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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Hijos de Dune (17 page)

BOOK: Hijos de Dune
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—¿Cómo puedo saber que no es otra Abominación la que me está hablando?

Él se alzó de hombros.

—Es aquí donde debe intervenir tu corazón. Ghanima y yo sabemos por qué cayó ella. No es fácil resistir el clamor de esa multitud interior. Suprime sus egos, y acudirán a ti en clamorosa muchedumbre cada vez que evoques un recuerdo. Un día… —intentó deglutir, pero su garganta estaba seca—, el más fuerte de la horda interior decide que ya es tiempo de compartir aquella carne.

—¿Y no hay nada que tú puedas hacer? —hizo la pregunta temiendo la posible respuesta.

—Creemos que hay algo… sí. No debemos sucumbir a la especia; esto es lo más importante. Y no debemos suprimir enteramente el pasado. Debemos usarlo, hacer una amalgama de él. Finalmente, cuando los hayamos mezclado a todos ellos con nosotros mismos, ya no seremos nuestras personalidades originales… p
ero no habremos sido poseídos.

—Has hablado de un complot para secuestrarme.

—Es algo obvio. Wensicia es ambiciosa para con su hijo, Alia es ambiciosa para consigo misma, y…

—¿Alia y Farad’n?

—No hay ningún indicio —dijo Leto—. Pero Alia y Wensicia están siguiendo actualmente caminos paralelos. Wensicia tiene una hermana en la casa de Alia. ¿Qué cosa más simple que enviar un mensaje a…?

—¿Sabes algo acerca de ese mensaje?

—Como si lo hubiera visto y leído palabra por palabra.

—¿Pero lo has visto realmente?

—No lo necesito. Sólo necesito saber que los Atreides están reunidos todos aquí en Arrakis. Toda el agua en una sola cisterna —hizo un gesto abarcando el planeta.

—¡La Casa de los Corrino no se atrevería a atacarnos aquí!

—Alia tendría todas las de ganar si se atrevieran —el tono zumbón de su voz la irritó.

—¡No tengo por qué ser tratada condescendientemente por mi propio nieto! —dijo.

—¡Entonces maldita sea, mujer, deja de pensar en mí como en tu nieto! ¡Piensa en mí como en tu
Duque
Leto! —El tono y la expresión facial, incluso el gesto abrupto de su mano, fueron tan exactos, que ella permaneció en silencio, confusa.

Con una seca y remota voz, Leto dijo:

—He intentado prepararte. Concédeme esto, al menos.

—¿Por qué querría Alia secuestrarme?

—Para inculpar a la Casa de los Corrino, por supuesto.

—No puedo creer en ello. Incluso para ella, esto sería… monstruoso. Demasiado peligroso. ¿Cómo podría hacerlo sin…? ¡No puedo creerlo!

—Cuando ocurra, deberás creerlo. Ahh, abuela, Ghani y yo necesitamos tan sólo bordear nuestro interior para
saber
. Es una simple autopreservación. ¿Cómo podríamos de otro modo intuir siquiera los errores que se cometen a nuestro alrededor?

—Me niego a aceptar ni siquiera un minuto que este secuestro forme parte de un plan de Alia…

—¡Bendito sea Dios! ¿Cómo puedes ser tú, una Bene Gesserit, tan obtusa? Todo el Imperio sospecha las razones por las cuales estás aquí. Los propagandistas de Wensicia están todos ellos preparados para desacreditarte. Alia no puede esperar a que esto suceda. Si tú cayeras, la Casa de los Atreides podría sufrir un golpe mortal.

—¿Qué es lo que todo el Imperio sospecha? —Jessica pronunció aquellas palabras de la forma más fría posible, sabiendo que no podía dominar a aquel
no-niño
con ningún truco de la Voz.

—Que Dama Jessica planea emparejar a los dos gemelos —dijo él con voz ronca—. Esto es lo que desea la Hermandad. ¡Un incesto!

Ella parpadeó.

—Rumores vanos —dijo. Tragó saliva—. La Bene Gesserit no permitirá que un rumor así se esparza incontroladamente por el Imperio. Todavía poseemos una cierta influencia. Recuérdalo.

—¿Rumores? ¿Qué rumores? Seguramente has pensado abiertamente en esta posibilidad. —Agitó la cabeza cuando ella intentó hablar—. No lo niegues. Déjanos pasar la pubertad viviendo en la misma casa y tú en esa casa, y tu
influencia
no será más que un pañuelo agitado frente a un gusano de arena.

—¿Crees que somos estúpidas hasta tal punto? —preguntó Jessica.

—Por supuesto que lo creo. Tu Hermandad no es más que un puñado de malditas viejas mujeres estúpidas que son incapaces de pensar más allá de su precioso programa genético. Ghani y yo sabemos la leva que tienen en mano. ¿Acaso

piensas que
nosotros dos
somos estúpidos?

—¿Leva?

—¡Ellas saben que tú eres una Harkonnen! Lo tienen en sus registros genéticos: Jessica, nacida en Tanidia Nerus, de su unión con el Barón Vladimir Harkonnen. Este registro, hecho público
accidentalmente
, podría ponerte en una situación bastante…

—¿Crees que la Hermandad se rebajaría hasta el chantaje?

—Sé que lo harían. Oh, han endulzado la píldora. Te han dicho que investigues los rumores que corren acerca de tu hija. Han alimentado tu curiosidad y tu miedo. Han invocado tu sentido de la responsabilidad, te han hecho sentirte culpable de haberte refugiado en Caladan. Y te han ofrecido la alternativa de
salvar
a tus nietos.

Jessica solo pudo quedárselo mirando en silencio. Era como si hubiera estado presente en su entrevista con las Superioras de la Hermandad. Se sintió completamente deprimida por sus palabras, y empezó a aceptar la posibilidad de que estuviera diciendo la verdad con respecto a los planes de Alia de raptarla.

—¿Sabes, abuela? Debo tomar una decisión difícil —dijo Leto—. ¿Debo seguir la mística de los Atreides? ¿Debo vivir para mis súbditos… y morir por ellos? ¿O debo elegir otro camino… uno que me permita vivir un millar de años?

Jessica retrocedió involuntariamente. Aquellas palabras dichas tan fácilmente tocaban un tema que la Bene Gesserit había hecho casi impensable. Muchas Reverendas Madres podrían haber elegido aquel camino… o haberlo intentando. Las manipulaciones de la química interna estaban al alcance de las iniciadas de la Hermandad. Pero si una sola de ellas lo hubiera hecho, más tarde o más temprano todas las demás lo hubieran intentado también. Y una tal acumulación de mujeres jóvenes no hubiera podido ser ocultada. Sabían con certeza que aquella senda las habría conducido a la destrucción. La humanidad de corta vida se hubiera vuelto contra ellas. No… Era impensable.

—No me gusta el curso que siguen tus pensamientos —dijo.

—Tú no comprendes mis pensamientos —dijo él—. Ghani y yo… —Agitó la cabeza—. Alia lo tenía en sus manos y lo desechó.

—¿Estás seguro de ello? Ya he informado a la Hermandad de que Alia practica lo impensable. ¡Mírala! No ha envejecido ni un día desde la última vez en que yo…

—¡Oh, eso! —barrió todo el equilibrio corporal Bene Gesserit con un gesto de su mano—. Estoy hablando de algo muy distinto… una perfección del ser de un alcance mucho mayor de lo que nunca ha conseguido ningún ser humano.

Jessica permaneció en silencio, aterrada ante la facilidad con que él le había arrancado aquella revelación. Leto sabía seguramente que un tal mensaje representaba una sentencia de muerte para Alia. Y no importaba el hecho de que hubiera cambiado las palabras, la intención seguía siendo la misma. ¿Acaso no se daba cuenta de lo peligrosas que eran sus palabras?

—Explícate mejor —dijo finalmente.

—¿Cómo? —preguntó él—. A menos que comprendas que el Tiempo no es lo que aparenta, ni siquiera puedo iniciar una explicación. Mi padre lo sospechaba. Se detuvo al borde de la comprensión, pero retrocedió. Ahora es el turno de Ghani y mío.

—Insisto en que te expliques mejor —dijo Jessica, rozando con el dedo la aguja envenenada oculta en un pliegue de su ropa. Era el gom jabbar, tan mortal que la más ligera rozadura mataba en segundos. Y pensó:
Me advirtieron que tal vez tuviera que usarlo.
Aquel pensamiento tensó los músculos de su brazo en un estremecimiento que se extendió en oleadas y que sólo sus amplias ropas consiguieron ocultar.

—Muy bien —suspiró Leto—. Primero, con respecto al Tiempo: no existe diferencia entre diez mil años y un año; no existe diferencia entre cien mil años y un latido del corazón. No existe ninguna diferencia. Este es el primer hecho acerca del Tiempo. Y el segundo hecho: todo el universo, con todo su Tiempo, están en mi interior.

—¿Qué estupidez es ésta? —preguntó ella.

—¿Te das cuenta? No comprendes. Intentaré explicártelo de otra forma, entonces. —Levantó su mano derecha para ilustrar su aseveración, agitándola a medida que hablaba—. Vamos hacia adelante, volvemos hacia atrás.

—¡Esas palabras no explican nada!

—Correcto —asintió él—. Hay cosas que las palabras no pueden explicar. Uno debe experimentarlas sin palabras. Pero tú no estás preparada para una tal aventura, del mismo modo que miras hacia mí y no me ves.

—Pero… te estoy mirando directamente. ¡Por supuesto que te veo! —Lo miró furiosamente. Las palabras de Leto reflejaban el conocimiento del Código Zensunni tal como era enseñado en las escuelas Bene Gesserit: juegos de palabras para confundir las ideas y las más profundas convicciones filosóficas.

—Algunas cosas ocurren más allá de nuestro control —dijo Leto.

—¿Y cómo explica esto esa… esa
perfección
que se halla tan más allá de cualquier otra experiencia humana?

El asintió.

—Si uno retarda la vejez y la muerte con el uso de la melange o con esos cuidadosos ajustes del equilibrio corporal que vosotras las Bene Gesserit tanto teméis, un tal retardo invoca tan sólo una ilusión de control. Cuando uno atraviesa a pie el sietch, lo haga rápidamente o a paso lento, siempre termina atravesándolo. Y este paso del tiempo es experimentado en forma interna.

—¿Por qué juegas de esa forma con las palabras? Gasté mi diente del juicio en esas tonterías mucho antes de que naciera tu padre.

—Pero luego aquel diente creció —dijo él.

—¡Palabras! ¡Palabras!

—¡Ahhh, ahora estás muy cerca!

—¡Ja!

—¿Abuela?

—¿Sí?

Leto permaneció en silencio durante un largo espacio de tiempo. Luego:

—¿Te das cuenta? Puedes responder como tú misma. —Le sonrió—. Pero no puedes ver a través de las sombras. Yo estoy aquí. —Sonrió de nuevo—. Mi padre llegó muy cerca de esto. Cuando vivió, vivió, pero cuando murió, no consiguió morir.

—¿Qué estás diciendo?

—¡Muéstrame su cuerpo!

—¿Crees que ese Predicador…?

—Es posible, pero aunque fuera así, aquel no es su cuerpo.

—No me has explicado nada —acusó ella.

—Tal como te previne.

—Entonces, ¿por qué…?

—Tú preguntaste. Necesitabas que te lo mostraran. Ahora volvamos a Alia y a su plan de secuestro para…

—¿Estás planeando lo impensable? —preguntó ella, sujetando el venenoso gom jabbar bajo sus ropas.

—¿Serás tú su ejecutora? —preguntó él, con su voz decepcionadamente suave. Apuntó un dedo hacia la mano oculta tras las ropas de su abuela—. ¿Piensas que te va a permitir usar esto? ¿O que te voy a dejar usarlo yo?

Jessica intentó inútilmente tragar saliva.

—En respuesta a tu pregunta —dijo él—, no estoy planeando lo impensable. No soy tan estúpido. Pero estoy dispuesto contigo. Te atreves a juzgar a Alia. ¡Por supuesto que está infringiendo el precioso mandamiento Bene Gesserit! ¿Y qué esperabas? La abandonaste, la dejaste aquí como reina en todo menos en nombre. ¡Todo este poder! Mientras tú corrías de regreso a Caladan a restañar tus heridas en brazos de Gurney. No tengo nada contra ello. ¿Pero quién eres tú para juzgar a Alia?

—Te advierto que no voy a con…

—¡Oh, cállate! —Apartó la mirada de ella, disgustado. Pero sus palabras habían sido pronunciadas de aquella especial manera Bene Gesserit… la controlada
Voz
. La hicieron callar como si una mano hubiera tapado su boca. Y ella pensó:
¿Quién puede saber mejor que él cómo dominarme con la Voz?
Aquello mitigó un tanto sus lastimados sentimientos. Muchas veces había usado la Voz sobre otros, y nunca había esperado que ella misma fuera susceptible de recibir el mismo tratamiento… nunca antes… nunca desde aquellos lejanos días de la escuela en los que…

Leto se giró hacia ella.

—Lo siento. Acabo de darme cuenta de lo ciegamente que reaccionas cuando…

—¿Ciegamente? ¿Yo? —Se sintió mucho más ultrajada por aquello de lo que se había sentido por la experta forma que él había usado la Voz contra ella.

—Tú —dijo él—. Ciegamente. Si queda aún un poco de honestidad en ti, podrás reconocer tus propias reacciones. Pronuncio tu nombre y tú dices: «¿Sí?». Hago callar tu lengua. Invoco todos tus mitos Bene Gesserit. Mira dentro de ti misma en la forma en que te enseñaron. Esto, al menos, es algo que puedes hacer para tu…

—¡Cómo te atreves! ¿Qué sabes tú de…? —su voz se apagó. ¡Por supuesto que sabía!

—¡Mira dentro de ti misma, te digo! —la voz de Leto era imperiosa.

De nuevo se sintió fascinada por aquella voz. Sintió que sus sentidos se paralizaban, que su respiración se hacía jadeante. Justo debajo de su consciencia acechaba un corazón martilleante, el jadear de… Bruscamente se dio cuenta de que aquel corazón agitado, aquella respiración jadeante, no le pertenecían, no estaban dominados por su control Bene Gesserit. Sus ojos se desorbitaron ante la terrible comprensión, sintió que su carne obedecía otras órdenes. Lentamente recuperó su impasibilidad, pero su descubrimiento permaneció. Aquel
no-niño
había estado jugando con ella cómo quien toca un delicado instrumento durante toda su conversación.

—Ahora sabes cuán profundamente condicionada estás por tu preciosa Bene Gesserit —dijo él.

Ella tan sólo pudo asentir. Su fe en las palabras yacía despedazada. Leto la había obligado a contemplar de frente su universo físico, y se había sentido impresionada por ello, con su mente empapada de una nueva consciencia.
«¡Muéstrame su cuerpo!».
Y él le había mostrado el propio cuerpo de ella como si fuera el de un recién nacido. Desde aquellos primeros días escolares en Wallach, desde aquellos terribles días antes de que los compradores del Duque vinieran a buscarla, desde entonces, nunca había sentido tal terrible inseguridad acerca de los próximos momentos.

—Dejarás que te secuestren —dijo Leto.

—Pero…

—No quiero discutir sobre este punto —dijo él—. Lo harás. Piensa en ello como en una orden de tu Duque. Verás su finalidad cuando haya ocurrido todo. Y tendrás que enfrentarte con un alumno muy interesante.

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