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Authors: Claudio Magris

Tags: #Ensayo

Utopía y desencanto (26 page)

BOOK: Utopía y desencanto
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Las contradicciones afectan a la misma antítesis sobre la que se basa el libro,
Kultur
y
Zivilisation
, que se intercambian los papeles. La primera es sentimiento, vida, organicidad, contra el artificioso mecanismo intelectualista de la segunda, pero el profundo sentimiento alemán —desesperadamente alemán— que Mann reivindica contra la ideología optimista del progreso es también para él, como todo conservadurismo, reclamo y amor a la muerte. Y la vocación estética, como opuesta a la política, es también atracción del abismo. La misma contraposición de vida y espíritu, tema fundamental de su obra desde sus primeros escritos, se complica, porque el espíritu parece ora un agente disolvente en el sentido del racionalismo ilustrado ora tensión hacia una disolución musical-dionisíaca, ora es por consiguiente opuesto al arte ora idéntico a él, ora
Zivilisation
ora
Kultur
, del mismo modo que la democracia y el sentimiento nacionalista alemán a veces se identifican (como en 1948, en Storm o en Wagner) y a veces se contraponen radicalmente, como precisamente en el enfrentamiento entre Thomas y su hermano Heinrich, del que nacen las
Consideraciones
.

En esta maraña, el escritor se aferra a esa contradictoria simbiosis de extrema modernidad y extremo rechazo que él ve en los grandes alemanes por excelencia, desde Nietzsche a Wagner, cosmopolitas y reacios al internacionalismo democrático, vislumbrando más bien en esa simbiosis la esencia de la alemanidad. Sabe que su obra, hasta ese momento, ha vivido de esa simbiosis y se niega a realizar el recorrido del burgués europeo de
Bürger
a
bourgeois
; si tiene que transformarse, su
Bürger
alemán puede y debe convertirse en un artista, no en un
bourgeois
. Pero en
Los Buddenbrook
o en
La muerte en Venecia
esos valores alemanes se habían vivido y expresado poéticamente, no teorizado o hecho explícitos; la poesía puede expresar las contradicciones de la vida y de la historia, su verdad irreductible a toda explicación, pero también a toda formulación que teorice su indecibilidad.

Traducidas en declaraciones ideológicas, esas contradicciones se convierten en otra cosa muy distinta, que no tiene mucho en común con ellas, de la misma forma que, por ejemplo, la concepción de la vida y la historia de Benn, fuera de los extraordinarios versos en que las expresa, se convierte en una ideología poco original y pierde la estremecedora profundidad musical de vida y muerte. Cuando trabajaba en
Los Buddenbrook
, Mann no se daba cuenta, como él mismo confiesa, de que narrando la disolución de una familia burguesa narraba un final mucho más amplio: «Lo que yo era, lo que quería y lo que no quería, lo supe sólo escribiendo.» La gran obra le crecía imponiéndole su propia ley y su propia autonomía, su propio aliento unitario que ajustaba todos los detalles en una totalidad orgánica, esa ingenuidad épica que se funde indisolublemente con la inteligencia arquitectónica y sin la cual no puede haber tal vez ninguna gran obra de arte ni podría darse la gracia indestructible de Tony Buddenbrook.

Hasta las
Consideraciones
, Mann había sido, salvo contadas excepciones, narrador, y no ensayista; o sea, como él dice, no alguien que habla, sino alguien que hace hablar a los hombres y las cosas. En los ensayos —y en el primero y mayor de ellos, las
Consideraciones
, que en cierto modo los contiene— habla en primera persona, asume —a pesar del omnipresente gusto por la ambigüedad y las oscilaciones— posiciones explícitas; quiere defender su mundo humano y poético de la politización que le amenaza y saca de ello por fuerza una mala política.

Muchas de sus desabridas denuncias de la sociedad democrática, de la opinión y su rastrero totalitarismo, sólo hoy revelan su agudeza liberatoria y constituyen —hoy, no entonces— un anticuerpo vital en el mundo de la información, a pesar de la furibunda y a veces incluso trivial caída de tono de muchas páginas y del desproporcionado «charloteo». En cualquier caso, nunca como en ese desahogo reaccionario fue Mann —por lo menos cuando habló en primera persona y no, artísticamente, como un ventrílocuo a través de sus personajes— tan sincero y apasionado. Conoció bien la inautenticidad latente en todo discurso y por dos veces cita, haciéndola suya, la injuria que Strindberg infligió a Bjornson, «falso como un orador oficial», pero la misma sectaria desmesura oratoria de las
Consideraciones
le salva de la falsedad que acecha a los discursos nobles, armoniosos y respetuosos de las conveniencias.

Mann defiende esa maraña y ese abuso «desesperadamente alemanes», que percibe como el
humus
de su vida y su arte; en esa lucha radical desciende hasta el fondo de la
deutsche Misère
, ensalza sus entretelas más estremecedoras pero también más turbias y bárbaras, su núcleo antihumanístico y antioccidental, que al cabo de no mucho tiempo engendrará la espantosa violencia que hoy conocemos. Hay un amor dostoievskiano por la infamia y la indecencia que determina el ritmo de las
Consideraciones
y en efecto Dostoievski es uno de sus númenes tutelares, con su sentimiento de la crisis infernal y mesiánica de la civilización en que está sumergida su época y el papel que, para salvarla, Alemania tiene que desempeñar, además de los eslavos, para vencer a la contaminante civilización de Europa, de Roma y Occidente. No es un azar si andando el tiempo, en uno de sus ensayos, Mann se distancia de este extremismo ético-político-religioso antioccidental, antiliberal y antidemocrático de Dostoievski, exhortando, ya desde su mismo título demasiado bien pensante, a amarlo pero «con medida».

En las
Consideraciones
Mann, «ávido de abismo», atraviesa el abismo y se identifica con él. Pero ya mientras realiza este viaje a los infiernos, algo se atasca e inicia para él una inversión de rumbo. Después de la Primera Guerra Mundial, el ascenso del nacionalsocialismo le hará comprender, poco a poco, en qué abismos nada metafóricos de barbarie puede hundirse ese mundo, si sus valores apolíticos se contraponen a los valores liberales y democráticos y no quedan integrados dentro de una política liberal y democrática, en cuyo empeño no dejará ya de perseverar durante el resto de su vida. La experiencia le obligará a saldar sus cuentas con lo humano, a pesar de los pesares, de la democracia parlanchina, de la
Zivilisation
, y con lo inhumano de la reacción, negadora —como el nazismo— de esos mismos valores de la tradición alemana que pretende representar.

Las
Consideraciones
—escribe Marianello Marianelli— siguen siendo en cualquier caso «un lago turbio y rico en el que confluye casi toda la problemática del Mann anterior a la Primera Guerra Mundial, lago del que sale más tarde, como ciertos ríos de Europa, pero conservando en su curso, cada vez más amplio y atiborrado de rostros, no pocas tormentosas venas de agua y reflejos de aquel lago». A esos temas, observa Patrizia Rateni, Mann permanece fiel aunque les cambie de signo.

No es sólo un creciente horror a la abyección nacionalista y luego nazi lo que determina su cambio de rumbo. La Alemania «apolítica» y antidemocrática había sido el
humus
de su arte y al principio se hace la ilusión de defenderla para defender ese
humus
, para salvar
Los Buddenbrook
. Pero esa obra maestra —como las siguientes, hasta 1914— había nacido de una condición fantástica y sentimental realmente «apolítica», o sea inconsciente de ser tal; era una auténtica expresión de aquella vieja Alemania no
bourgeois
, pero precisamente por eso no podía repetirse o continuarse por una explícita voluntad ideológica, porque la ingenuidad —en sentido fuerte, schilleriano— una vez perdida ya no se recupera y no hay nada más falso que una virginidad reconstruida.
Los Buddenbrook
eran ciertamente alemanes en ese sentido superior, interior-cosmopolita, habían nacido espontáneamente con ese tono, pero escribir otras obras en esa línea, con una conciencia de la alemanidad declamada y desentrañada en las
Consideraciones
, hubiera querido decir escribir obras enfáticamente alemanas y populares; no ya la música del corazón de
Episodios de una vida tunante de Eichendorff
o de
El lago de Immen
de Storm, sino la fanfarria tosca y patriotera de Paul de Lagarde.

Además la verdad de
Los Buddenbrook
había sido el relato de la inexorable muerte de aquel mundo tan amado, de la vieja Alemania, y un gran escritor no podía desde luego seguir como si nada y volver atrás, escribir novelas que ignoraran aquella decadencia. No era ya posible continuar escribiendo novelas como
Los Buddenbrook
una vez perdidas aquella ingenuidad y aquella inocencia, y una vez descubierto el nexo que unía orgánicamente aquel arte al mundo defendido en las
Consideraciones
. Éstas hacían imposible continuar siendo el escritor de
Los Buddenbrook
, y el distanciamiento de las
Consideraciones
lo hacía también imposible, aunque fuera por otras razones; si para escribir
Los Buddenbrook
hacía falta ser «apolíticos» sin darse cuenta de ello, el descubrimiento de la necesidad de la política y la democracia impedía esa épica y esa música y requería otro escritor.

El propio Thomas Mann, al comienzo de las
Consideraciones
, habla de la inevitable «revisión de todos los presupuestos de su mundo artístico»; después de ese libro, Mann se va haciendo progresivamente liberal, demócrata, defensor de la
Zivilisation
sin la que no hay verdadera
Kultur
, pero el precio que paga en el plano de la creatividad poética es muy alto, porque su vocación y su naturaleza de narrador estaban indisolublemente ligadas a aquel mundo «desesperadamente alemán» que ahora no puede no abandonar. «Es muy posible», escribe él mismo lúcidamente en las
Consideraciones
, «que yo haya dado ya lo mejor que me era concedido dar.»

Las extraordinarias páginas que escribirá más tarde, con el gusto de la composición paródica —por ejemplo en
La montaña mágica
, o en el espléndido comienzo de
José y sus hermanos
— no siempre consiguen esconder el hecho de que, en su obra, la maestría —la prestación, decía Bazlen— está en ocasiones por encima de la sustancia y de que no siempre consigue salir airoso con la masa enorme y compleja de su material. La prestación no esconde, sino que voluntariamente revela las incertidumbres de la sustancia: en el
Doctor Faustus
se adensan las resonancias y las alusiones doctas, pero éstas aplanan y simplifican la novela, como ingenuos letreros admonitorios que indican explícitamente la presencia de temas comprometidos. El
Doctor Faustus
parece un paso atrás respecto a
Los Buddenbrook
; como ha dicho Tito Perlini, es un libro que, habiendo sido escrito a causa de Auschwitz, parece escrito a pesar de Auschwitz y del resto de nuestros horrores, como un noble testimonio humanístico, inadecuado respecto a la trágica y total transformación sufrida por el hombre en la edad moderna y genialmente plasmada por el mejor arte moderno, que no es la música romántico-demoníaca de Adrián. El
Doctor Faustus
queda irremediablemente lejos, como si lo hubiera escrito de verdad, según la ficción manniana, Serenus Zeitblom, el honesto y anticuado pedagogo que, en dicha novela, no entiende la tragedia de la que es testigo y por ello evidencia que la gran tradición alemana ha dejado ya verdaderamente de existir.

Los ensayos, en su conjunto, constituyen el grandioso intento de salvar lo salvable de esa gran tradición alemana, trasladándolo a una concepción general democrática, europea y occidental de la civilización; una expresión de fidelidad a los grandes amores en los que se formó Mann, aún más auténticos porque se han liberado de las ataduras ideológicas de la alemanidad antidemocrática. Mann sigue conmoviéndose con el
Lied
de Schubert, con el reclamo de la muerte que resuena en él, o con la estremecedora música del corazón de
El lago de Immen
, pero ya no los llama a rebato contra el sufragio universal, sino que hace de ellos un resorte humano que, en su insuprimible autonomía de cualquier politización por muy democrática que sea, no le impide escribir y firmar manifiestos contra Hitler o comprometerse con el New Deal, sino que por el contrario sustancia humanamente ese compromiso.

Este salvamento, esta tesitura de una continuidad en la transformación incluso radical, son mucho más creíbles, mucho más vigorosos intelectual y artísticamente que la negación global que simplemente le cambia el signo a aquel mundo, rechazándolo sin remisión y sin demasiadas distinciones, como ocurre en el
Doctor Faustus
, que condena a toda la civilización alemana y tacha todo lo que en las
Consideraciones
había ensalzado, con análogo sectarismo totalizante y menos fuerza artística o intelectual. Pero lo forzado del
Doctor Faustus
cuenta con la justificación de la lucha contra el nazismo en el apogeo del mal y por consiguiente de una batalla en la que, acertadamente, no hay lugar para la distancia, la ambigüedad, la libertad y la irresponsabilidad del arte.

El salvamento y la continuidad perseguidos en los ensayos confortan al lector común, le confirman en su instintiva persuasión, o mejor, en su obvia experiencia de que a uno le puede muy bien gustar Wagner sin por ello simpatizar ni siquiera inconscientemente con el nazismo. Del mismo modo, un lector no ideologizado sabe desde siempre que las firmas bajo un manifiesto, un debate cultural y demás ritos de la sociedad democrática no ponen en entredicho el amor al mar o al vagabundeo, gustos que a su vez no inducen a despreciar el derecho de voto o a pasar por alto el deber (que sigue siendo, para cualquier anárquico trotamundos musical, un deber y no un placer) de luchar contra las injusticias y contra quien querría seguir cometiéndolas sin que nadie le molestara, exhortando a los poetas a no preocuparse y a dedicarse sólo a sus propios sueños.

Los ensayos son —y quieren ser— la confirmación de que en el mundo de la democracia y el compromiso puede y debe haber espacio para el ancho vagabundeo del Tunante. En este sentido son también el autoexorcismo de un peligro que, con el paso de los años, se hace para Mann cada vez mayor, esto es, el peligro de que el agobio de los deberes —llamamientos contra las diferentes injusticias y por la movilización antifascista, inauguraciones de congresos y alocuciones a las fuerzas políticas, discursos, conversaciones radiofónicas, prólogos, una correspondencia desmesurada— acabe por ahogar la gitanesca e irresponsable libertad del arte, el juego, el abandono, el merodeo de la fantasía. Elaborados a lo largo de los años, los ensayos se enmarcan en una espiral de creciente compromiso. Thomas Mann, que contesta a cada carta de cualquier desconocido, con una cortesía que sin embargo mantiene siempre las distancias, y que pretende obsesivamente estar a la altura de sus compromisos, es un modelo de disimulo de su persona, un modelo de estrategia defensiva unida al respeto hacia los demás. Encarna, con extrema dignidad, la vida burguesa resumida y comprendida en el trabajo, que la mortifica. Ya en las
Consideraciones
Thomas Mann observaba, con melancolía, que él también era un
bourgeois
, como aquellos a quienes despreciaba, en el sentido de ese heroísmo típicamente moderno —que tan antipático se le hacía— del rendimiento, del ascetismo del burgués «sobrecargado y sobreentrenado, que trabaja hasta el límite del agotamiento».

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