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Authors: Jodi Picoult

Tags: #Drama

El décimo círculo (27 page)

BOOK: El décimo círculo
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Lo que Trixie quería por encima de todo era lo que no podía obtener: volver a ser el tipo de chica que se preocupaba por cosas, como los controles de naturales o si la admitiría alguna universidad, en lugar de ser la clase de chica por la que todos se preocupan.

Sobrevivió al trayecto de vuelta a casa cerrando los ojos casi al instante de subirse al coche y fingiendo que se quedaba dormida. Aunque en realidad había estado atenta escuchando la conversación entre sus padres, sentados en los asientos delanteros:

«¿Te parece normal cómo le suena la voz?».

«¿A qué te refieres?».

«Ya sabes, como si faltaran la mitad de las notas».

«A lo mejor es por la medicación».

«Han dicho que tardaría varias semanas en hacerle efecto».

«¿Entonces cómo se supone que tenemos que protegerla mientras tanto?».

Trixie habría sentido compasión por sus padres de no haber estado tan convencida de que se lo habían buscado ellos mismos. A fin de cuentas, su madre no tenía por qué haber abierto la puerta del lavabo el día anterior.

Rumiaba la verdad que había estado escondiendo como un caramelo de menta después de la cena, que puede durar siglos, si tienes cuidado; la verdad que no le había contado al psiquiatra, ni a los médicos, ni a sus padres, por mucho que hubieran intentado sacársela. Prefería tragársela antes que escupirla en voz alta.

Trixie hizo una buena actuación estirándose y bostezando al acercarse a la esquina de su calle. Su madre se volvió hacia ella con aquella sonrisa de máscara de carnaval en la cara.

—¡Estás despierta!

Su padre la miró por el espejo retrovisor.

—¿Necesitas algo?

Trixie se volvió a mirar por la ventanilla. Quizá había muerto, después de todo, y estaba en el infierno.

En el preciso instante en que Trixie acababa de decidir que las cosas no podían ir peor, el coche giró para tomar el camino de entrada y vio a Zephyr esperando. La última conversación que habían tenido no parecía invitar a muchas charlas; había declarado a Trixie prácticamente en cuarentena. Sin embargo, era Zephyr la que parecía nerviosa.

Zephyr golpeó la ventanilla con los nudillos.

—Humm, señora Stone… Bueno, verá, pensaba que a lo mejor, si no le importa, podría hablar un poco con Trixie.

Su madre frunció el ceño.

—No creo que sea el momento más oportuno…

—Laura —la interrumpió su padre, lanzando una mirada a Trixie por el retrovisor—. Tú decides.

Trixie se apeó del asiento trasero del vehículo. Bajó los hombros de forma que las muñecas le quedaran más ocultas en las mangas del abrigo.

—Hola —dijo con recelo.

Zephyr tenía un aspecto muy similar a como Trixie se había sentido durante las últimas veinticuatro horas, como si estuviera completamente anegada en lágrimas y tratara de mostrar una apariencia humana antes de que alguien se diera cuenta de que era algo así como un trapo. Siguió a Trixie hasta casa y ambas subieron a la habitación. Hubo un momento aterrador, en que Trixie pasó junto al baño… ¿Lo habría lavado alguien? Pero la puerta estaba cerrada y se precipitó a su habitación antes de tener tiempo de pensar nada más.

—¿Estás bien? —le preguntó Zephyr.

Trixie no estaba dispuesta a entrar en la dinámica de la hipocresía.

—¿Con quién has apostado?

—¿Qué?

—¿Qué pasa? ¿Tienes que volver con un mechón de mi pelo para demostrar lo cerca que has estado o qué? Ah, no, claro, es verdad, yo ya no tengo pelo. Me lo corté cuando empecé a volverme una psicópata.

Zephyr tragó saliva.

—Me han dicho que casi te mueres.

«Casi no cuenta, solía decir su padre. Salvo con las herraduras y las granadas de mano».

¿Y con los casos de violación?

—¿Es que casi te importa? —replicó Trixie.

La expresión cíe Zephyr se descompuso de pronto.

—He sido una completa idiota. Estaba enfadada contigo, porque creía que habías planeado una venganza contra Jason y no habías confiado en mí lo suficiente para decírmelo…

—Yo nunca…

—No, espera, déjame que termine —dijo Zephyr—. Y estaba enfadada contigo también por lo de aquella noche, porque Moss te hacía más caso a ti que a mí. Quería devolvértela, por eso te dije… te dije lo que decían todos. Pero luego me enteré de que estabas en el hospital y no podía dejar de pensar en lo horrible que habría sido sí tú… si tú, ya me entiendes, antes de tener la oportunidad siquiera de decirte que te creía. —Se descompuso de nuevo—. Me siento como si todo hubiera sido por mi culpa. Haría lo que fuera para que me perdonases.

No había forma de saber si Zeph estaba diciendo la verdad y, aunque así fuera, eso no significaba que Trixie volviera a confiar en ella. Era perfectamente verosímil que Zephyr se fuera corriendo a ver a Moss y a Jason y al resto del equipo de hockey y los deleitase con las nuevas historias del mono de feria. Claro que… a lo mejor no era así; puede que la razón por la que Zephyr estaba allí no tuviera nada que ver con sentimientos de culpabilidad, ni con que su madre le hubiera dicho que fuera, sino que fuese sencillamente porque recordaba, como recordaba Trixie, que cuando tenían cinco años habían sido las únicas dos personas en el mundo que sabían que las hadas viven en los armarios de la cocina y que se esconden debajo de los pucheros y las sartenes cuando alguien abre la puerta.

Trixie la observaba.

—¿Quieres saber cómo lo hice?

Zephyr asintió con la cabeza, inclinada hacia adelante.

Tiró lentamente de la cinta adhesiva que sujetaba el vendaje alrededor de la muñeca y desenrolló el tejido de gasa hasta que la herida se hizo visible: abierta, con los bordes dentados, hinchada.

—Gau —exclamó Zephyr—. Qué grima. ¿Te dolió?

Trixie negó con la cabeza.

—¿Viste luces, ángeles… o a Dios, yo qué sé?

Trixie lo pensó unos segundos con intensidad. Lo último que recordaba era el borde oxidado del radiador, que enfocó con la mirada antes de perder el conocimiento.

—No vi nada.

—No, claro —suspiró Zephyr, que se volvió hacia Trixie, sonriente.

Trixie quiso devolverle la sonrisa. Por primera vez desde hacía mucho tiempo su cerebro había obedecido al decirle que sonriera.

Tres días después del intento de suicidio de Trixie, Daniel y Laura se encontraban en el despacho de Marita Soorenstad, Trixie entre los dos. El detective Bartholemew estaba sentado a su izquierda y al otro lado del escritorio la fiscal del distrito rasgaba una bolsa de Pixy Stix.

—Si gustan… —los invitó, y luego se volvió hacia Trixie—. Me alegro de verdad de verte entre nosotros. Por lo que tengo entendido, nadie lo hubiera garantizado hace unos días.

Daniel cogió la mano de su hija. Estaba fría como el hielo.

—Trixie se encuentra mucho mejor.

—¿Por cuánto tiempo? —preguntó la fiscal del distrito, cruzando las manos encima del escritorio—. No quisiera parecer insensible, señor Stone, pero hasta ahora lo único consecuente que ha habido en este caso ha sido la falta de consecuencia.

Laura sacudió la cabeza.

—No la entiendo…

—Como fiscal, mi labor es la de presentar los hechos ante un jurado de manera que a sus miembros les sea posible dictaminar, más allá de toda duda razonable, que su hija ha sido víctima de una violación perpetrada por Jason Underhill. Sin embargo, los hechos que yo presento son los que su hija nos ha presentado. Y eso significa que nuestra argumentación será todo lo buena que sea la información con que ella me haya proveído, y todo lo convincente que sea el cuadro que ella sea capaz de pintar en el estrado.

Daniel notó que se le tensaban las mandíbulas.

—Yo habría dicho que si una chica intenta quitarse la vida, es un buen indicador de que ha sufrido un trauma.

—De eso o de inestabilidad emocional.

—¿Nos está diciendo que abandona? —dijo Laura, incrédula—. ¿No acepta un caso si le parece que va a ser difícil?

—Yo no he dicho eso en ningún momento, señora Stone. Pero tengo la obligación, desde un punto de vista ético, de no llevar un caso ante un tribunal si no tengo la seguridad de que haya sucedido un crimen.

—Tiene pruebas —dijo Daniel—. El examen médico.

—Sí. El mismo examen que ha permitido al laboratorio hallar restos de semen en la boca de Trixie, cuando según su declaración no practicó el sexo oral esa noche. Por otra parte, Jason Underhill alega que hubo consentimiento… tanto para el sexo oral como para la penetración vaginal. —La fiscal del distrito pasó una página de un expediente—. De acuerdo con Trixie, ella gritó «¡No!» mientras la violaban, pero dijo que su amiga Zephyr no podría haberla oído por culpa de la música. Sin embargo, según los demás testigos, no había música mientras se produjo la agresión.

—Mienten —dijo Daniel.

Marita lo miró fijamente.

—O puede que sea Trixie la que miente. Le mintió a usted cuando le dijo que iba a casa de una amiga simplemente a pasar la noche. Mintió cuando dijo que había perdido la virginidad la noche de la agresión…

—¿Qué? —exclamó Laura, boquiabierta. En ese momento Daniel reparó en que no había llegado a decirle lo que le había contado el detective. ¿Había olvidado decírselo o había querido olvidarlo?

—… le mintió a la doctora de urgencias acerca de los cortes en la muñeca, algunos de los cuales se había hecho mucho antes de aquel viernes por la noche —prosiguió Marita—. Todo lo cual nos lleva a preguntarnos: ¿Cuántas mentiras más nos está diciendo Trixie?

—Quiero hablar con su superior —exigió Laura.

—Mi superior le dirá que tengo otros cien casos que reclaman mi atención. No tengo tiempo para víctimas que gritan en falso que viene el lobo.

Daniel no podía mirar a Trixie. Temía desmoronarse si lo hacía. En el pueblo donde se había criado él, un muchacho yup’ik que gritara el nombre del lobo se transformaría en ese animal para siempre. Sus parientes dirían que lo había pedido a gritos. Se pasaría el resto de la vida contemplando a su antigua familia a través de unos ojos amarillos, desde la lejanía.

Daniel se volvió hacia el detective, que había conseguido armonizar con bastante acierto su indumentaria con el ambiente años setenta.

—Cuéntele lo de la foto.

—Ya lo ha hecho —dijo Marita—. Y me voy a dejar la piel intentando que no entre en la sala del tribunal.

—Es un claro ejemplo del acoso al que está sometida Trixie…

—Pero que no nos dice nada acerca de la noche de la agresión… salvo que Trixie no se comportó como un angelito antes de que sucediera.

—¡Quieren callarse todos de una vez! —Ante el sonido de la voz de Trixie, todos los ojos se volvieron hacia ella—. Estoy aquí, por si no se han dado cuenta, así que ¿por qué no dejan de hablar de mí como si no estuviera?

—Precisamente, Trixie, nos encantaría oír lo que tengas que decirnos. Aquí y ahora.

Trixie tragó saliva.

—No quería mentir.

—¿Reconoces entonces que lo has hecho? —replicó la fiscal del distrito.

—Había tantos… vacíos. Pensé que nadie creería lo que había pasado si no podía recordarlo todo. —Se bajó más las mangas, cubriéndose las muñecas. Daniel ya se había fijado en que se había convertido en un gesto habitual durante los últimos días, y cada vez que se lo veía hacer se le encogía el corazón—. Me acuerdo del camino hacia casa de Zephyr y de toda la gente que había allí. No conocía a la mayoría. Había un grupo de chicas jugando al Arco Iris…

—¿Al arco iris? —inquirió Daniel.

Trixie empezó a pellizcarse el dobladillo del abrigo.

—Sí, ése en que todas se ponen un color diferente de lápiz de labios y entonces los chicos… bueno, ya me entienden, tienes que ir con ellos y… —Meneó la cabeza.

—Ese juego en el que gana el chico que al final de la noche tiene el pene más coloreado —dijo Marita sin inmutarse—. ¿Es correcto?

Daniel percibió la respiración de Laura mientras Trixie asentía con la cabeza.

—Sí, eso es —dijo en un susurro—. Pero yo no jugué. Sólo quería… pensaba que podría poner celoso a Jason… pero no pude. Después todos se fueron a casa, excepto Jason y Moss, Zephyr y yo, y entonces nos pusimos a jugar al póquer. Moss me hizo esa foto y Jason se enfadó con él, y entonces es cuando todo se vuelve confuso. Recuerdo que estaba en el baño cuando él vino, pero no me acuerdo de cómo fuimos a parar a la sala de estar. La verdad es que no me acuerdo de nada hasta que él estaba encima de mí. Creía que si esperaba lo suficiente, todo me vendría a la memoria. Pero sigo sin acordarme.

La fiscal del distrito y el detective intercambiaron una mirada.

—¿Estás diciéndonos —aclaró Marita— que cuando te despertaste te diste cuenta de que él te lo estaba haciendo por su cuenta?

Trixie asintió.

—¿Recuerdas más detalles?

—Me dolía mucho la cabeza. Pensé que quizá él me había golpeado la cabeza contra el suelo o algo así.

Bartholemew se levantó y se colocó detrás de la fiscal del distrito, por encima de cuyo hombro hojeó el contenido del expediente hasta dar con una página determinada, que señaló.

—La doctora de urgencias apuntó un aparente estado de disociación mental, y durante las primeras preguntas del interrogatorio en la comisaría de policía mostró insensibilidad.

—Mike —dijo la fiscal del distrito—, no me presiones.

—Si eso fuera verdad, el caso se convertiría en una agresión sexual flagrante —insistió Bartholemew—. Y todas las contradicciones del relato de Trixie pasarían a favorecer a la acusación.

—Necesitamos pruebas. Las drogas inhibidoras de resistencia permanecen en el flujo sanguíneo setenta y dos horas, a lo sumo.

Bartholemew extrajo un informe del laboratorio entre los papeles del expediente.

—Por suerte aquí tienes una muestra tomada seis horas después.

Daniel estaba totalmente perdido.

—¿De qué están hablando?

La fiscal se volvió hacia él.

—Hasta el momento, habíamos considerado este caso como el de un menor que agrede sexualmente a una menor. Pero la situación es diferente si la agresión se cometió o bien mientras Trixie estaba inconsciente o si le hicieron tomar alguna sustancia que mermara su estado de conciencia o controlar el acto sexual. Si ése fuera el caso, por ley, Jason Underhill sería juzgado como adulto.

—¿Está diciendo que drogaron a Trixie? —preguntó Daniel.

La fiscal del distrito clavó la mirada en Trixie.

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