Jessica sonrió.
—Confieso que no esperaba que tuvieras éxito tan rápidamente. Sólo han pasado ocho días y…
—Tuve paciencia —dijo él, con una alegre sonrisa.
—Y también has empezado a aprender paciencia —dijo ella.
—¿Empezado?
—Apenas has puesto un pie en el umbral de este adiestramiento —dijo ella—. Ahora eres realmente un niño. Antes… eras tan sólo una entidad potencial, ni siquiera habías nacido.
Farad’n hizo una mueca de desánimo.
—No te pongas triste —dijo ella—. Lo has conseguido. Esto es lo importante. ¿Cuántos pueden decir que han nacido de nuevo?
—¿Qué viene ahora? —insistió él.
—Practicarás eso que has aprendido —dijo ella—. Quiero que seas capaz de repetirlo fácilmente, siempre que lo desees. Luego tendrás que llenar ese lugar en tu consciencia que has abierto con esto. Deberás llenarlo con la habilidad de imponer tus propias exigencias a cualquier realidad que te circunde.
—¿Es eso todo lo que tengo que hacer… practicar el…?
—No. Ahora puedes empezar el adiestramiento muscular. Dime, ¿puedes mover el dedo meñique de tu pie izquierdo sin mover ningún otro músculo de tu cuerpo?
—¿Mi…? —Jessica vio una expresión distante asomarse al rostro de Farad’n cuando intentó mover su dedo. Luego miró hacia abajo, hacia su pie, y se quedó contemplándolo en silencio. Su frente se llenó de sudor. Un profundo suspiro escapó de su pecho.
—No puedo —dijo.
—Sí puedes —dijo ella—. Aprenderás a hacerlo. Aprenderás a conocer cada músculo de tu cuerpo. Los conocerás tan bien como conoces ahora tus manos.
El tragó dificultosamente ante la magnitud de aquella prospección. Luego:
—¿Qué es lo que estáis haciendo conmigo? —preguntó—. ¿Cuáles son vuestros planes hacia mí?
—Intento desparramarte sobre el universo —dijo ella—. Intento que puedas convertirte en cualquier cosa que desees profundamente.
Él digirió aquello por unos instantes.
—¿Cualquier cosa que desee?
—Si.
—¡Eso es imposible!
—A menos que aprendas a controlar tus deseos del mismo modo que controlas tu realidad —dijo ella. Y pensó:
¡Eso es! Dejemos que sus analistas examinen esto. Le aconsejarán una cautelosa aprobación, pero Farad’n se acercará otro paso a lo que estoy realmente haciendo con él.
El confirmó sus suposiciones diciendo:
—Una cosa es decirle a alguien que podrá realizar sus más secretos deseos, y otra que esos deseos se realicen realmente.
—Has llegado mucho más lejos de lo que imaginabas —dijo Jessica—. Muy bien. Te hago una promesa: si completas este programa de adiestramiento, serás enteramente dueño de ti mismo. Cualquier cosa que hagas será porque realmente desees hacerla.
Y que una Decidora de Verdad intente probar lo contrario
, pensó.
Él se puso en pie, pero la expresión con que la miró era cálida, con un cierto sentimiento de camaradería en ella.
—¿Sabéis? Os creo. Que me condene si sé el porqué, pero os creo. Y no diré una palabra de las otras cosas que estoy pensando.
Jessica lo observó mientras se retiraba y salía de la estancia. Apagó los globos y se acostó de nuevo. Aquel Farad’n sabía profundizar en las cosas. Casi le había dicho que estaba empezando a comprender sus planes, pero que se unía a su conspiración por voluntad propia.
Esperemos hasta que aprenda a controlar sus propias emociones
, pensó. Tras lo cual se dispuso a dormirse de nuevo. El día siguiente sabía que iba a estar plagado de encuentros casuales con personal de palacio que la asediaría con aparentemente inocuas preguntas.
Periódicamente, la humanidad atraviesa crisis de aceleración en sus asuntos, experimentando a causa de ello confrontaciones entre la vitalidad de renovarse y la atractiva corrupción de la decadencia. En esta periódica confrontación, cualquier causa se convierte en un lujo. Sólo entonces puede uno reflexionar en que todo es permitido, en que todo es posible.
Los Apócrifos de Muad’Dib
El toque de la arena es importante
, se dijo a sí mismo Leto.
Podía sentir su crujido bajo él allí donde estaba sentado, bajo un brillante cielo. Le habían obligado a engullir otra enorme dosis de melange, y la mente de Leto giraba sobre sí misma como un remolino. Una pregunta sin respuesta yacía enterrada muy profundamente en lo más recóndito del remolino:
¿Por qué insisten en que lo diga?
Gurney era obstinado al respecto; no cabía duda sobre ello. Y había recibido órdenes de Dama Jessica.
Lo habían sacado del sietch a la luz del día para aquella «lección». Tenía la extraña sensación de haber dejado que fuera tan sólo su cuerpo el que realizara el breve viaje desde el sietch, mientras su ser interior mediaba en una batalla entre el Duque Leto y el viejo Barón Harkonnen. Luchó dentro de él, a través de él, porque no había permitido que ambos se comunicaran directamente. Aquella lucha le había mostrado lo que le había ocurrido a Alia. Pobre Alia.
Tenía razón al temer el viaje de la especia
, pensó. Una profunda amargura hacia Dama Jessica lo invadió. ¡Su maldito gom jabbar! Lucha y vence, o muere en el intento. Ella no podía apoyar ahora una aguja envenenada contra su cuello, pero había podido precipitarlo en aquel valle de peligro que ya había engullido a su propia hija.
Sonidos de una pesada respiración nasal penetraron en su consciencia. Acudían en oleadas, más fuertes, decreciendo, luego más fuertes… luego decreciendo de nuevo. No tenía ningún medio de determinar si se trataba de su propia realidad o llegaba hasta él a través de la especia.
El cuerpo de Leto se relajó sobre sus brazos cruzados. Sintió el calor de la arena a través de sus nalgas. Tenía una alfombra frente a él, pero se sentaba directamente sobre la arena. Una sombra cruzaba la alfombra: Namri. Leto estudió el borroso dibujo de la alfombra, sintiendo un burbujear de aire en su interior. Su consciencia derivó por sí misma a través de un paisaje que se extendía lleno de verdor hasta el horizonte.
Los tambores resonaban en su cráneo. Sintió calor, fiebre. La fiebre era una ardiente presión que llenaba sus sentidos, empujando a su consciencia fuera de su carne hasta que sólo pudo sentir las movientes sombras de su peligro. Namri y el cuchillo. Presión… presión… Finalmente Leto yació suspendido entre el cielo y la arena, con su mente desgajada de todo excepto de la fiebre. Entonces esperó a que ocurriera algo, sintiendo que cualquier cosa que ocurriera sería lo primero-y-único.
La ardiente y triturante luz del sol se abatía cegadora a su alrededor, implacable, inevitable.
¿Dónde está mi Sendero de Oro?
Por todos lados zumbaban los insectos. Por todos lados.
Mi piel no es mi piel.
Envió mensajes a lo largo de sus nervios, esperó las lentas respuestas de otra persona.
Arriba la cabeza
, dijo a sus nervios.
Una cabeza que podría ser la suya se alzó y miró a las manchas de vacío en la brillante luz.
Alguien susurró:
—Se ha sumergido de nuevo.
No hubo respuesta.
El ardiente sol edificaba calor sobre calor sobre calor. Lentamente, desviándose hacia el exterior, la corriente de su consciencia lo empujó más allá de la última pantalla de verdeante vacío y allí, a través de las bajas hileras de dunas, distantes no más de un kilómetro de la recortada silueta del macizo,
allí
estaba el verde y germinante futuro, surgiendo, fluyendo en un verde interminable, un verde absoluto, verde sobre verde moviéndose hacia el infinito.
En todo aquel verde no había ningún gran gusano.
Enormes extensiones de vegetación salvaje, pero ni la menor huella de Shai-Hulud.
Leto sintió que se había aventurado más allá de las antiguas fronteras hacia un nuevo país que tan sólo la imaginación había entrevisto, y que ahora estaba contemplando directamente a través del auténtico velo que la perezosa humanidad llamaba
Desconocido
.
Era una realidad sedienta de sangre.
Sintió el rojo fruto de su vida oscilando colgado de una rama, el fluido corriendo hacia él, y el fluido era la esencia de especia corriendo a través de sus venas.
Sin Shai-Hulud no habría más especia.
Había visto un futuro sin la gran serpiente-gusano gris de Dune. Lo sabía, aunque no conseguía arrancarse del trance que lo aprisionaba.
Bruscamente su consciencia se sumergió hacia atrás… hacia atrás, hacia atrás, apartándose de aquel futuro mortal. Sus pensamientos penetraron en sus vísceras, volviéndose primitivos, moviéndose tan sólo accionados por intensas emociones. Se descubrió a sí mismo incapaz de centrarse en ningún aspecto particular de su visión o de lo que la rodeaba, pero había una voz dentro de él. Hablaba una antigua lengua, y la comprendió perfectamente. La voz era musical y melodiosa, pero sus palabras lo golpearon brutalmente.
—No es el presente lo que influencia el futuro, estúpido, sino el futuro el que forma el presente. Lo has entendido todo al revés. Puesto que el futuro es algo inamovible, son los acontecimientos que se están produciendo los que asegurarán que este futuro sea fijo o inevitable.
Aquellas palabras lo paralizaron. Sintió el terror enraizarse en la concreta materia que formaba su cuerpo. Gracias a ello supo que su cuerpo aún existía, pero la despiadada naturaleza y el enorme poder de su visión le dejaron con la sensación de haber sido contaminado, de hallarse indefenso, incapaz de enviar señales a ningún músculo para conseguir que obedeciera. Sabía que cada vez estaba más expuesto a los asaltos de aquellas vidas colectivas cuyas memorias le habían hecho creer que él era real. El miedo lo invadió. Tuvo la sensación de que iba a perder el control interno, cayendo finalmente en la Abominación.
Leto sintió que su cuerpo se contorsionaba por el terror.
Había empezado a creer en su victoria y en la benévola cooperación de aquellas memorias recientemente conquistadas. Pero se habían vuelto contra él, todas ellas… incluso el real Harum, en el que había confiado. Yacía tembloroso en una superficie desenraizada, incapaz de darle un significado a su propia vida. Intentó concentrarse en una imagen mental de sí mismo, y se vio enfrentado a una serie de entramados superpuestos, cada uno de distinta edad: de niño a vacilante anciano. Recordó el primer adiestramiento recibido de su padre:
Deja que tus manos se vuelvan jóvenes, luego viejas.
Pero su propio cuerpo se veía ahora inmerso en aquella perdida realidad, y toda la progresión de imágenes se fundía en otros rostros, los rasgos de todos aquellos cuyas memorias compartía.
Un rayo parecido a un diamante lo despedazó.
Leto sintió desparramarse las piezas de su consciencia, aunque conservó una sensación de identidad en algún lugar entre el ser y el no ser. Esperanzado de nuevo, sintió que su cuerpo respiraba. Dentro… Fuera. Inspiró profundamente:
yin
. Expiró:
yang
.
En algún lugar inmediatamente más allá de su comprensión se hallaba un lugar de suprema independencia, una victoria sobre toda la confusión inherente a su multitud de vidas… no un falso sentimiento de control, sino una victoria real. Ahora comprendió su precedente error: había buscado el poder en la realidad de su trance, en lugar de hacer frente a los miedos que él y Ghanima habían estado alimentando mutuamente.
¡Fue el miedo lo que venció a Alia!
Pero la búsqueda del poder había abierto otra trampa, desviándolo hacia la fantasía. Vio la ilusión. Todo el proceso ilusorio giró media vuelta sobre sí mismo, y entonces se halló en situación de poder ver objetivamente las luchas de sus visiones, de sus vidas internas.
El júbilo lo inundó. Estuvo a punto de echarse a reír a carcajadas, pero se negó a sí mismo aquel placer, sabiendo que le bloquearía las puertas de sus memorias.
Ahhh, mis memorias
, pensó.
He visto vuestra ilusión. Ya no inventaréis más el siguiente momento para mí. Tan sólo me mostraréis cómo crear los nuevos momentos. Ya no me encadenaré en mis viejas huellas.
Este pensamiento atravesó su consciencia como una ablución purificadora, y en aquel momento sintió de nuevo todo su cuerpo, un
einfalle
que le informó hasta el más mínimo detalle de cada célula, cada nervio. Entró en un estado de intensa quietud. En aquella quietud, oyó voces, sabiendo que venían desde una enorme distancia, pero oyéndolas claramente como si crearan ecos en una enorme sala vacía.
Una de las voces era de Halleck.
—Quizá le hayamos dado demasiada.
—Le hemos dado exactamente la que ella dijo que debíamos darle —rebatió Namri.
—Quizá debiéramos salir fuera y echarle otra mirada —Halleck.
—Sabiha es buena para tales cosas; nos llamará si algo empieza a ir mal —Namri.
—No me gusta ese asunto de Sabiha —Halleck.
—Es un ingrediente necesario —Namri.
Leto captó una brillante luz fuera de él y una profunda oscuridad dentro, pero la oscuridad era discreta, protectora y cálida. La luz empezó a brillar cada vez más, y se dio cuenta de que provenía de la oscuridad interior, girando hacia afuera como una brillante nube. Su cuerpo se hizo transparente, empujándolo hacia arriba, pero sin dejar de sentir aquel contacto
einfalle
con cada célula y nervio. La multitud de sus vidas interiores se alineó en perfecto orden, sin agitarse ni mezclarse. Se volvieron muy quietas, como una réplica de su propio silencio interno, cada vida-memoria una entidad separada, incorpórea e indivisible.
Entonces Leto habló a todas ellas:
—Yo soy vuestro espíritu. Yo soy la única vida a la que podéis acceder. Yo soy la morada de vuestro espíritu en el país que no es ninguna parte, en el país que es vuestro único refugio posible. Sin mí, el universo inteligible se convierte en caos. Lo creativo y lo abismal se hallan inextricablemente ligados a mí; sólo yo puedo mediar entre ellos. Sin mí, la humanidad se anegará en la maraña y la vanidad del
conocimiento
. A través de mí, vosotras y ellos encontraréis el único camino para salir del caos:
comprender viviendo.
Con aquello dejó de controlarse a sí mismo y se convirtió en sí mismo, su propia persona abarcando la totalidad de su pasado. No era una victoria, ni siquiera una derrota, sino algo nuevo a compartir con cualquier vida interior que eligiera. Leto saboreó aquella nueva condición, dejando que poseyera cada una de sus células, cada nervio, renunciando al
einfalle
que le había sido presentado y recobrando al mismo tiempo la totalidad.