Hijos de Dune (51 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Hijos de Dune
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—Sabiha —murmuró—. Oh, mi Sabiha.

Cuando su protegido se hubo hundido profundamente en el trance, tras la comida, Sabiha tomó el bol y salió, haciendo una pausa en el arco de la entrada para hablar con Namri.

—Ha pronunciado de nuevo mi nombre.

—Vuelve dentro y quédate con él —dijo Namri—. Debo buscar a Halleck y discutir esto con él.

Sabiha depositó el bol junto a la arcada y regresó a la celda. Se sentó al borde del camastro, mirando al rostro en sombras de Leto.

Poco después él abrió los ojos y avanzó una mano, rozando su mejilla. Luego empezó a hablarle, contándole la visión que había vivido junto con ella.

Ella cubrió la mano de él con la suya propia mientras él hablaba. Qué dulce era… qué infinitamente dulce. Se tendió en el camastro, impulsada por la mano de él, sumiéndose en la inconsciencia antes de que él apartara suavemente su mano. Leto se sentó, sintiendo su profunda debilidad. La especia y sus visiones lo habían vaciado. Buscó en torno a su celda intentando descubrir cualquier chispa de energía, saltó del camastro sin tocar a Sabiha. Tenía que irse, aunque sabía que no iba a ir muy lejos. Lentamente selló su destiltraje, se echó las ropas por encima de él, cruzó la arcada y se metió en el corredor. Había poca gente por allí, toda ella afanándose en sus propios asuntos. Todos ellos le conocían, pero no eran responsables de él. Namri y Halleck debían saber lo que estaba haciendo, y Sabiha no podía estar muy lejos.

Encontró el pasillo lateral que necesitaba y se metió apresuradamente en él.

A sus espaldas, Sabiha siguió durmiendo apaciblemente hasta que Halleck la sacudió.

Se sentó, se restregó los ojos, miró el camastro vacío, luego a su tío de pie tras Halleck, ambos con la ira en sus rostros.

Namri respondió a la muda pregunta en su rostro:

—Sí, se ha ido.

—¿Pero cómo puedes haberlo dejado escapar? —rugió Halleck—. ¿Cómo es posible?

—Ha sido visto dirigiéndose hacia la salida inferior —dijo Namri, con la voz extrañamente calmada.

Sabiha se inclinó ante ellos, recordando.

—¿Pero cómo? —preguntó Halleck.

—No lo sé. No lo sé.

—Es de noche, y está débil —dijo Namri—. No irá lejos. Halleck se giró bruscamente hacia él.

—¡Tú quieres que el muchacho muera!

—No me disgustaría.

Halleck se giró de nuevo hacia Sabiha.

—Dime cómo ocurrió.

—Rozó mi mejilla. Seguía hablando de su visión… de nosotros dos juntos. —Miró hacia el camastro vacío—. Me hizo dormir. Puso algo mágico en mí.

Halleck miró a Namri.

—¿Puede estar escondido en algún lugar, aquí dentro?

—En ningún sitio dentro. Habría sido hallado, visto. Iba directo hacia la salida. Está afuera.

—Magia —murmuró Sabiha.

—Ninguna magia —dijo Namri—. La hipnotizó. Casi consiguió hacerlo conmigo, ¿recuerdas? Dijo que yo era su amigo.

—Está muy débil —dijo Halleck.

—Sólo su cuerpo —dijo Namri—. Pero no irá muy lejos, de todos modos. Hace tiempo que inutilicé las bombas de su destiltraje. Morirá sin agua si no lo encontramos.

Halleck estuvo a punto de girarse y golpear a Namri, pero se contuvo, bajo un rígido control. Jessica le había advertido de que quizá Namri se viera obligado a matar al muchacho. ¡Dioses de las profundidades! En qué situación habían llegado a verse, Atreides contra Atreides.

—¿No es posible que tan sólo se haya alejado empujado por el trance de la especia? —dijo.

—¿Y qué diferencia hay en ello? —dijo Namri—. Si escapa de nosotros, debe morir.

—Comenzaremos a buscarle a la primera luz —dijo Halleck—. ¿Se ha llevado una fremochila?

—Siempre hay algunas junto a los sellos de salida —dijo Namri—. Sería estúpido si no hubiera tomado una. Y nunca me ha dado la impresión de ser un estúpido.

—Entonces envía un mensaje a nuestros amigos —dijo Halleck—. Cuéntales lo que ha ocurrido.

—Ningún mensaje esta noche —dijo Namri—. Está llegando una tormenta. Hace ya tres días que las tribus la siguen. Estará aquí a medianoche. Las comunicaciones ya han sido interrumpidas. Los satélites han dejado fuera este sector hace más de dos horas.

Halleck suspiró profundamente. El muchacho moriría sin la menor duda allá afuera si se veía atrapado por una tormenta de arena. Las ráfagas devorarían su carne hasta los huesos y esparcirían estos huesos en fragmentos. Aquella falsa muerte se convertiría en real. Golpeó con el puño la palma abierta de su otra mano. La tormenta los dejaría atrapados en el sietch. No podían iniciar una búsqueda. Y la tormenta estática dejaba al sietch completamente incomunicado.

—Distrans —dijo, pensando que podían imprimir un mensaje verbal en un murciélago y enviarlo con la alarma.

Namri agitó la cabeza.

—Los murciélagos no vuelan en una tormenta. Vamos, hombre. Son mucho más sensitivos que nosotros. Se pondrán a cubierto en las rocas hasta que haya pasado. Será mejor esperar a que se reanude el contacto con los satélites. Luego podemos intentar salir a buscar sus restos.

—No si ha tomado una fremochila y ha cavado un refugio en la arena —dijo Sabiha.

Maldiciendo entre dientes, Halleck se giró bruscamente y salió a grandes pasos hacia el pasadizo del sietch.

46

La paz exige soluciones, pero nunca llegamos a alcanzar soluciones vivas; tan sólo trabajamos en su dirección. Una solución fija es, por definición, una solución muerta. El problema con la paz es que tiende a castigar los errores, en lugar de premiar los logros.

Las Palabras de mi Padre: una crónica de Muad’Dib
, reconstruida por H
ARQ AL
-A
DA

—¿Lo está adiestrando? ¿Está adiestrando a Farad’n?

Alia miró furiosamente a Duncan Idaho, con una deliberada mezcla de rabia e incredulidad. El cargo de la Cofradía había entrado en órbita en torno a Arrakis al mediodía local. Una hora más tarde el transbordador había depositado a Idaho en Arrakeen, sin anunciarlo, en una forma casual y abierta. Unos minutos después un tóptero lo dejaba en la cúspide de la Ciudadela. Avisada de su imprevista llegada, Alia lo había recibido allí, fríamente formal ante sus guardias, pero ahora estaban en sus aposentos privados de la parte norte. El acababa de entregarle su informe, conciso, exacto, enfatizando cada dato a la manera mentat.

—¡Ha perdido el sentido! —dijo Alia.

El evaluó aquella afirmación como un problema mentat.

—Todos los indicios señalan que se halla bien equilibrada, sana de juicio. Me atrevería a decir que su índice de cordura era…

—¡Ya basta! —restalló Alia—. ¿Qué es lo que piensa hacer?

Idaho, que sabía que su propio equilibrio emocional dependía ahora de su capacidad de ampararse en la frialdad mentat, dijo:

—Computo que se trata de algo relacionado con el compromiso de su nieta. —Sus rasgos permanecieron precavidamente impasibles, una máscara que ocultaba el acerbo dolor que amenazaba con engullirlo. Aquella mujer que tenía allí delante no era Alia. Alia estaba muerta. Por un tiempo había mantenido a una Alia mítica ante sus sentidos, alguien creado para sus propias necesidades, pero un mentat podía mantener este autoengaño tan sólo por un tiempo limitado. Aquella criatura de apariencia humana estaba poseída; una psique demoníaca la guiaba. Sus acerados ojos con su miríada de facetas disponibles reproducían en sus centros de visión una multiplicidad de míticas Alias. Pero cuando las combinaba para formar una sola imagen, Alia desaparecía. Sus rasgos se movían según otras exigencias. Era tan sólo una concha en cuyo interior se habían cometido terribles ultrajes.

—¿Dónde está Ghanima? —preguntó.

Ella barrió la pregunta con un gesto de la mano.

—La he enviado con Irulan a los dominios de Stilgar.

Un territorio neutral
, pensó él.
Ha sido otra negociación con las tribus rebeldes. Está perdiendo terreno y no quiere reconocerlo… ¿o quizá sí? ¿Acaso existe otra razón? ¿Se ha pasado Stilgar a su lado?

—El compromiso —musitó Alia—. ¿Cuáles son las condiciones en la Casa de los Corrino?

—Salusa pulula con parientes de todas clases, todos ellos trabajándose a Farad’n con la esperanza de conseguir algún beneficio con su retorno al poder.

—Y ella lo está adiestrando a la manera Bene Gesserit…

—¿Acaso no es el marido más adecuado para Ghanima?

Alia sonrió para sí misma, pensando en la fría furia de Ghanima. Que Farad’n se adiestrara. Jessica estaba adiestrando a un cadáver. Todo iría como estaba previsto.

—Debo considerar esto largamente —dijo—. Estás muy silencioso, Duncan.

—Espero tus preguntas.

—Entiendo. ¿Sabes? Estaba muy irritada contigo. ¡Llevarla a Farad’n!

—Me ordenaste que lo hiciera de forma que pareciera real.

—Me vi obligada a difundir un comunicado diciendo que ambos habíais sido hechos prisioneros —dijo ella.

—Obedecí tus órdenes.

—A veces eres tan literal, Duncan. Casi me asustas. Pero si no hubieras conseguido, bueno…

—Dama Jessica está ahora lejos del peligro —dijo él—. Por el bien de Ghanima debemos estarle agradecidos de que…

—Extremadamente agradecidos —admitió ella. Y pensó:
Ya no puedo confiar en él. Esa maldita lealtad suya a los Atreides. Tengo que encontrar una excusa para apartarlo de aquí… y hacerlo eliminar. Un accidente, por supuesto.

Rozó su mejilla.

Idaho se obligó a sí mismo a responder a su caricia, tomando su mano y besándola.

—Duncan, Duncan, qué triste es todo esto —dijo ella—. Pero no puedo tenerte aquí conmigo. Están ocurriendo muchas cosas, y son tan pocas las personas en quienes puedo confiar enteramente.

El soltó su mano y esperó.

—Me vi
obligada
a enviar a Ghanima al Tabr —dijo Alia—. Aquí ocurren cosas inquietantes. Incursores de las Tierras Accidentadas han abierto brechas en los qanats en la Depresión Kagga y han esparcido toda su agua en la arena. El agua está racionada en Arrakeen. La Depresión pulula de truchas, que enquistan toda el agua que encuentran. Estamos luchando contra ellas, por supuesto, pero nuestra situación es delicada.

Idaho había notado ya cuán pocas amazonas de Alia montaban guardia en la Ciudadela. Y pensó:
Los Maquis del Desierto Profundo seguirán poniendo a prueba sus defensas. ¿Cómo no se da cuenta de ello?

—Tabr sigue siendo un territorio neutral —dijo ella—. Las negociaciones prosiguen allí. Javid está allí con una delegación de los Sacerdotes. Pero me gustaría que tú también estuvieras en el Tabr para ver lo que hacen, especialmente Irulan.

—Ella es una Corrino —asintió él.

Pero vio en los ojos de Alia que en realidad ella lo estaba alejando. ¡Qué transparente se había vuelto aquella criatura-Alia!

Ella agitó una mano.

—Ahora vete, Duncan, antes de que me enternezca y te retenga aquí conmigo. Te he echado tanto de menos…

—Yo también a ti —dijo él, dejando que todo su dolor fluyera en su voz.

Ella lo miró, sorprendida por su tristeza.

—Hazlo por mí, Duncan —dijo. Y pensó:
Tanto peor, Duncan.
Tras lo cual añadió—: Zia te llevará al Tabr. Necesitamos el tóptero aquí.

Su amazona preferida
, pensó él.
Tendré que cuidarme de ella.

—Entiendo —dijo, tomando de nuevo su mano y besándola. Miró a aquella querida carne que antes había sido la de su Alia. No pudo conseguir mirarla directamente al rostro cuando salió. Alguien distinto lo estaba mirando desde aquellos ojos.

Mientras subía a la plataforma de aterrizaje en el tejado de la Ciudadela, Idaho tuvo la inquietante sensación de que había muchas preguntas sin respuesta. El encuentro con Alia había sido tremendamente difícil para el mentat que ocupaba parte de su ser y que seguía recogiendo instintivamente datos. Aguardó junto al tóptero con una de las amazonas de la Ciudadela, mirando hoscamente hacia el sur. La imaginación llevó su mirada más allá de la Muralla Escudo, hasta el Sietch Tabr.
¿Por qué debe ser Zia quien me lleve hasta el Tabr? Regresar un tóptero vacío es un trabajo servil. ¿Y por qué se retrasa? ¿Acaso está recibiendo instrucciones especiales?

Idaho miró a la atenta guardiana, luego subió al puesto del piloto en el tóptero. Se inclinó hacia afuera y dijo:

—Comunícale a Alia que devolveré inmediatamente el tóptero con uno de los hombres de Stilgar.

Antes de que la guardiana pudiera protestar, cerró la puerta y puso en marcha el tóptero. Vio a la amazona que lo miraba, indecisa. ¿Quién podía contradecir las acciones del consorte de Alia? El tóptero estaba en el aire antes de que la mente de la amazona pudiera tomar una decisión acerca de lo que tenía que hacer.

Entonces, a solas en el tóptero, consintió que su dolor se desahogara en grandes y estremecidos sollozos. Alia se había ido. Para siempre. Las lágrimas brotaron de sus ojos tleilaxu, y susurró:

—Dejad que todas las aguas de Dune fluyan en la arena. Nunca podrán igualar a mis lágrimas.

Aquel era un exceso no-mentat, de todos modos, y lo reconoció como tal, obligándose a sí mismo a una evaluación más lógica de sus actuales necesidades. El tóptero exigía su atención. La tensión del pilotaje le proporcionó algo de alivio, y recuperó el control de sí mismo.

Ghanima está de nuevo con Stilgar. Y con Irulan.

¿Por qué había sido designada Zia para acompañarlo? Estudió el problema a la manera mentat, y la respuesta lo heló.
Habían previsto un accidente fatal.

47

Este santuario rocoso dedicado al cráneo de un gobernante no recibe plegarias. Aquí no resuenan las lamentaciones. Tan sólo el viento deja oír su voz en este lugar. Los gritos de las criaturas de la noche y la efímera maravilla de las dos lunas, todo dice que su día ha terminado. Ya no vienen más suplicantes. Los visitantes han abandonado la fiesta. Qué desnudo es el camino que asciende a esta montaña.

Líneas escritas en el Santuario de un Antiguo Duque Atreides

La cosa tenía la engañosa apariencia de la simplicidad para Leto: rechaza la visión, haz como si no la hubieras visto. Sabía la trampa encerrada en aquel pensamiento, cómo los casuales hilos de un futuro predestinado se entrelazaban entre sí hasta atraparlo rápidamente. Pero tenía una nueva forma de sujetar esos hilos. Nunca se había visto a sí mismo huyendo de Jacurutu. El hilo que lo unía a Sabiha debía ser el primero en ser cortado.

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