Los milagros del vino (40 page)

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Authors: Jesús Sánchez Adalid

Tags: #Histórico

BOOK: Los milagros del vino
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»Me enamoré como una loca y dejé a un lado las lamentaciones y las lágrimas. Pero, a pesar de ello y de que tenía muy poco que perder si le abría del todo las puertas de mi casa, me mantuve cauta al principio. Y, ¡la verdad!, no sé por qué motivo. Tal vez porque, en el fondo, esperaba que él recurriera a esas astucias, pequeños trucos y artes seductoras tan propias de los hombres que me habían contado tantas veces en mi vida y que deseaba experimentar por mí misma.

»Después, todo resultó ser rápido y arrebatado. Él se presentó una tarde para hacerme los pagos. Había hecho un negocio extraordinario y me entregó un montón de dinero que yo de ninguna manera esperaba. Cuando adivinó mi sorpresa, dijo sencillamente: «¿Cómo no te has dado cuenta de que han estado engañándote durante todo este tiempo?» Sonreí como una tonta, sin saber qué decir ni qué hacer, mirando el dinero. Sólo una cosa pasaba por mi cabeza: que Pisto, además de gustarme mucho, me parecía ser como una tabla de salvación a la que debía agarrarme para que no se me escapara la vida sin más.

»Él me tenía hipnotizada con su mirada penetrante, vivaz, y con el vigor de su presencia. Hablaba y hablaba de las cosas de la viña, de los salarios, de los beneficios, del dinero que se podía ganar… Y yo tenía una nube rara en la cabeza. Cuando hizo un movimiento apenas perceptible para aproximarse a mí, me apeteció abalanzarme hacia él, abrazarle y tener entre mis manos los rizos oscuros de su pelo. Pero, de soslayo, vi con un escalofrío que la puerta estaba entreabierta y que las criadas andaban por allí. Entonces, exclamé en un susurro: «¡No quiero que ésas se enteren de que he ganado todo este dinero! Aquí nadie debe saber que… ¡Seamos discretos!»

»Él se apresuró a cerrar la puerta y, cuando regresó a mi lado, se me echó encima. Y no voy a decir que me cogiera totalmente por sorpresa, puesto que ya he confesado que yo estaba deseando que eso pasara, pero, aun así, le empujé, no sé por qué. El se empezó a reír. Parecía muy divertido al verme tan nerviosa. Me puso las manos en los hombros y me sacudió diciendo: «¡Relájate, mujer! No te quiero hacer ningún daño…»

»Volví a empujarle, aunque me encantaba que nuestros cuerpos se juntaran, entrechocaran y fingieran una especie de pelea jadeante y torpe. Él me hacía cosquillas en los costados y yo me volvía más loca cada vez que se tocaban nuestros brazos, las piernas, las caderas, los pechos… En medio de toda esa confusión violenta, me besó y me quedé paralizada.

«Temblando, le rogué: «No, no, no… ¡No lo he hecho nunca!» Pero lo que en realidad quería decir es: «¿A qué estás esperando?» Y pude ver su cara de triunfo y satisfacción cuando comprobó por sí mismo que yo era virgen.

»Se quedó en mi casa durante dos meses. Las primeras mañanas yo salía de mi habitación como si huyera, envuelta por la vergüenza. Pero, al cabo de una semana, miraba a las criadas con arrogancia, como si les echara a la cara: «¡Sí! ¿Y qué…?» Resultaba maravilloso vivir el presente, hacerse ilusiones y pensar en una vida con Pisto. Así que, después de imaginarme veinte veces la boda, no pude esperar más y le rogué que me pidiera en matrimonio. El puso cara de extrañeza y contestó: «Eso no puede ser, querida». Yo le respondí: «¿Por qué? Soy una mujer completamente libre, poseo dote, casa… ¿Qué me falta? ¿No me has dicho infinidad de veces que me amas?»

»Pisto me abrazó y me comunicó al oído: «Ya estoy casado dos veces…» Por un momento padecí estremecimientos y fui incapaz de mirarle a los ojos. Después empecé a gritar y rae revolqué por el suelo. Él trató de calmarme y, como no lo lograba, finalmente salió huyendo. »Durante aquella larga noche que siguió al disgusto, me sentí maldita e indefensa. Recordé los conjuros de Tiquio y comprendí que me hallaba en poder de los demonios…

Capítulo 44

—¿Cómo dices que se llama esta clase de vino? —le preguntó Podalirio a Susana, elevando el vaso de cristal y colocándolo delante de la ventana, para observar su color anaranjado, con reflejos cobrizos, al trasluz.

—Es el llamado mulsum —respondió ella—, que significa algo así como «enmelado». Me sorprende mucho que no lo conozcas siendo tú griego, pues fue precisamente un antioqueno quien le enseñó a mi abuelo la manera de hacerlo.

—En Grecia, en efecto —observó Podalirio—, se bebe vino mezclado con miel, como en todo el mundo, pero el aroma y color de éste es diferente.

—No es lo mismo mezclar el vino con miel que hacer vino con miel —explicó Susana—. El mulsum se hace con el mejor mosto de uvas cosechadas en tiempos secos. Hay que colarlo y añadirle una cantidad de miel de excelente calidad en la proporción de diez libras de ésta por cada urna de mosto. Después se cierra con yeso y, tras veinte días, se abre y se decanta para volver a cerrarlo y dejar que termine de fermentar.

Podalirio se acercó el vaso a los labios y lo paladeó.

—¡Humm! ¡Es dulce, espeso y aromático!

—¡Sí! —asintió sonriendo Susana—.Y, además de ser tan rico, es un extraordinario reconstituyente. Se dice que muchos han logrado una excelente vejez sin otro sustento que pan mojado en mulsum.

Podalirio se sentó torpemente en el borde del diván; bebió algunos sorbos más y, turbado, miró a Susana y le dijo con sinceridad:

—Cuando en la vida se va camino adelante, nada es como uno pensó que sería… ¿Y qué otra cosa podemos hacer? Cuando el mal da la cara y se mete en nuestras vidas, sólo hay dos caminos: aceptarlo y pactar con él; es decir, conformarnos a sus caprichos y entregarle nuestro propio tributo de maldad, o tener que vivir ya siempre en lucha, yendo incluso en contra de uno mismo, en una sensación de extrañamiento y desesperanza ante el estado del mundo, añorando una especie de liberación definitiva y un cambio radical en el modo de vida, en afinidad con un orden ideal trascendente que no se conoce y que solamente se intuye.

Susana se estremeció, le miró perpleja y, denegando con la cabeza, respondió:

—Yo no luché entonces… Simplemente me dejé llevar por mis demonios…

Los ojos de Podalirio brillaron con un fulgor sombrío. Le sudaba la frente y le temblaron los labios cuando le rogó a Susana:

—¡Háblame de tus demonios!

Ella permaneció pensativa durante un rato, como perdida dentro de sí misma. La sonrisa se le había helado en el rostro lívido y tardó en hablar.

—Cuando Pisto me dejó, estuve algún tiempo como una ardilla enjaulada. El corazón se me desgarraba en el pecho, sentía ahogo y, de vez en cuando, tenía ganas de matar a alguien. Mientras, no obstante, en lo más profundo de mi ser nacían pensamientos y palabras de inmenso amor que deseaban abrazar a todo y a todos y que me quemaban por dentro, impulsándome a ir en busca de algo o de alguien. Y encima, toda aquella soledad…

»Es humillante, pero cuando una mujer es engañada de esa manera, se parte en dos. Una parte querría solamente amar; otra odia e invoca el mal para el amado. ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo perdonar al hombre que se ha aprovechado de tus más puros sentimientos? ¡Imposible perdonar!

»Pero, pasadas algunas semanas, Pisto se presentó en mi casa con los nuevos beneficios de la venta del vino, con sus enormes ojos negros y un montón de palabras bonitas. Fuera por odio o por amor, mi corazón latió de nuevo a toda velocidad. Una voz interior me dijo que de ninguna manera debía perdonarle, pues eso sería nocivo para mí. Pero mi cuerpo se derritió entre sus brazos en cuanto me sonrió y se abalanzó sobre mí de la misma manera que la primera vez.

»A partir de ese día, él venía cada vez que le daba la gana y yo fui indulgente con todos sus caprichos, amándole y odiándole, al mismo tiempo que me amaba y me odiaba a mí misma… Cuando se cansó de mí, no volvió nunca más.

Podalirio la miró circunspecto.

—El sufrimiento injusto es lo más difícil de comprender de cuanto encontramos en este mundo —dijo—. Yo nunca me acostumbraré a eso… Porque, ante las adversidades mayores, todo hombre siente tambalear su fe en los dioses y duda de su justicia…

Susana sonrió de manera extraña y asintió:

—¡Qué cierto es eso que dices!

Podalirio añadió:

—Es difícil escapar del miedo, porque el miedo es una dimensión natural de la vida. Desde pequeños, experimentamos formas de miedo que se revelan luego imaginarias y que desaparecen, pero, sucesivamente, surgen otras, que tienen fundamentos más precisos en la realidad: la enfermedad, la vejez, el abandono, la muerte… Y además existe también una forma de miedo más profunda, que a veces limita con la angustia: ésta nace de un sentido de vacío… ¿Y si nada fuera verdad? ¿Y si todo fuesen inventos? ¿Y si, incluso, esta vida nuestra fuera pura imaginación…? El miedo es como un déspota: toma para sí todos los espacios, ocupa el conjunto y no se contenta con una parte. Éste es el reino del mal… el reino del miedo absoluto… Y el miedo es inevitable, pues… ¡es tan incierta la vida…!

Dicho esto, se quedó pensativo durante un momento.

—Siempre que pienso en estas cosas recuerdo la inquietante vida del rey Edipo —dijo—, que solía leerse cada año en Epidauro. Esta trágica historia inventada por los antiguos sabios griegos me hizo sufrir mucho en la infancia. Recuerdo que entonces, cada vez que se recitaba, me dejaba lleno de desazón y espanto. Y todavía hoy me intranquilizo al pensar en lo que se guarda en el fondo del relato: el destino, como un dios ciego, hijo del Caos y la Noche… Sus decisiones son irrevocables y su poder alcanza a los mismos dioses, y las Parcas o Moiras ejecutan sus órdenes. Edipo se sintió libre, actuó espontáneamente y trató de hacer lo correcto, pero no pudo evadir su destino… ¿Quién puede huir de su propio destino?

Ya había anochecido. En las ventanas brillaba una luz mortecina, rojiza e inmóvil. Susana se aproximó a Podalirio y le tomó las manos entre las suyas con mucho cariño.

—También yo sufría mucho por las noches pensando en el azar… —dijo—. En nuestras tradiciones hay un relato acerca del viaje que hizo un tal Jonás a Ninive y fue tragado por un pez gigantesco, en cuyo vientre oscuro padeció una angustia indescriptible… Hasta que Jonás ora y vuelve a Dios y es llevado de nuevo a su destino primigenio…

Él se inclinó hacia ella, e inquirió en voz baja:

—¿Vas a hablarme al fin de los milagros?

Ella sonrió ampliamente. Sus ojos, francos, claros y serenos, parecían tener luz.

—No te impacientes. Te contaré todo…

Capítulo 45

—Todo empezó en una boda… ¡Precisamente cuando las bodas hacía ya tiempo que no me importaban! Unos parientes lejanos de Tiberíades casaban a una hija en Cana. Me sorprendió que me invitaran, pues hacía más de veinte años que mi familia había perdido todo contacto con ellos, después de que mi abuelo se enemistara por no sé qué asunto. Por eso llegué a sospechar que lo que les interesaba de mí era únicamente que les regalara el vino. Pero luego decidí no ser malpensada y les envié por adelantado seis pellejos del mejor, porque no tenía ganas de dar motivos a las habladurías. Dos días después, el padre de la novia envió a un criado con diez denarios para pagar el vino y me di cuenta avergonzada de que la invitación era sincera.

»¡ Quién me iba a decir que me alegraría de ir a esa boda toda mi vida! ¡Con cuánta claridad la recuerdo aún!

«Seguramente a ti te sucede lo mismo, Podalirio. Cuando he comido algo con placer, a la vez que me he sentido feliz, el sabor del bocado, cualquier cosa que fuera, se queda grabado en la memoria con tal fuerza que ya no se puede olvidar. Yo siempre me acuerdo de aquella boda y de todo lo que en ella sucedió cada vez que me llevo a la boca un dulce de harina frito y enmelado. ¡No he probado dulces como aquéllos! Sería por la forma en que estaban cocinados: fritos en aceite de oliva y crujientes, como suele hacerse, pero luego bañados en una especie de melaza caliente con comino, menta y canela, ¡mucha canela! ¡Buenísimos!

»Como en todas las bodas, en la parte donde estábamos las mujeres nos divertíamos con nuestras cosas, sumidas en esa especie de rutina, esa repetición de dichos, poesías, canciones… que se soportan casi sin pensar, pero que, cuando se ha alcanzado cierta edad, en la que ya quedan pocos misterios por descubrir sobre la noche de bodas, llega a ser algo cansino y pueril.

»De repente, mi amiga Juana me dio un pellizco en el brazo y aproximó su boca a mi oído para susurrarme: «Mira con cuidado hacia los hombres…» Como Juana era una enredadora, no tuve que hacer ningún esfuerzo para suponer que allí había alguien que podría ser más interesante que todas las tonterías que se estaban diciendo a nuestro alrededor.

»Antes de proseguir, he de explicarte cómo era el lugar donde nos hallábamos. Se trataba de una de esas casas grandes con extensos patios en las traseras. En el último de ellos, desde el cual se veían las montañas, se había dispuesto el banquete. Las mujeres, como es costumbre, estábamos en la parte más próxima a las cocinas; los hombres cerca de la puerta principal, donde se había instalado la mesa para el novio y sus amigos. Pero, desde donde yo estaba, se veía todo perfectamente. Esa deferencia habían tenido conmigo mis parientes lejanos.

»Tardé un rato en obedecer a la indicación de Juana,

aunque me recomía la curiosidad. Y cuando estuve segura de que nadie se daría cuenta, miré…

«Entonces yo aún me consideraba joven. Ahora ya soy suficientemente vieja para reflexionar acerca de ciertas cosas…

»¡No me mires así! No tengo miedo a esa palabra. ¿Por qué he de temer decir «vieja»? ¿Qué hay de angustioso en ello? No pienso que vaya a morir mañana, pero hace tiempo que me voy preparando y la grandeza de ese sentimiento no me la arrebatará el demonio del miedo. Aunque… es muy cierto que, cuando se es joven, una no está preparada para ciertas cosas… Como tampoco se está nunca preparada para la belleza…

»Miré hacia donde Juana me indicaba y, de momento, sólo vi a los hombres que, como nosotras, conversaban y reían. Pero, después de escrutar el grupo de los amigos del novio, me encontré con él…

»Caía la tarde, estaba oscureciendo y, a pesar de ello, a nadie se le había ocurrido todavía encender ninguna tea. Aquel momento, sobra decirlo, sucedió en el presente como todos lo interpretamos, pero a mí de repente me pareció estar viviendo ese presente como si fuera el pasado. Supongo que a ti, Podalirio, te habrá sucedido eso muchas veces, y entonces habrás pensado que aquello que vives ya te sucedió. Dices: «Esto ya lo conozco; yo he estado aquí y esto que pasa ya me pertenece…» Como si aquello te hubiera estado esperando durante toda tu vida.

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