«La Religión es la emulación del adulto por parte del niño. La Religión es el enquistamiento de pasadas creencias: la mitología, que no es más que conjeturas, las ocultas creencias en la veracidad del universo, esas afirmaciones hechas por los hombres en búsqueda de un poder personal, todo ello mezclado con fragmentos de iluminismo. Y el definitivo mandamiento inexpresado es siempre: “¡No hagas preguntas!”. Pero hacemos preguntas. Rompemos constantemente este mandamiento. El trabajo en el que nos hemos empeñado es liberar la imaginación, lastrándola tan sólo con el más profundo sentido de la creatividad humana».
Lentamente, un sentido de orden volvió a los pensamientos de Ghanima. Sintió que su cuerpo temblaba, sin embargo, y se dio cuenta de cuán frágil era aquella paz que había obtenido… y cómo aquel turbio velo seguía en su mente.
—Leb Kamai —susurró—. Corazón de mi enemigo, no serás mi corazón.
E invocó el recuerdo de los rasgos de Farad’n, el joven rostro saturnino con sus pobladas cejas y su firme boca.
El odio me hará fuerte
, pensó.
Odiando, podré resistir el destino de Alia.
Pero la temblorosa fragilidad de su posición permaneció, y todo lo que pudo pensar fue cómo se parecía Farad’n a su abuelo, el difunto Shaddam IV.
—¡Aquí estás!
Era Irulan, avanzando por el lado derecho de Ghanima, dando grandes pasos a lo largo del parapeto con movimientos que recordaban los de un hombre. Girándose, Ghanima pensó:
Y ella es la hija de Shaddam.
—¿Por qué insistes en escabullirte fuera a solas? —preguntó Irulan, deteniéndose frente a Ghanima y mirando por encima de ella con rostro ceñudo.
Ghanima se contuvo de decir que no estaba sola, puesto que los guardias la habían visto salir al tejado. La irritación de Irulan provenía del hecho de que estaban allí al aire libre y un arma lejana podía alcanzarlas.
—No llevas destiltraje —dijo Ghanima—. Sabes que en los viejos días cualquiera que era sorprendido fuera del sietch sin un destiltraje era muerto automáticamente. Malgastar agua era poner en peligro a la tribu.
—¡Agua! ¡Agua! —restalló Irulan—. Quiero saber por qué te pones en peligro de esta manera. Vuelve inmediatamente dentro. Estás creando problemas para todos nosotros.
—¿Qué peligro puede haber todavía aquí? —preguntó Ghanima—. Stilgar ha purgado a los traidores. Los guardias de Alia están por todas partes.
Irulan miró hacia arriba, hacia el cada vez más oscuro cielo. Las estrellas empezaban a hacerse visibles sobre un fondo gris azulado. Volvió su atención hacia Ghanima.
—No voy a discutir contigo. He sido enviada a decirte que hemos recibido una respuesta de Farad’n. Acepta, pero por alguna razón desea retrasar la ceremonia.
—¿Cuánto tiempo?
—Todavía no lo sabemos. Está siendo negociado. Pero Duncan ha sido enviado de vuelta a casa.
—¿Y mi abuela?
—Ha elegido quedarse en Salusa por un cierto tiempo.
—¿Quién puede reprochárselo? —dijo Ghanima.
—¡Aquella estúpida disputa con Alia!
—¡No intentes hacerme pasar por tonta, Irulan! Aquello no fue una estúpida disputa. He oído historias al respecto.
—Los temores de la Hermandad…
—Son reales —dijo Ghanima—. Bien, ya has transmitido tu mensaje. ¿Quieres aprovechar ésta oportunidad para intentar de nuevo disuadirme?
—He renunciado a ello.
—Deberías saber mejor que no puedes intentar engañarme —dijo Ghanima.
—¡Muy bien! Seguiré entonces intentando disuadirte. Eso que pretendes hacer es una locura. —E Irulan se dijo por qué consentía que Ghanima la irritase de aquella manera. Una Bene Gesserit no debía irritarse por nada—. Estoy preocupada por el extremo peligro que vas a correr —dijo—. Tú lo sabes bien. Ghani, Ghani… Eres la hija de Paul. ¿Cómo puedes…?
—Debido a que soy su hija —dijo Ghanima—. Nosotros los Atreides nos remontamos a Agamenón, y sabemos que es lo que hay en nuestra sangre. Nunca olvides esto, mujer sin hijos de mi padre. Nosotros los Atreides tenemos una historia de sangre, y aún no hemos terminado con la sangre.
—¿Quién es Agamenón? —preguntó Irulan, aturdida.
—Qué precario demuestra ser vuestro alabado adiestramiento Bene Gesserit —dijo Ghanima—. Siempre olvido que vosotras tendéis a resumir la historia a cuatro rasgos esenciales. Pero mis memorias llegan hasta… —se interrumpió; era mejor no mostrar aquellas sombras de su frágil sueño.
—Recuerdes lo que recuerdes —dijo Irulan—, tendrías que saber lo peligrosa que es esta decisión de…
—Lo mataré —dijo Ghanima—. Me debe una vida.
—Y yo lo impediré, si puedo.
—También sé eso. Pero no vas a tener la menor oportunidad. Alia va a enviarte al sur, a una de las nuevas ciudades, hasta que todo haya pasado.
Irulan agitó desmayadamente la cabeza.
—Ghani, he hecho juramento de protegerte contra cualquier peligro. Daré mi propia vida para ello si es necesario. Si crees que voy a languidecer en cualquier djedida de paredes de barro mientras tú…
—Siempre está el Huanui —dijo Ghanima, hablando suavemente—. Los destiladores de muertos son una alternativa. Estoy segura de que no podrás interferir desde allí.
Irulan palideció, se llevó una mano a la boca, olvidando por un instante todo su adiestramiento. Aquella era una medida de lo mucho que se sentía ligada a Ghanima, de su completa renuncia a todo excepto a su miedo animal. Habló con voz balbuceante por la emoción, intentando dominar el temblor de sus labios.
—Ghani, no temo por mí misma. Me metería en la boca de un gusano por ti. Sí, soy lo que me has llamado, la mujer sin hijos de tu padre, pero tú eres la hija que yo nunca he tenido. Te ruego… —las lágrimas afluyeron a sus ojos.
Ghanima ahogó rabiosamente un nudo en su garganta y dijo:
—Esta es otra diferencia entre nosotras. Tú nunca has sido Fremen. Yo no soy otra cosa. Este es el abismo que nos divide. Alia lo sabe. Se haya convertido en lo que se haya convertido, lo sabe.
—Tú no puedes hablar de lo que sabe Alia —dijo Irulan, hablando amargamente—. Si no supiera que es una Atreides, juraría que está intentando destruir a su propia Familia.
¿Y cómo sabes que todavía es una Atreides?
, pensó Ghanima, maravillándose de la ceguera de Irulan. Era una Bene Gesserit, y tenía que saber mejor que nadie la historia de la Abominación. Ni siquiera se permitía pensar en ello, ni siquiera se permitía creerlo. Alia debía haber lanzado alguna brujería sobre aquella pobre mujer.
—Tengo una deuda de agua contigo —dijo Ghanima—. Por ello, protegeré tu vida. Pero tu sobrino está perdido. No me hables más de ello.
Irulan dominó el temblor de sus labios, se secó los ojos.
—Yo amé a tu padre —susurró—. Y no lo supe hasta que hubo muerto.
—Quizá no esté muerto —dijo Ghanima—. Ese Predicador…
—Ghani, a veces no te comprendo. ¿Crees que Paul atacaría a su propia familia?
Ghanima se alzó de hombros, miró hacia el cada vez más oscuro cielo.
—Podría considerarlo divertido.
—¿Cómo puedes hablar con tanta ligereza de…?
—Para mantener lejos la profunda oscuridad —dijo Ghanima—. No me burlo de ti. Los dioses saben que no. Pero no soy tan sólo la hija de mi padre. Soy cada una de las personas que contribuyeron a formar la estirpe de los Atreides. Tú no puedes creer en la Abominación, pero yo no puedo pensar en otra cosa. Soy la prenacida. Sé lo que hay dentro de mí.
—Esa estúpida vieja superstición acerca de…
—¡No lo digas! —Ghanima adelantó una mano hacia la boca de Irulan—. Yo soy todas las Bene Gesserit, de su maldito programa genético, desde la primera hasta mi propia abuela. Y soy mucho más. —Se clavó las uñas en la palma de su mano izquierda, haciendo brotar la sangre—. Este es un cuerpo joven, pero sus experiencias… ¡Oh,
dioses
, Irulan! ¡Mis experiencias! ¡No! —Adelantó de nuevo una mano cuando Irulan se le acercó—. Conozco todos esos futuros explorados por mi padre. Poseo la sabiduría de tantas vidas, y toda su ignorancia también… todas sus debilidades. Si quieres ayudarme, Irulan, primero aprende a saber quién soy.
Instintivamente, Irulan se inclinó y tomó a Ghanima entre sus brazos, apretándola contra sí, mejilla sobre mejilla.
No me obliguéis a matar a esta mujer
, pensó Ghanima.
No permitáis que eso ocurra.
Mientras este pensamiento cruzaba su mente, la noche cayó sobre el desierto.
Un pequeño pájaro te ha llamado
con su estriado pico carmesí.
Gritó una vez sobre el Sietch Tabr
y tú partiste hacia la Llanura Funeral.
Lamento por Leto II
Leto se despertó al tintineo de unos anillos de agua en el cabello de una mujer. Miró hacia la abierta arcada de su celda y vio a Sabiha sentada allí. A medias inmerso en la consciencia de la especia, comparó su silueta con lo que su visión le había revelado de ella. Había superado en dos años la edad en que la mayor parte de las muchachas Fremen se casaban o al menos se comprometían. Sin embargo, su familia la estaba reservando para algo… o para alguien. Era virgen… obviamente. Sus ojos velados por la visión la vieron como una Criatura surgida del más remoto pasado de la humanidad, en la Tierra: cabello oscuro y piel clara, profundas órbitas que daban a sus ojos totalmente azules un tono verdoso. Poseía una nariz pequeña y una amplia boca sobre un afilado mentón. Y para él era la señal viviente de que los planes Bene Gesserit eran conocidos —o sospechados— allí en Jacurutu. Así, se dijo, ¿esperaban realmente revivir el Imperialismo Faraónico a través de él? Entonces, ¿cuál era aquel otro plan de forzarlo a casarse con su hermana? Seguramente Sabiha no podría impedirlo.
Sus captores conocían el plan, de todos modos. ¿Y cómo lo habían sabido? Ellos no compartían su visión. Ellos no habían estado con él allá donde la vida se convertía en una vibrante membrana en otras dimensiones. La reflexiva y circular subjetividad de las visiones que le habían revelado a Sabiha eran exclusivamente suyas.
Los anillos de agua tintinearon de nuevo en el cabello de Sabiha, y el sonido lo apartó de sus visiones. Sabía dónde había estado y lo que había aprendido. Nadie podría arrancarle aquello. No estaba cabalgando en un palanquín a lomos de un gran Hacedor ahora, con los anillos de agua de sus pasajeros tintineando al ritmo de su cabalgadura. No… Estaba aquí, en aquella celda de Jacurutu, embarcado en el más peligroso de todos sus viajes: adelante y atrás hasta el
Ahl as-sunna wal-jamas
, partiendo del mundo real de los sentidos y regresando de nuevo a este mundo.
¿Qué estaba haciendo ella allí con los anillos de agua tintineando en sus cabellos? Oh, sí. Estaba mezclando más de aquel brebaje que pensaban que lo mantenía cautivo: alimentos condimentados con esencia de especia para mantenerlo medio adentro y medio afuera del universo real, hasta que muriera o el plan de su abuela tuviera éxito. Y cada vez que él pensaba haber vencido, ellos volvían a enviarlo hacia atrás. Dama Jessica tenía razón, por supuesto… ¡aquella vieja bruja! Pero vaya cosas de hacer. El recuerdo total de todas aquellas vidas dentro de él no sería de ninguna utilidad hasta que él no consiguiera organizar los datos y recordarlos a voluntad. Aquellas vidas podían precipitarlo en cualquier momento en la anarquía. Una o todas ellas podían abrumarlo. La especia y su peculiar estancia allí en Jacurutu habían sido un riesgo desesperado.
Gurney sigue esperando la señal, y yo me niego a dársela. ¿Cuánto tiempo durará su paciencia?
Miró a Sabiha. Había echado hacia atrás su capucha y revelado los tatuajes tribales en sus sienes. Leto no reconoció los tatuajes al primer momento, pero luego recordó dónde estaba. Sí, Jacurutu vivía aún.
Leto no sabía aún si debía estarle reconocido a su abuela u odiarla. Ella quería que él desarrollara sus instintos conscientes. Pero los instintos eran tan sólo memorias raciales de la forma en que debían ser afrontadas las crisis. Sus recuerdos directos de aquellas otras vidas le decían mucho más que aquello. Ahora lo tenía todo organizado, y podía ver el peligro de revelárselo a Gurney. Pero no había ningún medio de ocultarle la revelación a Namri. Y Namri era otro problema.
Sabiha entró en la celda con un bol en sus manos. Leto admiró la forma cómo la luz procedente de fuera formaba un arcoíris de círculos en torno a sus cabellos. Delicadamente, ella le levantó la cabeza y empezó a darle de comer del bol. Fue tan sólo entonces cuando Leto se dio cuenta de lo débil que estaba. Dejó que ella lo alimentara mientras su mente vagabundeaba, recordando la sesión con Gurney y Namri. ¡Le habían creído! Namri más que Gurney, pero ni siquiera Gurney pudo negar lo que sus sentidos ya le habían informado acerca del planeta.
Sabiha limpió su boca con un extremo de su vestido.
Ahhh, Sabiha
, pensó Leto, recordando aquella otra visión que había llenado su corazón de dolor.
Muchas noches he soñado junto al agua al aire libre, oyendo al viento pasar sobre mí. Muchas noches mi carne ha yacido junto al cubil de la serpiente y he soñado en Sabiha al calor del verano. La he visto hornear el pan de especia sobre láminas de plastiacero calentadas al rojo. He visto la clara agua en el qanat, junto a mí, tranquila y transparente, mientras un viento tempestuoso arrasaba mi corazón. Ella sorbe el café y come. Sus dientes brillan en las sombras. La veo entrelazar mis anillos de agua en sus cabellos. La fragancia ambarina de su seno penetra en lo más íntimo de mis sentidos. Me atormenta y me oprime con su existencia real.
La presión de sus multimemorias hizo estallar la esfera de tiempo cristalizado a la cual intentaba resistir. Sintió cuerpos contrayéndose rítmicamente, los sonidos del sexo, ritmos entrelazados en cada impresión sensitiva: labios, respiración, alientos húmedos, lenguas. En algún lugar de su visión había espirales, con el color del carbón, y sintió el pulsar de aquellas formas mientras giraban dentro de él. Una voz imploró en su cráneo:
—Por favor, por favor, por favor, por favor…
Había un adulto despertando orgulloso entre sus muslos, y sintió la boca de ella abriéndose, buscándole, adhiriéndose a aquella forma de éxtasis. Luego un suspiro, una dulzura inexpresable, un relajamiento.
¡Oh, qué dulce sería dejar que todo eso existiera en la realidad!