Hijos de Dune (26 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Hijos de Dune
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Idaho sintió la inutilidad de cualquier protesta. Vio que ella ya no sospechaba de él. Iba a volver inmediatamente al Sietch Tabr, y ella esperaba una perfecta ejecución del secuestro de Dama Jessica. Se levantó del diván, sintiendo que la adrenalina de la rabia se esparcía por sus venas, pensando: 
¡Si tan sólo Alia fuera el blanco! ¡Si tan sólo los asesinos consiguieran alcanzarla!
Por un instante permaneció con su mano apoyada en su propio cuchillo, pero nunca hubiera hecho algo así. Cuánto mejor sería, pensó, que ella muriera como una mártir en lugar de vivir desacreditada y acosada en una tumba de arena.

—Sí —dijo Alia, malinterpretando su expresión como preocupación por ella—. Será mejor que te apresures a volver al Tabr. —Y pensó:
¡Qué tontería por mi parte sospechar de Duncan! ¡Es mío, no de Jessica!
Había sido la demanda de las tribus lo que la había alterado, pensó. Le dijo adiós a Idaho mientras éste se retiraba.

Idaho abandonó la Sala del Consejo sintiéndose desamparado. Alia no sólo estaba ciega con su posesión ajena, sino que se volvía más insana a cada nueva crisis. Había rebasado ya el punto en que era imposible volver atrás, y se había condenado. ¿Pero qué era lo que podía hacer por los gemelos? ¿A quién podía convencer? ¿A Stilgar? ¿Y qué podría hacer Stilgar que no estuviera ya haciendo?

¿Dama Jessica, entonces?

Sí, podía explorar esta posibilidad… pero también ella estaba atrapada en aquel juego de conjura con su Hermandad. Se hacía pocas ilusiones con respecto a aquella concubina Atreides. Ella haría algo si le era ordenado por la Bene Gesserit… incluso volverse contra sus propios nietos.

22

El buen gobierno nunca depende de las leyes, sino de las cualidades personales de aquellos que gobiernan. La maquinaria del gobierno está siempre subordinada a la voluntad de aquellos que administran esta maquinaria. El más importante elemento de gobierno, de todos modos, es el método de elegir a sus dirigentes.

Leyes y Gobierno
, Manual de la Cofradía Espacial

¿Por qué desea Alia que yo participe en la audiencia de la mañana?
, se preguntó Jessica.
Todavía no han votado mi reingreso en el Consejo.

Jessica estaba en la antecámara de la Gran Sala de la Ciudadela. La antecámara en sí hubiera sido una gran sala sin más en cualquier otro lugar de Arrakis. Siguiendo el ejemplo de los Atreides, los edificios de Arrakeen siempre habían sido más gigantescos que la riqueza y el poder que encerraban, y aquella estancia era el epítome de todos sus recelos. No le gustaba aquella antecámara, con su pavimento de cerámica ilustrando la victoria de su hijo sobre Shaddam IV.

Captó el reflejo de su propio rostro en la pulida superficie de plastiacero de la puerta que conducía a la Gran Sala. El regreso a Dune la obligaba a aquellas comparaciones, y Jessica notó las señales de la edad en sus rasgos: su rostro oval había desarrollado finas arrugas, y sus ojos parecían más frágiles en su reflejo índigo. Podía recordar los tiempos que había habido blanco alrededor del azul de sus ojos. Sólo los atentos cuidados de un peluquero profesional mantenían el bronce pulido de sus cabellos. Su nariz seguía siendo pequeña, su boca generosa, y su cuerpo no había perdido su esbeltez, aunque incluso los músculos adiestrados en la Bene Gesserit tenían tendencia a reaccionar más lentamente con el paso del tiempo. Muchos podían no darse cuenta de ello y decirle: «No habéis cambiado en absoluto!». Pero el adiestramiento de la Hermandad era una espada de dos filos; ni siquiera los pequeños cambios podían escapar a la atención de las personas que habían sido adiestradas en ella. Y la ausencia de pequeños cambios en Alia no había escapado a la observación de Jessica.

Javid, el maestro de audiencias de Alia, permanecía de pie junto a la gran puerta, con un aspecto más oficial que nunca aquella mañana. Era un genio vestido con traje de corte, con una cínica sonrisa en su redonda cara. Javid resultaba una paradoja para Jessica: un Fremen bien alimentado. Notando la atención puesta sobre él, Javid sonrió con aire de complicidad y alzó sus hombros. Su servicio junto a Jessica había sido corto, y él lo sabía bien. Odiaba a los Atreides, pero era el hombre de Alia en varios sentidos, si los rumores debían ser creídos.

Jessica vio el alzarse de hombros y pensó:
Esta es la era del alzarse de hombros. Él sabe que yo he oído todas las historias respecto a él, y no le importa en lo más mínimo. Nuestra civilización podría morir de indiferencia a su alrededor antes de sucumbir a un ataque externo.

A los guardias que Gurney le había asignado antes de partir con los contrabandistas al desierto no les había gustado que viniera allí sin su asistencia. Pero Jessica se sentía extrañamente segura. Que alguien se atreviera a hacer de ella un mártir en aquel lugar; Alia no sobreviviría a ello. Y Alia lo sabía.

Cuando Jessica no respondió a su gesto y a su sonrisa, Javid carraspeó, un sonido ronco de su laringe que sólo podía ser conseguido con la práctica. Era como un lenguaje secreto. Decía: «Ambos comprendemos la tontería de toda esta pompa, mi Dama. ¿No es maravilloso que los seres humanos puedan creer en ello?».

¡Maravilloso!
, admitió Jessica, pero su rostro no indicó nada de sus pensamientos.

Ahora la antecámara estaba llena de gente, todos los suplicantes de la mañana que habían recibido su permiso de entrada de parte de la gente de Javid. Las demás puertas habían sido cerradas. Suplicantes y sirvientes se mantenían a una educada distancia de Jessica, pero sin dejar de observar que llevaba la formal aba negra de una Reverenda Madre de los Fremen. Aquello iba a despertar muchas preguntas. Ninguna marca del Sacerdocio de Muad’Dib era evidente en su persona. Las conversaciones zumbaron a su alrededor mientras la gente dividía su atención entre Jessica y la pequeña puerta lateral por la cual surgiría Alia para conducirlos a la Gran Sala. Era obvio para Jessica que el viejo esquema que definía donde residían los poderes de la Regencia había sido sacudido en sus cimientos.

He sido yo quien lo he provocado viniendo aquí
, pensó.
Pero he venido porque Alia me ha invitado.

Leyendo los signos de aquella alteración, Jessica se dio cuenta de que Alia estaba prolongando deliberadamente aquel momento, dejando que las sutiles corrientes siguieran su curso allí. Alia debía estar observando desde alguna ventana espía, por supuesto. Pocas sutilezas del modo de obrar de Alia escapaban a Jessica, y a cada minuto que pasaba se reafirmaba en que había actuado bien aceptando la misión que la Hermandad había puesto sobre sus espaldas.

—No debemos permitir que las cosas sigan por este camino —había argumentado la jefe de la delegación de la Bene Gesserit—. Seguramente las señales de la decadencia no han escapado a tu observación… ¡la tuya y la de todo el mundo! Sabemos por qué nos dejaste, pero sabemos también cuál había sido tu adiestramiento. Nada fue ahorrado en tu educación. Eres una adepta de la Panoplia Prophetica y debes saber cuándo el agriarse de una poderosa religión nos amenaza a todos.

Jessica había apretado los labios mientras pensaba, contemplando a través de la ventana las placenteras señales de la primavera en Castel Caladan. No le gustaba verse obligada a pensar en una forma tan lógica. Una de las primeras lecciones de la Hermandad había sido mantener una actitud de inquisitivo recelo frente a cualquier cosa que fuera presentada envuelta en lógica. Pero los miembros de la delegación también sabían aquello.

Qué húmedo era el aire aquella mañana, pensó Jessica, mirando a su alrededor en la antecámara de Alia.
Qué fresco y húmedo.
Había una transpirante humedad en el aire que evocaba en Jessica un sentimiento de incomodidad. Pensó:
He vuelto al modo de ser Fremen.
El aire era demasiado húmedo en aquel sietch-sobre-el-suelo. ¿Había algo que no funcionaba con los Maestros Destiladores? Paul nunca hubiera permitido una tal relajación.

Observó que Javid, con su lustroso rostro alerta y compuesto, no parecía haberse dado cuenta del exceso de humedad en el aire de la antecámara. Un mal adiestramiento para alguien nacido en Arrakis.

Los miembros de la delegación Bene Gesserit habían querido saber si ella quería pruebas de sus afirmaciones. Alia les había respondido con una irritada frase sacada de sus propios manuales:

—¡Todas las pruebas conducen inevitablemente a proposiciones que no poseen pruebas! Aceptamos tan sólo las cosas en las que queremos creer.

—Pero hemos sometido estas cuestiones a mentats —había protestado la jefe de la delegación.

Jessica había mirado fijamente a la mujer, atónita.

—Me maravillo de que hayas conseguido tu actual posición sin saber cuáles son los límites de los mentats —había dicho.

Ante aquello, toda la delegación se había relajado. Aparentemente se había tratado de una prueba, y ella la ha superado. Por supuesto, habían temido que ella hubiera perdido todo contacto con aquella habilidad de equilibrio era el núcleo del adiestramiento Bene Gesserit.

Ahora Jessica se alertó sin dejarlo aparentar cuando Javid abandonó su puesto en la puerta y se acercó a ella. Hizo una inclinación.

—Mi Dama. Se me ha ocurrido que tal vez no hayáis oído todavía la última hazaña del Predicador.

—Recibo informes diarios de todo lo que ocurre aquí —dijo Jessica.
¡Dejémosle que vaya a contárselo a Alia!

Javid sonrió.

—Entonces sabréis los insultos que han sido vertidos sobre vuestra familia. Esta última noche ha predicado en el suburbio del sur, y nadie se ha atrevido a tocarlo. Vos sabéis por qué, por supuesto.

—Porque piensan que es mi hijo que ha vuelto a ellos —dijo Jessica, con voz penetrante.

—Esta cuestión aún no le ha sido planteada al mentat Idaho —dijo Javid—. Quizás haya que hacerlo para dejar resuelta la duda.

Jessica pensó:
He aquí a uno que realmente no conoce las limitaciones de un mentat, pese a que se atreve a ponerle los cuernos a uno de ellos… en sus sueños, si no en la realidad.

—Los mentats comparten la falibilidad de aquel que los usa —dijo—. La mente humana, al igual que la mente de cualquier otro animal, es una cámara de resonancia. Responde a las resonancias de lo que la rodea. El mentat ha aprendido a extender su consciencia a través de muchos circuitos paralelos de causalidad y a proceder a lo largo de estos circuitos para extraer largas cadenas de consecuencias. —
¡Dejemos que digiera esto!

—Entonces, ¿ese Predicador no os inquieta? —preguntó Javid, con voz bruscamente formal y ominosa.

—Lo considero un signo saludable —dijo ella—. No quiero que sea molestado.

Claramente, Javid no había esperado una respuesta tan brusca. Intentó sonreír, sin conseguirlo. Entonces dijo:

—El Consejo regente de la Iglesia que deifica a vuestro hijo se inclinará, por supuesto, a vuestros deseos, si vos insistís. Pero seguramente será necesaria alguna explicación…

—Tal vez pretendes que sea yo quien explique cómo entro yo en vuestros planes —dijo Jessica.

Javid se la quedó mirando desde muy cerca.

—Señora, no veo ninguna razón lógica para que rehuséis denunciar a ese Predicador. No puede ser vuestro hijo. Os hago una petición razonable: denunciadlo.

Esta es una escena preparada
, pensó Jessica.
Alia lo ha empujado a representarla.

—No —dijo.

—¡Pero está profanando el nombre de vuestro hijo! Predica cosas abominables, alza la voz contra vuestra sagrada hija. Incita a la plebe contra nosotros. Cuando es preguntado, llega a decir que incluso vos estáis poseída por la naturaleza del mal y que…

—¡Ya basta de estas estupideces! —dijo Jessica—. Dile a Alia que me niego. No he oído más que cosas acerca de ese Predicador desde que he vuelto. Me aburre.

—¿Os aburre saber, Señora, que en su última profanación ha dicho que vos no os volveríais nunca contra él? Y, naturalmente, vos…

—Por malvado que sea, no lo denunciaré —dijo ella.

—¡Esto no es un juego, Señora!

Jessica lo miró irritadamente.

—¡Lárgate! —Habló con voz lo suficientemente alta como para que todos los demás pudieran oírla, obligándole a él a obedecer. Los ojos de Javid brillaron rabiosamente, pero consiguió hacer una correcta inclinación y regresar a su posición junto a la puerta.

Aquella discusión confirmaba plenamente algunas observaciones que Jessica ya había efectuado. Cuando hablaba de Alia, la voz de Javid vibraba con los roncos tonos de un amante; no había dudas al respecto. Los rumores eran totalmente ciertos. Alia había permitido que su vida degenerara de una forma terrible. Observando aquello, Jessica empezó a alimentar la sospecha de que Alia fuera partícipe voluntaria en la Abominación. ¿Era una forma perversa de autodestrucción? Porque seguramente Alia estaba trabajando para destruirse a sí misma y a los fundamentos del poder edificado con las enseñanzas de su hermano.

Vagos signos de inquietud comenzaron a aparecer en la antecámara. Los habituales de aquel lugar se daban cuenta de que Alia se retrasaba demasiado, y todos habían oído la perentoria despedida de Jessica al favorito de Alia.

Jessica suspiró. Sintió como si su cuerpo hubiera entrado en aquel lugar sin que su alma lo hubiera seguido. ¡Los movimientos de los cortesanos eran tan transparentes! La búsqueda de personas importantes era como la danza de un campo de espigas agitadas por el viento. Los cultivados ocupantes de aquel lugar escrutaban a sus vecinos y les aplicaban pragmáticos números de evaluación según la importancia de cada uno de ellos. Obviamente el modo como había echado a Javid de su lado había influido en su evaluación; poca gente hablaba con ella. ¡Pero los otros! Sus adiestrados ojos podían leer los números evaluativos de todos los satélites que giraban en torno a los poderosos.

No se acercan a mí porque soy peligrosa
, pensó.
Tengo la reputación de alguien a quien Alia teme.

Jessica miró en torno suyo a través de la estancia, viendo como todos los ojos se apartaban de ella. Eran tan fútilmente serios que sintió deseos de gritarles las mezquindades con las cuales justificaban sus frívolas vidas. ¡Oh, si tan sólo el Predicador pudiera ver aquella estancia como ella la estaba viendo ahora!

Un fragmento de una conversación cercana llamó su atención. Un alto y delgado sacerdote se estaba dirigiendo a su camarilla, sin duda suplicantes que habían acudido allí bajo sus auspicios.

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