en su asalto a la Casa de los Atreides, había mantenido su dignidad esencial, aceptando la muerte antes que manchar la sagrada intimidad de su yo.
¿Doctores Suk?
Su condicionamiento los garantizaba supuestamente contra la deslealtad hacia sus pacientes. Los doctores Suk eran muy caros. El incremento en la búsqueda de Suks debía traer consigo sustanciales cambios de fondos.

Idaho sopesó todos estos hechos ante el incremento de los contables tramposos.

—Primera computación —dijo, subrayando claramente el hecho de que estaba hablando de hechos inductivos—. Se ha producido un reciente incremento de riqueza entre las Casas Menores. Algunas se están moviendo sigilosamente hacia el estatus de las Grandes Casas. Esta riqueza puede provenir tan sólo de algunos cambios específicos en las alianzas políticas.

—Con esto llegamos finalmente al Landsraad —dijo Alia, expresando así sus propias convicciones.

—La próxima sesión del Landsraad no está prevista hasta dentro de dos años estándar —le recordó Irulan.

—Pero las alianzas políticas nunca cesan —dijo Alia—. Y estoy segura de que entre esas firmas tribales —señaló al papel junto a Irulan— están las de no pocas Casas Menores que han hecho nuevas alianzas.

—Quizá —dijo Irulan.

—El Landsraad —dijo Alia—. ¿Qué mejor para la Bene Gesserit? ¿Y qué mejor agente para la Hermandad que mi propia madre? —Alia se plantó directamente frente a Idaho—. ¿Y bien, Duncan?

¿Por qué no funcionas como un mentat?
, se dijo a sí mismo Idaho. Ahora veía por dónde iban las sospechas de Alia. Después de todo, Duncan Idaho había sido guardia personal de Dama Jessica por muchos años.

—¿Duncan? —urgió Alia.

—Deberás examinar atentamente cualquier borrador legislativo que se esté preparando para la próxima sesión del Landsraad —dijo Idaho—. Podría plantearse el postulado legal de que la Regencia no pueda vetar cierta clase de legislación… específicamente ajustes en las tasas y actividades de los monopolios. Hay otros, pero…

—No sería una postura pragmática muy buena por su parte si adoptaran esta posición —dijo Irulan.

—Estoy de acuerdo —dijo Alia—. Los Sardaukar no tienen dientes, y nosotros poseemos nuestras legiones Fremen.

—Cuidado, Alia —dijo Idaho—. Nuestros enemigos no desearían nada mejor que hacernos aparecer como monstruos. No importa cuantas legiones están a tus órdenes, en último término el poder descansa en el sufragio popular en un Imperio tan extendido como éste.

—¿El sufragio popular? —preguntó Irulan.

—Quieres decir el sufragio de las Grandes Casas —dijo Alia.

—¿Y cuántas Grandes Casas deberemos afrontar con estas nuevas alianzas? —preguntó Idaho—. ¡El dinero se está acumulando en extraños lugares!

—¿En los márgenes del Imperio? —preguntó Irulan.

Idaho se alzó de hombros. Era una pregunta sin respuesta. Todos ellos sospechaban que algún día los tleilaxu o cualquier desconocido genio de la tecnología en los márgenes del Imperio conseguirían anular el Efecto Holtzmann. Aquel día, los escudos dejarían de ser útiles. El precario equilibrio que mantenía a los feudos planetarios se desmoronaría.

Alia se negaba a considerar tal posibilidad.

—Actuaremos con lo que tengamos —dijo—. Y lo que sí tenemos es la seguridad de que a través del directorio de la CHOAM
nosotros
podemos destruir la especia si nos vemos obligados a ello. No se atreverán a correr este riesgo.

—Volvamos entonces a la CHOAM —dijo Irulan.

—A menos que alguien haya conseguido duplicar el ciclo trucha de arena-gusano de arena en otro planeta —dijo Idaho. Miró especulativamente a Irulan, excitada por aquella cuestión—. ¿Salusa Secundus?

—Mis contactos allí me mantienen informada —dijo Irulan—. No es Salusa.

—Entonces mi respuesta sigue siendo válida —dijo Alia, mirando a Idaho—. Actuaremos con lo que tengamos.

Ahora me toca mover a mí
, pensó Idaho.

—¿Por qué me has apartado de aquel
importante trabajo
? —dijo—. Hubieras podido arreglártelas tú sola.

—¡No uses este tono conmigo! —restalló Alia.

Idaho abrió mucho los ojos. Por un instante había visto a aquella otra persona ajena en el rostro de Alia, y aquello lo aterró. Desvió su atención hacia Irulan, pero esta no había visto nada… o al menos no lo aparentaba.

—No necesito una educación elemental —dijo Alia, con su voz vibrando aún con aquella rabia ajena.

Idaho consiguió esbozar una deplorable sonrisa, pero el pecho seguía doliéndole por la impresión.

—Nunca nos alejamos demasiado de la riqueza y de todos sus enmascaramientos cuando tratamos con el poder —comentó Irulan—. Paul fue una mutación social y, como tal, tenemos que recordar que alteró el antiguo equilibrio de la riqueza.

—Tales mutaciones no son irreversibles —dijo Alia, apartándose de ellos como si no quisiera que fuera apreciada su terrible diferencia—. Esté donde esté la riqueza en este Imperio, ellos lo saben.

—Y también saben —dijo Irulan— que solamente hay tres personas que pueden perpetuar esta mutación: los gemelos y… —señaló a Alia.

¿Están locas, esas dos?
, se dijo Idaho.

—¡Intentarán asesinarme! —jadeó ella.

E Idaho permaneció en un impresionado silencio, con su consciencia mentat girando y girando. ¿Asesinar a Alia? ¿Por qué? Sería mucho más fácil desacreditarla. Podían desgajarla de su relación con los Fremen y cazarla luego a voluntad. Pero los gemelos… Se dio cuenta de que no estaba en posesión en estos momentos de la calma mentat adecuada para hacer una evaluación, pero debía intentarlo. Tenía que ser tan preciso como fuera posible. Al mismo tiempo, sabía que aquella precisión contenía absolutismos no digeridos. La naturaleza no era precisa. El universo no era preciso cuando era reducido a escala humana; era vago e indistinto, lleno de inesperados movimientos y cambios. La humanidad como un todo debía entrar en aquella computación en la forma de un fenómeno natural. Y la totalidad del proceso de análisis preciso requería un distanciamiento, un alejarse de las incesantes corrientes del universo. Debía contemplar atentamente aquellas corrientes, ver su movimiento.

—Estábamos en lo cierto al enfocar el asunto en la CHOAM y en el Landsraad —dijo Irulan, arrastrando las palabras—. Y la sugerencia de Duncan ofrece una primera línea de investigación para…

—El dinero considerado como una traslación de energía no puede ser separado de la energía que expresa —dijo Alia—. Todos nosotros sabemos esto. Pero debemos responder a tres cuestiones específicas: ¿Cuándo? ¿Usando qué armas? ¿Dónde?

Los gemelos… los gemelos
, pensó Idaho.
Son los gemelos quienes están en peligro, no Alia.

—¿No estás interesada en quién o cómo? —preguntó Irulan.

—Si la Casa de los Corrino o la CHOAM o cualquier otro grupo emplea instrumentos humanos en este planeta —dijo Alia—, tenemos como máximo un sesenta por ciento de posibilidades de descubrirlos antes de que actúen. Sabiendo cuándo actuarán y dónde nuestras posibilidades son mucho mayores. ¿Cómo? Esto equivale a preguntar
¿con qué armas?

¿Por qué ellas no pueden ver las cosas como las veo yo?
, se preguntó Idaho.

—De acuerdo —dijo Irulan—. ¿Cuándo?

—Cuando la atención esté centrada en algún otro —dijo Alia.

—La atención estuvo centrada en tu madre en la Convocación —dijo Irulan—. No hubo ninguna tentativa.

—El lugar no era el adecuado —dijo Alia.

¿Qué pretende hacer?
, se preguntó Idaho.

—¿Dónde, entonces? —quiso saber Irulan.

—El mejor lugar es aquí, en la Ciudadela —dijo Alia—. Es aquí donde me siento más segura y estoy menos protegida por mis guardias.

—¿Con qué armas? —quiso saber todavía Irulan.

—Convencionales… cualquier cosa que un Fremen pueda llevar encima: un crys envenenado, una pistola maula, un…

—Hace mucho tiempo que nadie ha usado un cazador-buscador —dijo Irulan.

—No funcionaría en una multitud —dijo Alia—. Y ocurrirá en medio de una multitud.

—¿Un arma biológica? —preguntó Irulan.

—¿Un agente infeccioso? —dijo Alia, sin ocultar su credulidad. ¿Cómo podía pensar Irulan que un agente infeccioso pudiera tener éxito contra las barreras inmunológicas que protegían a los Atreides?

—Estaba pensando más bien en algún tipo de animal —dijo Irulan—. Un pequeño animal de compañía, por ejemplo, entrenado a morder a alguna víctima específica, infligiéndole algún veneno con su mordida.

—Los hurones de la Casa lo prevendrían —dijo Alia.

—¿Uno de ellos, entonces? —preguntó Irulan.

—Imposible. Los hurones de la Casa se echarían sobre cualquier extraño, matándolo. Tú lo sabes bien.

—Tan sólo estaba explorando posibilidades con la esperanza de que…

—Alertaré a mis guardias —dijo Alia.

Cuando Alia dijo
guardias
, Idaho puso una mano sobre sus ojos tleilaxu, intentando prevenir el exigente envolvimiento que se apoderaba de él. Era el Rhakia, el movimiento del Infinito tal como era expresado por la Vida, el latente cáliz de inmersión total en la consciencia mental que yacía a la espera en cada mentat. Lanzó su consciencia hacia el universo como una red, y cayó y definió las formas que había en él. Vio a los gemelos acurrucados en la oscuridad, mientras gigantescas garras arañaban el aire a su alrededor.

—No —susurró.

—¿Qué? —Alia miró hacia él, como si se sorprendiera de hallarlo todavía allí.

El apartó la mano de sus ojos.

—Los trajes que ha enviado la Casa de los Corrino —dijo—. ¿Han sido enviados a los gemelos?

—Por supuesto —dijo Irulan—. Son perfectamente seguros.

—Nadie intentará nada contra los gemelos en el Sietch Tabr —dijo Alia—. No con todos esos perfectamente entrenados guardias de Stilgar a su alrededor.

Idaho la miró fijamente. No poseía ningún dato particular que reforzara una argumentación basada en una computación mentat, pero lo sabia.
Lo sabía.
Aquello que había experimentado estaba muy cerca del visionario poder que había conocido Paul. Ni Irulan ni Alia lo creerían, viniendo de él.

—Me gustaría advertir a las autoridades portuarias para que no admitan la importación de ningún animal de otros planetas —dijo.

—No estarás tomando en serio la sugerencia de Irulan —protestó Alia.

—¿Por qué correr ningún riesgo? —dijo él.

—Díselo a los contrabandistas —dijo Alia—. Yo depositaré mi confianza en los hurones de la Casa.

Idaho agitó la cabeza. ¿Qué podían hacer los hurones de la Casa contra garras del tamaño de las que había entrevisto? Pero Alia tenía razón. Sobornos en los lugares precisos, una aquiescente Cofradía de navegantes, y cualquier lugar en la Región Vacía podía convertirse en un campo de aterrizaje. La Cofradía se resistiría a tomar una posición abierta en cualquier ataque contra la Casa de los Atreides, pero si el precio era lo suficientemente alto… Bien, en la Cofradía se podía pensar tan sólo como en algo parecido a una barrera geológica que hacia difíciles los ataques, pero no imposibles. Siempre podía protestar diciendo que ella tan sólo era «una agencia de transportes». ¿Cómo podía saber para qué uso en particular se destinaba tal o cual cargamento?

Alia rompió el silencio con un gesto puramente Fremen, un puño alzado con el dedo pulgar horizontal. Acompañó el gesto con una imprecación tradicional que significaba: «Descargaré el Tifón contra el Enemigo». Obviamente se veía a sí misma como el único blanco lógico de los asesinos, y el gesto era una protesta contra un universo lleno de incógnitas amenazas. Estaba diciendo que desencadenaría el viento de la muerte contra cualquiera que la atacase.

Other books

Pulled Within by Marni Mann
The Journey by John Marsden
When Books Went to War by Molly Guptill Manning
Timothy 02: Tim2 by Mark Tufo
Hidden Memories by Robin Allen