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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Hijos de Dune (23 page)

BOOK: Hijos de Dune
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—Tú has conseguido este equilibrio enzimático —era una afirmación, no una pregunta.

—¡He desafiado a la Hermandad! El informe de mi madre a la Hermandad convertirá a la Bene Gesserit en el más inquebrantable aliado de la Casa de los Corrino.

Qué plausible es todo esto
, pensó Duncan.

—¡Pero seguramente tu propia madre no se volverá contra ti! —la probó.

—Era una Bene Gesserit mucho tiempo antes de que fuera mi madre. Duncan, ¡ella permitió que su propio hijo, mi hermano, pasara por la prueba del
gom jabbar
! ¡Fue ella quien lo preparó todo! ¡Y sabía que su hijo podía no sobrevivir a la prueba! Las Bene Gesserit siempre han sido parcas en fe, pero henchidas en pragmatismo. Actuará contra mí si cree que es en bien de los intereses de la Hermandad.

El asintió. Qué convincente resultaba. Era un triste pensamiento.

—Debemos mantener la iniciativa —dijo ella—. Es nuestra mejor arma.

—Hay el problema de Gurney Halleck —dijo él—. ¿Deberé matar a mi viejo amigo?

—Gurney está lejos en alguna misión de espionaje en el desierto —dijo ella, sabiendo que Idaho estaba al corriente de aquello—. Está a salvo fuera de nuestros planes.

—Muy extraño —dijo él—. El Regente Gobernador de Caladan errando aquí en Arrakis en una misión de espionaje.

—¿Por qué no? —preguntó Alia—. Es su amante… en sus sueños, si no en su realidad.

—Si, por supuesto. —Y se preguntó si no se notaría la insinceridad en su voz.

—¿Cuándo la secuestrarás? —preguntó Alia.

—Es mejor que no lo sepas.

—S… sí, entiendo. ¿Dónde la llevarás?

—Donde no pueda ser hallada. Confía en mí; no podrá constituir una amenaza para ti.

El júbilo en los ojos de Alia no podía ser ocultado.

—¿Pero dónde…?

—Si no lo sabes, entonces podrás responderle a una Decidora de Verdad, si es necesario, que no sabes donde está.

—Ahhh, muy hábil, Duncan.

Ahora cree que voy a matar a Dama Jessica
, pensó Duncan. Y dijo:

—Adiós, mi amor.

Ella no captó la intencionalidad de su voz, por lo que le dio un suave beso antes de que él se fuera.

Durante todo su recorrido a través del laberinto, parecido al de un sietch, de los corredores del Templo, Idaho se frotó los ojos. Los ojos tleilaxu no eran inmunes a las lágrimas.

20

Amaste a Caladan

y lloraste a su perdido señor…

Pera el dolor revela

que los nuevos amantes no pueden borrar

a aquél que para siempre será un fantasma.

Estribillo del
Lamento de Habbanya

Stilgar cuadruplicó la guardia del sietch en torno a los gemelos, pero sabía que era inútil. El muchacho se parecía demasiado a aquel de quien llevaba el nombre, su abuelo Leto. Todos aquellos que habían conocido al Duque original lo hacían notar. Leto medía calmada y prudentemente todas las cosas, es cierto, pero todo en él lo calificaba como poseedor de una latente impetuosidad que lo hacía susceptible a tomar decisiones arriesgadas.

Ghanima era más parecida a su madre. Tenía el cabello rojo de Chani, la mirada de los ojos de Chani, y una forma calculada de adaptarse a las dificultades. A menudo decía que haría sólo lo que debía hacer, pero allá donde fuera Leto ella le seguiría.

Y Leto la conduciría directamente al peligro.

Stilgar no pensó ni por un momento en hablarle de su problema a Alia. Al contrario de lo que ocurría con Irulan, que corría a Alia para contarle cualquier cosa que ocurriera. Llegando a esta decisión, Stilgar se dio cuenta de que había aceptado la posibilidad de que Leto juzgara a Alia correctamente.

Ella utiliza a la gente en una forma casual e insensible
, pensó.
Incluso usa a Duncan de esta forma. En ningún momento se volvería contra mí para matarme. Sencillamente me desecharía.

Ahora la guardia había sido reforzada, y Stilgar merodeaba por el sietch como un duende, fisgando por todos lados. Durante todo ese tiempo su mente bullía con las dudas que Leto había plantado allí. Si uno no podía confiar en la tradición, ¿a qué otra roca podía anclar su vida?

Por la tarde del día de la Convocación de Bienvenida para Dama Jessica, Stilgar espió a Ghanima de pie junto a su abuela en la cornisa interior de entrada de la gran cámara de asambleas del sietch. Era temprano y Alia aún no había llegado, pero la gente estaba empezando a reunirse en la amplia estancia, dirigiendo supersticiosas miradas a la niña y a la adulta, a su paso.

Stilgar se detuvo en una oquedad en sombras fuera del camino de la multitud, y espió a la pareja, incapaz de oír sus palabras por encima del murmullo creciente de la cada vez más numerosa multitud. Gente de muchas tribus se reuniría hoy allí para dar la bienvenida a su Reverenda Madre. Pero él observaba a Ghanima. Sus ojos, la forma como se movían de un lado a otro mientras hablaba! Aquel movimiento lo fascinaba. Aquellos ojos profundamente azules, calmados, observadores, inquisitivos. La forma como agitaba su roja cabellera sobre sus hombros a cada movimiento de su cabeza. Era Chani. Era una fantasmagórica resurrección, un parecido sobrenatural.

Lentamente, Stilgar se acercó un poco y buscó la protección de otra oquedad.

No podía asociar la forma en que Ghanima observaba las cosas con la de ningún otro niño que hubiera conocido… excepto su hermano. ¿Dónde estaba Leto? Stilgar miró a sus espaldas, por encima de la multitud que atestaba el corredor. Sus guardias hubieran dado la alarma si hubiera ocurrido algo. Agitó la cabeza. Aquellos gemelos desmoronaban su cordura. Eran una constante abrasión sobre su paz mental. Casi llegaba a odiarlos. Los consanguíneos no eran inmunes al odio mutuo, pero la sangre (y su preciosa agua) arrastraba consigo una contención que trascendía todas las demás preocupaciones. La seguridad de aquellos gemelos era su mayor responsabilidad.

Una polvorienta luz color cobre surgía de la cavernosa cámara de asambleas más allá de Ghanima y Jessica. Rozó con su tenue resplandor los hombros de la niña y la nueva ropa blanca que llevaba, rodeando su cabello con una aureola en el momento en que se giraba para contemplar el paso de la gente por el corredor.

¿Por qué Leto me ha afligido con sus dudas?
, se dijo. Era evidente que lo había hecho deliberadamente.
Quizá Leto quería que compartiera con él una pequeña parte de sus experiencias mentales.
Stilgar
sabía
que los gemelos eran diferentes, pero los procesos racionales de su mente eran incapaces de aceptar lo que sabía. Él nunca había experimentado el seno materno como una prisión para una consciencia ya despierta… una consciencia viva desde el segundo mes de gestación, por lo que se decía.

Leto había dicho en una ocasión que su memoria era como un «holograma interno, que se expandía en tamaño y en detalles a partir de aquel traumatizante despertar original, pero cuyos contornos no cambiaban nunca».

Por primera vez, mientras observaba a Ghanima y a Dama Jessica, Stilgar empezó a comprender lo que debía ser intentar vivir en un tal amasijo de recuerdos, incapaz de hallar ningún lugar seguro y a resguardo en la propia mente. Enfrentado ante una tal situación, uno se veía en la obligación de integrarse en la locura, de seleccionar y rechazar entre una multitud de ofertas en un sistema en el cual las respuestas cambiaban tan rápidamente como las preguntas.

No podía existir ninguna tradición fija. No podían existir respuestas absolutas a preguntas con dos caras. ¿Qué era lo que funcionaba? Lo que no funcionaba. ¿Qué era lo que no funcionaba? Lo que funcionaba. Reconoció aquel esquema. Era el viejo juego Fremen de las adivinanzas. Pregunta: «¿Qué es lo que da la vida y la muerte?». Respuesta: «El viento de Coriolis».

¿Por qué Leto ha querido que comprendiera esto?
, se preguntó Stilgar. Gracias a sus cautelosos sondeos, Stilgar sabía que los gemelos compartían un punto de vista común acerca de su diferencia: la consideraban como una aflicción.
El nacimiento puede ser un lugar de pruebas para tales individuos
, pensó. La ignorancia reduce el shock de algunas experiencias, pero ellos no podían ignorar nada acerca de su nacimiento. ¿Qué representaba vivir una vida de la que uno conocía ya todas las cosas que
podían
ir mal? Uno tenía que mantener una lucha constante con las dudas. Uno tenía que sentir resentimiento hacia aquella diferencia que lo separaba a uno de los demás. Sería agradable infligir a otros algo de esta diferencia. ¿Por qué yo?, sería su primera pregunta sin respuesta.

¿Y qué es lo que yo me he preguntado a mí mismo?
, pensó Stilgar. Una sonrisa irónica rozó sus labios.
¿Por qué yo?

Viendo a los gemelos desde aquel nuevo ángulo, comprendió los peligros que corrían con sus cuerpos aún no maduros. Ghanima se los había descrito sucintamente en una ocasión, después de que él la amonestara por escalar la pared que caía a plomo al este del Sietch Tabr.

—¿Por qué tendría que temerle a la muerte? Ya he estado aquí antes… muchas veces.

¿Cómo puedo tener la presunción de enseñar algo a tales niños?
, se dijo Stilgar.
¿Cómo puede tener nadie tal presunción?

Extrañamente, los pensamientos de Dama Jessica avanzaban por idéntico camino mientras hablaba con su nieta. Estaba pensando en lo difícil que debía ser albergar mentes maduras en cuerpos inmaduros. Aquellos cuerpos tendrían que aprender lo que sus mentes sabían ya cómo hacer… acoplando reacciones y reflejos. El viejo régimen
prana-bindu
de la Bene Gesserit podría servirles, pero incluso aquí la mente avanzaría a una velocidad que los cuerpos no podrían seguir. Gurney consideraba una tarea extremadamente difícil el cumplir sus órdenes.

—Stilgar nos está observando desde una oquedad allí detrás —dijo Ghanima.

Jessica no se giró. Pero se sintió desconcertada por lo que captó en la voz de Ghanima. Ghanima amaba al viejo Fremen como uno amaría a un padre. Incluso cuando hablaba con ligereza y se burlaba de él lo amaba. Aquella comprensión obligó a Jessica a contemplar al viejo Naib bajo una nueva luz, comprendiendo, en una revelación gestáltica, lo que unía a los gemelos y a Stilgar. Jessica se dio cuenta de que aquel nuevo Arrakis no le gustaba a Stilgar. No más de lo que aquel nuevo universo gustaba a sus nietos.

No solicitado ni deseado, un axioma Bene Gesserit fluyó en la mente de Jessica:
«Sospechar de la propia inmortalidad es conocer el principio del terror: aprender irrefutablemente que uno es mortal es conocer el final del terror».

Sí, la muerte no sería una carga difícil de llevar, pero la vida era como un fuego lento para Stilgar y los gemelos. Todos ellos se hallaban en un mundo que no les gustaba, y anhelaban otros caminos que fuera posible experimentar sin riesgos. Eran hijos de Abraham, que aprendían mucho más de un halcón acechando sobre el desierto que de un libro escrito hacía tiempo.

Leto había desconcertado a Jessica aquella misma mañana, cuando se hallaban junto al qanat que fluía sietch abajo.

—El agua es una trampa para nosotros, abuela —había dicho—. Hubiera sido mejor que hubiéramos vivido como polvo, ya que entonces el viento nos hubiera arrastrado más alto que el más alto risco de la Muralla Escudo.

Aunque ya estaba familiarizada con una tan sutil madurez surgiendo de los labios de aquellos niños, Jessica se sintió tomada por sorpresa, aunque logró responder:

—Tu padre hubiera podido decir esto.

Y Leto, lanzando un puñado de arena al aire para contemplar su caída, respondió:

—Si, hubiera podido hacerlo. Pero mi padre no tuvo en cuenta entonces cuán rápidamente hace caer de nuevo al suelo toda cosa surgida de él.

Ahora, de pie junto a Ghanima en el sietch, Jessica sintió de nuevo el shock que le habían causado aquellas palabras. Se giró, contempló la gente que seguía desfilando, dejó vagar su mirada hasta el lugar donde se hallaba la imprecisa figura de Stilgar. Stilgar no era un Fremen dócil, entrenado tan sólo a llevar ramitas al nido. Seguía siendo un halcón. Cuando pensaba en el color rojo, no pensaba en flores, sino en sangre.

—Estás tan callada, de repente —dijo Ghanima—. ¿Hay algo que no marcha?

Jessica agitó la cabeza.

—Es solamente algo que Leto ha dicho esta mañana.

—¿Cuando habéis salido fuera, a las plantaciones? ¿Qué es lo que ha dicho?

Jessica pensó en la curiosa expresión de adulto que había aparecido en el rostro de Leto allá fuera en la mañana. Era la misma expresión que acababa de aparecer ahora en el rostro de Ghanima.

—Estaba recordando la ocasión en que Gurney abandonó a los contrabandistas para volver bajo la bandera de los Atreides —dijo Jessica.

—Entonces estabais hablando de Stilgar —dijo Ghanima. Jessica no se preguntó cómo lo había intuido. Los gemelos parecían capaces de reproducir cada uno en cualquier momento los pensamientos del otro.

—Sí, así es —dijo Jessica—. A Stilgar no le gustaba oír a Gurney llamar… a Paul su Duque, pero la presencia de Gurney arrastraba a los Fremen. Gurney siguió llamándolo «mi Duque».

—Entiendo —dijo Ghanima—. Y por supuesto Leto ha hecho observar que
él
aún no era el Duque de Stilgar.

—Exacto.

—Tú sabes lo que te estaba haciendo, por supuesto —dijo Ghanima.

—No estoy segura de saberlo —admitió Jessica, y aquello la inquietó en una forma particular, ya que no se le había ocurrido pensar que Leto le estuviera haciendo nada en absoluto.

—Estaba intentando iluminar tus recuerdos de nuestro padre —dijo Ghanima—. Leto anhela conocer a nuestro padre a través de los puntos de vista de todos aquellos que lo conocieron.

—Pero… Leto no necesita…

—Oh, él puede escuchar sus
vidas interiores
, evidentemente. Pero no es lo mismo. Tú le hablaste de él, por supuesto. De nuestro padre quiero decir. Le hablaste de él como hijo tuyo.

—Sí. —Jessica calló de repente. No le gustaba la sensación de saber que aquellos gemelos podían manejarla a su antojo, abrir sus recuerdos para observarlos, extrayendo cualquier emoción que atrajera su interés. ¡Quizá la propia Ghanima lo estaba haciendo en estos momentos!

—Leto dijo algo que te turbó —dijo Ghanima.

Jessica se sintió impresionada ante su urgente necesidad de reprimir su rabia.

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