Más adelante.
«… llamando con monedas. Le pregunté dónde estaba y me dijo que en Londres, pero que tenía que utilizar cabinas porque le estaban siguiendo. Le dije: “¿Qué iniciales has grabado ahora?” Era una broma, pero no la entendió. Yo sentía lo de su padre, en serio. No quería verle abatido. Magnus es un tipo dramático, siempre lo ha sido. No está contento hasta que tiene un problema terrible en las manos. Le podías haber vendido las pirámides de Egipto con tal de que le dijeras que se estaban derrumbando. Le dije que me diera el número de su teléfono para llamarle yo. Dijo que alguien debía de haberme pedido que dijera eso. Yo dije: “Qué estupidez, ¿qué bobada estás diciendo? La mitad de mis amigos están en tu situación.” Dijo que su padre había muerto y que estaba haciendo el recuento de su vida por primera vez. Profundo. Siempre lo ha sido. Luego volvió a lo de las iniciales que había grabado. “Lo siento de verdad, Sef.” Yo le dije: “Escucha, hombre, siempre supe que habías sido tú y no creo que tengamos que ir por la vida con un cilicio para expiar lo que hicimos en el colegio. ¿Necesitas dinero? ¿Quieres una cama? Instálate en un pabellón de la finca.” “Lo siento de verdad, Sef. Lo siento.” Yo dije: “Dime lo que quieras que haga y lo haré. Estoy en el listín de Londres, llámame si puedo ayudarte.” Quiero decir que, coño, llevaba veinte minutos hablando. Colgué y media hora después volvió a llamar. “Hola, Sef. Soy yo otra vez.” Jean se enfadó bastante esta vez. Creyó que era Steggie con una de sus rabietas. “Tengo que hablar contigo, Sef. Escúchame.” Bueno, no le puedes colgar a un viejo camarada cuando está en apuros, ¿no?»
Brotherhood oyó el reloj de Sir Kenneth dar las doce. Tomaba notas veloces. Fantasías concéntricas, se repitió, definiendo la verdad en el centro. Había llegado al pasaje que estaba esperando.
«… dijo que trabajaba en los servicios secretos. No me sorprendió, ¿quién se sorprende hoy día…? Dijo que había ese inglés para quien trabajaba, dijo que se llamaba Brotherhood. Para ser sincero, creo que no escuché bien esta parte. Estaba el tal Brotherhood y había otro fulano. Dijo que trabajaba para los dos. Eran como dos padres para él. Gracias a ellos iba tirando. Le dije que bravo, si vas tirando gracias a ellos, no les abandones. Dijo que tenía que escribir ese libro sobre ellos, dejar las cosas claras. ¿Qué cosas? Dios sabe. Escribiría a Brotherhood, escribiría al otro fulano y luego se recluiría en un lugar secreto y haría su número.»
Brotherhood oyó su propio murmullo paciente en segundo plano.
«… bueno, quizá tampoco entendí muy bien esto último. Quizá primero iba a recluirse en ese sitio secreto y luego escribirles desde allí. No le estaba escuchando del todo. Los borrachos me aburren. Yo también lo soy.»
Réplica de Brotherhood.
Larga pausa.
Nueva réplica de Brotherhood.
Sir Kenneth, poco claro:
–Dijo que era su enlace.
–¿El enlace de quién?
–Pym era el enlace del otro fulano. No de Brotherhood. Del otro tipo. Dijo que se había lisiado de algún modo. Borracho, ya le digo.
Brotherhood de nuevo, apremiándole un poco más.
¿… el nombre de esa persona?
–Creo que no. No se me quedó. Lo siento. No, no recuerdo.
–¿Y el lugar secreto? ¿Dónde era?
–No lo dijo. Cosa suya.
Brotherhood dejó que siguiera la cinta. Una avalancha cuando Sefton Boyd enciende un cigarro. Un cañonazo cuando la puerta de la calle se abre ruidosamente y vuelve a cerrarse, anunciando el airado regreso de Steggie.
Brotherhood y Sir Kenneth están en el rellano.
–¿Cómo dice, amigo? -Sir Kenneth, muy fuerte.
–He dicho que dónde cree usted que podría estar -dice Brotherhood.
–Arriba, amigo. Es lo que ha dicho usted.
En su memoria, Brotherhood ve la cara abolsada de Sir Kenneth acercarse a la suya, sonriendo con la comisura de la boca torcida hacia abajo.
–Traiga una orden judicial y quizá pueda echar un vistazo. Quizá no. No lo sé. Tengo que pensarlo.
Brotherhood oyó sus propios talones resonando en la escalera de Sir Kenneth. Se oyó llegando al vestíbulo y oyó los pasos más ligeros de Steggie mezclados con los suyos. Oyó el agudo «buenas noches» de Steggie y el estrépito de cerrojos cuando le abre la puerta para que salga. Siguió el grito sofocado de Steggie cuando Brotherhood le empuja fuera de la casa, tapándole con una mano la boca y sujetándole la nuca con la otra. Luego el ruido sordo cuando golpea la cabeza de Steggie contra la columna de yeso del elegante pórtico de Sir Kenneth, y su propia voz, muy cerca del oído de Steggie.
–¿Te han hecho esto antes, te lo han hecho, ponerte contra una pared?
Un quejido por toda respuesta.
–¿Quién más vive en la casa, hijo?
–Nadie.
–¿Quién estaba paseándose esta noche ante la ventana del piso de arriba?
–Yo.
–¿Por qué?
–¡Es mi habitación!
–Creí que los dos compartíais la alcoba nupcial.
–Pero todavía tengo mi propia habitación. Tengo derecho a mi intimidad, igual que él.
–¿No hay nadie más en la casa?
–No.
–¿Tampoco durante la semana?
–No. Ya le he dicho. Eh, ¡espere!
–¿Qué quieres? -dice Brotherhood, que ya ha recorrido la mitad del sendero.
–No tengo mi llave. ¿Cómo entro yo ahora?
Un sonido metálico cuando Brotherhood cierra la verja.
Telefoneó a Kate. No hubo respuesta.
Telefoneó a Paddington y anotó los horarios y las estaciones del itinerario del tren nocturno de Paddington a Penzance, vía Reading.
Durante una hora trató de dormir, luego volvió a su escritorio, empujó hacia sí la carpeta de Langley y estudió nuevamente las facciones borrosas de Herr Petz-Hampel-Zaworski, presunto controlador de Pym, recientemente en Corfú, «…nombre real desconocido… miembro del equipo arqueológico checo que visitó Egipto en 1961 (Petz)… destinado en 1966 a la misión militar checa en Berlín este (Hampel)?… estatura, 1,80, cargado de espaldas, cojea ligeramente de la pierna izquierda…»
«Estaba Brotherhood y había ese otro fulano -Sefton Boyd había dicho-. Eran como padres para él. Dijo que era su enlace.»
«Vosotros sois los responsables -oyó decir a Belinda-. Tú le inventaste.»
Siguió mirando la fotografía. Los párpados caídos. El bigote caído. Los ojos parpadeantes. La oculta sonrisa eslava. «¿Quién demonios eres? ¿Por qué te reconozco cuando no te he visto nunca?»
Grant Lederer no había estado nunca tan arriba en el mundo ni se había sentido tan pleno como ser humano. ¡La justicia existe!, se había dicho, en la paz perfecta de su triunfo. Mis jefes son dignos de la autoridad que ostentan. Un servicio noble me ha probado hasta el límite y me ha encontrado digno de mi cargo. Alrededor de él, la sala hermética de operaciones del sexto piso de la embajada americana en Grosvenor Square se estaba llenando de gente que él no había sabido que existía. Llegaban de los rincones remotos de la oficina de la Agencia en Londres, y sin embargo, al entrar, parecían dirigirle una mirada de afinidad. «Un grupo de americanos tan selecto como desearías conocer», pensó. La Agencia sabe realmente cómo reclutarnos en la actualidad. Apenas se habían acomodado cuando Wexler empezó a hablar.
–Ya es hora de resolver este asunto -dijo sombríamente en cuanto la puerta estuvo cerrada-. Os presento a Gary. Gary es el jefe del SEVEO. Está aquí para informarnos de un adelanto importante en el caso Pym y comentar la acción.
Lederer había aprendido hacía poco que SEVEO eran las siglas del Servicio de Vigilancia de Europa Oriental. Gary era el típico oriundo de Kentucky: alto, delgado y divertido. Lederer ya le admiraba intensamente. Un ayudante sentado a su lado tenía una pila de papeles, pero Gary no los consultó. Nuestra presa, dijo audazmente, «era Petz-Hampel-Zaworski, ahora conocido familiarmente por los iniciados como PHZ». Un equipo del SEVEO le detectó a las diez y doce de la mañana del martes saliendo de la embajada checoslovaca en Viena. Lederer escuchaba embelesado mientras Gary explicaba cada detalle minúsculo de la jornada de PHZ. Dónde tomaba café. Dónde obtenía sus informaciones. Las librerías que frecuentaba. Con quién almorzaba. Dónde. Qué comía. Su cojera. Su sonrisa fácil. Su encanto, en particular con las mujeres. Sus puros, dónde los fumaba, dónde los compraba. Su desenvoltura, su aparente ignorancia de que le estaba observando un contingente de dieciocho hombres. Las dos ocasiones en que, «a sabiendas o no», se había situado en la proximidad de la señora Mary Pym. En una de esas ocasiones, dijo Gary, el contacto visual estaba confirmado. En la otra, la vigilancia fue imposibilitada por la presencia de una pareja de ingleses de quienes se creía que eran la escolta de la señora Pym. Y a continuación, por fin, llegaba el momento culminante de la operación y el punto alto del matrimonio brillante y la carrera deslumbrante de Grant Lederer hasta entonces, cuando a las ocho de la mañana de hoy, hora local, tres miembros del equipo de Gary se han visto bloqueados en los bancos traseros de la iglesia inglesa de Viena, mientras doce más estaban apostados alrededor de la entrada -unidades móviles, necesariamente, porque era un terreno diplomático donde los transeúntes ociosos no estaban bien vistos- y PHZ y Mary Pym estaban situados uno a cada lado del pasillo. Era el momento de la intervención Lederer. Gary le dirigió una mirada expectante.
–Grant, creo que debería proseguir usted. Nos hemos salido un poco de nuestro terreno -dijo, con brusquedad agradable.
Cuando las cabezas en torno de la mesa se movieron con curiosidad, Lederer sintió que el calor de su interés le transportaba a nuevas cimas. Empezó a hablar de inmediato. Con modestia.
–Pues, demonios, yo veo todo este asunto como un logro de Bee más que mío. Bee es la señora Lederer -explicó a un hombre de más edad sentado frente a él, en el otro lado de la mesa, y comprendió demasiado tarde que era Carver, el jefe de la oficina londinense, que nunca había sido un entusiasta de Lederer-. Es presbiteriana. Sus padres también lo eran. La señora Lederer ha podido reconciliar últimamente su espiritualidad con la religión organizada, y ha estado asistiendo regularmente a la iglesia anglicana de Viena, conocida como la iglesia inglesa, y francamente la capillita más mona del mundo. ¿No, Gary? Querubines, ángeles… Parece más un
boudoir
religioso que una iglesia normal. Te aseguro, Mick, que si el nombre de alguien se menciona en Langley respecto a este asunto, creo que debería ser el de Bee -añadió, todavía incapaz, entre una cosa y otra, de referir su historia.
Contó el resto en seguida. Fue Bee, después de todo, y no el servicio de vigilancia, quien había conseguido salir al pasillo en pos de PHZ y colocarse inmediatamente detrás de él cuando PHZ y Mary hacían cola para recibir el sacramento. Fue Bee quien, desde una distancia de quizá metro y medio, había observado el modo en que PHZ se inclinaba hacia delante y susurraba palabras al oído de Mary, y había visto también cómo Mary se echaba hacia atrás primero para captarlas y luego proseguía con sus devociones como si no hubiera ocurrido absolutamente nada.
–Por eso digo que en realidad fue mi mujer, mi compañera a lo largo de toda esta larga operación, la que presenció el contacto verbal -movió la cabeza, en señal de admiración-. Y fue Bee de nuevo quien, en cuanto terminó la ceremonia, volvió corriendo a nuestro apartamento para telefonearme directamente aquí, a la embajada, y contarme el increíble suceso, empleando las claves domésticas que hemos preparado juntos para una contingencia de esta clase. Y quiero señalar que Bee ni siquiera
sabía
que ese día estaba presente en la iglesia un equipo de vigilancia de la Agencia. Había ido más que nada porque Mary iba a ir. Y, sin embargo, ella sola se adelantó al SEVEO en unas seis
horas
o más. Harry -dijo Lederer, un poco corto de aliento, buscando a Wexler en el instante de dar el toque final a su relato-, lo único que lamento es que la señora Lederer no haya aprendido nunca a leer el movimiento de los labios.
Lederer no había esperado aplausos. Formaba parte del carácter de la comunidad en la que había ingresado que no hubiese ninguno. El silencio cargado le pareció un tributo más idóneo.
El criptógrafo Artelli fue el primero en romperlo.
–Aquí, a la embajada -repitió, no del todo como una pregunta.
–¿Cómo dice? -dijo Lederer.
–¿Su mujer le llamó aquí, a la embajada? ¿Desde Viena? ¿Inmediatamente después de lo ocurrido en la iglesia? ¿Por el teléfono directo de su apartamento?
–Sí, señor, y comuniqué la noticia directamente al señor Wexler, arriba. La tuvo en su mesa a las nueve de la mañana.
–Nueve y media -le corrigió Wexler.
–¿Y en qué consistía ese lenguaje en clave que utilizó ella, por favor? -preguntó Artelli, al mismo tiempo que escribía.
Lederer se lo explicó, muy complacido:
–Pues lo que hicimos, en realidad, fue usar los nombres de tías y tíos de Bee. Siempre hemos pensado que había una similitud entre los rasgos sicológicos de Mary Pym y la tía Edie de Bee. Así que ése fue el punto de partida. «¿Sabes lo que ha hecho hoy la tía Edie en la iglesia…?» Bee es muy sutil.
–Gracias -dijo Artelli.
Carver habló a continuación, y su pregunta no pareció totalmente amistosa.
–¿Quieres decir que tu mujer está
al corriente
de esta operación, Grant? Pensé que el caso Pym no era en absoluto incumbencia de esposas. Harry, ¿no establecimos una regla al respecto hace algún tiempo?
–No es, en efecto, incumbencia de esposas -asintió elegantemente Lederer-. Pero puesto que la señora Lederer ha estado prácticamente todo el tiempo conmigo en este caso, sería algo ilusorio suponer que no estuviera al tanto del nivel general de sospecha en relación con los Pym. Bueno, con Magnus, al menos. Y puedo añadir que Bee ha sido siempre de la opinión de que en el fondo de esta intriga íbamos a descubrir que Mary estaba desempeñando un papel muy profundo y encubierto. Mary interpreta papeles.
Carver de nuevo.
–¿Conoce también la señora Lederer la existencia de PHZ? Es una adición importante al reparto, Grant. Podría ser un pez gordo. Pero ella lo sabe, ¿eh?
Nada pudo hacer Lederer para evitar que el rubor afluyera a su cara o que su voz cobrara un filo estridente:
–La señora Lederer intuyó algo respecto a ese encuentro y actuó en consecuencia. Si quieres censurarla por eso, Carver, censúrame a mí primero, ¿de acuerdo?