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Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier

Tags: #Adiestramiento, #Perros

Las normas de César Millán (20 page)

BOOK: Las normas de César Millán
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Yo había llevado a Junior, mi leal pitbull, que entonces tenía 2 años y medio. Por supuesto, como todos mis perros estaba equilibrado aunque no exactamente adiestrado. Le dije a Ian: «Lo he criado desde que tenía dos meses. No puedo colgarme medalla alguna: mi perro Daddy, que murió hace unos meses, hizo casi todo el trabajo. Junior absorbió la forma de ser de Daddy, y yo me limité a guiarlos un poco. Por eso, Junior no reconoce eso de sentado, abajo o quieto». Mostré a Ian los dos sonidos que Junior identifica como órdenes: un sonido parecido a un beso, que significa «ven, sí, bien», y un chistido que significa «no me gusta lo que estás haciendo». «Son los únicos sonidos que conoce, pero me encantaría que me mostraras cómo le enseñarías a obedecer una orden». Ian aceptó el desafío y nos invitó a Junior y a mí a su espacioso y luminoso salón, y me indicó que me sentara en el mullido sofá de cuero marrón.

Junior aprende inglés como segundo idioma

Ian empezó a hablar: «Antes de comenzar mi abuelo me enseñó que tocar a un animal es un privilegio que hemos de ganarnos. No es un derecho». Sonreí, sintiéndome cada vez más cómodo. Aquel encantador inglés y yo teníamos algo más en común: unos abuelos que compartieron con nosotros su sabiduría sobre la madre naturaleza. «Y lo más peligroso de un perro es esa cosa roja alrededor del cuello». Señaló al collar de Junior. «Un 20 por ciento de los mordiscos de perro se producen cuando el dueño toca eso. Sucede cuando el dueño agarra el collar y le toca la cara: “Eres un perro malo”». Ian había pasado años investigando las causas y los efectos de las agresiones de los perros domésticos, así que conocía muy bien las estadísticas.

Para evitar imprevistos Ian utiliza una chuchería para ponera prueba el temperamento. «Me tomo mi tiempo. Mira, no conozco a Junior. Quizá yo no le guste. Así que quiero asegurarme de que está bien. Si Junior coge la chuchería, digo: “Te pillé. Ya estamos en marcha. Hoy vamos a trabajar contigo”». Mientras Junior cogía la chuchería de la mano de Ian, éste le mostró el collar con la otra, un gesto que repitió varias veces. Ian estaba condicionando a Junior a asociar su mano con la agradable experiencia de conseguir la chuchería. «Esta clase de asociación también puede ser un salvavidas», añadió. «Podríamos tener una emergencia: si intenta saltar por la ventanilla del coche en plena autopista, puedo agarrarle rápidamente del collar. Y no reaccionará mordiéndome; lo primero que pensará es: “¿Dónde está mi chuchería?”». Ian me explicó que su proceso empieza con una sencilla secuencia de cuatro fases: 1) petición, 2) señuelo, 3) respuesta y 4) recompensa.

«Así pues, decimos: “Junior, sentado”. Es la número uno, la petición. Y entonces levantamos la comida». Ian flexionó el brazo y levantó la chuchería que servía de señuelo por encima de la cabeza de Junior. «Ahora su trasero toca el suelo. Ésa es la respuesta. Por eso ahora, “Buen chico. Toma”. Lo recompensamos».

Luego Ian pidió a Junior que se pusiera de pie, moviendo ligeramente a un lado la mano con la chuchería. «Cuando se levante, decimos: “Buen chico”, y le damos la chuchería». Ian repitió la secuencia una vez más y Junior respondió a la perfección.

Advertí que Ian sostenía la chuchería muy cerca de los dientes del perro, pero no se la daba aún. Explicó: «Cuanto más tiempo la sostengas, más reforzarás su posición de sentado-quieto, tan agradable, serena y firme».

A Junior se le daba genial esa rutina de sentado-de pie. A continuación Ian encomendó a Junior una misión mucho más dura: «Abajo». Al decir la palabra abajo, Ian bajó la mano con la chuchería. Junior lo siguió con la mirada, pero no adoptó la posición deseada.

Ian dijo: «Está bien. Ésta es un poco más difícil». Volvió a empezar la rutina desde «sentado», usando tan sólo el movimiento del brazo sin ofrecer una chuchería como recompensa. «¿Ves? Ya estoy eliminando el señuelo de la comida para la señal de sentarse. Es muy importante. Lo más importante en el adiestramiento es eliminar la comida, y eso es algo que muy pocos hacen. De ese modo el perro aprende: si mi dueño tiene comida, lo hago; si no tiene comida, no lo hago. Igual que no tiene sentido adiestrar a un perro para que sólo obedezca cuando tiene puesta la correa, no tiene sentido que un perro sólo obedezca si tenemos comida. Tenemos que estar seguros de que nos escuchará aunque no tengamos comida».

Miré orgulloso a Junior. Ahí estaba, atento, alerta, con la elegancia del pitbull. Estaba esperando su siguiente orden.

Como si me leyera el pensamiento, Ian dijo: «Fíjate en Junior. Está pensando: “¿Ahora qué hago?”. Tan hermoso y sereno. Vamos a intentar de nuevo que se tumbe». Ian bajó la mano y, en esa ocasión, Junior lo acompañó con todo el cuerpo aunque con torpeza. A pesar de ello Ian lo recompensó con la chuchería y lo animó con un tono cálido y reconfortante: «Buen perro. Buen chico. Eres un perro muy bueno. Estoy muy impresionado. Junior, sentado». En cuanto se sentó erguido al oír la orden, no pude evitar lanzar un puñetazo al aire de alegría.

Ian se rio. «Estás orgulloso de él, ¿verdad? Vale, Junior, abajo». Y se tumbó, flexionando torpemente sus extremidades, una a una. «Buen perro, aunque parecía que te derrumbabas, más que tumbarte. De todos modos, te recompensaré. Lo que estamos haciendo es enseñar a Junior inglés como segundo idioma. Poco a poco iremos trabajando estas tres órdenes: “sentado”, “abajo”, “de pie”».

Mientras seguía trabajando las tres órdenes con Junior, Ian me explicó que al enseñarle esas órdenes básicas —la más importante, que «sentado» fuera de verdad— puede solucionar el 95 por ciento de los posibles problemas de comportamiento que puedan surgir con un perro. Aquella prueba infalible de «sentarse» sin correa es la esencia de la filosofía de Dunbar a la hora de adiestrar. «Si está a punto de salir corriendo por la puerta, o de saltar sobre ti, perseguir al gato, subirse al sofá, saltar del coche antes de que se lo digas… “Junior, sentado”. Se acabó el problema. Si está a punto de perseguir a una niña en el parque, porque tiene una hamburguesa, al ser un pitbull, aunque Junior esté jugando, imagina lo que pensaría la gente. “Junior, sentado”. Se acabó el problema».

Ian luego explicó que, aunque lo más importante es afianzar la posición de «sentado», con un perro trabaja las tres órdenes para que aprenda realmente qué significa cada término. Si sólo le enseña «sentado, de pie» o «sentado, abajo», quizá el perro sea más astuto que él y adivine qué orden vendrá a continuación. Al alternar las órdenes, con el mayor número posible de variaciones en la secuencia, desde «sentado, de pie, abajo» hasta «de pie, abajo, sentado», obliga al perro a escuchar de verdad los sonidos que le salen de la boca y averiguar qué sonido va emparejado con cada conducta. Ian prosigue: «Lo importante no son las palabras. Kelly adiestra a sus perros en francés. Tú podrías hacerlo en español. Yo empleo palabras para que el dueño entienda el significado. Pero al perro le da igual. Tras unas seis asociaciones, más o menos, el perro puede entender el significado de un nuevo sonido o palabra».

Le pregunté a Ian: «¿Cómo consigues pasar de que el perro espere su comida a que no la reciba?». Me respondió: «Primero eliminamos la comida como señuelo y luego la eliminamos como recompensa. ¿De acuerdo? Junior, abajo. Ya ves, no tengo comida en la mano. Está siguiendo mi mano, pero se ha tumbado, así que le daré la recompensa con la otra mano». Ian siguió trabajando con Junior, mostrándome las distintas formas en que va eliminando los señuelos de comida. En primer lugar se cambiaba la comida de mano para que el perro respondiera a la señal de la mano, no a la comida. A continuación se metía la comida en el bolsillo o la dejaba en una mesa cercana y la utilizaba como distracción o como recompensa. Junior sabía que el señuelo estaba ahí, pero no podía centrarse en él porque tenía que prestar atención a las órdenes y a las señales de Ian. Me dio el señuelo de comida para que lo sujetara, lo cual significaba una distracción aún mayor para Junior, dado que soy su dueño y es a mí a quien suele escuchar. Además Ian sólo lo recompensaba con comida de forma intermitente y sólo cuando éste respondía a la perfección, de modo que, en caso de que hubiera premio, Junior nunca sabría cuándo le llegaría. Mientras iba variando la forma en que usaba la comida como premio, Ian seguía recompensando a Junior verbalmente. «Tu perro sabe lo que significa “¡buen perro!”. Tal vez no identifique las palabras, pero sí tu tono de voz, tu expresión y tu lenguaje corporal. Yo suelo decir: “Elogia a tu perro cuando lo haga bien”. Muchas personas sólo hablan a su perro cuando hace algo mal. Pero un perro hace muchas más cosas bien que mal».

Aunque Ian suele aconsejar que eliminemos las chucherías en el adiestramiento en cuanto veamos que el perro empieza a relacionar una orden o un movimiento de la mano con la conducta deseada, en su opinión las chucherías siguen desempeñando un papel importante a la hora de hacer que un perro sea más sociable, especialmente con los desconocidos y los invitados. «Tenga chucherías en casa por si vienen invitados para que su perro asocie siempre algo bueno con el hecho de que viene gente. Los invitados también pueden tratar de enseñarle órdenes, lo cual es bueno para el perro. Y sobre todo guarde las mejores chucherías, las más sabrosas, para que las usen los niños. De ese modo, cuando su perro vea a un niño, lo asociará a la recompensa más maravillosa».

A medida que Ian repetía la secuencia de las tres órdenes Junior iba captando mejor el proceso, pero seguía moviéndose demasiado despacio. «Es como si lo hiciera a cámara lenta. Quiero que veas cómo lo hace un perro realmente rápido». Yo pensaba para mis adentros: «Junior, compañero, ¿qué me estás haciendo?». Por supuesto no estaba haciendo nada malo, ¡pero por culpa de mi ego quería que Junior fuera el mejor perro del mundo con el doctor Dunbar! Quiero decir: ¿qué dirían si el ojito derecho del encantador de perros resultaba ser lento?

Al advertir mi disgusto Ian replicó: «A veces puede ser más complicado adiestrar un perro inteligente. Quiero decir: me ha adivinado el pensamiento de varias maneras. Decía: “No, la comida no está en esa mano, está en la otra”. He tratado de ir demasiado deprisa con él. Así que, sí, tiene un buen cociente intelectual. Es un perro inteligente». Y pensé: «¡Gracias, Dios mío!».

Hugo, a la velocidad del rayo

La mujer de Ian, Kelly, trajo a Hugo, un despreocupado y enérgico bulldog francés de enormes y expresivos ojos marrones. Kelly es la fundadura de Open Paw, un programa internacional para la educación humanitaria de los animales, dirigido a refugios y dueños de mascotas, y, según Ian, es mucho mejor adiestradora que él. En mi opinión estos dos adiestradores de primera comparten en general la misma filosofía a la hora de adiestrar, pero cada uno con un estilo propio. Mientras Ian se muestra efusivo, un tanto alocado, y ofrece gran cantidad de información verbal durante sus clases, Kelly se parece algo más a mí en el sentido de que es callada y reservada hasta que considera que ha alcanzado su objetivo al cien por cien. Trabaja con gestos sutiles y muy pocas palabras. Me vino a la mente el consejo de Mark Harden, «primero sé tú mismo, pero ofrece lo mejor de ti», y llegué a la conclusión de que tanto Ian como Kelly dan lo mejor de sí mismos a la hora de trabajar con esos perros que adoran. Es el sello de un gran adiestrador: mantener en todo momento la integridad personal.

Ian llamó a Hugo para que viniera al sofá y me dijo que me iba a mostrar cómo adiestraba a un perro con muchos más reflejos que Junior. Me tragué mi orgullo y traté de no tomarme la comparación como algo personal. Ian me dijo: «Esto es lo que estaba haciendo con Junior, pero más rápido. Primero trabajamos con la comida en la mano. Sentado. Abajo. Sentado. Abajo. Sentado. Bien. De pie. ¡Buen perro! Abajo. Sentado. Sí, colega, no lo haces bien, lo siento. Sentado. Abajo. Sentado».

La asombrosa velocidad del pequeño francés me dejó perplejo. Ian hablaba como una metralleta y Hugo se movía como un relámpago. Ian prosiguió: «Así, en cuanto logremos que lo haga así de rápido, sé que puedo conseguir la conducta que sea sólo con mover una mano. Fíjate en esto». Ian pronunció seis secuencias de órdenes rápidas y Hugo respondió a la perfección. Al final de esa secuencia tan larga Ian lo recompensó.

«Mira, ésta es la primera chuchería que recibe después de todo lo que ha hecho. Estaba usando la comida como señuelo para enseñarle cómo se mueve mi mano, pero ahora que ya ha aprendido esas señales puedo meterme la comida en el bolsillo y utilizarla de vez en cuando para premiarlo cuando responde con más rapidez o elegancia. Entonces podemos eliminar completamente la comida, de golpe. Empleamos órdenes verbales y señales con la mano para que responda y luego lo premiamos con recompensas de la vida. Por ejemplo, “Hugo, sentado”… y le lanzamos una pelota. “Hugo, abajo”… y lo acariciamos. O le pedimos muchas veces que se siente mientras jugamos al tira y afloja. Utilizamos la comida como señuelo para enseñarle lo que queremos que haga y vaya tomando velocidad, y luego la eliminamos por completo, primero como cebo y luego como recompensa. A partir de ese momento usamos recompensas de la vida para que esté más motivado y obedezca».

En el siguiente nivel de adiestramiento Ian elimina las señales de la mano para que el perro sólo responda a las órdenes verbales. Según me contó: «Ésta es la parte de mayor dificultad. Porque, César, como tú siempre dices, los perros nos interpretan por el lenguaje corporal. Olisquean, ven la vida a través de la nariz u observan cómo se mueve la gente, los demás perros u otros animales, así que pensamos: “Ah, ha aprendido lo que significa ‘sentado’, ‘abajo’ y ‘de pie’”, pero no, en realidad ha aprendido lo que significan los movimientos de la mano y del cuerpo. Por eso aquí es tan importante el control del tiempo. Hay que decir la palabra y tras una pausa muy breve hacer el movimiento con la mano. Tiene que ser así: “Hugo, abajo. Bien”. Como ves, se estaba tumbando antes de que yo moviera la mano, lo que demuestra que puede comprenderlo. Al final se anticipará a la señal de la mano y responderá cuando se lo pida verbalmente y entonces será cuando empiece en realidad a aprender el significado de las palabras. Y eso es fundamental para un perro, porque en casa va sin correa, está de espaldas o en otra habitación, por lo que la comunicación verbal es la única forma de hacerse entender. No podemos tocar su collar ni hacerle una señal con la mano: no la verá. Por eso el control verbal es tan importante, pero es lo más difícil de enseñar. Normalmente hay que intentarlo unas veinte veces antes de que pueda establecer la conexión. De ese modo se puede ver cómo va aprendiendo a lo largo del proceso».

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