99 ataúdes (20 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Terror, Fantástico

BOOK: 99 ataúdes
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Y, hablando de Gettysburg, tenía que hacer otra llamada, aunque ésta le daba algo de vergüenza, al capitán Vincent. No le gustó que lo despertaran, aunque su tono de voz cambió radicalmente en el momento en que entendió desde dónde lo llamaba y por qué.

—Tómese su tiempo antes de regresar, no hay prisa —le dijo el capitán Vincent con una carcajada que pretendía suavizar sus palabras; no funcionó—. Entonces, ¿estoy en posición de decirles a mis hombres que pueden poner fin al estado de alerta? —preguntó.

Caxton se mordió el labio. Tardó tanto en responder que el jefe de policía le preguntó si seguía ahí o se había cortado la comunicación.

—No, no, sigo aquí —dijo Caxton finalmente—. Creo que sus hombres están a salvo.

Eso era lo que el capitán Vincent quería oír, lo que había querido oír desde el principio.

—Sabemos qué quiere el vampiro y que lo que busca está aquí —explicó Caxton—. Creo que volverá a intentarlo mañana por la noche.

Sin embargo, había algo que seguía preocupándole. Pensó en lo que diría Arkeley en su lugar. El viejo federal querría que las fuerzas de Gettysburg permanecieran en guardia, por si acaso. ¿Tanto daño le haría a la ciudad mantener a sus propios policías alerta?

—Pero no puedo garantizarle nada. ¿Puede mantener a los turistas alejados un día o dos más?

—No tenemos otra opción. Ya se han cancelado el noventa por ciento de las reservas de esta semana. Su vampiro nos está costando varios millones de dólares al día y no creo que las cosas vayan a cambiar hasta que nos dé luz verde.

Caxton pensó en Garrity y en Geistdoerfer. Si el vampiro mataba a otro ser humano y le chupaba la sangre ¿cuántos millones valdría eso?

—Mis atribuciones son las de asesora —dijo finalmente—. No puedo decirle lo que debe hacer, tan sólo le aconsejo. Y mi consejo es que continúen alerta hasta que confirmemos que hemos matado al vampiro.

—Está salvando su culo —le espetó Vincent. Sus palabras sonaron casi como una pregunta; o tal vez una acusación.

¿Era cierto? Tal vez. Sin embargo, que él quisiera oír una respuesta no significaba que ella tuviera que dársela sin más.

—Yo creo que es la mejor opción, capitán —dijo finalmente con mucho temple—. Aunque pueda significar tomar precauciones excesivas.

—Cuento con usted, agente —replicó el policía—. Acabe con ese capullo de una vez. Es su obligación. —Y dicho eso, colgó.

Arkeley se guardó su móvil en el bolsillo y le hizo un gesto para que se acercara, pero Caxton tenía que hacer otra llamada, una que no podía esperar.

Cuando Clara respondió, la línea estaba llena de extraños ecos y voces distorsionadas. A Caxton se le heló la sangre hasta que por fin oyó la voz de su novia.

—¿Qué? ¿Qué? ¡Callaos un momento! Es Laura. Hola cariño.

Caxton no pudo evitar sonreírse.

—¿Tienes la tele enchufada o qué? —le preguntó.

—Sí, sí. ¡Ya basta! Perdona. Estoy con Angie y Myrna; hemos montado un ciclo de cine de Maggie Gyllenhaal. Ahora mismo estamos con Donnie Darko y acabamos de ver Secretaria. ¿Vas a venir? Mandaré a alguien a buscar más cerveza.

Caxton suspiró y se dejó caer pesadamente en un banco de madera. Sintió una oleada de celos, como una náusea. Clara conocía a Angie desde el instituto. Cada vez que Caxton la había visto llevaba un color de pelo distinto. En su última reencarnación iba de gótica, con el pelo teñido de negro y varias camisetas superpuestas de encaje que, sin embargo, nunca llegaban a cubrirle el ombligo. Teóricamente era hetero, pero todo el mundo sabía que estaba colada por Clara. Myrna tenía unos brazos musculosos y llevaba el pelo rubio de punta. Era la ex de Clara, la última mujer con la que había estado antes de conocer a Caxton. Si se lo hubiera preguntado abiertamente, Clara le habría dicho que eran buenas amigas y nada más, pero por algún motivo no se atrevía a preguntárselo.

No tuvo valor para decirle nada de lo que quería. Pensaba que Clara estaría a solas y que no tendría nada mejor que hacer que escuchar cómo Caxton le hablaba del miedo que había pasado en el coche, del daño que le había hecho el vampiro y de cómo éste había estado a punto de matarla. No habría sido la primera vez que utilizara a Clara para desahogarse, pero no quería arriesgarse a arruinarles la noche de cine a las chicas.

—Estoy en Filadelfia —dijo finalmente—. Probablemente me quede toda la noche. Y a lo mejor también mañana. ¿Puedes dar de comer a los perros?

—Sí, claro que sí... ¿Estás bien? O sea, estás viva y todo eso, pero...

—Sí —respondió Caxton, y se rascó una ceja.

—Bueno, eso está bien. Porque… en fin, ya sabes, estoy preocupada.

—Ya lo sé.

La voz de Clara cambió. El sonido de fondo cesó y la línea se volvió más nítida, pero eso no era todo. De repente Clara hablaba en un tono más serio.

—Acabo de salir fuera para oírte mejor. ¡Qué frío hace aquí! Estás bien, ¿verdad? Quiero decir que no te han herido...

—Sí, estoy bien —dijo Caxton y cerró los ojos—. Vuelve a ver la película.

De pronto era lo único que quería: que Clara estuviera en un lugar cálido y seguro, rodeada de sus amigas.

—Vale. Vuelve a casa en cuanto puedas.

—No te quepa la menor duda —respondió Caxton y apagó el móvil.

En el silencio de las sombras del museo, tuvo la sensación de que algo oscuro extendía las alas. Todo el miedo y el dolor que sentía iban a darle caza. Si se lo permitía. Y en cuanto eso sucediera, sabía que se acurrucaría en un rincón a mecerse adelante y atrás, murmurando para sí misma. Dejaría de funcionar.

Ésa no era una opción. Para conjurar la oscuridad, regresó junto al ataúd y leyó lo que Malvern había escrito en el ordenador:

fue soldado en su día, es lo único que sé

no supo apreciar lo que le ofrecí

a algunos no les gusta el sabor de la sangre

—No es que nos resulte particularmente útil —dijo Arkeley, que apareció a sus espaldas—. Ya habíamos descubierto que había sido ella quien lo había convertido en vampiro, ¿no? Por lo demás, y teniendo en cuenta dónde lo enterraron, es de cajón que fue soldado...

—A lo mejor deberíamos intentar formular preguntas de verdad —sugirió Caxton—. Dinos dónde crees que se esconde. O cómo se llama. Pero no, lo que realmente querría saber es cómo puede desafiar el tiempo de esta forma —dijo—. Es la mitad de viejo que tú, pero tiene toda la fuerza de un vampiro recién creado. ¿Cómo demonios lo consigue?

La mano de Malvern se dirigió hacia el teclado. Caxton vio como su dedo iba de tecla en tecla, acariciando los contornos. No era la primera vez que pensaba que aquella mano se movía como la planchette de un tablero de ouija.

Arkeley la miró e hizo una mueca de medio lado.

—Va a tardar un buen rato a contestar a todo eso. Tendremos tiempo de sobra para examinar los huesos que me han traído hasta aquí.

Dejaron a Malvern tecleando y se adentraron en el sótano del Museo Mütter.

Capítulo 46

Mi primer informador fue un pobre hacendado blanco que juró y perjuró no haber poseído jamás un esclavo, pues nunca había querido uno. Estuve a punto de atropellarlo en la carretera. Llevaba todo lo que poseía en este mundo colgado al hombro y dijo que se dirigía a casa de su hermano y que no podía entretenerse demasiado. Sin embargo, cuando le di agua y un bocado de lo que llaman los soldados jocosamente ternera embalsamada, se reveló como un hombre bastante locuaz.

Conocía aproximadamente la ubicación de la finca de Chess, aunque me aseguró que él jamás iría allí. Está encantada por un fantasma o algo peor, dijo. Por su tono, me inclinaba por la segunda suposición. El viejo Marse Fosiah Chess construyó el asentamiento el siglo pasado y lo llenó con todo tipo de cosas antinaturales: huesos de grandes lagartos, de elefantes y de tigres, y de cosas por el estilo. Y también huesos humanos, o por lo menos eso cuentan. Al parecer fueron sus propias rarezas lo que lo mataron, o bien un esclavo rebelde, o tal vez…

O bien algo peor, aventuré yo; el hombre asintió, satisfecho. Su hijo, Zachariah, se hizo cargo de la hacienda y vivió a cuerpo de rey. Murió hace diez años. Su hijo Obediah fue el siguiente, pero en él termina la línea sucesoria. Nadie ha visto a Obediah desde antes del desagradable suceso.

Le di las gracias al hombre y apresuré la marcha. A menos de un kilómetro para llegar a mi destino me detuvo un centinela que me acompañó hasta el campamento donde el 3o batallón de voluntarios de Infantería de Maine descansaba tras varios días de marcha. Protesté airadamente, aunque sabía que no iba a conseguir nada con ello: si quería seguir adelante, antes iba a tener que responder a las preguntas del oficial al mando. A veces resultaba más fácil moverse tras la línea enemigas. El oficial al mando era un tal Mose Lakeman, un tipo bastante decente. Le dije cual era mi objetivo y el hombre maldijo el nombre del Creador. ¡Allí mismo tengo una compañía haciendo labores de piquete! ¡Pardiez, dígame que no he mandado a mis hombres a la guarida del león, como dice el refrán!

No se lo pude decir.

ARCHIVO DEL CORONEL WILLIAM PITTENGER.

Capítulo 47

Caxton siguió a Arkeley y cruzo un corto pasillo con un techo abovedado de ladrillo. Cada pocos metros, y detrás de una reja, había una luz de emergencia, además de unos largos respiraderos oxidados silbaban a ambos extremos del pasillo. Al fondo del pasillo había una amplia sala a la que se accedía tras abrir una pesada puerta metálica. Ya en el interior, unos aparatos de aire acondicionado industriales soplaban aire frío desde el techo. Caxton se puso a temblar al instante. Además de frío, el aire tenía algo extraño. Era muy seco. Generación tras generación, las paredes de la sala se habían ido cubriendo de cal, pero aun así había mucha menos luz y muchas más sombras que en el vestíbulo. La sala estaba llena de armarios metálicos esmaltados dispuestos en largas hileras, entre las cuales quedaba apenas espacio para que pudiera pasar una persona andando de lado. Algunos eran tan sólo archivadores, pero había otros lo bastante grandes como para ser armarios roperos. Ésos tenían capacidad para objetos muy voluminosos. Los armarios habían sido etiquetados con letra florida, pero en algunos lugares la tinta era tan antigua y estaba tan erosionada que Caxton apenas acertaba a distinguir si allí había habido una ristra de letras y números.

La agente sospechaba qué había dentro de los armarios. No eran tan atractivos ni tan lustrosos como las vitrinas del museo, pero probablemente tuvieran la misma función. Aquélla debía de ser la verdadera colección del Museo Mütter: todos los huesos, las rarezas biológicas y el instrumental primitivo que los médicos habían ido acumulando desde 1780. Allí estaba todo lo que, por un motivo u otro, no se podía exponer.

Arkeley se detuvo frente a un armario alto con tres largos cajones. Mientras atravesaba la sala, había cogido un grueso libro encuadernado en piel, con letras doradas medio borradas en la cubierta. Debía de tratarse del catálogo de lo que había almacenado en los diferentes armarios. Se inclinó para comprobar que el cartel del armario se correspondía con una anotación del libro y entonces sacó una hoja de papel doblada de entre las páginas.

—¿Tenemos permiso para estar aquí? —le preguntó Caxton.

—Harold me ha dicho que no pasa nada —respondió Arkeley.

—Harold es el vigilante nocturno —frunció el ceño la agente—. Podría perder perfectamente su trabajo por esto. ¿Está en deuda con usted? —le preguntó.

Arkeley no tenía demasiados amigos; tenía que ser algo más profundo que eso.

El viejo federal soltó un suspiro. Cerró el libro y lo dejó sobre el armario.

—Hace unos veinte años Harold tenía una familia. Dirigía una ferretería en Liverpool, en Virginia Occidental y tenía una hermosa esposa y una hija llamada Samantha.

Caxton ató cabos.

—Liverpool fue el lugar donde descubrió a Lares. —Ése había sido el primer vampiro de Arkeley y el que le había arrebatado su vida—. Recuerdo los detalles: había una fiesta infantil, seis niñas, y lares...

—Las destrozó. —Arkeley la miró fijamente a los ojos—. Le .arranqué el corazón a Lares con mis propias manos, pero la hija de Harold no logró sobrevivir. Lo mismo puede decirse de su matrimonio. Harold empezó a beber y perdió la ferretería. Se mudo a otro estado y se dedicó a hacer trabajillos. Nunca ha logrado reponerse. Pero ya entonces era un buen tipo y sigue siéndolo. Harold me ha prometido que no dirá nada y que nos avisará si están a punto de pillarnos. Y ahora écheme una mano, venga: sumada a la mía bastará.

Caxton hizo lo que le pedía. Se agachó y abrió el cajón inferior del armario, una bandeja metálica lo bastante grande como para contener un cuerpo humano. Los tiradores del cajón parecían de hielo. Se abrió y en el interior Caxton vio una voluminosa bolsa de vinilo cerrada con una larga cremallera.

—Harold me escribió hace poco y me contó que el Museo Mürter contaba con un espécimen que me iba a interesar. Cuando me dijo que databa de 1863 pensé que iba a servir para algo más que para satisfacer mi curiosidad. He investigado un poco antes de que usted llegara —le dijo agitando la hoja de papel—.Permítame mostrarle lo que he descubierto. Objeto 67-c, Lote 1 853a. Los restos, parciales, de un varón. Se cree que se trata de un vampiro. —Arkeley apartó los ojos del papel y le hizo un gesto a Caxton para que abriera la cremallera—. Creo que eso podremos confirmarlo fácilmente.

Caxton también lo creía. Había visto suficientes esqueletos de vampiros, especialmente después de que aparecieran los noventa y nueve cuerpos en la caverna de Gettysburg. Conocía aquellas mandíbulas a la perfección: hileras y más hileras de dientes translúcidos que sobresalían de la mandíbula, algunos tan prominentes que se diría que habrían perforado los labios del vampiro cada vez que éste abría y cerraba la boca.

—Pues sí, es un vampiro.-confirmó Caxton. Los restos habían sido recogidos el mismo año de la batalla de Gettysburg. El mismo año, probablemente, en que aquella caverna bajo el campo de batalla se había llenado de ataúdes—. ¿Cree que Este vampiro conoció a nuestro sospechoso?

—De otro modo sería una sorprendente coincidencia. Nunca existen demasiados vampiros en un mismo momento histórico y éstos se buscan unos a otros siempre que pueden. —Arkeley volvió a leer del papel—. Huesos procedentes de lo que se cree un vampiro. Restos mortales de un tal Obediah Chess, de Virginia. Supongo que reconoce ese nombre.

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