—¡Buena fortuna a todos nosotros! —gritó, a la manera tradicional Fremen.
Gurney Halleck apareció en el arco de la puerta, su cabeza una negra silueta contra la luz que entraba del pasillo.
—Trae una luz —dijo Leto.
—¿Deseáis ser sometido una vez más a la prueba?
Leto se echó a reír.
—No. Ahora es mi turno de someterte a ti a la prueba.
—Vamos a verlo. —Halleck dio media vuelta y regresó al cabo de un momento, con un brillante globo azul en el hueco de su brazo izquierdo. Lo soltó en el interior de la celda, dejándolo flotar por encima de sus cabezas.
—¿Dónde está Namri? —preguntó Leto.
—Justo ahí afuera, donde pueda llamarle en cualquier momento.
—Ahh, el Viejo Padre Eternidad siempre esperando pacientemente —dijo Leto. Se sentía curiosamente relajado, en equilibrio al borde del descubrimiento.
—¿Llamáis a Namri con el nombre reservado de Shai-Hulud? —preguntó Halleck.
—Su cuchillo es un diente de gusano —dijo Leto—. Por eso es el Viejo Padre Eternidad.
Halleck sonrió sobriamente, pero permaneció en silencio.
—Tú sigues esperando el momento de juzgarme —dijo Leto—. Y admito que no hay ningún medio de intercambiar información sin emitir un juicio. Pero pienso que no puedes pretender que el universo sea exacto.
Un roce tras Halleck avisó a Leto de que Namri se acercaba. Se detuvo a medio paso a la izquierda de Halleck.
—Ahhh, la mano izquierda de los condenados —dijo Leto.
—No es juicioso burlarse del Infinito y del Absoluto —gruñó Namri. Miró a Halleck de reojo.
—¿Acaso eres Dios, Namri, para invocar lo absoluto? —preguntó Leto. Pero su atención estaba centrada en Halleck. El juicio tenía que venir de él.
Ambos hombres se limitaron a mirarle sin responder.
—Cada juicio es un balanceo al borde del error —explicó Leto—. Exigir el conocimiento absoluto es monstruoso. El conocimiento es una aventura sin fin en los confines de la incertidumbre.
—¿A qué juego de palabras estás jugando? —preguntó Halleck.
—Déjale hablar —dijo Namri.
—Es el juego que Namri inició conmigo —dijo Leto, y vio que el viejo Fremen daba su asentimiento con la cabeza. Seguramente había reconocido el juego de las adivinanzas—. Nuestros sentidos funcionan siempre como mínimo a dos niveles —dijo.
—Banalidades y un mensaje —dijo Namri.
—¡Excelente! —dijo Leto—. Tú me proporcionas banalidades; yo te proporciono el mensaje. Yo veo, yo escucho, y detecto olores, yo toco; yo capto cambios en la temperatura, yo saboreo. Yo siento el paso del tiempo. Yo puedo tomar muestras emotivas. ¡Ahhh! Soy feliz. ¿Entiendes, Gurney? ¿Namri? No hay misterio en torno a la vida humana. Ningún problema que resolver, tan sólo una realidad que experimentar.
—Estás tentando nuestra paciencia, chiquillo —dijo Namri—. ¿Es este el lugar donde quieres morir?
Pero Halleck lo detuvo con una mano.
—En primer lugar, no soy ningún chiquillo —dijo Leto. Hizo el signo del puño en su oído derecho. Tú no me matarás; he puesto una carga de agua en ti.
Namri extrajo a medias su crys de la funda.
—¡Yo no te debo nada!
—Pero Dios creó Arrakis para poner a prueba a los fieles —dijo Leto—. No sólo te he hecho constatar mi fe, sino que te he vuelto consciente de tu propia existencia. La vida exige discusión. Yo te he
enseñado
, ¡yo lo he hecho!, que tu realidad difiere de todas las demás; así sabes que estás vivo.
—La irreverencia es un juego peligroso para jugarlo conmigo —dijo Namri. Mantuvo su crys sacado a medias.
—La irreverencia es el ingrediente más necesario de la religión —dijo Leto—. No el hablar de su importancia filosófica. La irreverencia es el único camino que nos permite probar nuestro propio universo.
—¿Así que creéis comprender el universo? —preguntó Halleck, y abrió un espacio entre él y Namri.
—S-s-ííí —dijo Namri, y había muerte en su voz.
—El universo sólo puede ser comprendido por el viento —dijo Leto—. No hay ningún poderoso trono de la razón asentado en nuestro cerebro. La creación es descubrimiento. Dios nos descubrió en el Vacío porque nos movíamos contra un fondo que él ya conocía. El muro estaba vacío. Entonces se produjo el movimiento.
—Estáis jugando al escondite con la muerte —advirtió Halleck.
—Pero vosotros dos sois mis amigos —dijo Leto. Hizo frente a Namri—. Cuando tú presentas a un candidato como Amigo a tu Sietch, ¿acaso no matas un halcón y un águila como ofrenda? ¿Y no es esto la respuesta a: «Dios envía a cada hombre a su fin, al igual que a los halcones, a las águilas y a los amigos»?
La mano de Namri soltó su cuchillo. La hoja se deslizó en su funda. Miró a Leto con ojos desorbitados. Cada sietch mantenía secreto su ritual de la amistad, y sin embargo Leto había descrito con toda exactitud una parte esencial del rito.
Halleck, sin embargo, preguntó:
—¿Es este lugar vuestro fin?
—Yo sé lo que tú necesitas oír de mí, Gurney —dijo Leto, observando la alternancia de esperanza y sospecha en el contorsionado rostro. Leto tocó su propio pecho—. Este niño nunca fue un niño. Mi padre vive dentro de mí, pero no es yo. Tú lo amaste, y fue un hombre valeroso cuyas empresas chocaron con obstáculos demasiado altos. Su intento en poner fin a todo un ciclo de guerras, pero no tuvo en cuenta el movimiento del infinito tal como es expresado por la vida. ¡Esto es el Rhajia! Namri lo sabe. Su movimiento puede ser visto por cualquier mortal. Guárdate de los caminos que limitan las posibilidades futuras. Tales caminos te apartan del infinito hacia trampas mortales.
—¿Es esto lo que necesito oír de vos? —dijo Halleck.
—Son sólo juegos de palabras —dijo Namri, pero su voz estaba cargada con profundas vacilaciones y dudas.
—Yo me alío con Namri contra mi padre —dijo Leto—. Y mi padre dentro de mi se alía con nosotros contra aquello que se hizo de él.
—¿Por qué? —preguntó Halleck.
—Porque es el
amor fati
que yo brindo a la humanidad, el acto de supremo autoexamen. En este universo, elijo aliarme contra cualquier fuerza que inflija humillación a la humanidad. ¡Gurney! ¡Gurney! Tú no naciste y creciste en el desierto. Tu carne no conoce la verdad de la que estoy hablando. Pero Namri lo sabe. En un terreno abierto, tan buena es una dirección como otra.
—No he oído aún lo que debo oír —gruñó Halleck.
—El habla en favor de la guerra contra la paz —dijo Namri.
—No —dijo Leto—. Y mi padre tampoco ha hablado nunca contra la guerra. Pero mira lo que han hecho de él. La paz tiene un solo significado en este Imperio. Es el mantenimiento de una única forma de vida. Tú eres mandado por seres satisfechos. La vida debe ser uniforme en todos los planetas de acuerdo con la voluntad del Gobierno Imperial. El principal objetivo de los estudios religiosos es descubrir las formas correctas del comportamiento humano. ¡Para ello utilizan las palabras de Muad’Dib! Dime, Namri, ¿estás tú contento?
—No —las palabras surgieron con un llano y espontáneo rechazo.
—¿Entonces eres un blasfemo?
—¡Por supuesto que no!
—Pero no estás satisfecho. ¿Lo ves, Gurney? Namri te lo demuestra. Cada pregunta, cada problema, no tiene una sola respuesta correcta. Hay que permitir la diversidad. Un monolito es inestable. Entonces, ¿por qué me exiges una única declaración correcta? ¿Es esta la medida de tu monstruoso juicio?
—¿Queréis forzarme a que os haga matar? —preguntó Halleck, y había agonía en su voz.
—No, tendré piedad de ti —dijo Leto—. Dile a mi abuela que cooperaré. Puede que la Hermandad llegue a lamentar mi cooperación, pero un Atreides mantiene su palabra.
—Una Decidora de Verdad tendrá que atestiguar esto —dijo Namri—. Esos Atreides…
—Tendrá la oportunidad de decirlo de nuevo ante su propia abuela —dijo Halleck. Señaló hacia el pasillo con la cabeza.
Namri se detuvo un instante antes de salir, y miró a Leto.
—Ruego por que estemos haciendo lo correcto dejándolo con vida.
—Iros, amigos —dijo Leto—. Iros y reflexionad.
Tan pronto como los dos hombres hubieron partido, Leto se tendió boca arriba, sintiendo el frío camastro contra su espalda. Aquel movimiento bastó para proyectar su mente más allá del borde de su consciencia lastrada por la especia. En aquel instante vio todo el planeta… cada aldea, cada poblado, cada ciudad, los lugares desiertos y los lugares cultivados. Todas aquellas imágenes acumulándose contra su visión participaban de una mezcla de elementos que eran en parte internos y en parte externos. Vio las estructuras de la sociedad Imperial reflejadas en las estructuras físicas de sus planetas y sus comunidades. Como un gigantesco despliegue en su interior, vio aquella revelación como lo que era: una ventana abierta a las partes invisibles de la sociedad. Viendo esto, Leto comprendió que cada sistema tenía una ventana parecida. Incluso el sistema formado por él mismo y su universo. Siguió mirando a través de las ventanas, como una especie de
voyeur
cósmico.
¡Esto era lo que buscaban su abuela y la Hermandad! Lo sabía. Su consciencia se expandió a un nuevo y más alto nivel. Sintió el pasado contenido en sus células, en sus hormonas, en los arquetipos que habían influido en sus juicios, en los mitos que lo habían confinado, en sus lenguajes y en sus detritus prehistóricos. Eran todas las formas surgidas de su pasado humano y no humano, todas las vidas que ahora controlaba, finalmente integradas en él. Y se sintió como una criatura atrapada en el eterno fluir y refluir de los nucleótidos. Sobre el fondo del infinito él era una criatura protozoaria en la cual nacimiento y muerte eran virtualmente simultáneos, pero era a la vez infinito y protozoario, una criatura de memorias moleculares.
¡Nosotros los seres humanos somos una forma de organismo-colonia!
, pensó.
Ellos buscaban su cooperación. Prometiendo cooperación había conseguido otra moratoria del cuchillo de Namri. Apelando a su cooperación, ellos esperaban encontrar en él a un curador.
Y pensó:
¡Pero yo no voy a traerles ningún orden social en la forma que ellos esperan!
Una mueca contorsionó la boca de Leto. Sabia que él no iba a ser tan inconscientemente maligno como había sido su padre —despotismo en un extremo y esclavitud en otro—, pero su universo podía llegar a rogar que volvieran aquellos «viejos buenos días».
Entonces su padre le habló en su interior, sondeando cautelosamente, incapaz de exigir atención pero rogando ser escuchado.
Y Leto replicó:
—No. Les daremos complejidad para ocupar sus mentes. Hay muchos modos de huir del peligro ¿Pero cómo podrán saber que soy peligroso sin haberme experimentado durante miles de años? Sí, padre-interior, les daremos multitud de puntos de interrogación.
No hay culpa o inocencia en vosotras. Toda ello es pasado. La culpa elabora la muerte, y yo no soy el Martillo de Hierro. Vosotras, multitud de muertos, sois tan sólo gente que ha hecho ciertas cosas, y el recuerdo de estas cosas ilumina mi camino.
Leto II a sus Vidas-Memoria
, según H
ARQ AL
-A
DA
—¡Funciona! —dijo Farad’n, y su voz era un ronco susurro.
Permanecía de pie al lado del lecho de Dama Jessica, con un manojo de guardias apretujándose tras él. Dama Jessica se alzó en la cama. Llevaba un atuendo de similseda de color blanco brillante con una banda del mismo tejido sujetando sus enrollados cabellos. Farad’n acababa de entrar en tromba hacía apenas unos momentos. Seguía llevando su malla gris, y su rostro reflejaba el sudor de la excitación y la fatiga de su larga carrera a lo largo de los corredores del palacio.
—¿Qué hora es? —preguntó Jessica.
—¿Hora? —Farad’n pareció desconcertado.
Uno de los guardias dijo en voz alta:
—Es la hora tercia pasada la medianoche, mi Dama. —El guardia lanzó una temerosa mirada a Farad’n. El joven príncipe había llegado corriendo por los apenas iluminados corredores, arrastrando tras de sí toda una cohorte de alarmados guardias.
—Pero funciona —dijo Farad’n. Tendió su mano izquierda, luego la derecha—. He visto mis propias manos, encogieron hasta convertirse en dos muñoncitos de tierna carne, ¡y he recordado! Eran mis manos cuando yo era un niño. Apenas recuerdo nada de cuando era un niño, pero éste era… era un recuerdo muy vívido. ¡Estaba reorganizando mis antiguos recuerdos!
—Muy bien —dijo Jessica. La excitación de Farad’n era contagiosa—. ¿Y qué ha ocurrido cuando tus manos se hicieron viejas?
—Mi… mente… era más lenta —dijo él—. Sentí un dolor en mi espalda. Justo aquí —se tocó un lugar encima de su riñón izquierdo.
—Has aprendido una lección muy importante —dijo Jessica—. ¿Sabes cuál es esta lección?
Farad’n dejó caer sus manos a los lados y se la quedó mirando. Luego dijo:
—Mi mente controla mi realidad. —Sus ojos brillaban, y lo repitió, esta vez remachando las palabras—: ¡Mi mente controla mi realidad!
—Este es el principio del equilibrio
prana-bindu
—dijo Jessica—. Pero es tan sólo el principio, recuérdalo.
—¿Qué es lo que viene a continuación? —preguntó él.
—Mi Dama —el guardia que antes había respondido a su pregunta se aventuró a interrumpir de nuevo—. La hora —dijo.
¿Acaso sus puntos de espionaje no están controlados a esta hora?
, se preguntó Jessica.
—Iros —dijo—. Tenemos un trabajo que hacer.
—Pero mi Dama —dijo el guardia, y miró temerosamente de Farad’n a Jessica, y luego de nuevo a Farad’n.
—¿Crees que tengo intención de seducirlo? —dijo Jessica.
El hombre se envaró.
Farad’n se echó a reír, una alegre carcajada. Agitó una mano en un gesto de despido.
—Ya habéis oído. Iros.
Los guardias se miraron mutuamente, luego obedecieron.
Farad’n se sentó en el borde del lecho.
—¿Qué viene ahora? —Agitó la cabeza—. Quería creeros, pero no lo conseguía. Luego… fue como si mi mente se fundiera. Estaba cansado. Mi mente renunció a luchar contra vos. Y entonces ocurrió. ¡Así de sencillo! —hizo chasquear sus dedos.
—No era contra mí contra quien luchaba tu mente —dijo Jessica.
—Por supuesto que no —admitió él—. Estaba luchando contra mí mismo, contra todas las estupideces que había aprendido hasta ahora. ¿Qué es lo que viene a continuación?