—Esta ciudad ha sido edificada por ciegos —dijo él—. ¿Sabías que Leto y Stilgar salieron la semana pasada del Sietch Tabr para adentrarse en el desierto? Pasaron allí toda una noche.
—Fui informada de ello —dijo Alia—. Esas fruslerías grabadas por la arena… ¿quieres que prohíba su venta?
—Sería arruinar un floreciente negocio —dijo él, girándose—. ¿Sabes lo que me dijo Stilgar cuando le pregunté por qué se habían adentrado así en la arena? Dijo que Leto quería ponerse en contacto con el espíritu de Muad’Dib.
Alia sintió que la repentina frialdad del pánico recorría su cuerpo, y se miró al espejo por un instante para recuperarse. Leto no se habría aventurado de noche fuera del sietch por una tontería como aquella. ¿Se trataba acaso de una conspiración?
Idaho se cubrió los ojos con una mano para no verla y dijo:
—Stilgar me dijo que había acompañado a Leto porque él sigue creyendo aún en Muad’Dib.
—¡Por supuesto que cree!
Idaho lanzó una risita, un sonido áspero y vacío.
—Dijo que todavía cree en él porque Muad’Dib iba siempre a favor de la gente insignificante.
—¿Y qué le respondiste tú? —preguntó Alia, con la voz traicionando su miedo.
Idaho apartó la mano de sus ojos.
—Le dije: «Entonces esto hace de ti uno de los insignificantes».
—¡Duncan! Este es un juego peligroso. Provoca a ese Naib Fremen, y puedes despertar a una bestia que nos destruirá a todos.
—El cree todavía en Muad’Dib —dijo Idaho—. Esta es nuestra protección.
—¿Cuál fue su respuesta?
—Dijo que tenía su propia opinión al respecto.
—Entiendo.
—No… no creo que entiendas. Las criaturas que muerden tienen dientes mucho más largos que los de Stilgar.
—Hoy no te comprendo, Duncan. Te he pedido que hagas algo muy importante, algo vital… ¿Para qué todas esas divagaciones?
Qué petulante sonaba. Duncan volvió a mirar a través de la ventana.
—Cuando fui adiestrado como mentat… Es muy difícil, Alia, aprender cómo funciona la propia mente de uno. Lo primero que aprendes es que tu mente funciona por sí misma. Esto es muy extraño. Puedes hacer trabajar tus propios músculos, ejercitarlos, fortalecerlos, pero la mente actúa por sí misma. A veces, cuando crees haberlo aprendido todo con respecto a tu mente, ella te muestra cosas que nunca desearías ver.
—¿Y es por esto por lo que intentaste insultar a Stilgar?
—Stilgar no conoce su propia mente; no la deja trabajar en libertad.
—Excepto durante la orgía de la especia.
—Ni siquiera entonces. Esto es lo que hace de él un Naib. Para ser un conductor de hombres, controla y limita sus reacciones. Hace lo que se espera de él. Cuando uno comprende esto, comprende a Stilgar y puede medir la longitud de sus dientes.
—Esto suena a Fremen —dijo ella—. Bien, Duncan, ¿lo harás o no? Jessica debe ser secuestrada, y debe ser hecho de tal modo que parezca obra de la Casa de los Corrino.
El permaneció en silencio, sopesando el tono de la voz de Alia y sus argumentaciones a su manera mentat. Aquel plan del secuestro hablaba de una frialdad y una crueldad cuyas dimensiones, muy claras, lo impresionaban. ¿Arriesgar la vida de su propia madre por aquellas razones aducidas? Alia estaba mintiendo. Quizá lo que se murmuraba acerca de Alia y Javid era cierto. Aquel pensamiento estrujó su estómago con una mano de hielo.
—Tú eres el único en quien puedo confiar para ello —dijo Alia.
—Lo sé —dijo él.
Ella lo tomó como una aceptación, y se sonrió a sí misma en el espejo.
—¿Sabes? —dijo Idaho—. El mentat aprende a considerar a cualquier ser humano como una serie de interrelaciones.
Alia no respondió. Se relajó en su silla, presa de un recuerdo personal que dibujó una expresión vacua en su rostro. Idaho, mirándola por encima de su hombro, captó aquella expresión y se estremeció. Era como si Alia estuviera en comunión con voces que solamente ella podía oír.
—Interrelaciones —susurró él.
Y pensó:
Uno debe arrojar de sí las viejas angustias como una serpiente arroja de sí su vieja piel… sólo para crear otra nueva y aceptar todas sus limitaciones. Lo mismo ocurre con los gobiernos… incluso con la Regencia. Los viejos gobiernos pueden ser definidos como pellejos desechados. Tomaré parte en este plan, pero no en la forma que ordena Alia.
Poco después Alia se alzó de hombros y dijo:
—Leto no debería salir al desierto en los tiempos que corren. Le daré una reprimenda.
—¿Ni siquiera con Stilgar?
—Ni siquiera con él.
Se levantó, alejándose del espejo, cruzó la estancia hasta donde estaba Idaho, al lado de la ventana, y apoyó una mano en su brazo.
El reprimió un estremecimiento, reduciendo su reacción a una simple computación mentat. Algo en ella le repelía.
Algo en ella.
No consiguió hallar las fuerzas necesarias para mirarla. Sintió el olor de la melange en sus cosméticos, carraspeó.
—Hoy voy a estar ocupada examinando los regalos de Farad’n —dijo Alia.
—¿Los trajes?
—Si. Nada procedente de él es lo que parece. Y debemos recordar que su Bashar, Tyekanik, es un adepto del chaumurky, del chaumas y de todas las demás sutilezas del asesinato real.
—El precio del poder —dijo Idaho, apartándose de ella—. Pero nosotros tenemos libertad de movimientos, y Farad’n no.
Ella estudió sus ciselados rasgos. A veces era difícil captar el funcionamiento de su mente. ¿Estaba pensando realmente en que bastaba la libertad de acción para garantizar el poder militar? Bien, la vida en Arrakis había sido demasiado segura durante demasiado tiempo. Los sentidos, hasta entonces aguzados por los omnipresentes peligros, podían degenerar cuando no eran usados.
—Si —asintió ella—, seguimos teniendo a los Fremen.
—La movilidad —repitió él—. No debemos degenerar hasta la infantería. Sería una estupidez.
Aquel tono irritó a Alia.
—Farad’n usará cualquier medio para destruirnos.
—Oh, sí —asintió él—. Es una forma de iniciativa, una movilidad que no poseíamos en nuestros viejos días. Teníamos un código, el código de la Casa de los Atreides. Siempre seguimos nuestro camino, dejando que fueran nuestros enemigos quienes se dedicaran al pillaje. Hoy ya nos hemos librado de esas limitaciones, por supuesto. Poseemos la misma movilidad, tanto la Casa de los Atreides como la Casa de los Corrino.
—Secuestraremos a mi madre para ponerla a salvo de cualquier peligro, además de por muchas otras razones —dijo Alia—. ¡Seguimos viviendo aún bajo el código!
El la miró despectivamente. Ella sabía los peligros de incitar a un mentat a computar. ¿No se daba cuenta de lo que él había computado? Sin embargo… él la amaba todavía. Se pasó una mano por los ojos. Qué joven se veía. Dama Jessica estaba en lo cierto: Alia tenía la apariencia de no haber envejecido ni un solo día en todos aquellos años que habían pasados juntos. Seguía poseyendo los sensuales rasgos de su madre Bene Gesserit, pero sus ojos eran Atreides: escrutadores, exigentes, parecidos a los de un halcón. Y ahora algo que poseía una cualidad calculadoramente cruel se ocultaba bajo aquellos ojos.
Idaho había servido a la Casa de los Atreides durante demasiados años como para no comprender cuál era la fortaleza y cuál la debilidad de la familia. Pero aquella cosa en Alia, aquello era nuevo. Los Atreides podían jugar un juego esquivo contra sus enemigos, pero nunca contra sus amigos y aliados, y menos contra alguien de la propia Familia. Era algo innato en la forma de actuar de los Atreides: sostener a su pueblo hasta el límite de sus habilidades; mostrarles cómo era mucho mejor para ellos vivir bajo los Atreides. Demostrar su amor hacia sus amigos a través de la sinceridad de sus relaciones para con ellos. Lo que Alia le pedía ahora, sin embargo, no era propio de los Atreides. Lo sentía con toda la carne de su cuerpo y con toda su estructura nerviosa. Era una unidad indivisible, sintiendo todo él aquella extraña actitud en Alia.
Repentinamente, su sensibilidad mentat penetró en la plena consciencia y su mente se sumergió en el gélido trance donde el Tiempo no existe; sólo existía la computación. Alia se daría cuenta de lo que le había ocurrido, pero no podía hacer nada por evitarlo. Cedió el paso a la computación.
La computación: Un
reflejo
de Dama Jessica vivía una pseudovida en la consciencia de Alia. Lo vio como veía también el reflejo del pre-ghola Duncan Idaho que permanecía como una constante en su propia consciencia. Alia tenía esta consciencia porque era un prenacido. Él la tenía procedente de los tanques de regeneración tleilaxu. Pero Alia rechazaba aquel reflejo, puesto que arriesgaba la vida de su madre. Sin embargo Alia no estaba en contacto con aquella pseudo-Jessica que había en su interior. Sin embargo Alia estaba
completamente
poseída por otra pseudovida con exclusión de todas las demás.
¡Poseída!
¡Extraña!
¡Abominación!
Aceptó todo aquello a la manera mentat, y se giró hacia otras facetas de su problema. Todos los Atreides se hallaban en aquel planeta. ¿Se arriesgaría la Casa de los Corrino a realizar un ataque desde el espacio? Su mente relampagueó pasando revista a las convenciones que habían terminado con las primitivas formas de guerra:
Uno: Todos los planetas eran vulnerables a un ataque desde el espacio; ergo: todas las Casas Mayores habían emplazado en torno a sus planetas dispositivos automáticos de represalia. Farad’n debía saber que los Atreides no omitirían aquella elemental precaución.
Dos: Los escudos de fuerza constituían una defensa completa contra los proyectiles y explosivos de tipo no atómico, y esta era la razón básica de que se hubiera vuelto a los combates mano a mano con arma blanca. Pero la infantería tenía límites. La Casa de los Corrino podía haber adiestrado a sus Sardaukar hasta una forma de lucha pre-Arrakeen, pero pese a ello no estarían en condiciones de enfrentarse con la ferocidad desencadenada de los Fremen.
Tres: El feudalismo planetario se hallaba en constante peligro por la cada vez más numerosa clase técnica, pero los efectos de la Jihad Butleriana continuaban manteniendo bajo control los excesos tecnológicos. Los ixianos, los tleilaxu, y algunos pocos otros planetas esparcidos constituían el único peligro posible al respecto, y eran planetas vulnerables a la ira combinada del resto del Imperio. La Jihad Butleriana había servido para algo. La guerra mecanizada requería una amplia clase técnica. El Imperio de los Atreides había canalizado esta fuerza hacia otros logros. No existía ninguna clase técnica lo suficientemente amplia que no estuviera estrechamente vigilada. Y el Imperio proseguía en un seguro feudalismo, naturalmente, porque esta era la mejor forma de sociedad para poder extenderse constantemente hasta las más lejanas y salvajes fronteras… hasta nuevos planetas.
Duncan sintió resplandecer su consciencia mentat cuando tomó de su memoria datos
de sí mismo
, completamente impenetrables al paso del tiempo. Y cuando llegó a la convicción de que la Casa de los Corrino no se atrevería a correr el riesgo de un ataque atómico ilegal, fue a través de un relámpago de computación, una valoración instantánea de la más alta probabilidad, pero fue perfectamente consciente de todos los elementos que habían jugado en aquella convicción: El Imperio controlaba tantas armas nucleares y convencionales como las de todas las Grandes Casas juntas. Al menos la mitad de las Grandes Casas hubieran reaccionado sin pensárselo si la Casa de los Corrino hubiera roto la Convención. Al sistema de represalia de los Atreides que giraba en torno a su planeta se hubiera unido una fuerza imparable, sin necesidad de convocar a nadie. El miedo hubiera sido la llamada. Salusa Secundus y todos sus aliados se hubieran desvanecido en una nube ardiente. La Casa de los Corrino no correría el riesgo de un tal holocausto. Todos estaban completamente de acuerdo en la sinceridad del argumento que justificaba las armas nucleares con un único fin: defender la humanidad contra el peligro de alguna «otra inteligencia» con la que pudieran tropezarse.
Estos pensamientos computados tenían bordes definidos, relieves afilados. No había en ellos ninguna zona brumosa. Alia había elegido el secuestro y el terror porque se había vuelto ajena, no Atreides. La casa de los Corrino era una amenaza, pero no en la forma que Alia argüía en el Consejo. Alia deseaba que Dama Jessica desapareciera porque su vívida inteligencia Bene Gesserit había visto hacía tiempo lo que para él sólo era claro ahora.
Idaho se extrajo de su trance mentat, vio a Alia de pie ante él, midiéndole con una fría expresión calculadora en su rostro.
—¿Tú quieres que Dama Jessica muera? —preguntó Idaho. Los ojos de ella se iluminaron con un breve destello de inhumana alegría antes de verse cubiertos por un falso manto de ofensa.
—¡Duncan!
Si, aquella Alia ajena prefería el matricidio.
—Tú temes
a
tu madre, no
por
tu madre —dijo.
Ella habló sin cambiar su mirada calculadora.
—Por supuesto que la temo. Ha informado sobre mí a la Hermandad.
—¿Qué quieres decir?
—¿No sabes cuál es la mayor tentación para una Bene Gesserit? —Se acercó a él, seductora, mirándolo a través de sus ojos semicerrados—. He querido tan sólo permanecer fuerte y alerta por la seguridad de los gemelos.
—Has hablado de una tentación —dijo él, con su llana voz de mentat.
—Es algo que la Hermandad oculta en las más recónditas profundidades, a lo que más temen. Por eso me llaman
Abominación
. Saben que sus inhibiciones no me causan efecto. Una tentación… ellas siempre hablan de ella con el mayor énfasis:
La Gran Tentación
. ¿Sabes? Los que empleamos el adiestramiento Bene Gesserit podemos influenciar cosas tales como el equilibrio interno de las enzimas en nuestros propios cuerpos. Esto puede prolongar la juventud… mucho más de lo que lo hace la melange. ¿Puedes ver cuáles serían las consecuencias si muchas Bene Gesserit lo hicieran? La gente lo notaría. Estoy segura de que estás computando el fundamento que tiene lo que estoy diciendo. La melange se halla en el blanco de innumerables complots. Controlamos una sustancia que prolonga la vida. ¿Qué ocurriría si empezara a saberse que las Bene Gesserit controlan un secreto aún mucho más potente? ¿Entiendes? Ninguna Reverenda Madre estaría a salvo. El secuestro y la tortura de las Bene Gesserit se convertirían en la más común actividad.