Read Las normas de César Millán Online
Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier
Tags: #Adiestramiento, #Perros
Observé que, cuando Ian dio la orden a Hugo de «abajo», aunque estaba suprimiendo las señales de la mano, movió ligera e inconscientemente la cabeza. Se rio cuando vio que lo había pillado. «Sé que está mal, pero todos lo hacemos. Aunque mi intención era hacerlo totalmente inmóvil. “Hugo, sentado. Buen perro, Hugo, abajo. ¡Buen chico!”. Mejor, ¿no?».
«¡Buen chico!», le dije a Ian.
«Tenemos que minimizar las señales que enviamos con nuestro cuerpo o incluso con los ojos. Por eso cuando el perro no hace lo que se le pide, muchos piensan, “Vaya, me ignora, no me obedece”, y empiezan a frustrarse, se enfadan con su perro y la relación se va a pique. Pero no es eso lo que está sucediendo. Es decir, fíjate en Hugo ahora: ¿está siendo desobediente? No, está sentado a mis pies, mirándome, pero aún no me entiende porque no lo he adiestrado lo suficiente».
Kelly, que nos miraba en silencio mientras trabajábamos con Hugo, añadió sus reflexiones sobre el asunto: «Creo que tiene mucha importancia el hecho de que la gente no se da cuenta de todas las señales que mandan constantemente a su perro con el cuerpo y con la cabeza. Entonces, si el perro no los está mirando y le dicen “sentado” o “abajo”, y el perro no responde, es que es malo. O quizá estén diciendo una palabra y su cuerpo esté diciendo otra cosa. Por eso son tan importantes las órdenes verbales, aunque muy pocos perros tienen una comprensión verbal adecuada. Se les da muy bien observarnos, nada más».
Ian añadió: «Y he de decir que Hugo está mucho mejor adiestrado en francés. Kelly le habla en francés y es un perro muy bien adiestrado, lo que pasa es que aunque mi inglés sea muy bueno, él no conoce el idioma». «¿Por tu acento?», le pregunté con un guiño.
Ian se rio: «No, no. En realidad, trato de no adiestrarlo tanto, así puedo utilizarlo para las demostraciones, porque habrá mayor probabilidad de que se equivoque. Uno de los mayores encantos de los perros es su individualidad. No son robots y disfruto lo mismo viendo cómo lo hacen bien que viendo cómo lo hacen a su manera, o se equivocan, siempre que no sea peligroso. Me gusta trabajar con Hugo para que vean que sólo porque su perro no haga algo no significa que sea malo o poco inteligente. Significa que necesita más adiestramiento y más trabajo, porque ése es el proceso de aprendizaje». Antes de pasar a la siguiente fase Ian me propuso que adiestrara a Hugo en español para mostrar cómo aprende las palabras un perro. «Haz sólo señales con la mano, ¿de acuerdo? Son las que Hugo conoce».
Levanté el brazo y dije: «Hugo, sentado. Hugo, sentado. Hugo, abajo. Hugo, de pie». Respondió rápidamente a cada orden.
Ian exclamó: «¡Tenemos un perro multilingüe! Ha sido su primera clase en español. Habla francés, inglés y ahora español. Y en eso consiste el adiestramiento: en enseñar a nuestro perro nuestra lengua como segundo idioma. Ya sea el español, el inglés o el francés. Entonces podemos comunicarle lo que queremos que haga». Le pregunté: «Pero, claro, lo que el perro entiende no son realmente las palabras, ¿verdad?». Ian contestó: «Podríamos pasarnos horas discutiendo sobre si en realidad entienden el verdadero significado de una palabra. Lo que sí sabemos es que le puedes enseñar algo a un perro con una palabra. Si verbalizas un mensaje obedecerá con cierto grado de fiabilidad. Pero por supuesto los perros y las personas aprenden de forma distinta; los perros no generalizan. Por ejemplo, para enseñar a mi hijo a viajar en avión nos sentamos en sillas delante de la tele y nos pusimos el cinturón. Y ensayamos antes de volar a Londres. Así podríamos solucionar todo lo que saliera mal en plan, “me aburro”, “quiero hacer pis”, “quiero ir al baño”, “quiero comer”, “tengo sed”, “quiero ver una película”, “quiero leer un libro”. Lo repasamos todo juntos y cuando volamos de verdad fue genial. Una persona puede hacer eso. A partir de un ensayo se puede generalizar. Un perro no puede. Si Kelly adiestra al perro en la cocina, tendrá un perro que se portará bien con Kelly en la cocina. Si yo entro en la cocina, el perro no me hará ni caso. El perro debería ser adiestrado por todo el mundo y en todas las situaciones. Por eso el mejor ejercicio que podemos hacer es durante el paseo con él pararnos cada veinte metros y pedirle que haga algo. “Sentado”, “abajo”, “habla”, “vamos”. De ese modo cada ejercicio lo realiza en un decorado distinto, junto al patio de un colegio, un tres contra tres de baloncesto, una calle cubierta de hojas y con ardillas, montones de patinadores, niños, lo que sea. Y al cabo de un rato, ya sabes, un paseo de unos cinco kilómetros, el perro vuelve y se da cuenta: “Ah, ¿quieres decir que sentado siempre significa sentado? ¿Donde sea? ¡Jamás se me habría ocurrido!”».
El siguiente paso que propone Ian Dunbar en el proceso de adiestramiento es la transición de la recompensa con comida a lo que denomina «recompensas de la vida». Las recompensas de la vida pueden ser cualquier cosa, todo aquello que dé sentido a la vida de un perro en particular, que le proporcione la más pura felicidad. Ian explicó: «Empezamos con la comida como recompensa porque es conveniente. Pero no entra en conflicto con los intereses reales del perro, ya sea olisquear o jugar al tira y afloja o con otros perros. Ése es el secreto de un perro fiable: haz una lista con las diez actividades preferidas de tu perro y colócala en la puerta de la nevera. Entonces puedes adiestrar a tu perro. Deja que salga a la calle a olisquear y enséñale: “Ven aquí, olisquea. Ven aquí, olisquea”, o “sentado, olisquea”. Deja que juegue con otros perros. Probablemente sea lo que más le guste. Entonces le dices: “Ven aquí”, o haces que se siente y luego dejas que vaya a jugar de nuevo. Y en ese momento esas maravillosas actividades, que forman parte de su vida, de su calidad de vida, en lugar de convertirse en distracciones que perjudicarían al adiestramiento, se convierten en recompensas que lo benefician».
Enseguida me enamoré de la idea de Ian sobre las recompensas de la vida porque es un método muy claro para que entiendan y honren el lado animal de sus mascotas. Además es una forma de practicar una especie de liderazgo que puede desembocar en una verdadera relación de compañerismo con nuestro perro.
Ian prosiguió: «En la mayor parte de los casos el adiestramiento no consiste en enseñar al perro lo que queremos que haga, sino en enseñarle a querer hacer lo que nosotros deseamos que haga. De ese modo al final conseguimos un perro con iniciativa propia. Si dices: “Ven aquí”, él dice: “Sí, lo haré”. ¿Por qué? “Porque César me ha llamado. No lo hago por complacerle; lo hago por complacerme a mí mismo”. Porque son un perro y una persona que viven juntos, porque hay una relación. Básicamente me planteo el adiestramiento como si fuera un tango. Digamos que estáis bailando un tango. Seguís una coreografía exquisita y se supone que uno de los dos es quien lleva la iniciativa, pero a menudo lo hace el otro. Vais cambiando los papeles, alternando el mando, pero estáis disfrutando al hacer algo, al vivir juntos. Y para mí el adiestramiento de perros consiste en eso».
Durante su sesión de adiestramiento, tanto con Ian como conmigo, observé que Hugo había estado mirando a Kelly con cierta ansiedad. Pregunté: «¿Así que para Hugo ir con Kelly sería una recompensa de la vida?». Ian asintió. «Lo has pillado. Vamos a hacer una prueba. Hugo, sentado. Buen perro. ¡Vete con Kelly!». Nada más sentarse, Hugo cruzó la habitación a la carrera y saltó en brazos de Kelly.
«¡Buen perro! ¿Lo ves?», preguntó Ian. «Eso le hace realmente feliz. Así que para los perros de esta casa correr junto a Kelly, buscar olores y jugar al tira y afloja son las mayores recompensas».
Le expuse mi reflexión: «Es algo en plan: respeta la naturaleza, respeta tu casa, respeta a tu familia y considéralas una recompensa».
Ian asintió: «Es una forma muy bonita de plantearse la vida con un perro, ¿no? Ellos son la recompensa»,
A los perros les encantan los retos y los juegos. Siempre he creído que en la medida de lo posible el adiestramiento e incluso la rehabilitación de un perro deberían ser un juego. Ian Dunbar ha ideado infinidad de formas creativas para utilizar los juegos como herramientas para el adiestramiento y como recompensas de la vida para sus perros.
Uno de los primeros ejercicios que me mostró Ian aprovechaba la naturaleza competitiva y lúdica de los perros para mejorar su capacidad de respuesta ante una orden. Trajo a Dune, su magnífico bulldog americano de pura raza, con su enjuto y poderoso cuerpo de color siena oscuro y su enorme cabeza que me recordaba un poco a Daddy. Ian llamó a Dune y a Hugo y les ordenó sentarse erguidos delante del sofá mientras les mostraba una chuchería. Entonces, mediante un concurso, puso a prueba hasta qué punto reconocían una orden verbal. «Y digo: “El primer perro que se tumbe… ¡abajo!”». Los dos perros se tumbaron de golpe, pero el enorme Dune lo hizo antes. «Oh, ha ganado Dune. Hugo le ha dado ventaja. Vale: “El primer perro que… ¡sentado! No, no he dicho ‘rascarse’: Hugo, he dicho ¡sentado!”».
Ian siempre hacía una pausa larga y teatral antes de dar la orden de verdad para que los perros no se le adelantaran. Por el contrario, se quedaban inmóviles, muy atentos, hasta que oían la palabra. Era una manera maravillosamente creativa y divertida de asegurarse de que los perros conocían cuál era la palabra que correspondía a cada orden y no sólo las señales del cuerpo.
Siempre alerto a mis clientes del peligro de jugar al tira y afloja con su perro, sobre todo si es de una raza tan fuerte como el pitbull o el rottweiler, o es un perro tan insistente como el bulldog. Si no sabe controlar la intensidad del perro, el tira y afloja puede convertirse en una lucha de poder, entre usted y su mascota, que no le conviene potenciar. Sin embargo, Ian Dunbar ha condicionado a Dune y Hugo para este complicado juego, conservando él mismo el control del interruptor. De ese modo hace varias cosas a la vez: refuerza su posición de liderazgo hacia ellos, perfecciona su comprensión de las órdenes verbales y les proporciona una divertida recompensa de la vida para que disfruten.
Kelly trajo a Ian un juguete al que cariñosamente denominan «Sr. Armazón»: un roedor de peluche, con el aspecto de un animal peludo y atropellado. Ian puso el juguete delante de Hugo, que aguardó educadamente hasta que Ian dijo: «Muy bien. ¡Cógelo!». De inmediato Hugo se lanzó sobre el ajado juguete y empezó a tirar de él con todas sus fuerzas mientras Ian lo animaba: «Tira. Buen chico. Muy bien, tira. Muy bien, buen perro, buen perro. Muy bien, gracias, Hugo». Nada más decir Ian «gracias, Hugo, sentado», éste retrocedió y se sentó. En cuanto obedeció, Ian repitió la orden: «¡Cógelo!». Y Hugo volvió a lanzarse sobre el Sr. Armazón. «Ésa es la recompensa. ¿Ves? Mucho mejor que un premio en comida. Vamos, tira. Gracias, chicos. Perros, sentaos. Realmente quiero que disfruten con esto, porque es su recompensa por sentarse. Pero luego añado muy tranquilamente: “Gracias. Buenos perros. Perros, sentaos”. Al jugar al tira y afloja hay que tener muchas reglas; no puedes tocarlo a no ser que yo diga, “Hugo, cógelo”. El proceso de aprendizaje sería así: “cógelo”, luego tiramos del juguete y entonces digo, “gracias”, y me quedo inmóvil. Y cuando el perro lo suelta, “buen perro… , eres un perro muy bueno”… y quizá, para empezar, un premio en comida. Y luego por supuesto la recompensa grande, “cógelo”. Pero hay reglas, nunca puedes tocar mi mano. Si hay contacto se acabó, fin del juego. Nunca tocan el juguete hasta que digo “cógelo”. Y siempre lo sueltan cuando les digo “gracias”. Puedes ver que les encanta, así que nunca te tocarán la mano. Para perfeccionar este tipo de ejercicio se necesita mucha paciencia. Lo que me interesa es que puedo iniciar la actividad y detenerla. Una vez más es un truco del adiestramiento: conviertes la distracción que lo está perjudicando en una recompensa que beneficia al adiestramiento».
La cara b de aquel juego era otro juguete que sacó Ian, llamado «Sr. Tímido». Comparado con el raído y ajado Sr. Armazón, el Sr. Tímido parecía recién fabricado y cuando se le apretaba emitía un sonido chillón que podía enloquecer a los perros. «Este juguete no es para el tira y afloja. Es para que aprendan límites. Así que sólo les dejo tocar al Sr. Tímido con besitos. Y así enseño al perro que hay cosas que puede tocar, pero que no debe morder». Ian apretó el muñeco pero controlando minuciosamente la operación para que los perros lo respetaran. «Este ejercicio se puede hacer para preparar la llegada a casa de un gatito, un cachorrillo o un perrito nuevos, cuando hay que practicar algo. De ese modo este juguete durará toda la vida».
Pregunté a Kelly cómo controla la intensidad de los perros al jugar, ¿cuándo es demasiado intenso? «Hay que vigilar la intensidad, pero desde el punto de vista del adiestramiento, las interrupciones frecuentes impiden que el juego y el aprendizaje sean excluyentes entre sí. Por eso si el objetivo es utilizar el juego como recompensa por el buen comportamiento, habrá más interrupciones y, si sólo queremos pasarlo bien y todo el mundo está a gusto, habrá menos interrupciones».
Los Dunbar utilizan la sesión de juego del tira y afloja como un ejercicio de aprendizaje y como un juego, y ésa es también la base para enseñar a las personas a controlar la mala conducta de su perro: haciendo que la conducta sea una recompensa en sí misma, y luego dar la indicación para esa recompensa.
«Todo lo que se considera problemas (“vaya, mi perro ladra”, “mi perro intenta tirar de los objetos”, “mi perro no deja de saltar”, “mi perro sale corriendo”) ya no lo es. Sencillamente son juegos que haces con el perro para reforzar de manera constante la orden de “sentado”. Y una vez que tengamos esa orden de emergencia, “sentado” o “abajo”, podemos interrumpir lo que esté pasando. Podemos decir “sentado”, y se acabará el problema. Volvemos a tener el control y así podremos elogiar de nuevo al perro».
Por ejemplo, si un perro ladra de forma compulsiva, podemos hacer que sólo lo haga cuando se le indique. Ian lo explica: «Utilizamos la misma fórmula de cuatro fases: petición, señuelo, respuesta, recompensa. Por ejemplo, decimos “habla”, y hacemos que un cómplice llame a la puerta. Cuando el perro ladre, lo elogiamos y le damos un premio. De ese modo el perro aprende: “Ah, claro, cuando dice ‘habla’, alguien llama a la puerta”, y aprende a hablar cuando se lo decimos. Es difícil enseñar a un perro a callarse si alguien llama a la puerta, porque para él es emocionante. Pero, en cuanto esté dominado “habla”, podemos enseñarle “chsst” cuando nos parezca conveniente. Podemos ir a algún sitio perdido, desierto, donde no molestemos a nadie, decirle al perro que hable, y luego, cuando queramos que se calle, decir “chsst” y que olisquee un poco de comida como señuelo. Cuando huela la comida dejará de ladrar. En cuanto se calle lo elogiaremos durante unos segundos y a continuación le daremos la comida como premio. Entonces podemos practicar en la puerta de casa con la misma secuencia básica de cuatro pasos. Decimos “habla”, le ofrecemos un señuelo para que hable, alguien llama a la puerta, ladra, “buen chico, eres muy buen chico”, y luego decimos “chsst”, agitamos la comida ante su nariz para que la olisquee y en cuanto se calle, “bien, chsst, muy bien, chsst”, y le damos su premio. Ahora tenemos un perro que nos avisará cuando alguien se acerque a nuestra casa, pero que se callará cuando se lo digamos».