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Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier

Tags: #Adiestramiento, #Perros

Las normas de César Millán (19 page)

BOOK: Las normas de César Millán
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Entonces Mark intentó dar de comer a Chico. Pero el perro no sólo se negó a comer de su mano, ¡incluso se negaba a comer delante de él! «Era casi una humillación. Estaba prohibido. “No, soy un akita. No como de tu mano”. Y yo, en plan, “Venga, tienes que comer”. No encontraba nada que pudiera proporcionar placer o alegría a ese perro y pensaba: “Bueno, esto no va a funcionar. Si no disfrutas con esto, no”. Pero no tenía elección, porque íbamos a hacer una película sobre un akita, y él era el protagonista, y vivíamos de eso. Quiero decir, si podía hacer que un leopardo se colocara en su marca, podía conseguir que ese perro también lo hiciera. Sólo tenía que descubrir cómo comunicarme con él».

Su relación por fin dio un giro cuando Mark empezó a trabajar la agilidad con Chico. «Poco después ya estaba recorriendo la pista de agilidad sin chucherías ni recompensas. Al principio ni me miraba, pero lo logró. Su adiestramiento tenía un propósito. “Ah, quiere que vaya desde aquí hasta allí y luego desde allí hasta allá. Ahora lo entiendo”. Para él tenía sentido. Sobre todo estaba disfrutando. Después de eso empezó a encontrar sentido a otras cosas y enseguida estaba zampando de mi mano».

Al cabo de un mes de no obtener respuesta alguna de Chico, al final Mark encontró su puerta de entrada gracias al trabajo de agilidad que hicieron juntos. Seis meses después Chico protagonizaba una película con Richard Gere, rodeado por un nutrido equipo técnico, focos y maquinaria. Resulta muy difícil adiestrar a un akita. Muchas razas antiguas parecen ser más frías y menos dispuestas a complacer al ser humano que los retriever, los perros de pastoreo o los terrier, por ejemplo
[1]
. «Los criadores de akitas estaban sorprendidos por lo mucho que trabajaba y repetía cada cosa ese perro. Tras la película me lo quedé como mascota, algo que no había hecho hasta entonces».

Es importante tener en cuenta por qué tuvo tanto éxito Mark. No sólo pensaba en lo que ese perro podía hacer para él. Estaba pensando: «¿Cómo puedo encontrar algo que realmente anime a este perro?». Lo fundamental de esa relación era convertir aquella experiencia en algo divertido y desafiante. Mark confirma: «Quería que se divirtiera trabajando. De lo contrario, no conseguiría nada».

Distintos perros, distintas habilidades

El último perro que Mark me mostró era magnífico: un pastor inglés, marrón y blanco, llamado Dusty. Dusty era la mitad de un dúo: Dusty y Duffy, dos pastores ingleses idénticos que interpretaban el personaje de Sam, el perro que cambia de forma en la serie de vampiros de la HBO
True Blood
. Una de las especialidades de Dusty consistía en levantar la pata cuando se le ordenaba.

Observé cómo Mark llamaba a Dusty para que se colocara en su marca y le ordenaba: «¡Arriba!». Levantó la pata con suavidad y Mark susurró: «Más arriba», mientras el perro la mantenía en alto durante más de diez segundos. Mark soltó a Dusty al tiempo que decía: «¡Muy bien!», y le daba una chuchería de su morral.

«Es una especie de cabriola forzada, la misma idea de dame la pata, aunque ahora se trata de dame la pata trasera», explicó. La ayudante de Mark, Tracey Kelly, trajo una caja blanca mediana de manzanas para que Mark me mostrara cómo había ido forjando la cabriola. Con un puntero guió la pata de Dusty hacia la caja y luego le dio un premio. «Empiezo por recompensarlo por un toque. Así capta la idea. Empiezo con una caja pequeña y luego voy pasando a otras cada vez más grandes».

Por supuesto, el pastor inglés tiene la agilidad y la complexión para poder hacerlo. Otro perro podría pasarlo peor. Por eso, los adiestradores de Hollywood suelen emplear distintos perros para el mismo personaje.

Mark continúa: «Cada perro tiene su habilidad y su personalidad propias. Por ejemplo, Dusty levantaba la pata más rápido, lo cogió mejor que Duffy, por lo que, si en una escena hace falta levantar la pata, lo usaré a él. También es más sociable que Duffy; por eso, si en la escena tiene que echar a correr hacia un grupo de personas que le van a dar un abrazo, recurriremos a él. A Duffy se le dan mejor las cabriolas, es más preciso, así que si se trata de algo muy específico lo utilizaremos a él. Duffy también tiene un aspecto más serio. Este tipo —señaló a Dusty, acariciando su pelo— tiene un aspecto más despreocupado y juvenil. Duffy es más serio, un poco más elegante, así que si la escena requiere violencia o una situación en la que tenga que parecer siniestro, su aspecto es mejor, así que nos compensa. En cierta ocasión tuvieron que trabajar juntos, porque los dos interpretan a Sam, el perro del protagonista, pero también al perro cuya forma adopta Sam. Así pues, en una escena Sam se transforma en perro y se va a nadar con su propio perro. Fue muy divertido».

Cuando al final de la jornada nos despedimos, y Mark y Tracy metieron a sus perros en la furgoneta para regresar a su rancho al norte del condado de Los Ángeles, me sentía como si hubiera estado hablando con mi alma gemela. Aunque el trabajo de Mark consiste en lograr que un animal haga cosas que sólo benefician al ser humano, está claro que trabaja desde la perspectiva del perro y siempre busca la manera de que el trabajo en el cine sea divertido y gratificante para el perro. Hablamos de un hombre que empieza cada tarea recordándose que lo primero es respetar al animal. En mi opinión, por eso ha obtenido tantos y tan buenos resultados y se ha divertido en su trabajo durante treinta años.

Las normas de Mark Harden para el adiestramiento en Hollywood

  1. Sea claro y simple en cuanto a lo que quiere de su perro. Empiece con cosas sencillas, básicas, y no pase a otro nivel hasta que esté seguro de que las primeras conductas han sido perfectamente asimiladas.
  2. Cada perro es diferente y se motiva por una enorme variedad de cosas. Lo mejor es tener muchas opciones en nuestra caja de herramientas y no abandonar hasta haber encontrado esa recompensa o actividad especial que le permita comunicarse con su perro. ¡Y asegúrese de que ia experiencia sea divertida!
  3. Mi regla del yin y el yang: cuando enseñe cualquier conducta, enseñe también la opuesta; por ejemplo, «sentado» va siempre emparejado con «¡de pie!».
  4. Utilice un refuerzo mixto y variable: una vez que el perro haya asimilado lo elemental de la conducta que está tratando de enseñarle, no lo premie constantemente, y alterne las recompensas, desde comida hasta elogios o juguetes. Al final el mero hecho de haber logrado asimilar la conducta se convierte en una recompensa por sí mismo.
  5. Sea específico. Pague por lo que quiere, no por lo que no quiere. Si el perro sólo consigue realizar parte de la conducta, no lo premie. De lo contrario, ¡le estará enseñando a hacer bien sólo la mitad de la conducta! Deje que descubra él solo qué es lo que tiene que hacer para recibir su recompensa: eso forma parte del desafío.
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Correas fuera
El doctor Ian Dunbar y el adiestramiento de perros sin contacto físico

El aroma de las flores primaverales inundaba la furgoneta mientras avanzábamos por las pintorescas calles de las colinas de Berkeley, California. En la cima estaba la casa de Ian y Kelly Dunbar: una preciosa mansión de estilo italiano de finales de la década de 1920 sobre un exuberante jardín desde el que se veían el parque y la ciudad universitaria.

Desde que oí hablar del doctor Dunbar, y de sus trabajos pioneros en el adiestramiento sin correas de cachorros, quise conocerlo. Ian y su encantadora esposa, Kelly Gorman Dunbar —que también era adiestradora de perros—, me habían invitado a una cena informal dos años antes. Enseguida congeniamos, pero en realidad nunca tocamos el tema de la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio, esto es, la forma muy distinta en que cada uno de nosotros trabajaba con los perros.

El propósito de aquella segunda reunión era compartir ideas e información y que Ian me mostrara cómo funcionan sus métodos de adiestramiento sin correa. Al invitarme a su casa los Dunbar sabían que serían mal vistos por algunos seguidores del adiestramiento positivo que critican y a menudo malinterpretan lo que hago. Y yo sabía que me pasaría gran parte de esos dos días como el alumno de alguien que no coincide conmigo en unas cuantas áreas básicas. Pero llevaba mucho tiempo ansiando ese encuentro. Como padre, me parece fundamental ser un ejemplo para que mis hijos aprendan que hemos de dialogar con aquellos que podrían no estar de acuerdo con nosotros en lugar de ponernos a la defensiva, gritarles o calificar sus ideas de erróneas. Quiero que mis hijos cambien el mundo, pero no alejándose de los que no comparten su mismo punto de vista, sino hablando con ellos y, sobre todo, escuchándoles. Así es como aprendemos, crecemos y cambiamos nuestro mundo como seres humanos, no sólo como encantadores de perros o como adiestradores. Al compartir información y olvidar los prejuicios todos nos beneficiamos y abrimos una ventana de esperanza al mundo. Creo que para transformar el mundo antes debemos transformarnos a nosotros mismos y ése fue mi espíritu mientras me preparaba para la oportunidad de trabajar con uno de los hombres más respetados e influyentes en el mundo del adiestramiento de perros.

«Cuidado con el muro», dijo amablemente el elegante y canoso Ian Dunbar mientras entrábamos marcha atrás por la puerta. «Lo levanté con mi hijo Jamie». Aquel muro de fabricación casera me dio la primera pista de que Ian Dunbar y yo teníamos mucho más en común de lo que podría parecer a primera vista. Después de todo soy un mexicano campechano que no pasó del instituto y que cruzó la frontera con la ropa que llevaba en la mochila. Él es todo un caballero inglés con la pared cubierta de diplomas —una licenciatura en veterinaria, con matrícula de honor en fisiología y en bioquímica, por el Royal Veterinary School de la Universidad de Londres, y un doctorado en conducta animal por la Facultad de Psicología de la Universidad de California, en Berkeley—, que se había pasado una década investigando la comunicación olfativa, el comportamiento social y la agresividad en los perros domésticos. Desde que aparecí en la televisión norteamericana me han comparado desfavorablemente con Ian Dunbar, que durante cinco años tuvo su propia serie en la televisión británica. ¿Qué podíamos tener en común más allá de nuestro interés por los perros? En el fondo los dos somos chicos de granja: un par de tipos sencillos que sólo quieren plantar árboles en su jardín, levantar sus propios muros y deambular por el campo con los perros. La actitud relajada y cordial de Ian enseguida me hizo sentir como en casa.

Ian suspiró: «Crecí en una granja. De niño vagaba por los prados con mi perro. Siempre estaba con él. Y era maravilloso. Es más, hasta mi primer programa sobre perros no tuve una correa».

Asentí y recordé con melancolía aquellos lejanos días en la granja de mi abuelo, recorriendo los pastos y las polvorientas carreteras, seguido siempre por una manada de perros. Allí tampoco había correas.

Ian prosiguió: «¿Sabes? Ya no se disfruta con eso. Ya no quedan muchos sitios donde los perros puedan ir sin correa. Está pasando en todo el mundo. Cuando era un niño, si ibas a un pub en Inglaterra, había tres perros dentro: dos lurcher y un jack russell bebiendo cerveza de un platillo. Si entras ahora en un pub no verás un solo perro».

Le pregunté: «¿Por qué cree que pasa eso?». Ian contestó: «Cada vez nos volvemos más restrictivos porque nos preocupan las agresiones por parte de los perros. Pero lo irónico del asunto es que por este aumento en las restricciones ahora resulta mucho más difícil hacer que un perro sea sociable».

El creciente problema de los perros antisociales y descontrolados es el punto donde convergen las vidas de un veterinario británico y un inmigrante mexicano. Si bien los perros rebeldes hicieron que me convirtiera en el encantador de perros en lugar de ser el adiestrador del próximo Lassie, el mismo problema inspiró a Ian Dunbar para desarrollar su idea de adiestrar cachorros —al igual que perros adultos— para que obedezcan incluso sin llevar la correa. Su objetivo consiste en usar el adiestramiento básico para evitar todos esos problemas de conducta y de comunicación que desembocan en las demenciales situaciones que hacen que mi programa sea tan dramático.

Ian explicó: «Fundamentalmente enseño técnicas donde no hay contacto físico, y hay un buen motivo para ello. Hay muchos seres humanos que no saben tocar a los animales. Y quizá los hombres y los niños sean los peores. Hacen cosas espantosas con los perros. Si el perro lleva puesta la correa, normalmente acaban por tirar de ella. Así que les digo: “Bueno, vamos a quitarle la correa y se acabó el problema”. Es distinto si se trata de un adiestrador experto como tú o como yo, porque sabemos a qué animales podemos tocar y cómo tocarlos. Los métodos de adiestramiento que receto no tienen nada que ver con mi forma de adiestrar a un perro o con tu forma de adiestrarlo. Tiene que ver con el hecho de que tengo una familia y dos hijos. Quizá no tengan nuestra capacidad de observación o nuestra rapidez y control del tiempo, y seguro que no son tan listos como el perro. Pero, con todo, necesitan aprender a vivir en armonía con su perro».

«Casi todo el mundo utiliza la correa como una muleta. Se ha convertido en una herramienta de adiestramiento muy, muy difícil de eliminar. Comparada con ella, la comida es más fácil».

Yo también prefiero trabajar sin correa con los perros, si bien las herramientas que suelo emplear son mi energía, el lenguaje corporal, el tacto y un par de sonidos muy sencillos. Ian Dunbar está de acuerdo con mi forma de usar el contacto físico para corregir a un perro. Aunque él también emplea el lenguaje corporal para comunicarse, su herramienta favorita es la voz.

«No toco al perro. Nunca uso las manos para que haga algo, pero las manos le muestran mi agradecimiento, le dicen: “Buen perro”. Pero sí uso mi voz, porque la voz es lo único que tenemos siempre».

Prefiero el silencio cuando trabajo con un perro. Según lo veo yo, así es como se comunican entre sí en su propio mundo: mediante el olfato, la energía, el lenguaje corporal, la mirada y, en ultimo lugar, el sonido. Aprender el método de adiestramiento de Ian Dunbar sería un reto para mí, tan importante como emocionante. Muchos de mis clientes sueñan con poder usar órdenes verbales para comunicarse con sus perros.

«Antes podía hablarle a mi malamute con frases completas. “Phoenix, ven aquí, coge esto y llévaselo a Jamie, por favor”. Y cogía la nota y salía corriendo al jardín en busca de Jamie. Es una retroalimentación binaria: premiar al perro cuando lo hace bien y reprenderlo cuando lo hace mal, pero siempre con la voz. Hemos de emplearla de un modo aleccionador, porque eso es lo que queremos que aprenda. El criterio básico para adiestrar es que disponemos del control verbal cuando el perro se encuentra a cierta distancia, distraído, y no necesitamos más recursos para el adiestramiento. Ni correa, ni collar, ni chucherías, ni pelotas, ni juguetes. Cuando decimos que se siente, el perro se sienta».

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