Hijos de Dune (53 page)

Read Hijos de Dune Online

Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Hijos de Dune
10.66Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Esta es una especie de ceremonia de graduación —dijo ella—. Estoy muy satisfecha contigo, Farad’n. Ponte en pie, por favor.

El obedeció, bloqueando así la visión que ella tenía de la cima del árbol a través de la ventana situada a sus espaldas.

Jessica puso rígidamente sus brazos a sus costados y dijo:

—He sido encargada de decirte esto: «Estoy ante la sagrada presencia humana. Tal como estoy yo ahora, te hallarás tú también algún día. Ruego a tu presencia que esto ocurra. El futuro sigue siendo incierto y así debe ser, porque es la tela sobre la cual pintamos nuestros deseos. Así la condición humana se hallará siempre frente a una hermosa tela vacía. Poseemos tan sólo este momento, en el que debemos dedicarnos continuadamente a la sagrada presencia que compartimos y creamos».

En el momento en que Jessica terminaba de hablar, Tyekanik apareció por la puerta a su izquierda, moviéndose con una falsa desenvoltura que no concordaba con su ceñuda expresión.

—Mi Señor —dijo. Pero ya era demasiado tarde. Las palabras de Jessica y toda la preparación que las habían precedido habían surtido su efecto. Farad’n ya no era Corrino. Ahora era Bene Gesserit.

49

Aquello que vosotros, miembros del directorio de la CHOAM, parecéis incapaces de comprender, es que muy pocas veces puede alabarse la lealtad en el comercio. ¿Cuándo habéis oído por última vez que un empleado haya dado la vida por su compañía? Quizá vuestra imperfección resida en la falsa convicción de que podéis ordenar a los hombres a pensar y a cooperar. Esto ha fallado siempre, desde las religiones a las organizaciones políticas y militares, a lo largo de toda la historia. Las organizaciones políticas y militares tienen una larga tradición de haber destruido así a sus propias naciones. En cuanto a las religiones, recomiendo una relectura de Tomás de Aquino. En cuanto a vosotros, los de la CHOAM, ¡en qué estupideces creéis! Los hombres quieren hacer las cosas movidos por sus propios impulsos más profundos. La gente, no las organizaciones comerciales o las cadenas de mando, son los que hacen que las grandes civilizaciones funcionen. Cada civilización depende de la calidad de los individuos que produce. Si vosotros superorganizáis a los seres humanos, los superlegalizáis, suprimís su ímpetu hacia la grandeza… no podrán funcionar, y su civilización se colapsará.

Una carta a la CHOAM, atribuida al P
REDICADOR

Leto salió del trance con una suave transición que no marcó un límite definitorio entre ambas condiciones. Simplemente se movió de un nivel de consciencia al otro.

Supo dónde estaba. Un flujo de energía lo atravesó, pero captó otro mensaje del viciado aire mortalmente carente de oxigeno del interior de la destiltienda. Si se hubiera negado a moverse, supo que hubiera permanecido atrapado en aquel seno sin tiempo, el eterno
ahora
en el que todos los acontecimientos coexisten. Aquella perspectiva lo atrajo. Vio el Tiempo como una convención creada por la mente colectiva de todos los seres conscientes. Tiempo y Espacio eran categorías impuestas al universo por su Mente. Lo único que tenía que hacer era liberarse de la multiplicidad a la que lo atraían las visiones prescientes. Una elección audaz podía hacer cambiar los futuros provisionales.

¿Cuánta audacia requería este momento?

El estado de trance seguía atrayéndolo. Leto sintió que había regresado del
alam al-mythal
al universo real sólo para descubrir que ambos eran idénticos. Deseó mantenerse en la magia Rihani de su revelación, pero la supervivencia exigía que tomara decisiones. Su apego a la vida envió señales a lo largo de sus nervios.

Bruscamente adelantó su mano derecha hacia donde había dejado el compresor de arena. Lo aferró, giró sobre su estómago, y soltó el sello del esfínter de la tienda. Una cascada de arena cayó sobre su mano. Trabajando en la oscuridad, empujado por el temor a quedarse definitivamente sin aire, puso rápidamente manos a la obra, excavando un túnel en un ángulo casi vertical. Recorrió seis veces la longitud de su propio cuerpo antes de surgir a las tinieblas y al aire puro. Se deslizó fuera de la ladera de una curvada duna, iluminada por la luz lunar, a casi un tercio de altura de su cima.

La Segunda Luna brillaba sobre él. Avanzó rápidamente hacia el lado oscuro de la duna, y las estrellas desplegaron su manto sobre él como rocas resplandecientes en un sendero. Leto buscó la constelación del Vagabundo, la encontró y dejó que su mirada siguiera el extendido brazo hasta el brillante esplendor de Foum al-Hout, la estrella polar del sur.

¡Aquí tienes todo tu maldito universo para ti!
, pensó. Visto de cerca, era un lugar en constante movimiento como la arena a todo su alrededor, un lugar de cambios, una unicidad formada por una sucesión de unicidades. Visto de lejos, sólo se distinguían los esquemas más amplios, y esos esquemas empujaban a uno a creer en lo absoluto.

En lo absoluto es donde podemos perder nuestro camino.
Aquello le hizo pensar en la advertencia familiar de una tonada Fremen:
«Aquél que pierde su camino en el Tanzerouft pierde su vida».
Los esquemas podían guiar y podían ser trampas. Uno tenía que recordar que los esquemas cambian.

Suspiró profundamente, actuando con rapidez. Se metió de nuevo en el túnel, deshinchó la tienda, la extrajo fuera, y la metió de nuevo en la fremochila.

Un resplandor vinoso empezó a aparecer por el horizonte oriental. Se colgó la fremochila al hombro, trepó a la cresta de la duna, y se detuvo allí, inmóvil en el frío aire precursor del alba, hasta que sintió el calor del naciente sol acariciar su mejilla derecha. Se tiznó las órbitas para reducir la reflexión, sabiendo que debía mejor adaptarse al desierto antes que combatirlo. Cuando hubo metido de nuevo el tiznador en la mochila sorbió uno de los tubos de recuperación, tragando una pequeña bocanada de agua, y luego aire.

Dejándose caer en la arena, empezó a revisar su destiltraje, llegando finalmente a las bombas en los talones. Habían sido hábilmente cortadas con un afilado cuchillo. Se sacó el destiltraje y lo reparó, pero el daño ya estaba hecho. Al menos la mitad del agua de su cuerpo se había perdido. De no ser por la hermeticidad de su destiltienda… Reflexionó en aquello mientras volvía a ponerse el destiltraje, pensando en lo extraño que era que él no hubiera anticipado aquello. Aquel era obviamente uno de los peligros de un futuro sin visiones.

Se acuclilló en la cresta de la duna, compenetrándose con la soledad de aquel lugar. Dejó vagar su mirada, rastreando la arena en busca de algún orificio, cualquier irregularidad de las dunas que pudiera indicar especia o la actividad de un gusano. Pero la tormenta había estampado su uniformidad sobre todo el paisaje. Entonces sacó un martilleador de la fremochila, lo armó, y activó el rotor para llamar a Shai-Hulud de sus profundidades. Luego se apartó a un lado y esperó.

El gusano tardó en llegar. Lo oyó antes de verlo, y se giró hacia el este, donde el susurro de la tierra removida hacia temblar el aire, y esperó hasta el primer estallido anaranjado de la boca surgiendo de la arena. El gusano se desenterró de las profundidades con un gigantesco torbellino de polvo que oscureció sus flancos. La curvilínea pared grisácea pasó al lado de Leto, que plantó sus garfios de doma, escalando ágilmente el costado. Hizo girar al gusano hacia el sur en una gran curva antes incluso de terminar su escalada.

Bajo la acción de los garfios, el gusano cobró velocidad. El viento aplastaba la ropa de Leto contra su cuerpo. Se sintió estimulado por el propio estímulo del gusano, con una fuerte corriente creativa atravesándolo de parte a parte. Cada planeta tenía su propio período, se recordó a sí mismo, y cada vida también.

El gusano era del tipo que los Fremen llamaban «refunfuñador». Frecuentemente plantaba sus anillos delanteros en la arena y agitaba violentamente la cola en el aire. Esto producía broncos sonidos y hacía que parte de su cuerpo se arqueara sobre la arena en agitadas ondulaciones. De todos modos era un gusano rápido, y cuando avanzaba en la misma dirección del viento las ardientes exhalaciones de su cola parecían la brisa de un horno lanzada contra él. El aire estaba cargado con los acres olores arrastrados por la producción de oxígeno.

Mientras el gusano se apresuraba hacia el sur, Leto dejó que su mente vagara libre. Intentó pensar en aquel trayecto como en una nueva ceremonia para su vida, una ceremonia que le inhibía de pensar en el precio que tenía que pagar por su Sendero de Oro. Como los Fremen de antes, sabía que debería adoptar varias de aquellas nuevas ceremonias para impedir que su personalidad se fragmentara en las partes de sus memorias, para impedir que los rapaces cazadores de su alma se apoderaran de él. Imágenes contradictorias, nunca unificadas, debían hallarse ahora enquistadas en él en una viviente tensión, en una polarizante fuerza que lo guiaba desde dentro.

Siempre novedades
, pensó.
Pronto encontraré esos nuevos hilos que se hallan fuera de mi visión.

A primera hora de la tarde su atención fue atraída por una protuberancia surgida frente a él y ligeramente a la derecha de su trayectoria. Lentamente, la protuberancia se convirtió en una colina baja, un cono rocoso que se erigía allí donde él había supuesto.

Ahora, Namri… Ahora, Sabiha, veremos cómo vuestros hermanos reaccionan ante mi presencia
, pensó. Aquella era la más delicada prueba que debía afrontar, mucho más peligrosa por sus atractivos que por su abierta amenaza.

La colina tardó largo tiempo en cambiar sus dimensiones, y parecía como si fuera ella la que se acercaba a Leto en lugar de ser Leto el que se acercaba a ella.

El gusano, ya cansado, se desviaba constantemente hacia la izquierda. Leto retrocedió a lo largo del inmenso lomo para fijar de nuevo sus garfios un poco más atrás y guiar al gigante por su rumbo correcto. Un suave pero intenso olor a melange llegó a su olfato, la señal de un rico yacimiento. Rebasaron las leprosas manchas de arena violeta donde había hecho erupción una masa de preespecia, y no controló firmemente al gusano hasta que no hubieron dejado atrás el yacimiento. La brisa, arrastrando aromas de canela, los persiguió por un tiempo, hasta que Leto desvió al gusano hacia su nuevo rumbo, enfilado directamente a la colina.

Bruscamente, un estallido de colores surgió en la parte sur del
bled
: el imprudente arcoíris de un artefacto humano en aquella inmensidad. Leto tomó sus binoculares y enfocó las lentes de aceite, y pudo ver en la distancia las curvadas alas de un buscador de especia brillando a la luz del sol. Bajo él una gran factoría estaba desprendiéndose de sus alas, como una crisálida desprendiéndose de su capullo. Cuando Leto bajó sus binoculares, la factoría se convirtió en una mota, y Leto se sintió desbordado por el
hadhdhab
, la inmensa omnipresencia del desierto. Aquello le dijo que los cazadores de especia debían haberlo visto, un objeto oscuro entre el desierto y el cielo, lo cual era el símbolo Fremen para
hombre
. Lo debían haber visto, por supuesto, y habían tomado sus precauciones. Esperarían. Los Fremen eran siempre suspicaces con cualquiera que hallaran en el desierto, hasta que reconocían al recién llegado o se cercioraban de que no constituía ninguna amenaza. Incluso recubiertos por la fina pátina de la civilización Imperial y sus sofisticadas reglas, seguían siendo salvajes semidomesticados, convencidos más que nunca de que un crys se disolvía a la muerte de su propietario.

Esto es lo que puede salvarnos
, pensó Leto.
Ese salvajismo.

En la distancia, el buscador de especia replegó sus alas, primero la derecha, luego la izquierda, una señal al equipo de tierra. Imaginó a sus ocupantes escrutando el desierto tras ellos, buscando las señales que les indicaran que había algo más que un simple jinete cabalgando un simple gusano.

Leto hizo girar el gusano a la izquierda, conduciéndolo hasta que hubo invertido su rumbo, se dejó caer por su flanco, y saltó lejos. El gusano, liberado de lo que lo retenía, se mantuvo en la superficie durante unos pocos latidos, y luego se enterró de cabeza hasta una tercera parte de su cuerpo y permaneció allí recuperándose, una señal segura de que había sido cabalgado demasiado tiempo.

Leto se alejó del gusano, que no iba a moverse durante un largo rato. El buscador seguía trazando círculos sobre su tractor, haciendo señales con sus alas. Debían ser seguramente renegados pagados por los contrabandistas, atentos a no servirse de comunicaciones electrónicas. Estaban cazando especia. Este era el significado de la presencia del tractor.

El buscador dio otro giro, plegó sus alas, salió del círculo, y apuntó su rumbo directamente hacia él. Leto lo reconoció como un tipo de tóptero ligero que su abuelo había introducido en Arrakis.

El aparato trazó un círculo sobre él, luego se alejó un poco siguiendo la cresta de la duna donde se hallaba, y aterrizó contra el viento. Se posó a menos de diez metros de él, levantando un surtidor de polvo. La portezuela de su lado se entreabrió tan sólo lo suficiente como para dejar salir a una sola figura enfundada en amplias ropa Fremen, con el símbolo de la lanza en la parte derecha de pecho.

El Fremen se acercó lentamente, dejando a cada uno de ellos tiempo de estudiar al otro. El hombre era alto, con el color totalmente índigo de la especia en sus ojos La máscara de su destiltraje ocultaba la parte inferior de su rostro, y la capucha había sido echada hacia delante para proteger su frente. El movimiento de sus ropas revelaba que la mano oculta bajo ellas sujetaba una pistola maula.

El hombre se detuvo a dos pasos de Leto, y se lo quedó mirando con asombradas arrugas en torno a sus ojos.

—Buena fortuna a todos nosotros —dijo Leto.

El hombre escrutó a su alrededor, buscando en la vacía soledad; luego volvió a centrar su atención en Leto.

—¿Qué estás haciendo aquí, chico? —preguntó. Su voz sonaba sofocada por la máscara del destiltraje—. ¿Estás intentando hacer de tapón para la boca de un gusano?

Leto usó de nuevo la tradicional fórmula Fremen:

—El desierto es mi hogar.

—¿Wenn? —preguntó el hombre.
¿De dónde vienes y adónde vas?

—Vengo de Jacurutu y voy hacia el sur.

Una brusca risa brotó de la boca del hombre.

—¡Bien, Batigh! Tú eres la cosa más extraña que jamás haya visto en el Tanzerouft.

Other books

Rebellion Project by Sara Schoen
REMEMBER US by Glenna Sinclair
Ghost Town by Richard W. Jennings
The Perfect Host by Theodore Sturgeon
Bravo Unwrapped by Christine Rimmer
Tainted by Christina Phillips
Three Weddings And A Kiss by Kathleen E. Woodiwiss, Catherine Anderson, Loretta Chase