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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Hijos de Dune (45 page)

BOOK: Hijos de Dune
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—¡No invoques al desastre! Ahora estás aprendiendo la consciencia estroboscópica. Sin ella puedes desbordarte a ti mismo, perder tu identidad en el Tiempo.

Y las imágenes en bajorrelieve persistieron. Las intrusiones siguieron martilleándole. Pasado-presente-ahora. No había una verdadera separación. Supo que tenía que dejarse arrastrar por aquel flujo, pero la idea de fluir con todas aquellas cosas lo aterrorizaba. ¿Cómo podría regresar a algún lugar reconocible? Sin embargo se sintió forzado a abandonar todo esfuerzo de resistencia. No conseguía disponer su nuevo universo con elementos inmóviles y definidos. Ningún elemento permanecía quieto. Las cosas no estaban ordenadas y formuladas para siempre. Tenía que descubrir el ritmo del cambio y ver entre los cambios a fin de comprender el propio cambio. Sin saber cómo había comenzado, se descubrió a sí mismo moviéndose en el interior de un gigantesco
moment bienheureux
, capaz de ver el pasado en el futuro, el presente en el pasado, el
ahora
en ambos, pasado y futuro. Era la acumulación de siglos experimentados entre un latido del corazón y el siguiente.

La consciencia de Leto flotó libre, sin ninguna psique objetiva que la obstaculizara, sin ninguna barrera. El «futuro provisional» de Namri permanecía visible en su memoria, pero compartiendo su consciencia con otros muchos futuros. Y, en esta consciencia multifacetada, cada una de sus vidas interiores era la suya propia. Con la ayuda de la más grande de todas ellas, las dominó. Fue ellas.

Pensó:
Cuando uno estudia un objeto desde la distancia, sólo puede ver sus rasgos principales.
Había conseguido dominar la distancia y ahora podía ver su propia vida bajo otra óptica: su pasado múltiple y todas sus memorias eran su carga, su alegría y su necesidad. Pero el
viaje del gusano
había añadido otra dimensión, y su padre ya no montaba guardia en su interior debido a que ya no lo necesitaba. Leto veía claramente a través de todas las distancias… pasado y presente. Y el pasado le presentó a su más primitivo antepasado… un hombre llamado Harum sin el cual el distante futuro no hubiera llegado a existir. Aquellas claras distancias le proporcionaban nuevos principios, nuevas dimensiones de participación.

Cualquier vida que eligiera ahora la viviría individualmente, en una esfera autónoma de experiencia de masa, una ristra de vidas tan entrelazadas que ninguna existencia particular podría contar las generaciones involucradas. Despertada, aquella experiencia de masa le proporcionaría el poder de imponerse a su individualismo. Podía imponerse por sus propios medios a una individualidad, a una nación, a una sociedad, o incluso a una entera civilización. Este, por supuesto, era el motivo de que Gurney, le temiera, de que el cuchillo de Namri estuviera alerta. No podía dejar de ninguna manera que se dieran cuenta de aquel poder en él. Nadie debía verlo nunca en toda su plenitud… ni siquiera Ghanima.

Poco después Leto se sentó en el camastro, y vio que sólo Namri permanecía a su lado, observándole.

Con voz de viejo, Leto dijo:

—Los límites no son los mismos para todos los hombres. La presciencia universal es un mito vacío. Sólo las más poderosas corrientes locales del Tiempo pueden ser predichas. Pero en un universo infinito, lo
local
puede ser tan gigantesco que la mente de uno se encoja ante su magnitud.

Namri agitó la cabeza, sin comprender.

—¿Dónde está Gurney? —preguntó Leto.

—Se ha ido ante el temor de que yo tuviera que matarte.

—¿Me vas a matar, Namri? —Era casi una súplica para que el hombre lo hiciera.

Namri apartó su mano del cuchillo.

—Desde el momento en que me pides que lo haga, No lo haré. Si te hubieras mostrado indiferente, en cambio…

—La enfermedad de la indiferencia es la que más destruye —dijo Leto. Asintió para sí mismo—. Si… las civilizaciones mueren de ella. Es como si este fuera el precio exigido para alcanzar nuevos niveles de complejidad o consciencia. —Alzó la mirada hacia Namri—. ¿Así que te han dicho que busques la indiferencia en mí? —Y entonces se dio cuenta de que Namri era mucho más que un asesino… Namri era tortuoso.

—Como una señal de poder incontrolado —dijo Namri, pero estaba mintiendo.

—Un poder indiferente, sí. —Leto suspiró profundamente—. No había grandeza moral en la vida de mi padre, Namri; tan sólo una trampa local que él mismo se construyó.

40

Oh Paul, Muad’Dib,

Mahdi de todos los hombres,

Tu potente aliento

Desencadena el huracán.

Cantos de Muad’Dib

—¡Nunca! —dijo Ghanima—. Lo mataré en nuestra noche de bodas. —Hablaba con una obstinada firmeza que hasta entonces había resistido todos los halagos. Alia y sus consejeros habían intentado convencerla durante más de media noche, manteniendo los apartamentos reales en estado de vela, pidiendo nuevos consejeros, comida y bebida. Todo el Templo y su Ciudadela contigua parecían estremecerse con la frustración de decisiones no aceptadas.

Ghanima permanecía sentada muy compuesta en un sillón verde a suspensor en sus propios apartamentos, una amplia estancia con paredes ásperas que simulaban las rocas de un sietch. El techo, sin embargo, era de cristal imbar que relucía con una luz azul, y el suelo era de losas negras. El mobiliario era escaso: una pequeña mesa escritorio, cinco sillones a suspensor, y una estrecha cama en una especie de nicho, a la manera Fremen. Ghanima llevaba el amarillo atuendo del luto.

—Tú no eres una persona libre que pueda decidir por sí misma todos los actos de su vida —dijo Alia, quizá por centésima vez.
¡Esa pequeña estúpida tiene que comprenderlo tarde o temprano! Debe aceptar el compromiso con Farad’n ¡Debe hacerlo! Que lo mate luego si quiere, pero el compromiso requiere el reconocimiento público por parte de la prometida Fremen.

—Él ha matado a mi hermano —dijo Ghanima, agarrándose al único argumento que podía esgrimir—. Todo el mundo lo sabe. Los Fremen escupirán al pronunciar mi nombre si yo acepto ese compromiso.

Y ésta es una de las razones por las cuales debes aceptar
, pensó Alia.

—Fue su madre quien lo hizo —dijo—. La ha desterrado por ello. ¿Qué más quieres de él?

—Su sangre —dijo Ghanima—. Es un Corrino.

—Ha denunciado a su propia madre —protestó Alia—. ¿Por qué tienes que preocuparte por la chusma Fremen? Aceptarán cualquier cosa que queramos que acepten. Ghani, la paz del Imperio exige…

—No lo aceptaré —dijo Ghanima—. No puedes anunciar el compromiso sin mí.

Irulan, entrando en la estancia en el momento en que Ghanima decía esto, miró inquisitivamente a Alia y a las dos mujeres consejeras que permanecían descorazonadas a su lado. Irulan vio el disgustado alzarse de hombros de Alia y se dejó caer en un sillón frente a Ghanima.

—Háblale tú, Irulan —dijo Alia.

Irulan atrajo otro sillón a suspensor hacia sí y se cambió a él, al lado de Alia.

—Tú eres una Corrino, Irulan —dijo Ghanima—. No fuerces tu suerte conmigo. —Se puso en pie, se dirigió hacia su cama y se sentó en ella con las piernas cruzadas, mirando irritadamente a las dos mujeres. Vio que Irulan llevaba una aba negra como la de Alia, con la capucha echada hacia atrás revelando su dorado cabello. Era un cabello de luto bajo la amarilla luz de los flotantes globos que iluminaban la estancia.

Irulan miró a Alia, se puso en pie, y avanzó hasta situarse frente a Ghanima.

—Ghani, lo mataría yo misma si esta fuera la forma de resolver los problemas. Y Farad’n es de mi propia sangre, como tú misma has hecho notar educadamente. Pero tú tienes deberes mucho más grandes que tu obligación hacia los Fremen.

—Esto no suena mejor dicho por ti que viniendo de labios de mi preciosa tía —dijo Ghanima—. La sangre de un hermano no puede ser olvidada. Esto es mucho más que cualquier pequeño proverbio Fremen.

Irulan apretó los labios. Luego dijo:

—Farad’n mantiene prisionera a tu abuela. Tiene también a Duncan, y si nosotros no…

—No me satisfacen vuestras historias acerca de cómo ha sucedido todo esto —dijo Ghanima, mirando más allá de Irulan, directamente a Alia—. En una ocasión Duncan murió antes que dejar que el enemigo capturara a mi padre. Quizá su nueva carne ghola ya no sea la misma que…

—¡Duncan recibió el encargo de proteger la vida de tu abuela! —dijo Alia, girándose bruscamente en el sillón—. Estoy segura de que ha elegido la única forma posible de conseguirlo. —Y pensó:
¡Duncan! ¡Duncan! Se suponía que no era esto lo que tenías que hacer.

Ghanima, captando los ocultos tonos de la insinceridad en la voz de Alia, miró fijamente a su tía.

—Estás mintiendo, oh, Seno del Cielo. He oído cosas acerca de tus dificultades con mi abuela. ¿Qué es lo que temes decir acerca de ella y de tu precioso Duncan?

—Ya lo has oído todo al respecto —dijo Alia, pero captó en su propia voz un asomo de miedo ante aquella abierta acusación y lo que implicaba. Se dio cuenta de que la fatiga la había vuelto imprudente. Se puso en pie y dijo—: Todo lo que sé lo sabes tú también. —Se giró a Irulan—: Ocúpate tú de ella. Hay que conseguir que…

Ghanima la interrumpió con una restallante blasfemia Fremen que sonó chocante en aquellos inmaduros labios. En el brusco silencio que siguió, dijo:

—Creéis que soy tan sólo una niña, que tenéis años a vuestra disposición para trabajarme, que eventualmente terminaré aceptando. Piensa de nuevo en ello, oh Regente celestial. Tú sabes mejor que nadie los años que tengo en mi interior. Los escucharé a ellos, no a ti.

Alia reprimió a duras penas una agria réplica, y miró furiosamente a Ghanima.
¿Abominación?
¿Qué era aquella niña? Un nuevo miedo de Ghanima empezó a brotar en Alia. ¿Había aceptado su propio compromiso con las vidas que penetraron en ella antes de nacer?

—Todavía tenemos mucho tiempo para que entres en razón —dijo.

—Y quizá también bastante tiempo como para que yo pueda ver la sangre de Farad’n chorreando en mi puñal —dijo Ghanima—. Puedes estar segura de ello. Si alguna vez llego a estar a solas con él, te aseguro que uno de los dos morirá.

—¿Crees haber querido a tu hermano más de lo que lo he querido yo? —preguntó Irulan—. ¡Estás actuando como una estúpida! Yo he sido una madre para él, como lo he sido para ti. Yo he sido…

—Tú nunca has llegado a conocerlo —dijo Ghanima—. Todos vosotros, excepto alguna vez mi
bienamada tía
, habéis persistido en considerarnos como niños. ¡Sois vosotros los estúpidos! ¡Alia lo sabe! Mírala como sale corriendo hacia…

—No salgo corriendo hacia ningún lado —dijo Alia, pero se giró de espaldas a Irulan y Ghanima y se quedó mirando a las dos amazonas que pretendían no estar oyendo su discusión. Obviamente habían renunciado a enfrentarse con Ghanima. Quizás incluso simpatizaban con ella. Enfurecida, Alia las echó de la estancia. Un obvio alivio se dibujó en sus rostros mientras obedecían.

—Sales corriendo —insistió Ghanima.

—He elegido la forma de vida que más me interesa —dijo Alia, girando en redondo para mirar a Ghanima, sentada con las piernas cruzadas en su lecho. ¿Era posible que ella también hubiera aceptado aquel terrible compromiso interior? Alia intentó descubrir los signos en Ghanima, pero era incapaz de leer la menor evidencia. Entonces se preguntó:
¿Los ha visto ella en mí? ¿Pero cómo ha podido?

—Tú siempre has temido convertirte en una ventana para una multitud —acusó Ghanima—. Pero nosotros somos prenacidos y sabemos. Tú serás su ventana, consciente o inconscientemente. No puedes negarlo. —Y pensó:
Sí, te conozco… Abominación. Y quizá yo termine como has terminado tú, pero por ahora tan sólo puedo sentir piedad y desprecio hacia ti.

El silencio colgó entre Ghanima y Alia, algo casi palpable que despertó el adiestramiento Bene Gesserit en Irulan. Miró a ambas y luego dijo:

—¿Por qué os habéis quedado tan quietas y tranquilas repentinamente?

—Estoy pensando en algo que requiere una considerable reflexión —dijo Alia.

—Reflexiona a tu comodidad, querida tía —se burló Ghanima.

Alia, apartando la rabia aún más encendida por la fatiga, dijo:

—¡Ya basta por ahora! Dejémosla pensar en ello. Quizá recobre el buen sentido.

Irulan se puso en pie y dijo:

—De todos modos, es casi el alba. Ghani, antes de que nos vayamos, ¿quieres escuchar el último mensaje de Farad’n? El…

—No quiero escucharlo —dijo Ghanima—. Y a partir de ahora, dejad de llamarme con ese ridículo diminutivo. Ghani! Sirve tan sólo para que sigáis creyendo equivocadamente que soy tan sólo una niña a la que podéis…

—¿Por qué tú y Alia os habéis quedado tan repentinamente tranquilas? —dijo Irulan, volviendo a su anterior pregunta, pero sirviéndose esta vez de las delicadas entonaciones de la Voz.

Ghanima echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada.

—¡Irulan! ¿Estás realmente utilizando la Voz conmigo?

—¿Qué? —Irulan se sintió cogida por sorpresa.

—Eres capaz de enseñar a tu abuela a chupar huevos —dijo Ghanima.

—¿Qué estás diciendo?

—El hecho de que yo recuerde esta expresión y tú no la hayas oído antes, debería hacerte pensar —dijo Ghanima—. Es una vieja expresión de menosprecio de cuando vosotras, las Bene Gesserit, erais jóvenes. Pero si no la captado, piensa entonces en lo que estaban pensando tus reales padres cuando decidieron llamarte Irulan. ¿O será acaso Ruinal?

Pese a su adiestramiento, Irulan enrojeció.

—Estás intentando irritarme, Ghanima.

—Y tú estás intentando utilizar la Voz conmigo. ¡Conmigo! Recuerdo los primeros esfuerzos humanos en esta dirección.
Los
recuerdo, Ruinosa Irulan. Ahora largaos, las dos.

Pero ahora Alia estaba intrigada, cautivada por una inspiración interior que había echado a un lado a su fatiga.

—Quizá tenga una sugerencia que pueda hacerte cambiar de idea, Ghani —dijo.

—¡De nuevo Ghani! —Una desabrida risita escapó de labios de Ghanima. Luego—: Pero reflexiona un momento: Si yo deseara matar a Farad’n, necesitaría tan sólo aceptar vuestros planes. Presumo que habréis pensado en ello. Desconfiad de
Ghani
cuando esté de un humor tratable. ¿Os dais cuenta? Estoy siendo completamente sincera con vosotras.

—Esto es lo que esperábamos —dijo Alia—. Si tú…

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