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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Hijos de Dune (27 page)

BOOK: Hijos de Dune
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—A menudo debo hablar de una forma distinta a como pienso —estaba diciendo—. A eso se le llama diplomacia.

Las risas resultantes fueron demasiado fuertes, demasiado rápidamente acalladas. Alguien en el grupo se había dado cuenta de que Jessica estaba oyéndoles.

¡Mi Duque hubiera transportado inmediatamente a todos esos al peor y más lejano sitio disponible!
, pensó Jessica.
He vuelto justo a tiempo.

Ahora sabía que había vivido en el lejano Caladan en una aislada cápsula donde tan sólo llegaban los más flagrantes excesos de Alia.
Yo misma he contribuido a hacer un sueño de mi existencia
, pensó. Caladan había sido algo así como el aislamiento que proporciona un crucero de lujo en primera clase en una de las grandes naves de la Cofradía. Tan sólo las más violentas maniobras pueden ser percibidas, y tan sólo como una ligera vibración.

Qué seductor es vivir en paz
, pensó.

Cuanto más veía la corte de Alia, más simpatía sentía Jessica hacia las palabras que según se decía pronunciaba aquel Predicador ciego. Sí, Paul hubiera podido decir aquellas mismas palabras viendo lo que estaba ocurriendo en su reino. Y Jessica se preguntó qué habría averiguado Gurney allá fuera, entre los contrabandistas.

Jessica se dio cuenta de que su primera reacción ante Arrakeen había sido certera. En aquel primer viaje por la ciudad, con Javid, su atención había sido atraída por las pantallas defensivas en torno a las moradas, por las calles y pasajes estrechamente guardados, por los pacientes centinelas en cada esquina, las altas murallas y las señales de profundos subterráneos revelando masivos cimientos. Arrakeen se había convertido en un lugar duro, injusto, lleno de irracionalidad y de represión en todos sus aspectos.

Bruscamente, la pequeña puerta lateral de la antecámara se abrió. Una vanguardia de sacerdotisas amazonas surgió de ella, con Alia escudada detrás, altanera y moviéndose con una medida seguridad que daba idea de su real y terrible poder. El rostro de Alia era impasible; ninguna emoción la traicionó cuando su mirada se cruzó con la de su madre. Pero ambas sabían que la batalla había comenzado.

A una orden de Javid, la gigantesca puerta que daba a la Gran Sala fue abierta, moviéndose con una silenciosa e inevitable sensación de ocultas energías.

Alia se situó al lado de su madre mientras sus guardianes las rodeaban.

—¿Quieres que entremos, madre? —preguntó Alia.

—Creo que ya es hora —dijo Jessica. Y pensó, captando la malignidad de la alegría en los ojos de Alia:
¡Cree que puede destruirme y permanecer incólume! ¡Está loca!

Y Jessica se preguntó si no era aquello precisamente lo que Idaho había intentado decirle. Le había enviado un mensaje, pero ella se había sentido incapaz de responder. El mensaje era enigmático:
Peligro. Debo veros.
Estaba escrito en una variante del viejo chakobsa en la cual la palabra elegida para designar peligro significaba al mismo tiempo complot.

Lo veré inmediatamente apenas regrese al Tabr
, pensó.

23

Esta es la falacia del poder: Un último análisis es efectivo tan sólo en un universo absoluto y limitado. Pero la lección básica de nuestro universo relativista es que las cosas cambian. Cualquier poder terminará siempre por enfrentarse a un poder más grande. Paul Muad’Dib enseñó esta lección a los Sardaukar en las llanuras de Arrakeen. Sus descendientes aún deben aprender esta lección por sí mismos.

El P
REDICADOR
a Arrakeen

El primer suplicante de la audiencia de la mañana era un trovador kadeshiano, un peregrino del Hajj cuya bolsa había sido vaciada por los mercenarios de Arrakeen. Estaba erguido, de pie sobre las piedras verde agua del suelo de la estancia, sin dar muestras de venir a suplicar nada.

Jessica admiró su audacia desde el lugar donde estaba sentada, junto a Alia, en la plataforma doselada que había en lo alto de los siete peldaños. Dos tronos idénticos habían sido instalados allí para madre e hija, y Jessica había tomado buena nota del hecho de que Alia se había sentado a la derecha, la posición
masculina
.

En cuanto al trovador kadeshiano, era obvio que la gente de Javid lo había admitido precisamente por la cualidad que ahora desplegaba: su audacia. Se esperaba que el trovador proporcionara un cierto entretenimiento a los cortesanos que llenaban la Gran Sala; era el único pago que se le podía dar en lugar del dinero que ya no poseía.

Según el informe del Sacerdote Abogado que ahora exponía el caso del trovador, el kadeshiano había conseguido retener tan sólo las ropas que llevaba encima y el baliset que colgaba en su hombro, sujeto por una cuerda de cuero.

—Dice que se le dio a beber una bebida oscura —dijo el Abogado, disimulando la sonrisa que afloraba a sus labios—. Y, con perdón de vuestra Santidad, la bebida lo dejó despierto pero impotente, mientras ellos cortaban su bolsa.

Jessica estudió al trovador mientras el Abogado proseguía su rutinario discurso con voz llena de fangosa moralidad. El kadeshiano era alto, casi dos metros. Tenía unos ojos vivaces que revelaban una inteligente malicia y un sentido del humor. Su cabello rubio descendía hasta sus hombros, al estilo de su planeta, y había una sensación de fuerza viril en su amplio pecho y el musculoso cuerpo que el gris hábito del Hajj no conseguía disimular. Su nombre había sido presentado como Tagir Mohandis, y descendía de una estirpe de mercaderes y técnicos que lo hacían sentirse orgulloso de sus antepasados y de sí mismo.

Finalmente, Alia cortó la súplica con un gesto de su mano y dijo sin girarse:

—Dama Jessica pronunciará el primer juicio, en honor a su regreso entre nosotros.

—Gracias, hija —dijo Jessica, haciendo notar a todos los que escuchaban el orden de ascendencia. 
¡Hija!
Así, aquel Tagir Mohandis formaba parte de su plan. ¿O era un incauto inocente? Aquel juicio podía ser considerado como un ataque abierto contra ella, se dijo Jessica. Era obvio en la actitud de Alia.

—¿Sabes tocar bien ese instrumento? —preguntó Jessica, señalando el baliset de nueve cuerdas en el hombro del trovador.

—¡Tan bien como el propio gran Gurney Halleck! —respondió con voz muy alta Tagir Mohandis, para que todos los que estaban en la sala pudieran oírle, y sus palabras levantaron un interesado murmullo entre los cortesanos.

—Tú pides el don de dinero para tu viaje —dijo Jessica—. ¿Hasta dónde quieres que te lleve este dinero?

—Hasta Salusa Secundus y la corte de Farad’n —dijo Mohandis—. He oído que busca trovadores y menestrales, que está ayudando al arte, y que está edificando un gran renacimiento de la más cultivada vida a su alrededor.

Jessica se obligó a no mirar a Alia. Ella sabía, por supuesto, lo que iba a decir Mohandis. Se sintió divertida por aquel doble juego. ¿Creía realmente que no iba a ser capaz de parar aquel golpe?

—¿Estás dispuesto a tocar para pagar tu pasaje? —preguntó Jessica—. Mis términos son términos Fremen. Si me gusta tu música, te quedarás aquí para aliviar mis preocupaciones; si tu música me ofende, te enviaré al desierto para que puedas ganarte allí el dinero para tu pasaje. Si lo que tocas lo juzgo apto para Farad’n, que según se dice es un enemigo de los Atreides, entonces te enviaré a él con mis bendiciones. ¿Estás dispuesto a tocar en estos términos, Tagir Mohandis?

El trovador echó hacia atrás la cabeza en una gran risotada. Su rubio cabello osciló cuando se quitó el baliset y lo puso ágilmente a tono, indicando que aceptaba el desafío.

La multitud empezó a apretujarse en la estancia, acercándose, pero fueron empujados hacia atrás por los cortesanos y los guardias.

Tras unos instantes Mohandis hizo sonar una nota, regulando con extremada atención las tonalidades bajas, expresivamente vibrantes, de las cuerdas laterales. Luego, con voz de tenor, profunda y viril, empezó a cantar, obviamente improvisando, pero con tal arte que Jessica se sintió fascinada antes incluso de captar el sentido de sus palabras:

Decís que añoráis los mares de Caladan,

Donde un día gobernasteis, Atreides,

Por largo, largo tiempo…

¡Pero ahora, exiliados, moráis en tierra extranjera!

Sabéis que era amargo, los hombres tan rudos,

Comprar vuestros sueños de Shai-Hulud,

Por una insípida comida…

Y, exiliados, moráis en tierra extranjera.

Habéis enfermado a Arrakis,

Silenciado el paso del gusano,

Y puesto fin a vuestro tiempo…

Como exiliados, morando en tierra extranjera.

¡Alia! Te llaman Coan-Teen,

El espíritu que nunca puede ser visto

Hasta que…


¡Ya basta!
—gritó Alia. Se medio alzó de su trono—. Voy a hacer que…

—¡Alia! —restalló Jessica, con la voz severamente controlada para que todos la oyeran sin que ello provocara una abierta confrontación. Fue un uso magistral de la Voz, y todos aquellos que la oyeron reconocieron los adiestrados poderes implícitos en aquella demostración. Alia se hundió en su silla, y Jessica notó que no se mostraba turbada en absoluto.

También esto estaba previsto
, pensó Jessica.
Muy interesante.

—Este primer juicio es mío —le recordó a Alia.

—Muy bien —las palabras de Alia apenas fueron audibles.

—Creo que este hombre será un regalo interesante para Farad’n —dijo Jessica—. Tiene una lengua que corta como un crys. Los sangrantes azotes que una tal lengua puede administrar serían saludables incluso para nuestra propia corte, pero prefiero que los disfrute la Casa de los Corrino.

Una suave oleada de risas se esparció por la sala.

Alia se permitió un irritado resoplido.

—¿Has oído cómo me ha llamado?

—No te ha llamado de ninguna manera, hija mía. Simplemente ha mencionado algo que él o cualquier otro puede haber oído por las calles. Si allí te llaman Coan-Teen…

—El espíritu femenino de la muerte que camina sin pies —gruñó Alia.

—Si te niegas a escuchar lo que te informa la gente, terminarás oyendo tan sólo a aquellos que te dicen lo que tú deseas oír —dijo Jessica con voz suave—. No sé de nada más venenoso que enterrarte en tus propias reflexiones.

Unos murmullos audibles surgieron de aquellos que estaban inmediatamente debajo de los tronos.

Jessica centró su atención en Mohandis, que permanecía silencioso, de pie, en absoluto atemorizado. Aguardaba como si cualquier juicio dictado contra él fuera a pasar a su través sin tocarlo siquiera. Mohandis era exactamente el tipo de hombre que su Duque hubiera elegido para tenerlo a su lado en los tiempos difíciles: un hombre que actuaba seguro de su propio juicio, pero que aceptaba cualquier cosa que pudiera venirle, incluso la muerte, sin lamentarse de su destino. Entonces, ¿por qué había elegido aquel rumbo?

—¿Por qué has cantado esta letra en particular? —le preguntó Jessica.

El hombre levantó orgullosamente su cabeza para decir con voz clara:

—He oído decir que los Atreides son gente de honor y de mente abierta. He intentado probarlo y quizá quedarme aquí a vuestro servicio, ganándome así el tiempo de buscar a aquellos que me robaron y dar cuenta de ellos a mi manera.

—¡Se atreve a probarnos a
nosotros
! —murmuró Alia.

—¿Por qué no? —dijo Jessica.

Sonrió al trovador para demostrarle su simpatía. Se había presentado en aquella sala tan sólo porque aquello le ofrecía la oportunidad de otra aventura, otro pasaje a través de su universo. Jessica se sintió tentada de tomarlo a su servicio, pero la reacción de Alia era peligrosa para el bravo Mohandis. Había también algunos otros signos que decían que esto era lo que se esperaba que hiciera Dama Jessica… tomar a un bravo y apuesto trovador a su servicio tal como había tomado al bravo Gurney Halleck. Era mejor que Mohandis fuera enviado a que siguiera su camino, aunque no le gustaba enviar a un tal espécimen a Farad’n.

—Este hombre debe llegar hasta Farad’n —dijo Jessica—. Cuidad de que reciba el dinero para el pasaje. Dejad que su lengua vaya a arrancarles la sangre a la Casa de los Corrino, y ver si sobrevive a ello.

Alia miró furiosa al suelo, y luego, demasiado tarde, esbozó una sonrisa.

—La sabiduría de Dama Jessica prevalece —dijo, haciendo un gesto de despedida a Mohandis.

Las cosas no han ido como ella esperaba
, pensó Jessica, pero había indicios en el modo de actuar de Alia que hacían suponer que le aguardaban nuevas pruebas más difíciles.

Otro suplicante fue hecho entrar en la sala.

Jessica, notando la reacción de su hija, se sintió presa de dudas. La lección aprendida de los gemelos le iba a ser necesaria ahora. Aunque Alia fuese una
Abominación
, seguía siendo uno de los prenacidos. Tenía que conocer a su madre tanto como se conocía a sí misma. Esto no concordaba con el hecho de que Alia hubiera juzgado mal las reacciones de su madre en relación con el trovador.
¿Por qué Alia ha preparado esta confrontación? ¿Para distraerme?

Pero ya no había tiempo para reflexionar. El segundo suplicante había ocupado su lugar bajo los dos tronos gemelos, con su Abogado al lado.

Esta vez el suplicante era un Fremen, un hombre viejo con las señales de arena de los nacidos en el desierto en su rostro. No era alto, pero tenía un cuerpo delgado y la larga
dishdasha
que usualmente habría llevado sobre su destiltraje le daba una apariencia digna. Sus ropas cuadraban perfectamente con su rostro enjuto y su nariz aguileña y el brillo de sus ojos completamente azules. No llevaba destiltraje, y parecía incómodo sin él. El gigantesco espacio de la Sala de Audiencias debía parecerle algo así como el peligroso aire libre que roba la preciosa humedad de los cuerpos. Bajo la capucha, echada parcialmente hacia atrás, se entreveía el
keffiya
, el cubrecabezas anudado de un Naib.

—Soy Gadhean al-Fali —dijo el hombre, colocando pie en el primer peldaño para remarcar su estatus por encima del de la multitud—. Fui uno de los comandos de muerte de Muad’Dib, y estoy aquí en relación a un asunto del desierto.

Alia apenas se envaró, un pequeño gesto que la traicionó, Al-Fali era uno de los nombres que figuraban en la petición para dar a Jessica un lugar en el Consejo.

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