»Me levanté y salí de casa. Anduve como una loca, perdida por la viña. Los pies parecían llevarme solos errando, descalzos, mientras me hería con las piedras y las espinas de los arbustos. Recuerdo que atravesé el bosquecillo sagrado y pasé ante las ruinas del viejo templo del dios Pan, donde encontraron muerto a mi abuelo. Más adelante hay un llano y la boca de un pozo profundísimo, junto a una noria y una pequeña alberca. Allí me detuve. Era el lugar en que mi madre se había quitado la vida. Y allí escuché la voz de la muerte que me llamaba por mi nombre.
»Lo que sucedió a continuación fue algo muy extraño. No sé cuánto tiempo permanecí junto al brocal del pozo, pero recuerdo que, en medio de toda aquella angustia y oscuridad, hubo un instante de luz en mi alma. Entonces invoqué al Eterno: «¡Señor, sálvame!»
»Me iluminó la cordura necesaria para que no hiciera un disparate. Retorné sobre mis propios pasos y atravesé de nuevo la viña de vuelta a casa. No es que hubiera recobrado la esperanza, pero al menos una parte de mí seguía aferrada a la vida, aunque los demonios permanecían ahí.
Susana interrumpió el relato. A su lado, Podalirio buscó sus ojos a la luz de la luna: eran amargos.
—Comprendo muy bien lo que te sucedía —comentó él—. A lo largo de mi vida he conocido mucha gente que sufría el acoso de ese tipo de demonios. Es la mayor soledad interior puesta de manifiesto. Yo mismo he padecido angustia terrible al darme cuenta de que, hagamos lo que hagamos, la vida está colmada de pesares. Cada uno de nosotros viene al mundo encerrado en la soledad de un cuerpo; pasa el tiempo, y lo que ha sido ya no volverá a ser… A la larga moriremos. Somos seres indefensos frente al devenir y el dolor que, de una manera u otra, no nos abandona… En el fondo somos criaturas hechas para amar y nos desesperamos porque el amor no llega o porque, si al fin lo encontramos, lo perdemos.
Susana esbozó una modesta sonrisa al sentirse completamente comprendida. Añadió:
—Cuando esa oscuridad sobreviene, degrada a la persona y la recluye en lo más íntimo de sí misma, destruyendo toda capacidad de dar o recibir afecto. Es como un derrumbamiento. Intentas animarte, los demás tratan de ayudarte, pero… ¡resulta imposible! Los demonios se han instalado ahí y no están dispuestos a irse.
Podalirio movió la cabeza asintiendo. Suspiró profundamente y explicó con tono sincero:
—Por eso emprendí este viaje… A mí me sucedió algo parecido: el poso y el sedimento del pasado me abrumaban; los demonios de las dudas corroyeron mi vida y se desvaneció de repente todo aquello en lo que antes creía. Desaparecido el sentido de las cosas, únicamente una curiosa tristeza se albergaba en mi mente, como si todo el tiempo y la eternidad caminasen trágicamente hacia la destrucción, arrastrándome consigo. Es la conciencia aguda de la transitividad y de los límites de la vida… ¡Un demonio que te deja consternado!
—Una noche, después de caer al fin rendida en un sueño muy profundo, soñé con mi abuelo. Fue horrible; me hablaba con gran esfuerzo y no podía comprender lo que quería decirme. Pero me daba cuenta de que la muerte lo envolvía, como teniéndolo prisionero entre sombras. Entonces me pareció adivinar que me pedía ayuda desesperadamente. Yo sentía un calor enorme y le gritaba con todas mis fuerzas: «¿Qué puedo hacer por ti? ¡Abuelo, dímelo! ¿Qué puedo hacer…?»
»Su imagen se borraba y se alejaba. Pero, antes de que desapareciera por completo, entendí algo: él trataba de explicarme que mi amiga Juana venía a mi casa y que yo debía hacer caso a sus consejos.
»Me desperté. El día estaba avanzando y el sol entraba por la ventana a raudales inundando la habitación. Comprendí que, después de una noche tan ajetreada, había dormido profundamente durante las primeras horas de la mañana, a pesar de la intensa luz. En mi cabeza estaba todavía aferrado el terrible sueño cuando una criada vino a comunicarme que Juana estaba en la puerta. Me dio un vuelco el corazón. ¿Era sólo una coincidencia? Hacía ya tiempo que no venía a verme, tal vez aburrida por mi negativa a salir de la postración.
»Antes de que me diera tiempo a decirle nada a la criada, mi amiga entró impetuosamente en la alcoba, completamente fuera de sí, diciéndome con gran excitación:
»—¡Susana, ha sucedido algo extraordinario!
»Me abrazó y me besó afectuosa.
»—¡Oh, querida, estás sudando! ¿Estás enferma? —me preguntó.
»—He pasado una noche espantosa…
»Ella sonrió, mirándome con los ojos anegados en lágrimas:
»—¡Yo tampoco he pegado ojo! ¡Oh, amiga, si supieras…!
»Me di cuenta de que estaba tan emocionada que apenas le salía la voz del cuerpo y pensé que sería por algo sucedido en esas fiestas nocturnas a las que era tan aficionada.
»—¡No estoy para chismes! —refunfuñé con desagrado—. Y no me apetece ahora que me cuentes nada. He pasado una noche malísima y tengo la cabeza aturdida.
»—Lo sé, pero ¡por el Eterno!, debes escucharme… ¡Están sucediendo cosas maravillosas en Galilea! Mira las ojeras que tengo; no he podido dormir en toda la noche, sólo pensando en venir a contártelo… ¡Debes escucharme! He galopado durante la madrugada ansiosa por verte…
»Me abrazó de nuevo y estuvo gimoteando. Su corazón palpitaba y me dio por suponer que se había enamorado.
»—¡Pareces una muchacha loca! —le espeté—. Vuelvo a repetirte que no estoy en condiciones para atender a enredos…
»Ella me cogió entonces por los hombros y empezó a sacudirme:
»—¡Hazme caso! ¡Escúchame, por favor! ¡Esto es muy importante…!
»Al ver que no se hacía cargo de mi aturdimiento, me angustié mucho, pues aún tenía en la memoria muy vivos los recuerdos del pozo abierto en plena noche, donde había estado a punto de quitarme la vida, y el sueño tan desagradable del que acababa de despertar. Entonces rompí a llorar y le grité, trastornada:
»—¡Déjame en paz! ¡Estoy tratando de decirte que me encuentro mal! ¡No me atormentes aún más…!
«Juana me miró con los ojos muy abiertos, llena de compasión. No obstante, insistió todavía sonriente, con énfasis:
»—Ya lo sé, querida… Pero ¡por el Eterno!, hazme caso…
»Lloré con amargura.
»—No, no, no… ¡Estoy agotada! ¡Quiero morirme!
»Al fin, mi amiga abandonó su sonrisa y me miró afligida. Dijo, suplicante:
»—Levántate. Vamos a tomar algo; te sentirás mejor.
«Llamó a las criadas y me ayudaron a levantarme y a vestirme. Yo estaba deshecha.
»—¡Oh, esas heridas! —exclamó Juana al verme los pies—. ¿Qué te ha pasado?
«Deseé contárselo, pero las sirvientas estaban delante y seguí llorando sumida en mi tremenda aflicción. Mientras, ella no parecía inmutarse demasiado. Le dije con irritación:
»—Me sorprende que te sientas tan alegre como si estuvieras en una boda.
»Ella volvió a sonreír y me contestó compadecida:
»—Volverás a la alegría, Susana. ¡Ahora sí que estoy segura de eso!
«Fuimos a la cocina. Las mujeres nos rodearon y Juana les mandó que nos dejaran solas. Luego me preguntó:
»—¿Quieres decirme lo que te sucedió anoche?
»Una vez más, me venció el llanto. Con la voz quebrada, me desahogué con ella:
»—Los demonios me afligieron terriblemente… ¡Estuve a punto de arrojarme al pozo que hay junto al bosquecillo! Quería acabar con todo…
«Juana movió la cabeza, consternada.
»—¡Qué horror! ¡Menos mal que no lo hiciste!
»—Aún no comprendo cómo me libré… ¡Estaba tan decidida…!
»Mi amiga dijo con tristeza:
»—Esta penosa situación tuya se va a terminar, Susana. Dios no consentirá que acabes tu vida de la misma manera que tu pobre madre…
»La miré desde un abismo de dolor. Y ella, comprendiendo el significado de esa mirada, exclamó triunfante:
»—¡Esto se va a solucionar! ¡Mañana te librarás de tus espíritus malignos! Dios me envía para que te anuncie esto.
»—Pero… ¡cómo! —balbucí—. Esta vida mía es absurda…
»Juana me abrazó. Sentí latir su corazón cuando me decía:
»—¡Ha pasado algo maravilloso! Déjame que te lo cuente…
»—No, por favor —le rogué—, no volvamos a eso.
»—¡Me escucharás! —gritó ella con firmeza, apartándose, mirándome con los ojos abiertos de par en par, encendidos de emoción—. He venido para contártelo y ahora estoy plenamente segura de que Dios mismo me envía esta mañana a ti. ¡Vas a escucharme lo quieras o no!
»En ese momento me acordé del sueño y de que me había parecido entender lo que mi abuelo quiso decirme con tanto esfuerzo, que debía tener en cuenta los consejos de Juana. Confundida, le pedí sin demasiado entusiasmo:
»—Habla de una vez; escucharé lo que sea.
»Ella sonrió con cara de enorme satisfacción. Me señaló el tazón de leche que estaba sobre la mesa y dijo:
»—Toma antes algo de alimento; te veo muy desmejorada.
«Obedecí teniendo presente todavía el deseo que mi abuelo había manifestado en el sueño. Tomé la leche y algo de pan con aceite.
«Juana suspiró. Se puso la mano en el pecho, como tratando de contener su emoción, y habló con voz temblorosa:
»—Están sucediendo cosas extraordinarias en Galilea. Tenía que venir a contártelo, porque no he podido dejar de pensar en ti ni un solo momento desde que… ¡Oh, estoy tan nerviosa!
«Gimoteó durante un rato, cubriéndose el rostro con la mano. Yo empezaba a estar asombrada por esa manera suya de comportarse y se me despertó cierta curiosidad.
»Ella alzó al fin el rostro, se mordió el labio y luego exclamó:
»—¡Si supieras…!
»—¿Me lo vas a contar de una vez o no? —me impacienté.
»Tras observarme unos instantes, se puso a hablar con mayor calma:
»—¿Te acuerdas de Yeshúa, el nieto de Ana? No volvimos a verle desde aquella boda en Cana…
«Decepcionada al ver que se trataba de eso, repliqué furiosa:
»—¿Para eso has venido? ¡Se trata de otro de tus líos, Juana?
»Ella se abalanzó hacia mí y me tapó la boca con la mano:
»—¡Cállate! ¡Prometiste escucharme! ¡Estúpida, es por tu bien! ¡No he venido a contarte chismes!
»Su enojo me atemorizó. Yo estaba demasiado triste para discutir.
»—Está bien, cuéntamelo.
»Ella me apretó fuertemente las manos y se disculpó:
»—Perdóname. Estoy tratando de que me prestes la mayor atención y de que comprendas que es de algo de verdad importante. ¡Te alegrarás!
»Asentí con un movimiento de cabeza.
»El rostro de Juana se iluminó mientras me contaba:
»—No volvimos a saber de Yeshúa porque se fue a los desiertos siguiendo a ese Juan
el Bautista
, como tantos otros, arrastrado por sus prédicas… ¡Pero regresó! Y desde entonces están sucediendo cosas extraordinarias…
»—¿Cosas extraordinarias? ¿Qué cosas?
»—Yeshúa anda por ahí recorriendo Galilea y las gentes le siguen; dice palabras maravillosas: que Dios al fin ha decidido reinar aquí e invita a todos a entrar en su soberanía, y con él vienen la vida, la justicia, la misericordia, la paz y la alegría… ¡Todo va a cambiar!
»Me indigné:
»—¡Oh, no! ¡Otro predicador piojoso! ¿Cómo le ha dado por eso, con lo hermoso que es…?
»Juana se puso muy seria y las lágrimas le corrieron por las mejillas.
»—¡No, Susana! ¡Yo misma lo he visto! No se trata de lo que cuenta por ahí la gente… ¡He estado con Yeshúa todos estos días! ¡Le he seguido durante semanas! Soy testigo de acontecimientos extraordinarios, de verdaderos milagros… Yeshúa no sólo habla de la misericordia del Eterno con palabras; su mirada se dirige sobre todo hacia los que sufren enfermedades o desvalimiento y hacia los que anhelan más vida y salud. ¡Cura a la gente! ¿Lo estás comprendiendo? ¡Yeshúa cura a la gente! He visto cómo devolvía la vista a ciegos y hacía caminar a cojos; delante de mis ojos los leprosos han quedado limpios y los endemoniados libres de los espíritus que les afligían… ¡He visto a tantos desdichados quedar sanos y felices en un instante…!
»Yo no me fiaba nada.
»—¿Te has vuelto loca? ¿Sabes lo que dices? ¿Quién es ése para hacer tales cosas…? ¡No es sino el nieto de Ana! Conocemos a sus abuelos, a su madre, a sus hermanos… ¡Esa gente es ignorante y pobre!
»Juana se echó a reír.
»—¡Ya lo sé! ¿Y qué? ¡Te digo que yo misma lo he visto! ¡Con mis propios ojos!
»—Pero… ¿qué has visto? Cuéntame algo en concreto —le rogué.
»Nerviosa, mi amiga se llevó el tazón de leche a los labios y bebió. Después comió con apetito. Se sentía dichosa y, mientras masticaba el pan, me contó:
»—¡No te lo puedes imaginar! Deberías verlo tú misma… Anteayer, sin ir más lejos, mientras estábamos en un pueblo a orillas del lago, de repente llegó mucha gente para avisar a Yeshúa de que un muchacho estaba siendo atormentado por un demonio. El padre del desgraciado también venía con ellos y salió de entre la muchedumbre clamando: «Te ruego que hagas algo por mi hijo, porque es el único que tengo. Un espíritu se apodera de él y le hace retorcerse entre espumarajos, y a duras penas se aparta de él, dejándolo maltrecho. ¡Ayúdanos!» Yeshúa les pidió enseguida que le trajesen al muchacho. Y al acercarse éste, el demonio lo revolcó por el suelo y le hizo retorcerse, tal y como el padre decía. Entonces Yeshúa increpó al espíritu inmundo con voz enérgica. Nos quedamos como viendo visiones cuando el niño quedó curado al momento y se abrazó a su padre. ¡Fue maravilloso!
»—Pero… ¿tú lo viste? —le pregunté incrédula—. Júralo por tus hijos!
»—¡Lo juro! ¿No te lo estoy diciendo? —contestó Juana apremiante—. ¡Vamos, arréglate ahora mismo! Tienes que venir conmigo a ver a Yeshúa. ¡Él te curará! ¡Él te librará de toda esa melancolía!
»—¿Yo?
»—¡Sí! Tú le necesitas, porque, si no, tus demonios acabarán contigo. ¡Recuerda lo que te pasó anoche! Yeshúa te sacará hoy mismo esos malditos demonios del cuerpo.
»—¡De ninguna manera iré! —repliqué furiosa—. ¿Crees acaso que puedes venir a mi casa a engañarme con esa clase de cuentos? ¡Déjame en paz!
Juana se abalanzó sobre mí y volvió a sacudirme, insistiendo:
»—¡Debes venir conmigo a verle! ¡El te sanará! ¡Hazme caso!
»—¡No, no y no! ¡Déjame en paz!
«Forcejeamos durante un rato y acabamos rodando por el suelo, metidas en una verdadera pelea. Juana gritaba:
»—¡Vendrás, lo quieras o no! ¡Es tu salvación!