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Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier

Tags: #Adiestramiento, #Perros

Las normas de César Millán (22 page)

BOOK: Las normas de César Millán
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En ese momento puntualicé: «Así que estás siendo proactivo antes de que el perro te vuelva loco». Y entonces Ian contestó: «Exacto. Como les gusta tanto ladrar, ahora puedo usarlo como recompensa por sí misma. Recuerdo que, una vez que volvía en coche desde San Francisco, el puente estaba colapsado. Estuve dos horas en el atasco y llevaba a mi malamute conmigo, así que abrí el techo y dije, “Omaha, auuuu”, y él sacó la cabeza por el techo y me imitó: “Auuuuu”. A mi lado había un tipo en un BMW. Sacó la cabeza por el techo y empezó a aullar. Y todos los del puente salieron de sus coches y aullaron. Durante un instante todo el mundo aulló. De ese modo usamos el ladrido como una recompensa».

Retroceder con la lechuga

Ian describe a su perro de más edad, Claude, como un «gran perro pelirrojo». Dice: «Creemos que es un cruce de rotlweiler y redbone coonbound». Claude tiene unos 12 años y, a diferencia de los otros perros de los Dunbar, no fue criado por ellos. «Cuando nos lo trajeron, Claude ya era asocial. Así que, cuando juega, no respeta las reglas. Él es el que manda».

Claude tiene otra interesante peculiaridad: le vuelve loco la lechuga. Cuando paseaba, tenía la manía de bajar el morro e ignorar a la persona que iba con él, pero en cuanto Ian hizo el descubrimiento de la lechuga, comprendió que contaba con una herramienta nueva para motivarlo. «Cuando lo saco de paseo llevo un poco de lechuga, y mientras me quedo quieto y saco la lechuga se sienta y me mira: sin la lechuga jamás lo haría. Ya ves, hay que tener inventiva: si la albóndiga no funciona, si el elogio no funciona, busca algo que le emocione».

Al usar su creatividad y descubrir ese algo especial Ian creó una técnica nueva: «retroceder con la lechuga». Me dejó intentarlo. Mientras sostenía la lechuga Claude caminaba a mi lado sin problema, pero retrocedió cuando me giré a mirarlo. «Sentado», dije, y obedeció. Le di un poco de lechuga y seguimos nuestro camino.

«¡Es una ensalada César!», exclamé. Ian comentó: «Así es como debería ser todo adiestramiento. Vas con tu perro pegado a los talones, igual que de la mano con tu hijo o abrazado a tu pareja».

Trabajo olfativo con Dune

Me emocionó descubrir que a los Dunbar les entusiasma tanto como a mí trabajar el olfato de sus perros: como juego, como desafío físico y psicológico y como ejercicio de adiestramiento. Para un perro el sentido del olfato es fundamental y al asegurarnos de que no pierde el contacto con su nariz respetamos su parte más profunda de animal/perro. Como dueños suyos, le estamos demostrando que nos preocupa que haga las cosas que más le importan, no las que nos importan a nosotros como seres humanos.

Ian Dunbar ha investigado a fondo las habilidades olfativas de los perros. Según dijo: «Su sentido del olfato es increíble, apenas somos conscientes de todo cuanto pueden oler. Es decir, pueden entrar en una habitación y darse cuenta de que “aquí hay ocho personas y una de ellas tiene miedo”. Lo saben al instante. Aunque estemos a unos veinte metros se darían cuenta. En el trabajo olfativo confluye todo el adiestramiento y no hace falta recompensarlo por ello».

Kelly añadió: «Los perros emplean su sentido preferido y así son felices y acaban agotados, como con cualquier ejercicio. Además así trabajan. Las mascotas ya no tienen que trabajar. Esto les ofrece la oportunidad de realizar un trabajo accesible para perros de cualquier edad. No es como la agilidad para la que tienen que estar en muy buena forma».

Yo apunté: «Tal vez alguien de Nueva York pudiera decir: “Bueno, es que mi casa es muy pequeña”. Pero para este ejercicio da igual el tamaño de la casa, ¿verdad?». Kelly asintió, entusiasmada. «Se puede hacer en cualquier sitio: en casa, en el parque al aire libre. Es más, una habitación pequeña puede ser un reto mayor porque los olores se mezclan, así que un cuarto pequeño puede ser un buen reto para el perro».

Mientras los perros miraban emocionados, como si supieran que se acercaba su juego favorito, Kelly me explicó su método para trabajar el olfato. Colocan una corteza de abedul —cuyo olor se asemeja al de la zarzaparrilla— en un bote de refresco y lo esconden por la habitación mientras el perro espera fuera. Entonces dejan que el perro entre y le muestran su recompensa. Ian dijo: «En el caso de Claude, lechuga. En el de Hugo, comida». Para Dune, fanático del tira y afloja, la recompensa definitiva es un enorme cocodrilo de peluche: CocoBob. A continuación dan la orden «encuéntralo». Cuando el perro descubre el olor, lo recompensan con su premio favorito.

Kelly me lo explicó: «Para preparar a Dune tuvimos que trasladar la asociación del juguete al olor. Así que primero le enseñamos a buscar su juguete en general. Luego emparejamos el juguete con el olor para que aprendiera a identificar el olor con el cocodrilo».

Una vez preparados para el ejercicio, Ian dejó que los perros salieran de la habitación mientras Kelly escondía el bote oloroso entre los libros que había sobre una mesita. Cuando Dune entró no tardó más de un minuto en ir directo a por él. En el segundo intento escondieron el olor bajo el cojín de una silla junto a la enorme chimenea. Según Ian, aquel lugar suponía un reto algo mayor. Dijo: «Aquí es más difícil porque todo el aire se escapa por la chimenea, llevándose el olor, por lo que tal vez le llegue el aroma muy lejos de donde realmente está. Uno de los mayores errores que se cometen al entrenar el olfato es que se usa demasiado olor y, claro, se llena toda la habitación».

Nada más volver al cuarto Dune fue derecho al lugar donde había encontrado el olor en el primer intento. Kelly dijo: «Ahí queda un rastro de olor, pero encontrará el sitio donde hay una mayor concentración». Observamos cómo el concienzudo bulldog americano trataba de descubrir de dónde procedía ese olor. «Te proporciona mucha información sobre cómo se desplaza el aire en la habitación», dijo Kelly, viendo todos los rincones que Dune recorría en su búsqueda. Se veía claramente su intensidad al buscar y lo feliz que le hacía ese desafío. Estaba concentrado. A medida que Dune iba acercándose al punto Ian comentó: «Podemos ver que ha descubierto el olor, pero no termina de localizarlo». No habían pasado ni dos minutos desde que entrara en el cuarto cuando Dune encontró el olor y recibió su recompensa.

«Esto tiene una aplicación maravillosa, ya que, una vez que hemos adiestrado al perro a encontrar lo que le gusta —Hugo encuentra comida; Claude, lechuga y Dune, su juguete para el tira y afloja— el siguiente paso es que encuentre el mando de la tele o nuestras gafas. Es decir, yo siempre las pierdo. Puedo decirles: “¿Dónde están mis gafas?”. Son capaces de encontrar las llaves del coche, así que podemos sacarlos a dar un paseo en él. Es muy útil y creo que es el mejor ejercicio mental para un perro. Para mí, por lo que respecta a los ejercicios, está por encima de la rueda. Podría decir que olisquear y adiestrar el rompecabezas olfativo es más importante que el ejercicio físico en la rueda».

Como ya saben mis espectadores, creo que lo mejor que podemos hacer para proporcionar a nuestro perro un ejercicio físico y básico es salir a pasear con él. Pero, como señala Ian, el ejercicio mental es igual de importante cuando se trata de un desafío estructurado como el entrenamiento olfativo ideado por los Dunbar. Este tipo de desafío evitará que el perro se estrese o aburra un día lluvioso, o caluroso, o nevado, o cualquier otro día en que su dueño no lo pueda sacar de casa. Cualquier perro lo puede hacer sin importar su edad o su habilidad física. Me acordé de Daddy. Cuando ya estaba tan mayor que apenas podía ver ni oír, su olfato seguía tan activo como siempre.

Ian señaló: «Como ves, la tarea es la recompensa. Ya no es un trabajo. Para el perro es como ver una película. La actividad pasa a ser la recompensa. Es feliz usando su nariz, la mejor parte de su cuerpo, y es un ejercicio de adiestramiento, pero no deja de ser emocionante para él. Es lo que debería ser todo adiestramiento, la auténtica recompensa».

Sin correa en el mundo real

Donde verdaderamente se ve la fuerza del adiestramiento sin correa es en el mundo real, en la calle o en un parque. Para demostrarme las aplicaciones prácticas de todo cuanto me había estado explicando en su casa Ian nos llevó a Dune y a mí al exuberante Berkeley Codornice Park.

«El adiestramiento tiene que ser más fuerte que el instinto, más fuerte que ningún impulso, más que ninguna distracción. Y ahí hay muchas distracciones. Sobre todo olores. Quiero decir: la nariz del perro es asombrosa. He investigado qué es lo que huelen. Evidentemente distinguen entre macho y hembra, entre castrado e intacto, entre uno y otro perro, entre la orina de un macho desconocido y la de un macho que sí conozcan. Es como su
pipi-mail
. Así se comunican los perros. Al igual que nosotros tenemos el e-mail, ellos tienen el
pipi-mail
, ¿de acuerdo? Y es igual de importante para ellos. Son animales sociales».

Ian señaló a Dune, que se había alejado a una parcela de parterre con flores y estaba olisqueándolo despreocupadamente. Ian puntualizó: «Está comprobando qué amigos de los que conoció en sus paseos han estado ahí. Quizá haga un año desde la última vez que pisó este parque. Y ahora está oliendo, pensando, “¡Vaya, ése es Joe! Lo conocí hace tres semanas en la cima del Shasta. Vaya”. ¿Sabes? Es como si hubiera estado de vacaciones y ahora revisara sus e-mails. Es tan importante para un perro que acabará por convertirse en una distracción. Por eso tenemos que dar la vuelta a sesiones como ésta y que sea una recompensa».

Ian me demostró lo que quería decir al convertir la distracción del parque y el intenso olisqueo de Dune en una «recompensa de la vida» que beneficia a su adiestramiento en lugar de perjudicarlo. El primer requisito es que el dueño tenga un lugar donde no haya problema para «sentarse». Esto se debería ensayar en casa, al igual que el reclamo, empezando en un espacio reducido.

«Tendríamos que ensayarlo en el baño, en el salón. Deberíamos hacerlo en el jardín o en un espacio menor donde lo podamos controlar. Entonces traemos al perro de un amigo para que la distracción sea la zona sin correa, y la tentación, el otro perro. Así todo aquello que era una distracción, que impedía que su mascota se portara bien y que enfurecía al dueño y lo llevaba a castigar a su perro ahora se convierte en una recompensa».

Ian demostró con Dune cómo funciona su método. Dejó que Dune paseara a placer, sin correa, pero siempre vigilado. Si se alejaba demasiado Ian lo llamaba, «Dune, sentado». Cuanto más rápido respondía Dune, antes le dejaba Ian levantarse para darle esa «recompensa de la vida» de olisquear el arbusto. Soltaba a Dune con las palabras «a jugar». Observé que Kelly empleaba la palabra libre para el mismo fin. Si Dune no se sentaba al instante, Ian hablaba con un tono más apremiante hasta que Dune se sentaba, entonces llamaba al perro y le indicaba que se sentara de nuevo. «Si el olor está ahí y si se sienta de inmediato, obtiene su recompensa a continuación. Sin embargo, si no se sienta de inmediato, tendrá que venir a mi lado y repetir el ejercicio hasta que se siente al oír una única orden antes de poder retomar de nuevo su exploración. De ese modo al final el perro aprende que si se sienta cuando se lo piden, puede pasárselo muy bien».

Ian y yo coincidimos en que cuando salimos con nuestro perro al mundo real —ya sea a un parque donde pueda ir sin correa o a sentarnos en la terraza de un café, esta vez con la correa puesta— el perro debería centrar su atención en ti constantemente o al menos en parte. Dado que hacía tiempo que Ian y Dune no habían paseado juntos por el parque, al principio de nuestra excursión quedó claro que Dune no iba a obedecer en ese sentido. «Aún no está pendiente de mí al cien por cien. Así que habrá más adiestramiento que juego. Pero en cuanto esté alerta y yo diga “sentado”, se sentará. Entonces todo será andar y olisquear».

Este ejercicio se convierte en todo un reto, porque el olfato de un perro es tan poderoso que cuando huele algo a menudo ni siquiera nos oye ni nos ve. Y es un reto para el dueño, porque es muy fácil perder la paciencia o disgustarse si piensa que su perro lo ignora.

Ian afirma: «Las orejas están desconectadas. Cuando está olisqueando, el perro literalmente no nos oye. Yo lo comparo con mi hijo o mi mujer. No siempre hacen de inmediato lo que les pido, pero no quiero enfadarme ni disgustarme con ellos. Los quiero. Es lo mismo con el perro. Muy bien, no te has sentado al oír la primera orden. No es una tragedia. Pero lo vas a hacer. Y cuando lo hayas hecho, repetirás el ejercicio hasta que te sientes tras una única orden. Para mí el adiestramiento es un proceso que dura toda la vida».

Camelar al perro, uno, dos y tres

Ian Dunbar aplica su filosofía de evitar el contacto físico siempre que sea posible, incluso en el parque. «Utilizo la voz al adiestrar y también la uso al reprender. Es una forma de castigo, pero es un castigo no aversivo. Podemos hacer muchas cosas con la voz, variando el tono, que el perro entiende. Y tengo un método muy útil, en el que siempre marco con una contraseña la importancia de cada orden para el perro».

Esa contraseña se puede establecer con el nivel de energía o el tono de voz. Durante el tiempo que pasamos juntos vi cómo Ian variaba el tono y el volumen muchas veces, siempre con la intención de conseguir una respuesta distinta. Una de las imaginativas ideas que propuso fue gritarle al perro con un tono de voz apremiante en una situación tranquila y normal en casa, y luego premiarle con generosidad. «Si estamos disgustados no deberíamos adiestrar. No funcionaría. Sin embargo, deberíamos adiestrar al perro para que sepa distinguir cuándo estamos disgustados y cuándo asustados. La primera vez que una persona usa la orden “sentado” como una emergencia, tal vez grite: "¡Rover, sentado, sentado, SENTADO!". Y el perro dice: “No creo: ¡me estás gritando!”. El perro se asusta y sale corriendo. Así que ensayamos órdenes emitidas cuando el dueño habla en voz muy alta, pero que para el perro sólo signifiquen que va a recibir un premio mejor. De ese modo, si estamos fuera de casa y el perro sale corriendo a la calle, cuando le gritamos preocupados que vuelva a casa, no piensa que de repente estamos enfadados con él; entiende la urgencia y que, si obedece, tendrá una mayor recompensa».

La otra manera que tiene Ian de conseguir «establecer la contraseña» es lo que él llama «el camelo del perro, un, dos y tres». Usa tanto el tono de voz como el nombre con el que llama al perro para indicar la importancia de lo que le va a pedir.

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